martes, 31 de mayo de 2011

La cualidad

Pero yo sé que el amor se termina pronto, dice ella. Es como una explosión que lo arrasa todo en un momento. Y el problema es precisamente ése: que lo arrasa todo. Pero no importa, a mí se me da bien quedarme con ese momento de luz cegadora, ese momento de aterradora belleza en el que ni siquiera puedes temblar de miedo porque no hay tiempo para ello.

lunes, 30 de mayo de 2011

La causalidad

Te confundiría en cualquier parte. Porque siempre te estoy buscando, aunque estemos separados por cientos de kilómetros. Veo a una chica de espaldas y por un momento me convenzo de que eres tú. Pero no dura mucho, pues se gira y compruebo que es otra persona. Luego veo de perfil a otra chica y me vuelvo a engañar. Y así todo el rato.

domingo, 29 de mayo de 2011

La casualidad

«Tú lo que buscas es el amor, siempre», dice mi amigo. Y luego cita a Daniel Johnston: True love will find you in the end. Y en ese momento me llega un mensaje al móvil. No un par de segundos después, sino justo en ese momento, cuando termina de decir la frase. Así que digo antes de leerlo: «vaya, a ver si esto es el amor». Y resulta que lo es, pues el mensaje empieza con parte de una canción de PJ Harvey: This is love, this is love that I'm feeling. Ni ensayado.

martes, 24 de mayo de 2011

La prestidigitación

El Partido de la Magia logró un excelente resultado electoral gracias a sus interventores.

lunes, 23 de mayo de 2011

La asamblea

El problema es que aquí cada uno hace la guerra por su cuenta. «Yo quiero hablar en contra del consumo de carne», dice uno. «Hay que acabar con los ejércitos», comenta otro y luego añade que sabe que ésta es una guerra muy larga, lo que me hace decir a mí: «ah, pues si es una guerra, entonces necesitaremos los ejércitos». Una chica dice que el problema es el patriarcado y no se refiere al de Constantinopla. Una mujer se queja agriamente del maltrato animal. «Yo lo que quiero es una república», afirma un hombre. Uno de los cabecillas pregunta si estamos de acuerdo con el cambio de nombre que ha propuesto para la plaza: la plaza de la Constitución se llamará ahora la plaza de la libertad. No estamos de acuerdo. No lo estamos porque es un nombre cursi, ñoño, estúpido, de una película de Hollywood con mensaje simplón. Pero el cabecilla se lo toma mal. Vuelve a preguntar, pero no nos convence. Nada de plaza libertad, decimos. Y se retira, enfurruñado. Un rato después, tras hablar un par de personas, vuelve a tomar la palabra para abordar un tema de cierto comité, pero finaliza su exposición retomando la cuestión del nombre de la plaza, como si quisiera emular a Catón y terminar los discursos con su reivindicación particular. Y así, con estas cuestiones secundarias, el movimiento se difumina en lugar de difundirse.

domingo, 22 de mayo de 2011

La revolución

La cautela. La intimidad. El anhelo. Tu cuerpo junto al mío. Tu manera de bajar la mirada. Tu boca. Tu nariz. Tus ojos. Tu sonrisa por alguna tontería mía. Tu voz. Dormir contigo. Despertar contigo. Tomarnos el pelo por esto y lo otro. Tu piel desnuda y el estremecimiento de tu cuerpo. Tus pies enredados con los míos. Ese lunar en la nuca. Tus lágrimas y tu risa. Ese hálito de súbita esperanza.

sábado, 21 de mayo de 2011

El impulso

Y ella sonríe y estoy tentado de decirle que me gusta porque me inspira esperanza, pero controlo el impulso a tiempo y le digo sólo que es muy bonita.

viernes, 20 de mayo de 2011

La ley

El dictador dijo que la revolución era ilegal y la gente que protestaba en las calles volvió a casa.

