sábado, 30 de abril de 2011

Beirut en primavera

Porque lo nuestro se parece a Stalingrado, le dice él, pero ella le rectifica, le dice que eso es falso y, además, muy típico: Stalingrado, Vietnam, Auschwitz, siempre lo mismo. No, es como Beirut en primavera, aunque es consciente de que ya no hay guerra en el Líbano. Flores entre los escombros, asegura con determinación. Y él no discute, porque uno siempre vuelve a ser quien era, a la primera oportunidad. Porque el amor no es más que pensamiento mágico, y es tan fácil creer contra toda evidencia si uno encuentra el estímulo adecuado.

viernes, 29 de abril de 2011

Los dos cafés en la estación de autobuses

Es uno de esos detalles que no se olvidan. Los dos cafés en la estación de autobuses. Porque el camarero tardaba y cuando llegó con ellos ya no quedaba casi nada para que saliera mi autobús. Y ella dijo: no importa, me tomo yo los dos. Y yo quería decir algo significativo para despedirme —aunque entonces no sabía que era la última vez que la vería—, pero ella no me dejó, se adelantó a mi intento y me dijo que me marchara ya, rápido, que se le daban fatal las despedidas. Y prácticamente me empujó hacia el autobús mientras repetía que me diera prisa, que lo iba a perder. Y así no dije nada y la dejé allí con sus dos cafés.

jueves, 28 de abril de 2011

La mente

Cuando llega a casa, descubre que no lleva encima el cuaderno en el que apunta las ideas. Se palpa cuidadosamente por todo el cuerpo, como si el cuaderno hubiera podido desplazarse desde el bolsillo de la chaqueta hasta algún lugar indeterminado de su anatomía, pero es inútil: no lo tiene. Lo ha perdido. Peor aún: se lo han robado. ¿Porque de qué manera podría haberlo perdido? No lo ha sacado en ningún momento del bolsillo, puesto que hoy no se le ha ocurrido nada que apuntar (hoy apenas ha pensado, podría decir). Así que se lo ha robado alguien, alguien que ha pensado que era la cartera y que en lugar de un botín económico se ha llevado lo más valioso que tenía: sus pensamientos. Un completo desconocido tiene acceso a sus reflexiones más íntimas, a sus ideas sobre esto y aquello. Un desconocido que quizá ahora mismo le lee la mente en el metro o en el autobús. «Alguien va por ahí con mis pensamientos», murmura. «Y con mi novia, que siempre está en ellos», añade en un acceso de celos bastante absurdo.

