sábado, 30 de noviembre de 2013

Arrancacorazones

Publicado originalmente en el segundo número de Obituario

El doctor Jacquemort llama a la puerta, que se abre enseguida.
—Buenos días —dice—, ¿necesita usted un psiquiatra?
—¿Qué manera es esa de hablarle a una dama?
—Pero si es usted un hombre.
—Sólo en este universo. Pero pase, pase y cuénteme lo que la psiquiatría puede hacer por mí.
Jacquemort entra en la habitación destartalada, retira del sofá una cucaracha muerta (lo que entorpecerá la investigación criminal) y se sienta.
—Yo es que fui envasado al vacío de pequeño, ¿sabe? Pero no todo el rato, sólo cuando mis padres salían. Eso ha afectado a mi desarrollo, aunque trato de leer a Jean-Sol Partre para formarme.
—La filosofía es malísima para la salud mental —responde Jacquemort.
—¡No me diga! Entonces es Jean-Sol Partre el culpable de mis problemas. ¿Usted cree que podría querellarme contra él?
—Iba a proponérselo ahora mismo. Si quiere, puedo testificar en el juicio.
—Es usted muy amable. ¿Cuánto me costaría?
—Cien doblezones.
—Sólo tengo tres.
—Trato hecho, pero me debe noventa y siete.
—Se los sacaremos a Jean-Sol Partre, junto con los años perdidos de la infancia. ¿Usted cree que me los devolverá?
—Ya no le sirven de nada, que es adulto.
—Pero puedo especular con ellos. Negociar con niños que no quieren crecer. Peterpanear.
—Sí, eso sí.

viernes, 29 de noviembre de 2013

Las confesiones

El problema es que conmigo no había misterio, ya que siempre dejaba escrito lo que pensaba.

jueves, 28 de noviembre de 2013

La página noventa y uno

—Su novela es muy interesante, pero al llegar a la página noventa y uno se desmorona como un castillo de naipes.
—Lo sé, pero no he podido evitarlo, es mi número de la mala suerte, desde pequeño. De hecho, el año 91 fue el peor año de mi vida, no me salió nada bien. ¿No podríamos saltarnos esa página?
—Imposible, toda novela necesita una página noventa y uno. Salvo que sea una novela corta, claro.
—¿Y si pusiéramos ahí una ilustración para no tener que escribir nada? Una ilustración que ahuyente la mala suerte. El dibujo de una pata de conejo, por ejemplo. O un trébol de cuatro hojas.

miércoles, 27 de noviembre de 2013

Un adelanto de amor

Podría darme usted un adelanto de amor, señorita. Un tráiler de cómo sería lo nuestro. Enseñarme una teta, al menos.

martes, 26 de noviembre de 2013

Corriente interrumpida

Publicado originalmente en el primer número de Obituario 

Casi cien años después de la guerra de las corrientes entre Tesla y Edison, Ian Curtis comenta que la suya es una corriente que se interrumpe de súbito. Lo mío es un problema del suministro eléctrico, dice. Un desorden en neuronas sin control. Nadie quiere hacerse cargo. Nadie puede hacerse cargo. La compañía eléctrica me ha dicho repetidas veces que no se hacen responsables de instalaciones defectuosas.

lunes, 25 de noviembre de 2013

Ley de seguridad ciudadana

Hubo un tiempo en el que este país soñaba con libertad. Con democracia. Con todas esas bellas palabras y conceptos que imperaban en los países civilizados. Vale, sí, no era una democracia perfecta lo que había en esos otros países, pero era una maravilla comparada con lo que teníamos aquí. Hoy la cosa no ha cambiado demasiado: sigue siendo una maravilla en comparación con la falsa democracia española. Y a partir de ahora se prohíbe toda crítica, toda protesta. Ya no se permite ni el derecho al pataleo. Prietas las filas, impasible el ademán.

