domingo, 30 de noviembre de 2008

Mujeres

—Esta noche salgo sola. Deséame suerte.
—No la necesitas, ellos sí.

sábado, 29 de noviembre de 2008

La ineptitud

Vino a ver cómo me iba. Bien, le dije yo, estoy escribiendo una novela. ¿Cómo se llama?, preguntó. La ineptitud, respondí, que suena a título de Kundera: cuenta cómo los animales criados en cautividad mueren cuando tienen que enfrentarse a la naturaleza salvaje. ¿En serio?, preguntó ella. Más o menos, en realidad hablo de mi vida, contesté yo.

viernes, 28 de noviembre de 2008

Un largo momento

El fin de la noche. Por algún motivo, pienso en Noches blancas. Ella se marcha y yo me quedo mirándola como un pasmarote. Y me acuerdo de una cosa que dijo una vez Leonard Cohen sobre Suzanne: «¡De pie, de pie, Suzanne está pasando!». Siempre hay referencias a mano.

jueves, 27 de noviembre de 2008

Actores

Siempre soy el malo de la película. Es a causa de mi rostro, «un rostro que parece cincelado con una motosierra», según un crítico. «Con esa cara nunca podrás ser un galán», me dijo una vez mi agente, «salvo quizás en películas de ciencia-ficción, amor entre engendros del espacio y cosas así, o quizás en un remake de La novia de Frankenstein». Pero no me quejo demasiado, esta cara monstruosa me ha dado de comer bastante bien, aunque haya sido sirviendo al mal en la ficción, lo que, tengo que admitirlo, me ha causado algún quebradero de cabeza en la vida real. Con los vecinos, por ejemplo. La gente se deja influir con facilidad por lo que ve en las películas y enseguida piensa que eres un villano. Te encasillan no sólo en el cine, sino también en la vida. Luego me cuesta una barbaridad convencerles de que soy una persona encantadora, y no sé si lo consigo del todo, quizás piensan que estoy fingiendo y que acabaré con ellos cuando estén desprevenidos, pero cómo saberlo, cómo saber si ellos también están fingiendo.

miércoles, 26 de noviembre de 2008

Asesinos

Enciendo un cigarrillo como apago una vida. Y lo contrario. A la hora de morir se ve lo que de verdad vale un hombre. Que es casi nada, se lo puedo decir. Algunos se ponen bravos, pero son los menos. La mayoría suplica, patalea, llora, como si eso fuera a funcionar con alguien. Es un regreso a la niñez, el miedo infantiliza. «Mamá, mamá», incluso dice alguno. Como si la madre fuera un ser divino que pudiera salvarle. «Que venga tu madre y le damos también matarile», les contesto yo, «pero antes nos divertiremos un poco con ella». Imbéciles. Lo mejor es guardar silencio, se lo digo yo. Todo lo que digas puede ser utilizado en tu contra, porque, vamos a ver, ¿qué demonios puedes decir cuando te van a matar? Algo inteligente, algo que importe. Ya le puedo decir yo que a nosotros nos importa un pimiento que el condenado nos declame un poema o nos diga la lista de la compra. Nos da lo mismo. En todo caso, esperamos que nos divierta, nada más, no que nos convenza de nada. Bastantes cosas tenemos en las que pensar como para que venga un desgraciado a darnos el coñazo.