miércoles, 27 de abril de 2011

La paz

Volvió la paz al país, para felicidad de todos (excepto fabricantes de armas y futuristas). Altavoz fue por fin licenciado y con gran alegría regresó a casa, donde descubrió que Ernestina, su amante desde tiempos remotos, se había casado con un importador ruso y había concebido hijos y planes con él. Este hecho, admisible sólo para simpatizantes del ruso y Ernestina, azoró grandemente a Altavoz, que le echó en cara a la traidora su falta de fe, porque ella aducía que le creía muerto o proyecto de muerto (cosa que por cierto había repetido siempre el capellán de la compañía a todos los soldados). «¡Desgraciada, cómo te has atrevido a gestar los hijos de otro!», le espetó Altavoz entre los berreos de los infantes que abarrotaban la habitación. «No sólo gesto sus hijos, también gestiono su fortuna, entiéndeme», replicó ella. El ruso intervino entonces para decir algo que ninguno de los dos entendió, pues no hablaban su idioma, pero Altavoz, hombre orgulloso, le golpeó en la rótula por si acaso se trataba de un insulto, ya que no podía permitir que el honor de un valiente soldado fuera mancillado.
«¡Qué infortunio!», se dijo mientras salía de casa de su traicionera amante. «¿Ésta es mi recompensa a los sacrificios que he arrostrado por la patria? ¿Y ahora qué? Sólo se me dan bien el amor y la guerra, y ahora reinan el desamor y la paz». Meditando todo esto entró en un burdel en el que ya le conocían y que hacía descuentos a los héroes, pero sólo durante la primera semana de paz. Allí pasó una velada de ensueño con dos hermanas hispano-suizas, como la marca de automóviles, con las que practicó diversos acoplamientos sexuales con gran aprovechamiento.
A la mañana siguiente era de día, lo cual le pareció un excelente presagio. Se dirigió a casa de su buen amigo Clochard, que no había servido en el ejército debido a que era tartamudo. Clochard le abrió la puerta en pijama, puesto que le gustaba dormir hasta tarde, ya que no tenía que trabajar porque la pensión que recibía del gobierno por su invalidez era generosa.
—¡Mi buen Clochard! —dijo Altavoz abrazando a su sorprendido amigo—. Y, dime, ¿no tienes algo de vino?
Antes de que su amigo respondiera —lo que les podría llevar toda la tarde—, fue él mismo a la alacena, de la cual sacó una botella de buen burdeos que sirvió en dos vasos, pues decidió que era descortés beber en soledad el vino del anfitrión. Clochard, cariacontecido, se sentó a la mesa frente al inesperado invitado y empezó a trasegar el vino en pequeños sorbos. Altavoz, más desmedido, bebía como un cosaco y relataba sus hazañas guerreras, de las que se han escrito muchos cuentos y varias canciones francesas.
Una vez convenientemente borracho, Clochard podía hablar con normalidad, pues el alcohol le soltaba la lengua, aspecto que ocultó cuando lo llamaron a filas, aunque no por cobardía como se podría pensar, sino porque el honor militar exige que los soldados permanezcan sobrios en batalla (podría haber servido en la marina, pero no sabía nadar). Informó a Altavoz de las últimas novedades en moda urbana y, más importante aún, de que esa misma noche el conde Vantard organizaba un baile en su palacete para celebrar la llegada de la paz, «la más hermosa de las damiselas, por eso tan frecuentemente es vejada», en palabras del propio conde.
«¡La historia exige que asistamos!», exclamó Altavoz levantándose de un salto, cosa que es mejor no hacer cuando se está borracho, como rápidamente comprendió al desplomarse sobre la silla y destrozarla con su caída. Clochard, más prudente, evidenció su acuerdo limitándose a asentir, que las sillas estaban muy caras en esa época del año.
Salieron de casa al atardecer. Habían pensado coger el coche, pero pesaba demasiado para dos personas, así que finalmente decidieron ir a pie. Era una hermosa tarde de aires venecianos, pero sin canales, aunque con algún gondolero que otro en los arcenes de la carretera. Cuando llegaron al palacete del conde Vantard, profusamente decorado con motivos ferroviarios, se presentaron como «Benvenuti y señora», que Clochard con su bigote bien podía pasar por italiana. Benvenuti era el nombre del embajador italiano y se daba la circunstancia de que había fallecido el día anterior, pero al mayordomo le pareció indecoroso decirle al invitado que estaba muerto —al fin y al cabo, ésa es una tarea de la familia o los médicos—, así que los dejó pasar.
Bailaban las más hermosas damas del país en el gran salón de actos del conde Vantard. Bailaban al ritmo del vals de moda con la esperanza de cazar marido o amante de fortuna considerable. Los caballeros vestían sus mejores galas y parecían prestarse a esto que pretendían las damas, pero en secreto rumiaban la manera de acostarse con tan bellas señoritas sin comprometer en nada su situación económica o su estado civil. Era como la guerra, se dijo Altavoz, que aunque era pobre también quería descargar su fusil aquella noche en alguna trinchera. Se ajustó el monóculo, por tener un aspecto más distinguido y adinerado, y se acercó a su primer objetivo: una preciosa princesa eslava de rizos dorados que sujetaba con candor y donaire una copa de champán.
—Buenas noches, señorita. Permítame que me presente: soy Claudio Benvenuti, del Piamonte.
—¿Benvenuti? ¿Pero no había muerto?
—Me encuentro mucho mejor. Dígame, ¿no será usted por un casual la zarevna?
—Ya me gustaría, no paso de baronesa búlgara. Bueno, el barón es mi padre, pero algún día heredaré yo el título.
—Mejor, así no podrá decir que mi amor no es puro. Pues me he enamorado perdidamente de usted en el instante en que me golpeó con sus larguísimas pestañas.
—Es usted un adulador, seguro que tiene ensayada esa frase.
—Por supuesto que no, estoy en contra de Stanislavski, incluso he financiado un par de atentados contra él. Mi cortejo es del todo improvisado y, por lo tanto, sincero.