domingo, 24 de noviembre de 2013

Una generación literaria

Soy el gran olvidado de la historia, pero influí de manera decisiva en la literatura española de posguerra. Fui el chico de los cafés. El camarero del café literario Rocinante, donde se reunían los integrantes de la generación del 46 (el número de la calle donde se encontraba la cafetería). Mi buen servicio a estos insignes escritores de alguna manera se reflejó en sus obras. ¿Habría sido la prosa nerviosa de Alfredo Bernabé tal sin mis cafés bien cargados? Quizá el joven Raúl Quinteros no habría sucumbido tan pronto de diabetes —dejando una maravillosa obra poética inconclusa—, si yo no le hubiera cambiado sistemáticamente la sacarina por azúcar. ¿Y esos carajillos que empujaron a Federico Valbuena al alcoholismo y la vida bohemia que lo convirtieron en maldito y enfant terrible de nuestras letras? Nadie me reconoce el mérito, pero fui yo, fui yo quien manejó los hilos en la sombra; como Gertrude Stein, pero con propinas.

sábado, 23 de noviembre de 2013

La llamada del ego

En la cocina, mientras desayunaba, me pareció escuchar una voz que me hablaba. Ya está, pensé, tengo esquizofrenia. Pero la voz parecía proceder de fuera de mi cabeza. Concretamente, de la tostadora. Me acerqué a ella y escuché claramente que decía: tú tenías que haber sido grande. Ya, le contesté, mis padres lo intentaron todo, pero me quedé en metro setenta. No, no grande en plan André el gigante, contestó la voz de la tostadora, yo me refiero a la gloria. ¿No ves que soy tu ego? Vengo a comunicarte la buena nueva: todavía no es tarde, puedes enmendarte. No sé, repuse, ¿está destinada a la grandeza la gente que habla con los electrodomésticos? Por supuesto, contestó la voz, los locos son los mejores clientes de la grandeza: mira a Napoleón. No, no, dije yo, te equivocas: los locos se creen Napoleón, pero él estaba cuerdo. Bueno, no me vengas con tecnicismos ahora para eludir tu destino, contestó la tostadora.

viernes, 22 de noviembre de 2013

Una labor metódica

Un escritor dijo una vez que el fracaso es el pasaporte hacia el éxito, caballero, y por eso me he dedicado yo durante todos estos años a fracasar espectacularmente, con la tranquilidad que da saber que esta tendencia al final se revierte sola.

jueves, 21 de noviembre de 2013

El cinturón de Rimbaud

Je m'en allais, les poings dans mes poches crevées;
Mon paletot soudain devenait idéal;
J'allais sous le ciel, Muse, et j'étais ton féal;
Oh! là là! que d'amours splendides j'ai rêvées!
ARTHUR RIMBAUD

Perseguimos el mito como perseguimos la juventud. Perseguimos al primer Rimbaud, el de los excesos poéticos y libidinosos. Rimbaud, insultantemente joven y bello, príncipe de los poetas, querubín del infierno que arrastra a la perdición a Verlaine. Amamos al Rimbaud que vive como una estrella de rock, que no tiene límites porque sabe que el mundo le pertenece.
Es el modelo. Es la luz y el camino. Es el faro y el guía.
Pero decidimos ignorar que ese mismo Rimbaud traiciona todo eso por una vida más comercial. Una vida en la que obsesionarse con el dinero, que nunca es suficiente, y que siempre lleva en el cinturón. Es difícil entender el tráfico de armas en África como un gesto poético.
Rimbaud admite que la poesía es mentira y que sólo cabe venderse. Abraza el cinismo con fervor. Rimbaud es como un joven del mayo del 68 que acaba votando a Le Pen.
Y sin embargo, hacemos como si nada hubiera pasado. Es como si ese segundo Rimbaud no existiera, como si hubiera muerto en el preciso instante en que dejó de escribir. Como si otro hubiera suplantado su identidad y, por lo tanto, ya no nos importara, pues sabemos que es un impostor: qué más nos da lo que haga ese tipo que se hace llamar Rimbaud, cuando todos sabemos que no es el de verdad. El de verdad escribía versos deslumbrantes y menearía la cabeza al contemplar los actos del que le ha robado el nombre.
Pero tampoco podemos ser tan duros con él. Igual que un suicida afirma la vida, un ex escritor afirma la literatura. Simplemente, no puede con ella. La ama, pero es incompatible con la tranquilidad de espíritu. Nos alejamos de tantos amores que nos hacen daño. La poesía no difiere mucho de esto. Es una condena. No puede salvar a nadie. Según Dostoievski, si Dios no existe, entonces todo está permitido. Es como si Rimbaud lo parafraseara de esta manera: si la poesía no es verdad, entonces todo vale. Ser mercenario. El tráfico de armas. El dinero. El dinero es verdad.
Además, no a todo el mundo le dispara otro poeta simbolista francés. Seguro que es una experiencia que te cambia la vida.