martes, 25 de noviembre de 2008

Fronteras interiores

Si yo tuviera que elegir algo, si tan sólo dependiera de mi elección, qué otra opción habría sino tú, amor, que eres cálida como la mañana en primavera, cuando uno siente que la vida vuelve a empezar, aunque esto último puede que sea mentira, que lo es, que lo es. Pero qué sabré yo de todo esto, si estoy cada mañana en la cola de los vendedores de mentiras, como decía B.B., que es Bertolt Brecht, no Brigitte Bardot, que sería su némesis, una señora estúpida y fascista, aunque muy guapa de joven. «Una noche, senté a la belleza en mis rodillas. Y la encontré amarga. Y la injurié». Mas esto es de Rimbaud. Mejor estar entre las piernas de la belleza, sin duda. Pero la belleza siempre enreda sus piernas con las de otro, claro, aunque queda la muerte, esa nunca rechaza un baile, siempre tiene tiempo para tomarse una copa contigo. No, no he quedado con nadie, no te preocupes, tenemos toda la noche, te dice. Si no fuera tan fea, si no tuviera carmín en los dientes, que no sabe ni pintarse los labios. Pero no, no, yo elijo otra cosa mientras tanto, elijo la vida mientras decido qué hacer, si es que al final hago algo. No perseguirte más, me digo. ¿Buscarte siempre y no encontrarte nunca? No, es terriblemente fácil. Otros retos, otros ritos (otros rotos, incluso). Al fin y al cabo, yo en realidad no sé nada de ti, así que tengo que inventarte. No te conozco, no te sé. Y te invento como quien se inventa a dios. A oscuras, a solas, de rodillas. If it be your will, como la canción de Leonard Cohen. Pero estar de rodillas nunca ha sido realmente lo mío, lo que a mí me gustaría, lo justo, sería tenerte de rodillas a ti. Y que tuviera que decirte que ya está bien de tanto quitarme la ropa, que uno es humano aunque el ego diga otra cosa. Y decirte también, aunque ya lo sabes, que tes seins sont les seuls obus que j'aime, y se lo robo a Apollinaire como otros me robarán siempre las cosas que te escribo.

lunes, 24 de noviembre de 2008

Capítulo 1549

«Lo mejor sería no vernos», me dice. «Porque cuando te veo quiero que pasen cosas y no puede ser». Suficiente. La cojo del brazo y la atraigo hacia mí. «No, no, no», protesta ella débilmente. Pero se calla cuando la beso y me devuelve el beso con todo su cuerpo. Luego empieza a sentirse fatal por esto. «Soy mala persona, esto no está bien», dice. A mí sus quejas me inspiran una súbita ternura e intento abrazarla. Se revuelve. «Ven aquí, que no te voy a volver a besar». La abrazo y acariciándole el pelo le digo: «qué tonta eres». Ella dice con un hilo de voz: «es que si me tocas me lo pones muy difícil». Cómo no quererla.

domingo, 23 de noviembre de 2008

Intermedio

Tengo una crisis. Yo funciono así, de vez en cuando me da un aire (ya sé que también me los doy). O vientos alisios. Me alejo de mí para explorar y me vuelvo loco cuando de pronto no reconozco nada de lo que hay a mi alrededor. Quién soy. La esquizofrenia del que trata de ser otro para acabar recogiéndose sobre uno mismo. Como un yoyó. Y uno escribe para que la vida tenga cierta coherencia. O no, ahora mismo no lo sé.

sábado, 22 de noviembre de 2008

Y otros sistemas de creencias

—Si te digo que te quiero, ¿me crees?
—No, pero es bonito igualmente.
—¿Y yo tampoco me lo puedo creer?
—Claro que sí; el pensamiento es libre.

