En el pasillo que lleva al cuarto de baño me encuentro a Cecilia, que me sonríe y da dos besos. Luego me dice un par de cosas que apenas entiendo y algo que sí escucho con claridad:
—¿Recuerdas nuestras largas conversaciones por teléfono?
No sé a qué viene esa pregunta, quizá es que ha bebido tanto como yo. El caso es que huyo después de contestar:
—Sí, pero me meo.
Pero es mentira. No lo de mearme, sino lo de recordar las conversaciones. Mientras vacío la vejiga de tanta cerveza, intento recordar las conversaciones. Hace mucho de eso. Diez años, tal vez. Y sí, me suena que hablábamos mucho por teléfono. Una hora al día. Dos horas. Pero de qué. ¿De verdad teníamos tanto que decirnos? ¿Quién era aquel que ya no soy que tenía tanto que decirle a Cecilia? De qué hablamos cuando hablamos de amor, se preguntaba Carver. De qué hablábamos cuando hablábamos Cecilia y yo. De todo. De nada. Quién sabe.
3 comentarios:
Pero, ¿taba güena, Cecilia?
(Qué prosaico soy, por amor de Dió).
Sexo telefónico.
A mí me da terror que me pasen esas cosas, lo de que se me borren los recuerdos, y sin embargo ocurre.
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