miércoles, 20 de noviembre de 2013

El bloqueo

Escúchame bien: lo mejor será que no nos veamos más. A partir de ahora, yo seré Napoleón y tú serás Inglaterra, por lo que te voy a someter a un bloqueo continental. Quizá en el futuro podamos encontrar otra solución, pero tengo que hacer esto por el bien de mi grandeur.

martes, 19 de noviembre de 2013

El diluvio

—Noé, escúchame atentamente: soy Dios y voy a aniquilar a la humanidad.
—Señor, ¿no es una solución un tanto radical?
—No me discutas, que sé lo que hago. Verás, podría acabar sólo con la especie humana, que para algo soy Dios, ¿pero para qué discriminar? He decidido mandar un diluvio universal que acabe con toda la vida del planeta.
—¿Con toda?
—Sí, pero para empezar de nuevo. Voy a reiniciar el sistema.
—¿Qué?
—Nada, no lo entenderías, que no eres Dios. Mira, esto es lo que necesito que hagas: tienes que fabricar un gran barco en medio del desierto.
—¿En el desierto? ¿Y de dónde saco la madera?
—Dios proveerá. El barco ha de tener las siguientes medidas: trescientos codos de longitud, quince de alto y cincuenta de ancho. Luego has de meter en él una pareja de cada especie animal, para que sobrevivan al diluvio y así volver a poblar el mundo.
—Esto... Señor, es un barco enorme, sin duda, pero es imposible que quepan en él todas las especies animales.
—No entiendes nada: gracias a mi poder divino, cabrán todas en él; yo haré que haya espacio suficiente.
—¿Y no podría construir una maqueta y usar luego tu poder divino para que quepan las especies animales en ella? Facilitaría mucho la tarea.
—¿Osas discutir a Dios? ¿Quieres que le proponga esto a otra familia?
—No, no, por Dios.

lunes, 18 de noviembre de 2013

Los amores primerizos

Porque tú sabes más de estas cosas y te aprovechas de mí, que soy una ingenua sin experiencia, dice ella, aunque yo niego con la cabeza, pues no entiende que en el amor soy siempre un amateur.

domingo, 17 de noviembre de 2013

Nacido un siglo antes

Es decir, nací en 1878, el año del Congreso de Berlín. Con veinte años, sucedió el desastre de Cuba y Filipinas. En 1903 se acabó mi relación con Alba mientras en Kitty Hawk, Carolina del Norte, los hermanos Wright volaban por primera vez en el Flyer. En 1913 publiqué mi primer libro, pero nadie lo recordará en el futuro, ya que Proust me eclipsará con su En busca del tiempo perdido.

sábado, 16 de noviembre de 2013

Una oportunidad

Usted no me conoce, pero yo podría ser alguien importante. La persona que cambie su vida. Si se fija bien, con la luz adecuada, parezco banquero.

viernes, 15 de noviembre de 2013

El fin de la crisis (3)

—Señor banquero, si se ha acabado ya la crisis, ¿por qué no fluye el crédito?
—¿Usted para qué periódico trabaja?
—Tal.
El banquero telefoneó al director del periódico y el periodista fue despedido en el acto.

jueves, 14 de noviembre de 2013

El fin de la crisis (2)