—Tendría usted que darme una estimación de su fortuna, no estoy segura de amarle todavía.
—Mi fortuna es inconmensurable, querida mía. Ahora, ¿qué le parece si nos retiramos a una habitación y contemplamos los tapices?
—Estaré encantada de hacerlo.
Entretanto, Clochard se debatía con viejos nobles polacos que encontraban irresistibles sus encantos impostados de madura italiana. «No, gracias», decía mientras se sacaba la enésima mano decrépita del escote, «estoy de luto, comprendan mi situación». «¿Y si cambiamos de situación y buscamos una más propicia, como la alcoba?», replicó un nonagenario antes de que se le cayera al suelo la dentadura, rompiéndose con gran estrépito. Entonces la Gran Duquesa de Oriente gritó «¡mis perlas!» y varios caballeros empezaron a recoger los dientes, dándoselos después a la Gran Duquesa, que los engarzó en una cadena que enseguida se puso al cuello. El nonagenario no dijo nada (su título era menor). Este revuelo lo aprovechó Clochard para salir subrepticiamente de la sala.
Altavoz, en el papel de Benvenuti, disfrutaba nuevamente de los placeres de la carne con el mismo arrojo que mostraba en el campo de batalla. La joven baronesa, que también era experta en estas lides, deleitó a nuestro héroe con algunas artimañas bien pagadas en ciertos prostíbulos asiáticos. Finalizado el acto amoroso, los contendientes comentaban la jugada cuando, sin anunciarse, entró en el cuarto el prometido de la joven búlgara, porque prometida estaba, aunque no lo había mencionado en ningún momento. El prometido no era otro que el conde Vantard, lo que era todavía peor, ya que el acto de Altavoz iba contra todas las normas de hospitalidad, excepto, quizás, las esquimales.
—¡Pero qué es esto! —gritó el conde—. Mi amada en brazos de otro. ¡En brazos de Benvenuti, nada menos! ¡Me engañas con un cadáver aprovechando la celebración de la paz! ¡Qué felonía, qué ultraje! ¿Es que no respetas nada, Katerina?
—Cariño, no es lo que parece. El embajador me estaba ayudando con el vestido, que se había atascado un broche.
—Claro, y eso requería desnudarse en la cama, ¿verdad? Y fornicar, porque eso es lo que habéis hecho, se escuchaban vuestros gritos infames sobre la música.
—He sido débil, Benvenuti me ha engañado —exclamó Katerina arrojándose a los pies del conde, espléndida en su desnudez—. Castígame, me lo merezco, azótame con la fusta en las nalgas. Soy sólo tuya.
El conde vaciló, ya que era un hombre y por tanto presa fácil para una mujer hermosa.
—Te perdono, querida, y te daré el castigo que mereces y que tanto te gusta. Pero esta ignominia hay que lavarla con sangre. Y puesto que Benvenuti se ha aprovechado de tu inocencia y de mi amabilidad, justo es que me dé la satisfacción de batirnos en duelo. Y más justo aún será que muera —otra vez— por mi mano.
Altavoz no dijo nada, pues consideró que desnudo no hay quien lo tome en serio a uno y, además, explicar que no era el difunto Benvenuti, sino un soldado recién licenciado, sólo podía empeorarlo todo más. Y como buen caballero no iba a acusar a la joven Katerina de haberle engañado con malas artes, puesto que él tampoco había sido el paradigma de la sinceridad (aunque ciertamente su fortuna era inconmensurable, que no se puede medir lo que no existe).
Se decidió que el duelo se celebraría, si es que los duelos son algo que puedan celebrarse, el primer día de primavera, para simbolizar el renacer de la vida (la del superviviente). Se mandaron telegramas a lo largo y ancho de Europa para que asistieran las más importantes personalidades, agotándose enseguida las entradas, que alcanzaron un precio altísimo en la reventa.
Altavoz se levantó de la cama el día de autos como si fuera un día cualquiera. No tenía miedo, se había enfrentado a cosas peores. Como aquella vez en la que, armándose de valor (y de granadas de mano, por si el valor no era suficiente), tomó sin ayuda de nadie un nido de ametralladoras, hazaña por la que fue condecorado, pues el Alto Mando sabe que las ametralladoras son muy agresivas cuando están anidando y cuidando a los polluelos. Se afeitó tranquilamente mientras aguardaban en otra habitación sus padrinos, que eran Clochard y una de las prostitutas hispano-suizas, como la marca de automóviles, que para amenizar la espera se dedicaba a comprobar el aguante de Clochard en el terreno sexual.
Llegaron poco antes del mediodía. La multitud se agolpaba en los graderíos levantados para la ocasión y una gran cantidad de vendedores ambulantes intentaba colocar sus productos a los turistas. Familias enteras habían decidido pasar el día en el campo y disfrutar de la naturaleza y los duelos a muerte. Con pompa y boato llegó entonces el conde Vantard, acompañado de Katerina —que rehuía la mirada de Altavoz—, sus padrinos, músicos y simpatizantes.
Altavoz y Vantard se saludaron fríamente, cogieron las pistolas y se colocaron espalda contra espalda en el punto designado para que comenzara el duelo. El público rugió de emoción, algunas mujeres se desmayaron. Los duelistas dieron sólo diez pasos, que era lo acordado, giraron sobre sí mismos y dispararon. Las pistolas eran Smith & Wesson, que en su publicidad de aquellos años decía: «nuestras balas son infalibles, sólo fallaría una entre un millón». Resultó que la bala del conde Vantard era una entre un millón y la pistola le explotó en la mano, seguida por la cabeza, que también le estalló al penetrar en ella la bala que había disparado Altavoz, que era un proyectil vulgar. El verde de la hierba se tiñó del rojo de la sangre y la gente prorrumpió en aplausos. Katerina, emocionada, corrió hacia Altavoz y, levantándose la falda, le ofreció sus nalgas desnudas. «Son tuyas, Benvenuti», le dijo. Altavoz alargó la mano y acarició la cálida y tentadora piel.