jueves, 19 de mayo de 2011

Encuentro en una fiesta

En el pasillo que lleva al cuarto de baño me encuentro a Cecilia, que me sonríe y da dos besos. Luego me dice un par de cosas que apenas entiendo y algo que sí escucho con claridad:
—¿Recuerdas nuestras largas conversaciones por teléfono?
No sé a qué viene esa pregunta, quizá es que ha bebido tanto como yo. El caso es que huyo después de contestar:
—Sí, pero me meo.
Pero es mentira. No lo de mearme, sino lo de recordar las conversaciones. Mientras vacío la vejiga de tanta cerveza, intento recordar las conversaciones. Hace mucho de eso. Diez años, tal vez. Y sí, me suena que hablábamos mucho por teléfono. Una hora al día. Dos horas. Pero de qué. ¿De verdad teníamos tanto que decirnos? ¿Quién era aquel que ya no soy que tenía tanto que decirle a Cecilia? De qué hablamos cuando hablamos de amor, se preguntaba Carver. De qué hablábamos cuando hablábamos Cecilia y yo. De todo. De nada. Quién sabe.

miércoles, 18 de mayo de 2011

Ya no

Porque estoy lleno de rencor. Por eso no puedo quererte. Porque no sé. Porque estoy roto. Porque ya me he acostumbrado a odiar.

martes, 17 de mayo de 2011

Lo único verdadero es el dolor

Le digo que lo único verdadero es el dolor y que uno se ve obligado a inventarse todo lo demás: una vida que rodee el dolor, que lo disimule. El disfraz que es todo esto. Y ella sonríe y dice que sí, que tal vez, que quizá tenga yo razón, ¿pero no sería bonito que esto también fuera cierto? Aunque fuera durante un rato, dice mientras se desnuda. Y yo asiento y murmuro algo de que el dolor es intermitente.

lunes, 16 de mayo de 2011

Zombi, tísica y japonesa

Zombi, tísica y japonesa es la nueva exposición de la artista Jude Seafish en el Centro de Arte Contemporáneo. La artista nos propone un viaje sentimental por su intimidad en fotografías de elegante decadencia: la artista cuando se mira al espejo después de una noche de poco sueño y se encuentra parecido con Pete Doherty. La infancia y el subdesarrollo físico («la gente me decía que parecía tísica», reflexiona a pie de foto). La condición de falsa extranjera, los ojos almendrados, la mirada nipona. Zombi, tísica y japonesa, hasta el 15 de junio.

domingo, 15 de mayo de 2011

Antes de los blogs

En los servicios del aeropuerto de Málaga leo un mensaje que alguien escribió con rotulador negro en la pared. Por la altura a la que está situado el texto, uno diría que el autor estaba sentado en la taza o bien era un enano. Se queja del amor, que es un engaño. Dice que puso su corazón en una empresa que sólo podía fracasar. Usa otras palabras, pero el mensaje es ése. Qué amargo es el amor, sobre todo cuando uno escribe de él mientras caga en un aeropuerto. Algo así.

sábado, 14 de mayo de 2011

Capítulo 2414

—Yo sólo soy una aventura más para ti. Te marcharás y no volverás, los dos lo sabemos perfectamente.
Cómo decirle que lo que no quiero es marcharme.

viernes, 13 de mayo de 2011

El último poeta búlgaro

Luboslav Petrov se define como el último poeta búlgaro, aunque en realidad sea extremeño. «Pero yo soy búlgaro por vocación», afirma. Y no cualquier búlgaro, sino búlgaro de finales de los ochenta y principios de los noventa: con mullet y bigote. Los motivos de esta identidad son también un enigma para él, enigma que intenta resolver en su poesía, pues ya en su primer poemario, Por qué soy búlgaro (Ediciones Guacamole, 2001), se preguntaba por la Bulgaria interior. Su nuevo poemario se llama La soledad es un perro solitario y es la lucha de un hombre por entender un mundo absurdo o viceversa. El autor habla de la insondable angustia de la soledad del outsider en versos como «Hay té / en la alacena / y un cuerpo / en el sofá». Porque no hay salida a todo esto, defiende apasionadamente Petrov cuando dice: «La soledad es un perro solitario / que ladra a un árbol / que no le responde / y se queda quieto / como un árbol». Ya en las mejores librerías.