Felipe Martínez, natural de Teruel, acude a su banco para suplicar que no se le desahucie, pero el director general se muestra inflexible: tiene que abandonar su casa y vivir en la calle. Martínez explica que le pone al borde del suicidio, pero el banquero se encoge de hombros. Muy bien, usted lo ha querido así, responde Martínez, que saca un revólver del bolsillo de la chaqueta y le descerraja seis tiros. Luego se sienta pacientemente a esperar a la policía, que procede a detenerlo. Queda encarcelado en espera de juicio, pero está tranquilo: ahora tiene casa y comida gratis y, no menos importante, ha muerto un culpable en vez de un inocente.

miércoles, 13 de noviembre de 2013

El fin de la crisis

La crisis ha terminado, vuelve a reír la primavera, anuncian a bombo y platillo. Salgan a la calle a celebrarlo, escuchen el canto de los pájaros y el sonido de las monedas en los bolsillos rebosantes. No hagan caso a los agoreros que exigen que miremos a la realidad a la cara, la realidad hace tiempo que nos dio la espalda y lo mejor que podemos hacer todos es ignorarla con el despecho que se ha ganado a pulso.

martes, 12 de noviembre de 2013

La noche más extraña de mi vida

Estaba en la postbienal de jóvenes creadores de Europa y del Mediterráneo, en Salamanca. Era viernes por la noche y, en un ambiente de camaradería admirable, nos embriagábamos de bar en bar. Yo no tenía la sensación de haber bebido demasiado, pero de pronto hay lagunas en el continuo espaciotemporal. Primero estoy en un bar rodeado de artistas y acto seguido estoy caminando por las calles mojadas de Salamanca (había llovido unas horas antes). Me he despedido a la francesa (creo) y ando decidido por una ciudad que no conozco. Pero todo esto lo veo como en un sueño y llego a la conclusión de que estoy en el albergue dormido y paseando únicamente de forma onírica. Un sueño en el que no soy piloto, sino un simple espectador. Un sueño angustioso, pues tengo ganas de llegar en él al albergue y dormir al cuadrado.
Caminando de esta extraña manera (seguramente con cara de lelo), se termina de pronto la tierra, pues estoy mirando el suelo desde una altura considerable. Pero hay césped abajo, pienso. Y esto es un sueño, así que no puede pasarme nada. Salto. Y tiene que ser un sueño, ya que caigo a cámara lenta. De pie, pero trastabillo y acabo dándome un costalazo, aunque no siento ningún dolor (cómo iba a sentirlo, si estoy soñando). Me doy cuenta de que me he manchado los pantalones a la altura de las rodillas. Maldito césped húmedo.
Me dirijo a un edificio cercano. He llegado al albergue, pienso, y busco una puerta que me lleve al interior. Aquí hay otro salto espaciotemporal: de pronto estoy dentro, aunque no sé cómo he entrado. Busco mi habitación, pero me muevo por salas oscuras de lo que parece un sótano. Pruebo con todas las puertas que voy encontrando, pero algunas se abren y otras no. Llego a la primera planta, en la que amplios ventanales dejan pasar la luz de las farolas. Me encuentro de golpe con un guardia de seguridad, que, alarmado ante mi presencia, empieza a gritarme. Que qué hago aquí, me pregunta. Que cómo he entrado. Es un tipo grande, calvo, corpulento. Pero no me intimida, que yo sólo voy a mi habitación y así se lo digo. Me mira como si pensara que soy un loco peligroso, pero con tranquilidad le digo que estoy en la habitación cinco e intento abrir una puerta. Me detiene. Me dice que aquí no hay ninguna habitación, que cómo he entrado. Le digo que no lo sé, pero que estoy en la habitación cinco, ¿acaso no estamos en el albergue Lazarillo de Tormes? Esto no es el albergue, tío, me responde con enfado, ¿cómo has entrado? No lo sé, digo, e intento abrir otra puerta. No me vaciles, tío, no me vaciles, contesta él. Yo pienso: este sueño es muy raro, seguro que puedo despertar si abro esta puerta (es la salida a la realidad). Pero no se abre y el guardia de seguridad está cada vez más atónito.