viernes, 21 de noviembre de 2008

De difuntos

Que si podía ir al funeral de su marido, eso fue lo que me dijo por teléfono mi ex mujer. A mí me pareció algo fuera de lugar, qué pintaba yo allí, pero ella me recordó mi vieja amistad con el hombre que me había arrebatado a la mujer de mi vida. «Ya sabes que Paco te apreciaba mucho», me dijo, «él no quería hacerte daño, son cosas que pasan». Está bien, tampoco voy a hacerle un feo al muerto, pensé, que no se diga que soy mala persona. Así que allí estaba yo el día del entierro, con un tiempo de perros, pasando frío e intentando consolarme pensando que estaba muerto aquel amigo traidor que se había estado viendo a mis espaldas con mi señora. Paco, no somos nadie, quién te iba a decir que íbamos a acabar así. Seguro que todo te parecía de color de rosa cuando te encamabas con Mercedes, pero ahora tú estás muerto y yo estoy vivo. Y pensar que estuve a punto de matarte por robarme la mujer, cuando sólo tenía que esperar tres años.
Me saludó Mercedes con dos besos y un abrazo. Te acompaño en el sentimiento, dije yo, aunque era mentira. Noté que se me había puesto dura, creo que ella también se dio cuenta, pero no dijo nada. Qué guapa estaba. Maravillosa. Fantaseé durante un rato con la posibilidad de follar con ella sobre alguna tumba. La de Paco, a ser posible. Qué frío está el mármol, diría ella. Polvo eres y en polvo te convertirás, diría yo, por hacerme el gracioso. Pensé también que sería bonito dejarla embarazada, engendrar un hijo en un cementerio, por llevarle la contraria a la vida, por desafiar las reglas de lo normal. Hijo, le diría, a ti te engendramos sobre una tumba, sobre la tumba del difunto marido de tu madre, que antes fue amigo mío. ¿Pero y si el niño me respondía que lo sabía? Lo sé, Antonio, yo estaba allí. ¿Paco? Sí, me he reencarnado en tu hijo, ¿te pareció correcto lo de follarte a mi viuda sobre mi cadáver recién enterrado? Yo qué sabía, Paco, en ese momento me pareció buena idea. Pues fue una canallada, me respondería mi hijo mirándome con los ojos de un muerto. Este niño no está bien, hay que meterlo en un internado, le diría yo luego a Mercedes. Uno con mucha disciplina y castigos corporales.
No, quizás lo del sexo con tu ex mujer tenía más inconvenientes que ventajas. Mejor dejarlo como mera fantasía. Y me quedé mirándola en silencio preguntándome si la ropa interior que llevaba sería también negra.

jueves, 20 de noviembre de 2008

Carencias

Me está hablando de algo, pero no presto atención. Se presta atención para que luego te la devuelvan, claro, pero tampoco me interesa su atención. No me hace falta su admiración, que gritaba Fernán Gómez en uno de sus berrinches. Pero no es culpa de la chica, soy yo, que estoy muerto por dentro. Mi alma es un erial en el que no puede crecer ningún sentimiento, salvo el hastío, que supongo que es una mala hierba. O una serpiente venenosa. Soy el desierto del Gobi, guapa, no te esfuerces, no pierdas el tiempo, yo tengo la cabeza en otra parte. Aunque podríamos follar, eso siempre ayuda.