martes, 26 de abril de 2011

Historiadores de lo posible

Somos una nación joven, sin historia, pues no hace ni veinte años que por fin alcanzamos la independencia. Es por este motivo que se creó la Academia de la Historia Ucrónica: para investigar los acontecimientos que pudieron haber ocurrido, para tapar ese vacío, para ocupar ese lugar en la historia universal que nos fue negado por unas circunstancias adversas. Desarrollar cuál habría sido nuestro papel en la Guerra de los Treinta Años, por ejemplo. El colonialismo. La Primera Guerra Mundial. Inventar movimientos fascistas propios. Quiénes habrían sido nuestros presidentes a lo largo de los años; nuestros generales en las guerras. Hay tantas posibilidades. Todo lo que pudo haber sido, pero no fue.

lunes, 25 de abril de 2011

El miedo

—Me da miedo la gente.
—¿Por qué?
—Son seres extraños.
—¿A qué te refieres?
—No les conozco, no sé quiénes son.
—¿Y? ¿Significa eso que sean malos?
—A mí de pequeña me dijeron que no confiara en los desconocidos.
—Pero no hasta ese extremo.
—Yo creo que nunca se es lo bastante cuidadosa. Mejor prevenir que curar.
—Así que no sales a la calle.
—Sí que salgo, pero de madrugada, cuando están las calles vacías.
—Muy sano, sí.
—Y seguro.

domingo, 24 de abril de 2011

La dismnesia

Porque yo necesito algo eterno. Porque no confío en mis recuerdos. Porque siempre me pierdo en mis recuerdos. Porque no hay fin en mis recuerdos. Porque no hay significado en mis recuerdos. Porque estoy solo en mis recuerdos. Porque estoy sólo en mis recuerdos.

sábado, 23 de abril de 2011

Las ocasiones perdidas

Uno al final piensa que las ocasiones perdidas habrían conducido a una vida mejor que la que se tuvo en realidad, pero esto es así sólo porque la imaginación siempre deja en mal lugar a la vida.

viernes, 22 de abril de 2011

Los suelos

A las seis de la mañana, apurando el paso por las calles de Málaga. Con cuidado, que está el suelo mojado de la lluvia y puede uno resbalar. Y me acuerdo de pronto de Susana y sus críticas a los suelos de esta ciudad. Que quién ha puesto estas baldosas, decía. Que si no se mata la gente aquí cuando llueve, preguntaba. Y yo le decía que era una quejica y que nadie se fija en esas cosas.

jueves, 21 de abril de 2011

El insomnio sempiterno

Hace tiempo que es imposible dormir y parece que el tiempo se detiene. Como si la vida se estancara en el insomnio. Y la noche parece eterna, pero es un espejismo. De tanto andar en la vigilia, al final te encuentras el amanecer de frente. Y no has dormido. Pero entonces ya no importa, decides dejarlo para la noche siguiente, aunque sabes que será como la anterior. Como si todas las noches fueran la misma.