jueves, 12 de mayo de 2011

El perro

Pasamos por delante de un perro que nos ladra con desgana, como obligado por las circunstancias. Como si no estuviera convencido del todo de esta parte de ser perro. Parafraseando a Lenin: Ladrar, ¿para qué? Es un perro filósofo, un perro que duda y que si ladra es porque quizá el amo esté vigilando que lleve a cabo su labor, aunque esta labor sea, es evidente, una pérdida de tiempo.

miércoles, 11 de mayo de 2011

El subsuelo literario (2)

Y el momento de sentirse Fonollosa, de pensar que uno tendría que estar en los anaqueles de las librerías y no paseando por la ciudad con las manos en los bolsillos y la mirada perdida.

martes, 10 de mayo de 2011

El subsuelo literario

—Nos interesa publicar su obra: Las marasmas cotidianas.
—Los marasmos. «Marasmas» ni siquiera es una palabra.
—Ah, sí. Es que estoy distraído.
—No sé, me parece raro que un editor se invente palabras.
—Un lapsus de nada. Como le decía, lo importante es que su novela puede tener éxito.
—Pero si son relatos.
—Bueno, bueno, ya sabe, los géneros literarios son una cosa un tanto difusa en estos tiempos. No nos encorsetemos.
—De acuerdo, no quiero ser un autor tiquismiquis. Lo importante es que quieren ustedes publicarme.
—Así es. Usted sólo tendría que aportar cinco mil euros.
—¿Cómo dice?
—Cinco mil. Euros.
—¿Pero qué sentido tiene eso?
—Entiéndalo: es usted un autor desconocido, no podemos arriesgar nuestro dinero. Ahora, si usted financia la obra...
—¿Pero cinco mil euros?
—Así es. ¿Es mucho?
—No tengo ese dinero.
—¿En serio?
—Soy escritor; todo el mundo sabe que los escritores somos pobres. Y más si somos secretos.
—Pero es una inversión. Hay que apostar para ganar.
—¿Y por qué no apuestan ustedes?
—La crisis, la situación económica actual...
—¿Y eso no me afecta a mí?
—Tal vez, pero usted es un autor desconocido, no una empresa seria y respetable como nosotros.