miércoles, 19 de noviembre de 2008

Poemas a la muerte de John Dillinger

—Poemas a la muerte de John Dillinger. Número uno: yo, que tantos hombres he sido, y sin embargo.
—¿Sin embargo qué?
—Nada, sólo sin embargo. Embargo de bienes. Bienes raíces. Raíces de mi patria. Patria nuestra que estás en los cielos. Cielos, ¿lo estás apuntando?
—¿Pero eso es el poema?
—Es improvisación. Un happening. Una performance. Poesía viva en el continuo espacio-tiempo.
—Vale, estaré más atento a partir de ahora.
—Pero era el segundo. El primero era el primero: «Yo, que con tantas mujeres he estado, y sin embargo».
—No era así.
—Bueno, pues entonces es el tercero. Apúntalo.
—Es la última vez que soy tu secretario, esto es un sinvivir.
—Por supuesto, es arte. Hay que sufrir. ¿Quieres un par de bofetadas?
—¿Para qué?
—Para sufrir, está claro. Acercarte al arte.
—No, no, lo de poner la otra mejilla nunca ha sido lo mío, mejor soy cronista de tu obra.
—Bien. «Yo, que no sé quién soy, ni quién he sido, y sin embargo».
—Ajá.
—«Yo, que apoyo a la revolución cubana y estoy en contra del embargo».
—Sí.
—«He visto a las mejores mentes de mi generación destruidas por la locura».
—Pero eso es de Ginsberg.
—¿De quién?
—De Allen Ginsberg, un poeta beat. Es bastante famoso.
—¿Crees que alguien se dará cuenta?
—Posiblemente.
—Se puede cambiar. «He contemplado a los mejores hombres de mi generación derrotados por la amargura». ¿Qué tal ahora?
—Se sigue notando bastante.
—Bah, formalismos. Convencionalismos. Clientelismos.
—Lo quitamos, ¿no?
—Sí. Sigo. «Me mirabas con ojos brumosos de embriaguez o quizás de amor, siempre tuve problemas para diferenciar ambas cosas. Yo te dije: crecí sin amigos, sin amor, sin una familia a la que culpar de mi fracaso, pero no grité ninguna de las noches que pasé solo, hasta ahora, que te he conocido. Tengo ganas de gritar todo el tiempo cosas incomprensibles, absurdas. Quiero descolocarte. Descolocarte las cosas de sitio, cambiarte los cuadros de las paredes por versiones infantiles de los mismos, versiones realizadas por mí con rotuladores Carioca, que no sé si siguen existiendo fuera de mis recuerdos. Decirte cuando te despiertes cosas como: ¿te has dado cuenta de que cocktail significa “cola de polla” y todo el mundo lo acepta con naturalidad? Para el coche, contestaste tú».
—Contestaste tú…
—Yo no, ella.
—Ya lo sé, lo estaba leyendo en voz alta.
—«Yo te hablaré en un idioma que no entenderás, puesto que me lo inventaré por completo. Abajo las normas gramaticales, abajo la lógica, el sentido. Muerte a estas líneas que dicto en un manicomio. Muerte a las líneas maestras de mi corazón. Muerte a un futuro teñido de negro. De humor negro. Dillinger ha muerto tiroteado a las puertas de un cine. La verdadera película estaba fuera, pensó un espectador, pero no le devolvieron el dinero. Y hay que morir así. No acribillado a balazos, aunque quizás también, sino haciendo ruido. Con convicción, nada de morir a medias. Que me abatan a tiros, pienso, pues yo no quiero vivir así, con este dolor de no verte. Y sin embargo…».
—¿Qué más?
—Nada más, lo terminamos abruptamente, como un asesinato.

martes, 18 de noviembre de 2008

Silencios

Estoy en Berlín pasando frío junto a la chica. La chica, que es de otro. La beso y la abrazo, pero luego se va a dormir con otro. Qué no haría yo contigo, pienso, pero no lo digo. Qué rubia te has puesto, pienso también, pero tampoco lo digo. Me rompes el corazón cuando sonríes así, cuando te tocas el pelo, pero me callo. Hay que ser Bogart para poder decir ciertas cosas y no hacer el ridículo. Además, tú eres la chica más bonita del mundo y estarás acostumbrada a oír cosas parecidas. Yo siempre quiero ser original, es el deseo de no ser como los demás. Mejor entonces callar y disimular, claro. Aunque bien sabes que te digo cosas peores. «Fúgate conmigo», por ejemplo. «Tengo un avión esperando», aunque es mentira. Se me olvida siempre que esto es la vida real, será por mirarte demasiado. Y más tonterías que callarse. Yo te haría reír, tú me harías escribir una obra insospechada. Yo quiero ser quien te quite el sueño y la ropa.

lunes, 17 de noviembre de 2008

Sombras chinescas

Un grito congelado en la noche, eterno como estos golpes en la pared. Y yo no sé si estoy vivo o despierto. Toda la noche haciendo sombras chinescas. Mira, este eres tú, dice la muerte haciendo un conejo o un perro. O mejor: esto soy yo, dice alguien que se parece a mí. Claro, tiene sentido, una sombra, una sombra de lo que fui. Ya no escribo poemas, eso lo dejo para otros. Hay más poesía en desnudarte que en un verso de Celan.