miércoles, 20 de abril de 2011

El Ministerio de la Realidad

El Ministerio de la Realidad está emplazado en un edificio existente, pues de lo contrario la oposición podría alegar que el Gobierno no es serio. En el Ministerio se encargan básicamente de problemas tridimensionales, aunque sin despreciar la cuarta dimensión en la que todos viajamos hacia el futuro (la oposición dice que de forma muy lenta). Últimamente se ha publicado en ciertos medios que algunos funcionarios se mueven por el hiperespacio, pero no es verdad: todo el mundo sabe que los funcionarios no destacan por su velocidad.

martes, 19 de abril de 2011

La ficción correcta

Las películas del Holocausto no son respetuosas con el dolor de las víctimas, decían ciertas asociaciones que pretendían que la industria del cine se autocensurase. «¿Qué es eso de sacar beneficio económico con el dolor de las víctimas?», decían, «es inmoral». Tanto presionaron que al final se salieron con la suya, pero no se detuvieron allí. Las películas bélicas también explotaban el dolor y el sufrimiento. Igual que las películas de catástrofes. Como también lo hacían las películas en las que moría alguien, pues quién no ha perdido un familiar o conocido. No, el cine no podía lucrarse con los traumas de la gente. El cine lo que tenía que hacer era trasladarnos a un mundo de fantasía donde todo era maravilloso y nada podía salir mal. Un mundo de celuloide libre de dolor. El paraíso a veinticuatro fotogramas por segundo. Y en 3D en algunas salas.

lunes, 18 de abril de 2011

El desatino manifiesto

Porque yo necesito romper la baraja. Porque no soporto este marasmo cotidiano, esta lentitud desesperante, el aburrimiento de todo esto. Prefiero quemar las naves (aunque realmente no hubiera naves). Porque nadie se despide mejor que yo. Porque no hay calma en este punto en medio de la nada. Y no sé qué solución hay. Si hubiera una forma de combinar vida y locura. Pero no puede ser, es una u otra.

domingo, 17 de abril de 2011

El destino manifiesto

No hay que fiarse de los impulsos, sobre todo cuando toda pulsión erótica esconde una pulsión de muerte. Claro que la gente normal no tiene este problema. Las personas normales no tienen que contenerse, ya vienen civilizados de casa. Yo en cambio estoy majareta y tengo que pararme a analizar si lo que quiero hacer va a alguna parte o es ese instinto suicida animándome de nuevo.

sábado, 16 de abril de 2011

La vida es ese ruido de fondo

La vida es ese ruido de fondo, le escribe a una chica, pero luego no se lo manda. Y no se lo manda porque estas cosas ella no las entiende ni las necesita. Es un problema esta imposibilidad de comunicación, piensa. Aunque todo esto es en realidad una excusa. Si no se lo manda es porque teme que le conteste: no, ese ruido de fondo eres tú.

viernes, 15 de abril de 2011

El juego romántico

Ella: Siempre pienso en ti cuando estoy triste.
Él: Me gustaría más que te acordaras de mí cuando estés cachonda.

jueves, 14 de abril de 2011

Y el sueño irrecuperable

Porque yo ya no me creo nada de esto, pero es lo que se me da mejor. La tragedia cotidiana. El desastre como excusa (o una excusa para el desastre). El apocalipsis sostenible. Porque la vida tenía que haber sido contigo.

miércoles, 13 de abril de 2011

Te quiero

—Te quie...
—No, no lo digas.
—¿Por qué no?
—Porque hay cosas que es mejor no decirlas.
—Ni que fuera un conjuro de magia negra.
—Ciertas frases sólo sirven para arrepentirse después. Un «te quiero» es una declaración de intenciones, no es algo baladí. Es una forma de estar en el mundo.
—Precisamente. Si es lo que siento...
—No es cuestión sólo de sentirlo. Es un compromiso que adquieres con el universo. ¿Y si mañana no me quieres? ¿De qué valdría entonces haberlo dicho? No, hay que ser fiel a la palabra dada. Si no puedes, entonces es mejor que calles.
—Pero si vosotras os desdecís continuamente.
—¿Cómo que «vosotras»?
—Ya sabes: las mujeres.
—¿Qué? Eres un machista.
—No lo soy. Además, te quiero.
—Vete a la mierda.