El guardia me dice que espere ahí, que va a llamar a la policía. Yo asiento, pero cuando se marcha me encamino con naturalidad en dirección contraria a él. Al fondo hay unas puertas de cristal que llevan al exterior. Empiezo a correr, creo que feliz. De pronto, el vozarrón ronco del vigilante, que aúlla: ¿pero qué haces, tío? Llego a las puertas y empujo con la fuerza que da una pesadilla, pero no es suficiente: apenas logro separarlas lo suficiente para sacar un brazo. Como un loco, le grito al guardia de seguridad: hijo de puta, hijo de puta, hijo de puta, hijo de puta. Como si fuera una plegaria o algo así. Enseguida está encima de mí y me asesta unos manotazos al hombro y la espalda. Me tiendo bocarriba en el suelo, levanto la mano en señal de rendición y le digo: habitación cinco. Que aquí no hay habitaciones, que te has equivocado, que el albergue está al otro lado de la ciudad, dice. Yo sigo tendido, disfrutando cómodamente de la horizontalidad.
Otro salto en la narración. El vigilante y yo estamos en el exterior, junto a la puerta, y llegan dos coches de policía. El guardia de seguridad abre la verja y me lleva junto a los policías. Son cuatro, pero uno de ellos pasa dentro del recinto con el vigilante. Qué sueño más raro, pienso. Y coñazo, yo quiero soñar otra cosa. Pero no hay manera, por más que lo intente. Uno de los policías me pregunta con muy malas maneras cómo he entrado. Respondo con total sinceridad que no lo sé. Otro policía interviene también con brusquedad y me espeta que no les vacile. Qué fue de lo del poli malo y el poli bueno, me pregunto, pero contesto simplemente que no les vacilo, que no lo recuerdo, ¿es que no ven que he bebido? El tercer policía exige que me deje de historias. Me acerco un poco más en señal de paz para explicarles que no soy ningún maleante, pero el primer policía me coge del brazo y me empuja al suelo, gritándome que me siente. En el programa ese de la tele no son tan agresivos, pienso durante un segundo, pero levanto las manos y le repito: muy bien, estoy sentado, estoy sentado, aunque el tipo sigue empujándome, como si pretendiera que me sentara de una forma determinada que no consigo adivinar. Luego me pide (reclama, más bien) el DNI. Se lo doy. Procede a interrogarme brevemente. Que qué hago en Salamanca. Le cuento lo de la postbienal. Que por qué he entrado ahí. Le digo lo del albergue. El segundo policía dice que eso está muy lejos, en la otra parte de la ciudad. Yo pregunto en qué dirección. Con desgana, señala con el dedo. A mí se me pasa por la cabeza que me acercarán, como en las películas, pero no, en su lugar estamos en silencio durante un rato porque me mandan callar, un rato en el que no dejo de pensar que es uno de los peores sueños que he tenido en mi vida. Finalmente me dejan ir. Les vuelvo a preguntar la dirección del albergue, me la dan, pero sin ningún gesto que indique que van a apiadarse de un ciudadano en problemas. Empiezo a andar hacia allí y durante un par de minutos me siguen lentamente, pero se cansan y aceleran. Estoy de nuevo solo.
Calles que se parecen todas. Calles interminables. Calles oscuras y solitarias (¿no es viernes, no sale nadie, qué hora es?). Creo que cruzo el río Tormes por un puente, pero no estoy seguro. Voy diciéndome: ya está bien, Míchel, despiértate ya, tengo ganas de descansar. Me abofeteo. Luego, me abofeteo de nuevo. Me miro la pernera derecha, manchada de verde en la rodilla. Me digo: controla el sueño, es tu imaginación, al fin y al cabo; venga, al doblar esta esquina, estarás en la calle del albergue. Porque llegar al albergue es despertar. Pero doblo la esquina y es una calle que no me suena de nada. Una calle silenciosa, en la que es imposible que viva alguien. Y así varias veces. De pronto veo un taxi y decido pararlo. Y decido pararlo poniéndome en mitad de la carretera, con las manos en alto. A pesar de esto, se detiene.
Lo siguiente es que el taxi para frente a la puerta del albergue. El taxista sonríe y me comenta algo que no entiendo bien, pero se parece a: para eso estamos, hombre. Creo que pago, entro en el albergue, la recepción está a oscuras, pero hay un tipo con gafas atendiendo. Arrastrando las palabras, digo (¿cuántas veces ya esta noche?): habitación cinco. Asiente, busca la llave y me dice: ya hay alguien dentro. Durante un instante pienso que claro, que estoy yo allí soñando todo esto, pero se refiere a uno de mis compañeros de habitación. Voy para allí, entro, me descalzo junto a la cama y subo a mi litera.
A la mañana siguiente, desperté vestido en la cama (con las gafas puestas). Aparté el edredón y, efectivamente, tenía una mancha verde de césped en la rodilla derecha.