domingo, 16 de noviembre de 2008

Epílogo

Dónde quedaron los recuerdos de una vida contigo. En el ayer de otro, quizás.

sábado, 15 de noviembre de 2008

Encuentros nocturnos

Estoy borracho, así que es sábado. Me llama una chica. Que vaya a su piso, que acaba de salir del trabajo y le apetece casa. Voy. Nos sentamos en el sofá y me dice: estoy muy cansada, ¿quieres ver una peli? ¿Para ver una película me has hecho venir?, contesto yo. Dios, eres tan cínico, dice ella. ¿Qué dices? Si soy puro candor, respondo yo. Después la beso aprovechando que, en caso de rechazo, puedo alegar embriaguez. Le quito la ropa, me quito la ropa. Con cuidado, me dice cuando la penetro, hace mucho que no. ¿En serio? Bueno, «mucho» pueden ser cinco días, reconoce. Cállate, le digo. Me gusta tu boca, dice, y el resto se pierde entre gemidos.

viernes, 14 de noviembre de 2008

Últimas tardes en la Tierra

Hace tiempo que no escribo de ti, será el clima, que me sienta bien, o quizás las friegas con esencia de pino que me administran unas enfermeras filipinas o tailandesas (no lo tengo claro). Cuesta pensar con dolorosas erecciones. Quizás recuerdes que me iba a comer el mundo a tu lado, si te llegan ecos del pasado como las gaviotas que oigo desde mi ventana. Tú tenías otros planes, claro, yo me vi obligado a improvisar una vida sin ti. Ahora el cielo se vuelve naranja post-nuclear y tengo un vaso vacío en la mano, lo que es toda una declaración de intenciones. Le diré a la enfermera filipina (o tailandesa) que me lo llene. Nos entendemos por señas, sí, pero cómo preguntar por señas a tu interlocutora si es filipina. Tampoco importa demasiado, supongo, pero la curiosidad siempre está ahí. Qué llevarás puesto ahora, me pregunto.