martes, 12 de abril de 2011

Del correcto erotismo

—Yo siempre me compro bragas de niña, ¿no te gustan? ¿No te parecen eróticas?
—Mira, si quisiera follarme niñas, iría a Tailandia.

lunes, 11 de abril de 2011

Los mensajes intempestivos

No, no es que vaya a empezar de nuevo a perseguirte, es sólo que me dejé algunas cosas en el tintero.

domingo, 10 de abril de 2011

Tareas pendientes

Aprender a decir «qué bonito» sin que parezca sarcástico.

sábado, 9 de abril de 2011

Mala praxis

—Usted dirá —dice el psiquiatra.
—Verá, mi problema es que soy el diablo.
—¿Sí? ¿Por qué se considera mala persona?
—No, quiero decir que soy el diablo, literalmente. Satanás en carne y hueso.
—Entiendo —anota algo en su cuaderno—; ¿desde hace mucho?
—Llevo toda la eternidad siéndolo.
—Eso es mucho tiempo, yo todavía no había abierto mi consulta.
—Creo que no me está tomando en serio usted. No es que me crea el diablo, sino que lo soy. Es algo que me causa muchos problemas en mi vida diaria.
—Seguro que no resulta sencillo ser el Príncipe de las Tinieblas —dice el psiquiatra.
—Se burla usted de mí.
—Perdone, no era mi intención. Continúe. ¿Entonces siempre ha sabido que era el diablo?
—Desde pequeño. Mi madre me lo decía a menudo: «este niño parece el mismo demonio». Era sólo una forma de hablar, claro, pero había dado en el clavo. Aunque por suerte para ella, murió sin saber la verdad, sólo llegó a sospecharlo.
—Todos hemos sido rebeldes de niños, eso no nos convierte en seres demoníacos. ¿Se culpa por la muerte de su madre?
—Es que fue culpa mía.
—No sea tan duro con usted. ¿De qué murió?
—La empujé por las escaleras.
—Ah. ¿Por qué motivo?
—Para matarla.
—Pero habría algún motivo para ello, no la mataría sin más, ¿no? —insiste el psiquiatra.
—No sé qué decirle, piense que soy el mal encarnado.
—Eso sólo es una forma de justificar sus actos.
—¿Cómo dice?
—Es muy sencillo. Usted dice ser el diablo y así tiene patente de corso para actuar como le venga en gana. Es una forma de situarse por encima de toda norma moral.
—No estoy de acuerdo. Según lo veo yo, tengo que ser fiel a mi naturaleza. Además, ¿qué pasa con mi reputación?
—¿Se siente presionado socialmente?
—No exactamente. Más bien es el juicio histórico lo que me preocupa. El diablo no puede ablandarse, ¿comprende? Sería perder.
—Entiendo. Volviendo a su madre: la mató por pura maldad, ¿no es eso?
—Vi la oportunidad y la aproveché. ¿No recogería usted del suelo un billete de quinientos euros? Digamos que yo vi un billete de iniquidad.
—¿Y no tuvo problemas con la policía? ¿No descubrieron su crimen?
—No. Mentí, que es otra maldad.
—No siempre. A veces mentimos para no hacer daño, para proteger a una persona querida —matiza el psiquiatra.
—Pues entonces quizá hice el bien, que mentí para no hacerme daño, para protegerme.
—No es lo mismo y lo sabe. Pero no nos desviemos del tema: entonces la policía creyó que su madre había tenido un accidente, ¿verdad?
—No exactamente. Acusé a mi padre del crimen.
—Otra maldad, claro.
—Sí, pero poco original, ¿no le parece? Admito que ahí estuve un tanto vulgar, pero tengo que decir en mi defensa que era muy joven.
—Pensaba que llevaba toda la eternidad siendo el diablo —aduce el doctor.
—Sí, es cierto, pero yo entonces estaba recordando ser quien soy. No es fácil, se lo aseguro. Uno se levanta a veces de la cama sabiéndose Satanás pero sin tener muy claro cómo proceder ese día. Es especialmente difícil para un niño. ¿A quién le pides consejo? No vas a decirle a tu padre que eres el diablo, no lo comprendería. Te mandaría a un internado o algo así, para quitarte esas ideas satánicas a base de disciplina.
—Hábleme de los otros niños. ¿Sabían que era usted el diablo?
—Algo intuían. «Aquí huele a azufre», decían a veces en clase, pero sabían que era peligroso enfadarme.
—Así que no tuvo muchos amigos, ¿verdad?
—No me interesaba su amistad, sólo sus almas.
—¿A qué se refiere?
—Me interesaba que pecaran, que cometieran tropelías, que hicieran el mal en todas sus vertientes. Resulta complicado en según qué casos, claro. En el parvulario, por ejemplo, el nivel de crímenes que se puede conseguir no es muy alto.
—Dejemos su infancia. ¿Qué me dice del amor?
—¿El qué?
—¿Nunca se ha enamorado?
—Hubo una chica. Se llamaba Marta, era florista. Se reía como si fuera la primera persona del mundo en hacerlo.
—¿Qué sucedió?
—Me acosté con ella un par de veces y me cansé. La muy imbécil se reía como si ella hubiera inventado la risa, ¿no le parece ridículo?
—Entiendo. Permítame una pregunta: ¿qué espera obtener con terapia? ¿Para qué ha venido?
—Verá, doctor, el mal es algo muy solitario. A veces uno desea la posibilidad de contarle a alguien lo que ha hecho, lo que siente. ¿De qué vale ser alguien perverso si no se lo puedes contar a nadie? ¿De qué sirve hacer el mal si nadie reconoce tu trabajo? Porque la gente siempre culpa a la mala suerte, nadie aplaude mis esfuerzos. Yo sólo quiero algo de reconocimiento; la gente es muy desagradecida.