lunes, 11 de noviembre de 2013

La soledad del escritor de fondo

Yo, que conquistaré los arenales del tiempo. Algo así. Hablemos de la soledad del escritor de fondo, del dulce tormento de escribir una historia que, quizá, podría estar bien contada. La soledad del escritor del fondo, en la parte oscura del local, trasegando una bebida alcohólica tras otra, con la mirada perdida mientras piensa en vete a saber qué. La soledad del escritor sin fondos, que también, para qué vamos a negarlo.

domingo, 10 de noviembre de 2013

El hombre que creía ser Tolkien (2)

Llegó la Quinta Edad del Sol y surgieron problemas en la Tierra Media. Los orcos, cansados de vivir en reservas y guetos, reclamaron que se reconocieran sus derechos civiles, pues se los usaba como mano de obra barata (ahora que no había elfos ni enanos) y no les permitían entrar en los mismos locales que los humanos. Exigieron también participar en política, ya que las elecciones a senescal se acercaban y querían presentar a su propio candidato: Lutz Snaga, del que se decía que era semiorco y podía acercar por fin a los dos pueblos, enfrentados durante milenios.

sábado, 9 de noviembre de 2013

El hombre que creía ser Tolkien

Damas y caballeros, les he reunido hoy aquí para hablarles de la herencia de su difunto familiar. Ha decidido repartir entre ustedes las tierras del famoso mundo que creó: para el hijo mayor, Gondor, Rohan y Eriador; para su hija, los bosques de los elfos y las Montañas Nubladas; para su viuda, Mordor y las tierras áridas de Harad.

viernes, 8 de noviembre de 2013

Nosotros, los humanos

Defendemos la importancia de los errores en nuestra vida. Cometer errores es una excelente manera de aprender (algunas veces, la única manera). Sin embargo, gobiernos de toda Europa nos dicen que tenemos que ser perfectos en todo momento: el error no es una opción, nos dicen. Pero no somos máquinas, sino personas. Las personas cometemos errores constantemente. Aprendemos por ensayo y error. La vida no es ciencia, pero en la ciencia permitimos el método de ensayo y error, así que, ¿por qué no en la vida? No podemos ser perfectos ya desde el principio, no podemos ser perfectos si no aprendemos de nuestros errores. La vida no es perfecta, tampoco nosotros. Buscamos respuestas todo el rato y, a veces, fallamos. Es perfectamente normal. Es la vida.

jueves, 7 de noviembre de 2013

Técnicas fallidas de hipnosis

Pasaba todos los días frente a la redacción del periódico y susurraba: contratadme, contratadme.

miércoles, 6 de noviembre de 2013

El novelista en el tejado

La policía ya ha sido avisada: hay un novelista en el tejado que no deja dormir a los vecinos con el constante teclear de su máquina de escribir (dice que no puede pasarse a un moderno ordenador porque ahí arriba no tiene dónde enchufarlo). Se ha intentado razonar con él, pero en vano: aduce que si no baja es porque no puede encontrar en otro lugar esas vistas tan inspiradoras. Así que ahí sigue, recostado en una chimenea, inmune a nuestros requerimientos, escobazos de señoras que se encaraman a escaleras, lanzamientos de pelotas de tenis y demás métodos de disuasión improvisados.

martes, 5 de noviembre de 2013

Un triunfo de la voluntad

Quería aprender alemán, pero era un tipo muy ocupado y no tenía tiempo para estudiar, por lo que decidió probar con grabaciones de ese idioma para escuchar mientras dormía, pero eran un poco caras y él siempre había sido un tipo muy ahorrador. Por suerte, descubrió que había discursos enteros de Hitler en varias páginas neonazis y se podían descargar sin pagar nada. Así, consiguió tener un alemán de acento austriaco de lo más aceptable, aunque con un deje antisemita bastante pronunciado.