lunes, 9 de mayo de 2011

De lo que no se puede hablar es mejor callar

Amanece en un parque de Francia (en París, que es la única Francia que conoce el público). Un espléndido sol pintado brilla en el decorado. Hay un señor con sombrero de copa en un banco. A pesar del sombrero de copa, no es un millonario, sino un VAGABUNDO. Entra una chica: es CHARLOTTE.
CHARLOTTE: Perdone que le interrumpa la borrachera, pero está sentado en mi banco.
VAGABUNDO: No estoy borracho.
CHARLOTTE: Como quiera. Pero es mi banco.
VAGABUNDO: No, señorita. Los bancos no son de propiedad privada.
CHARLOTTE: Qué poco sabe usted de economía; no me extraña que sea vagabundo.
VAGABUNDO: Ah, no. Yo soy vagabundo por tradición familiar.
CHARLOTTE: ¿Y cómo es eso? ¿Toda su familia es vagabunda?
VAGABUNDO: No exactamente, pero ser vagabundo es una forma de desaire a la sociedad, que es tradición en mi familia. Mi padre era verdugo, que siempre está mal visto. Todo el día matando gente y no por gusto. Porque un asesino lo hace por romanticismo. Un verdugo no es más que un artesano de la muerte, mientras que un asesino es un artista. Por eso el verdugo es un incomprendido.
CHARLOTTE: No creo que sea sólo por eso.
VAGABUNDO: No, pero influye. Es algo que está ahí, en la mente, aunque no se exprese en voz alta.
CHARLOTTE: «De lo que no se puede hablar es mejor callar».
VAGABUNDO: Vaya perogrullada.
CHARLOTTE: Oiga, que es de Wittgenstein.
VAGABUNDO: ¿Así se llama usted?
CHARLOTTE: No, yo me llamo Charlotte.
VAGABUNDO: Como Chaplin.
CHARLOTTE: Casi.
VAGABUNDO: Chaplin también era vagabundo, ¿sabe?
CHARLOTTE: Sólo en las películas.
VAGABUNDO: Es verdad, qué injusticia. A mí también me gustaría ser vagabundo sólo en las películas, pero ya ve: tengo que serlo las veinticuatro horas del día.
CHARLOTTE: A mí también me gustaría que fuera vagabundo sólo en las películas. Así estaría en la pantalla en vez de en mi banco.
VAGABUNDO: Le repito que el banco no es suyo.
CHARLOTTE: Puede que no, pero tiene un inestimable valor sentimental para mí.
VAGABUNDO: ¿Y eso por qué?
CHARLOTTE: En él me enamoré.
VAGABUNDO: ¿De quién?
CHARLOTTE: De un hombre.
VAGABUNDO: ¿Y qué ocurrió?
CHARLOTTE: Pues que se me pasó el enamoramiento al levantarme del banco y marcharme a casa.
VAGABUNDO: Eso que me cuenta es muy raro.
CHARLOTTE: Lo sé, pero es la verdad. Así que a veces vuelvo al banco, a ver si siento amor de nuevo. Pero no.
VAGABUNDO: ¿No?
CHARLOTTE: No. A lo sumo, siento cierta incomodidad, sobre todo cuando llevo mucho tiempo sentada. La verdad es que es un banco bastante duro.
VAGABUNDO: Dígamelo a mí, que tengo que dormir en él.
CHARLOTTE: ¿Y nunca ha sentido usted amor en él?
VAGABUNDO: Alguna vez me he excitado, pero porque paseaba por el parque alguna mujer bonita.
CHARLOTTE: No sea guarro. A ver, déjeme sitio.
VAGABUNDO: Sí, perdone.
CHARLOTTE: Nada, no siento amor.
VAGABUNDO: Yo tengo algo de hambre.
CHARLOTTE: Pues yo también, pero no es lo mismo.
VAGABUNDO: A veces se parece.
CHARLOTTE: Sí. Pero sólo a veces.

domingo, 8 de mayo de 2011

De tu voz de niña y otras heridas

Qué mentiroso eres, me dice ella. ¿Por qué, cuándo te he mentido?, le pregunto yo. Y me contesta: ahora, cuando has dicho que estás muerto por dentro. Y no sé qué contestarle. Porque tengo que callarme que su dulzura puede más que yo. «De tu voz de niña y otras heridas», le he escrito antes en un billete de autobús, como recuerdo. Porque me está matando tener que irme, pero también me callo esto.

jueves, 5 de mayo de 2011

Olvidarte me ha costado la vida

«Olvidarte me ha costado la vida», le escribe a la chica, pero de pronto se lo piensa: ¿Es esto cierto? La verdad es que todavía respira; si no fuera así, no podría estar escribiendo esta carta. Pero es que no lo dice de forma literal, se justifica: es una forma de hablar, quizá algo exagerada. Lo cierto es que antes, cuando no podía olvidarla, sí que no tenía vida. Aquello era un suplicio insufrible. Por eso se dijo entonces: o la olvido o me muero. Y no puede ser que le haya costado la vida igualmente, si la idea era olvidarla para seguir viviendo. Hay que ser coherente. Además, ¿cómo puede decir que la ha olvidado cuando se ha sentado ahora a escribirle una carta? Así que coge la carta y la tira a la papelera, sintiendo que la vida le ha costado la cordura. O la locura le ha costado la vida. O vaya usted a saber.