jueves, 13 de noviembre de 2008

Poetas por la reacción

Pedro Toledo Blanco, poeta y torero, nace en Sevilla en 1918. Miembro de una familia acomodada, recibe una educación excelente, aunque de valores ultramontanos. A la edad de diez años compone sus primeros versos: «En una mañana que no era / me desperté impasible / y sin embargo con hambre». Estos tempranos intentos poéticos no son del agrado del padre, que considera que la literatura es izquierdosa, apátrida y atea. Todo cambia cuando las madres carmelitas responsables de la educación de su hijo le hablan de Santa Teresa de Jesús. A raíz de este episodio, el pequeño Toledo escribe a modo de homenaje: «Vivo sin vivir en mí / vivo en otros que me miran pero no me ven / vivo para desmentir que existo».
La poesía japonesa y otros ámbitos de superación personal se titula la plaquette que, a los dieciséis años, reparte por las iglesias hispalenses para consternación de los feligreses, que no entienden nada. Son años de república, de revuelta en Asturias, años que forman el carácter de Pedro Toledo, que es ya un pequeño ultraderechista. «Las esquinas de las calles son para los amigos que se encuentran, no para las prostitutas», escribe en un poema. Son años también de hormonas desbocadas y primeros amores, pues Toledo se ha enamorado de Pituca, una chica que ha conocido en la iglesia. Es un amor desgraciado y frustrante que amarga a Toledo hasta el extremo de hacerle abandonar la ciudad. Desaparece sin decirle nada a nadie.
Cerca de un año después toma la alternativa en Jaén. Pedro Toledo, torero. El escándalo en la alta sociedad sevillana es mayúsculo. Su familia lo deshereda, pero a él parece no importarle. El mundo taurino aplaude la llegada del nuevo fenómeno de los ruedos. «Por cuatro duros / me juego el pellejo todas las tardes / viviendo sin vivir en mí», escribe.
Entonces estalla la Guerra Civil. Toledo corre raudo a alistarse en el bando franquista a pesar de tener una novia comunista, novia a la que enseguida denuncia a las autoridades. Ella le escribe desde la cárcel suplicándole una ayuda que él desdeñosamente le niega. Pronto es fusilada. Toledo se defenderá después aduciendo que qué sabía él del amor. «Además», añadirá, «estaba demasiado ocupado pegando tiros en el frente, yo también me enfrentaba a pelotones de fusilamiento todos los días en las trincheras».
Pedro Toledo torea con buena fortuna a la muerte. Franco entra en Madrid. Toledo decide entrar en la historia, aunque todavía no sabe cómo hacerlo. Funda una revista de poesía y tauromaquia: El minotauro. Pero escasea el papel y escasean los lectores, los españoles están más interesados en comer que en leer poemas sobre sangre y arena. Son años de carestía.
Rusia es culpable, proclama Serrano Suñer un día de verano de 1941. Alemania ha invadido la Unión Soviética e innumerables voluntarios falangistas se alistan en la División Azul, entre ellos Pedro Toledo, que ve en esto una llamada del destino. Participa en el cerco a Leningrado, que resiste al ejército nazi. Ese invierno Toledo ve la aurora boreal y, según él, a Dios en una isba. «Ningún hombre es una isba», escribe, «sino, en todo caso, una corrala que contiene multitudes vociferantes». El frío, los partisanos, el hambre, todo se une para hacer de Rusia un infierno. Los contraataques soviéticos son constantes y el ánimo de los españoles comienza a decaer, a pesar de los intentos de Pedro Toledo por mantener alta la moral. «Dejadme los T-34 a mí, que los toreo», grita en medio de la batalla, pero el humor no es suficiente para derrotar al Ejército Rojo, que poco a poco hace retroceder a los invasores. En 1943 son repatriados los soldados españoles, pero Toledo no sigue a sus camaradas. Henchido de anticomunismo, ingresa en las SS y se dispone a matar o morir por el Reich de los mil años. «Creo sinceramente que Hitler es el hombre de la Providencia», le escribe a un amigo, «aunque le haya copiado el bigote a Charlot para disimular». Desaparece en la batalla de Berlín, como un Bormann español, pero reaparece en un campo de prisioneros en Siberia. «Soy Pedro Toledo, poeta», declara a un sargento ucraniano que no le presta la menor atención.
Muere corneado por un yak al que intentaba torear para distraer a sus compañeros de cautiverio.

miércoles, 12 de noviembre de 2008

Writers

Se abren las puertas de la percepción y entra Arthur Miller acompañado de una rubia despampanante que responde al nombre artístico de Marilyn Monroe. ¿Ves, cariño?, dice él, las cosas son infinitas. «Pupupidú», contesta ella. En ese momento William Burroughs le vuela la tapa de los sesos a Joan Vollmer. Pero a quién se le ocurre jugar a Guillermo Tell, protesta Jack Kerouac. ¿Jugar a qué?, pregunta Burroughs, confundido. Vernon Sullivan se mira al espejo y se peina con una pistola. Mucho escritor armado veo yo aquí, dice Norman Mailer entre puñalada y puñalada a su mujer. Y todos con problemas con las mujeres, añade Ginsberg, que es homosexual. Además todos somos estadounidenses, apostilla Scott Fitzgerald dándole la medicación a Zelda. Yo no, dice Vernon Sullivan, que se quita el betún de la cara y resulta ser Boris Vian. Creo que estaba más cómodo con un negro que con un francés, responde Norman Mailer.

martes, 11 de noviembre de 2008

Una tarde de domingo

Quizás va siendo ya hora de ponerse de acuerdo con la vida. Firmar una tregua. Probar la coexistencia pacífica. No más drogas y desamor. No más malditismo. No más poemas escritos en tardes de domingo. No más literatura, por favor, no más literatura. No más cinismo: Yes, we can y todo eso. Todos los hombres son mis hermanos. Todas las mujeres son mis hermanas incestuosas. Va siendo hora quizás de probar otra cosa, nos vamos haciendo viejos.