viernes, 8 de abril de 2011

Capítulo 2380

Me acuerdo de una noche con María en la que nos paró un vagabundo en la calle, pero no estoy seguro, puede que me haya inventado esto, pues no recuerdo la conversación, ni si volvíamos a su piso o íbamos a aquel restaurante chino en el que le dio por ponerse a fumar a pesar de estar prohibido. Creo que el vagabundo le preguntó a María su nombre. Puede que también preguntara el mío. Y me parece que me invento de pronto que el vagabundo era extranjero, pero no lo sé, no tengo ni idea. Entre los detalles que pierde la memoria y los que añade la imaginación, es muy complicado recordar.

jueves, 7 de abril de 2011

La novela de moda

Rumpel Stilzchen lo ha vuelto a hacer. El joven autor, que ya deslumbró con xD xD xD, su primera novela, acaba de publicar la que puede considerarse su obra de consagración: Norman Bates, la historia de amor entre un chaval con problemas para expresar sus emociones y un bot de internet que sólo contesta cosas aleatorias. Durante noventa trepidantes páginas, el autor nos hace partícipes de un test de Turing en el que acabamos dudando de la inteligencia de todos los implicados, autor y lector incluidos. La novela de la que hablan todas las revistas de tendencias, no se la pierdan.

miércoles, 6 de abril de 2011

No escribir (2)

Porque la quise con todo mi dolor.

martes, 5 de abril de 2011

No escribir

Cada vez menos palabras. Limarlo más y más. Eliminar lo superfluo. La perfección. La antiliteratura. No escribir.

lunes, 4 de abril de 2011

Málaga me da sueño

Málaga me da sueño. Esto, claro, es una manera de decir que me aburre, pues ya me gustaría a mí que me diera sueño de forma literal. Una ciudad en la que dormir. Pero no. Málaga, en realidad, me da insomnio. O no me lo quita, al menos.

domingo, 3 de abril de 2011

Encontrarse

Siguiendo una recomendación, viajé a la India para encontrarme a mí mismo. Tuve suerte en la búsqueda, pues descubrí que vivía en Calcuta, donde un lugareño me contó que se me solía ver los jueves por la noche en el Gandhi, un bar de mala reputación. Aquel jueves por la noche me presenté en el local y, efectivamente, ahí estaba yo: tomando algo en la barra y charlando con una mujer (una prostituta, posiblemente). Henchido de emoción, me acerqué y me di un efusivo saludo. Respondí con frialdad; tantos años escondiéndome para nada.

sábado, 2 de abril de 2011

El tiempo prestado

Como si llevaras un traje que no es tuyo y se notara. El tiempo prestado, la vida prestada. La impostura. El intrusismo existencial.

viernes, 1 de abril de 2011

La espera

Un hombre sentado en un banco. Esperando, pero no a Godot, sino a la vida. ¿Cuándo pasará la vida por aquí?, se pregunta. Y pasan un chaval en bicicleta, un cura, un señor con bastón, el autobús, algún perro, etc. Pero no la vida, piensa, y se pregunta si se habrá equivocado de calle.