miércoles, 4 de mayo de 2011

La ciudad

Me cuenta un amigo que será muy raro cuando vuelva a la ciudad en la que vivió tantas cosas con su ahora ex novia. Ya no será la misma ciudad, dice. Yo le contesto que eso es porque toda ciudad tiene dos realidades: la física y la sentimental. Y a esa ciudad de tu pasado ya no podrás volver, le digo. Será ahora una ciudad ajena, una ciudad nueva, aunque en alguna calle pueda asaltarte un déjà vu. Nada más que recuerdos fantasmales en una ciudad de otros. De todos modos, tú tampoco eres ya aquel del pasado.

martes, 3 de mayo de 2011

Fantasmas de los bichos

Me cuenta que no puede dormir, que se levanta de la cama y va al cuarto de baño (no dice para qué, pero imagino que para mear, no para mirarse en el espejo como una coqueta y reconocerse en el reflejo). Allí ve un bicho, un bicho que corre, como si llegara tarde a algún sitio, aunque no lleva reloj (y es que esto sólo lo hacen los conejos). Ella ante esto reacciona con decisión: tiene que matar al bicho. Porque es muy feo y la vida va a tratarlo muy mal. Es un acto de caridad, es por su bien. Eutanasia, casi. Aunque no le pregunta al bicho su opinión y decide ejecutarlo sin un juicio justo, pero también es cierto que no son horas para mantener conversaciones con insectos y no digamos ya celebrar juicios (¿dónde iba a encontrar un abogado competente?). Así que coge papel higiénico, que tampoco es cuestión de mancharse, y lo aplasta de forma expeditiva, inmisericorde. Tanto, que parece que lo ha desintegrado, pues al querer regodearse con la visión del cadáver descubre con sorpresa que no hay nada. Como si el bicho sólo hubiera existido en su imaginación o, peor aún, fuera el fantasma de un bicho que mató en el pasado y se presentara ahora para atormentarla. Pero esto no tiene sentido alguno. Si fuera el fantasma de un mamífero, sería otra cosa. El fantasma de un perro, por ejemplo. O incluso de un ratón. ¿Pero dónde se han visto fantasmas de insectos? Interrumpe sus pensamientos el bicho, que vuelve a aparecer. Le ha gustado y quiere repetir, piensa ella. Ha resucitado para morir de nuevo. Y esta vez no falla, que en el papel higiénico queda la prueba del delito. Pero sólo brevemente, pues ella comete un error: tira el papel al retrete. Como si ignorara algo que te enseñan en primero de Derecho: si no hay cuerpo, no hay asesinato. Y es cuando le digo esto que le entran las dudas. Tenía que haber pedido la autopsia, se lamenta. Porque esto es terrible: si no hay asesinato, quiere decir que no ha muerto. Metafísicamente es posible, sí, le digo yo.

lunes, 2 de mayo de 2011

El Caribe

La primera noche fuimos a cenar al bar Caribe, que estaba cerca de su piso. Cuando llegamos parecía que estaba cerrado, pues estaba a oscuras. Resultó que estaba abierto, pero había un problema con el suministro eléctrico, así que cenamos a la luz de las velas, circunstancia que aprovechó ella para subrayar que la primera noche era romántica y que era mérito suyo. Esto fue en invierno. Pasaron los meses y seguíamos prometiéndonos volver a vernos, aunque yo había dejado de creer en ello. Una noche me dijo: en el Caribe han sacado ya las mesas a la calle. Qué pena, ya no pasaremos frío en el Caribe, contesté yo. Bueno, pues pasaremos calor, respondió ella. Y jugábamos con esa ambigüedad, pero, en cualquier caso, el Caribe quedaba muy lejos de nosotros.

domingo, 1 de mayo de 2011

El exilio

Lejos de ella, entiende perfectamente que «errar» signifique tanto vagar como equivocarse.