lunes, 10 de noviembre de 2008

Los fracasos tempranos

Katerina, soñé que tuvimos un encuentro inesperado. Yo te propuse que nos viéramos en un hostal del centro. Me registraré con mi nombre de escritor, te dije, que es un tipo mucho más serio que yo, tú puedes registrarte con un nombre falso. Pensaba entonces en aquello que me repetías siempre: «yo te digo que sí a todo», pero esta vez me dijiste que no, a la hora de la verdad dijiste que no. No, eso no, pero te voy a llevar al chino más cutre y auténtico de toda la ciudad, respondiste. La comida china no me gusta tanto como desnudarte, pensé yo, pero no te dije nada.

domingo, 9 de noviembre de 2008

Je est un autre

Se me acerca un letón y me pide dinero. Un euro. Me cuenta que no tiene suficiente para comprar el billete de cercanías y que su hijo de cuatro años está solo en casa. Me asegura que no me está intentando engañar y para demostrármelo me dejará su pasaporte a cambio del dinero. Un pasaporte letón por un euro. Es un buen trato, pienso, una nueva identidad tan barata. Compro el pasaporte. Ahora soy más joven, nací el 24 de abril de 1984. Qué cantidad de cuatros. Me llamo Dimitri Godmanis. Me pregunto si ahora el supuesto niño de cuatro años que está solo en casa es mío o no. Llevo el Báltico en la mirada.

sábado, 8 de noviembre de 2008

Literatura

Cartas a Milena. Veintiuno. Blackjack.

domingo, 2 de noviembre de 2008

Tres dolores en un zapato

Esto es la vida, dice alguien. No, la vida podría ser mucho más. Más que este estajanovismo literario del fracaso. Más que una sucesión de amenazantes amaneceres y nocturnidades etílicas. Si yo quisiera emborracharme de tu cuerpo y otras frases baratas. Pero lo importante es el personaje, claro, aunque fagocite al autor, pues yo ya no sé quién soy y, lo que tiene más gracia, tampoco sé quién he dejado de ser. Escribo esto no sé si ayer, hoy o mañana. Salgo a la calle en busca de historias que contarme. Transidas de dolor, me amenazan las plañideras.

sábado, 1 de noviembre de 2008

What is matter?

Never mind. What is mind? No matter. Y otras preguntas tontas que nos hacemos, sensei. What is love? Baby, don't hurt me, don't hurt me no more. Disquisiciones de borracho, sensei. El otro día una chica me mandó una foto de su culo y yo me dije: así me gusta, basta ya de seducirme con poemas. Otra me dijo que estaba enamorada de mí, pero yo lo achaqué a esa locura femenina que les hace decir una cosa y a los cinco minutos negarla. La tercera chica de mi historia personal de los últimos días fue la de siempre, la primera, la que decidió cambiar mi vida, aunque en realidad ella no decidió nada, fui yo quien la eligió un día. No nos remontemos al principio, hablemos sólo de lo que pasó el día de autos. Estuve en su piso, que era una mezcla de diseño moderno y edificio en ruinas. Una pena todo, con lo bohemia que era, que se vestía un día de azul, otro de rojo, y llevaba bombín cuando tenía dieciséis años. La vida pequeñoburguesa, que lo deteriora todo, incluso el amor. Acabamos, no sé cómo, en una tetería hablando de literatura y de canciones de Jacques Brel que yo le susurraba al oído mientras deslizaba una mano entre sus piernas. Aquí no, me decía ella, pero dónde entonces, preguntaba yo. Siempre la cobardía, sensei, jodiéndolo todo. Si tú quieres a otra, a mí sólo quieres follarme, se quejaba ella, y yo contestaba: de qué me estás hablando, si yo no quiero a nadie.