lunes, 4 de noviembre de 2013

Collages

Hagamos un monstruo de Frankenstein con tus ex amantes, le dice ella. ¿Con qué ojos te quedas? ¿Con qué boca? ¿Con qué nariz? ¿El pelo de qué chica? ¿Quién tenía las mejores tetas? ¿Y el mejor culo? ¿Cuál era tu coño favorito? ¿Una tenía los mejores muslos y otra los tobillos más bonitos? ¿Y los pies? Ah, las manos, las manos también son importantes, seguro que alguna tenía unas manos preciosas, de dedos finos y elegantes.

domingo, 3 de noviembre de 2013

Te amo como un idiota

—Te invito a cenar. Conozco un restaurante en el que todos los empleados están rapados; es imposible encontrar un pelo en la sopa.
—No te conozco lo suficiente y, si me dejara invitar por ti, quizá me vería luego obligada a follar contigo por remordimientos.
—A mí no me parece mal.
—A mí sí, que luego tendría otro tipo de remordimientos.
—Pero tú y yo, nena. Tú y yo podríamos ser tantas cosas. Todo lo que tú quisieras.
—Ya somos lo que yo quiero: nada, simples conocidos.
—Pero yo te amo como un idiota, ¿no lo entiendes? No puede haber un amor más puro, más sincero, más incondicional.
—Precisamente: ya tengo todo lo que puedes darme.

sábado, 2 de noviembre de 2013

El vórtice

Un vórtice espacio-temporal se abre de pronto en la habitación de un estudiante universitario de físicas. Qué extraño fenómeno, piensa mientras estudia el vórtice. Es un portal pequeño, como un agujero por el que espiar otros universos, y brilla con irisados colores, invitador. El estudiante mira a un lado y otro de la habitación (aunque sabe que está solo), se abre la bragueta y mete el pene en él.

viernes, 1 de noviembre de 2013

Criaturas de la noche

La noche envuelve la ciudad con su manto de oscuridad y Johan Nesburg se despierta hambriento en su ataúd. Ha dormido mal, un clavo le ha estado molestando todo el día en la rabadilla. Tendrá que llevar el ataúd al ebanista, lo que para un vampiro es algo difícil, ya que los vivos no suelen tener abiertos sus establecimientos de carpintería por la noche. Y lo peor es que Igor, su fiel lacayo, tiene el fin de semana libre. Tendrá que esperar hasta el martes. Así que Johan Nesburg se despierta con un humor de perros. Y con hambre. Quizá por eso tarda en darse cuenta de que está sonando el timbre. ¿Pero quién llama a la puerta de un vampiro? Espera que no sea de nuevo otro imitador de Van Helsing, sería lo que le falta a la noche para estropearse del todo. Alargando colmillos y brazos, se acerca a la puerta y la abre de golpe. Un niño, sin inmutarse, le enseña un saco y le dice: «truco o trato». Nesburg tarda en reaccionar. Recuerda tu entrenamiento, piensa, pero esto es una idiotez, que no le entrenaron de ninguna manera, ser vampiro surge por instinto en cuanto empiezas tu no-vida. «No tengo caramelos en casa, pequeño niño», responde por fin, «¿no ves que soy un vampiro?». Y se enfunda en su capa de forma amenazadora. «Yo también», responde el niño con una sonrisa, y Nesburg se da cuenta de que, efectivamente, el chico va disfrazado de criatura de la noche. Hay como un pequeño latido en el corazón muerto del vampiro. Ah, las nuevas generaciones, piensa. Y sonríe, lo que es una visión horrible para cualquier mortal. «Ven, pequeño, pasa a mi morada, quizá Igor tenga caramelos en la cocina». La vanidad ha convertido al vampiro en un ser amable, el niño está de suerte. Pero el pobre lo estropea todo y firma su sentencia de muerte al añadir: «y brillo cuando me da el sol».