jueves, 31 de diciembre de 2009

Reinicio

Metí en la maleta el pasado, el presente y el futuro; luego la dejé olvidada debajo de la cama. Salí a esperar la vida, pero ya no pasaba por aquí. Borré mis huellas, aunque ya eran de otro. Tenía mis historias. Ya no las tengo. Pero todo cambia para que todo siga igual, que decía alguien.

miércoles, 30 de diciembre de 2009

El teléfono

Sonó el teléfono.
—¿Sí?
—Hola, soy yo —respondió una voz.
Un escalofrío en la espalda.
—El número que ha marcado no existe —dije sin convicción.
—Cariño, soy yo, ¿es que no me recuerdas? He pensado tanto en ti.
—El número que ha marcado no existe —repetí con un hilo de voz.
Luego colgué y desconecté el teléfono. Lo dejé así toda la noche.

martes, 29 de diciembre de 2009

Momentos importantes

En la cocina, recuperando fuerzas.
—A mí no me parece que estés lleno de odio —dice ella.
—Eso es porque ahora me estoy follando a una chica preciosa. Pero tendrías que verme en días normales.
Y ella tiene la sonrisa más bonita del mundo, piensa él.

lunes, 28 de diciembre de 2009

Malentendidos

Ella se despertó después de soñar que se acababa el mundo. Alterada, despeinada, con los ojos muy abiertos. ¿Es verdad?, preguntaba, ¿es verdad que ya no queda nada?
Yo pensé que hablaba de nosotros.

domingo, 27 de diciembre de 2009

Todo

Déjame inventarme palabras para ti, que la vida es tan corta y de pronto se ha terminado.

sábado, 26 de diciembre de 2009

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Poemas en morse para marineros solitarios, era el título, un tanto homosexual, del primer poemario del marino Benicio Castrales. Siempre le había gustado la poesía, pero en un mundo tan rudo y tan propenso a la sodomía como la marina mercante era difícil admitirlo. Tuvo su epifanía poética cuando unos piratas somalíes secuestraron el barco. Pensó: «se cierra el círculo: Rimbaud dejó la poesía y vino a esta parte del mundo a vender armas; yo ahora escribiré poemas».
Pero qué sabía él en realidad de versos, pensó al volver a puerto. Qué sabía él de métrica, de rimas asonantes y consonantes. Todo era tan complicado y había ya tantos poetas dando la lata en los bares. ¿Cómo ser distinto y a la vez poeta universal? La solución no la encontró en el alcohol, pero casi: fue en una camarera, que le guiñaba siempre «fóllame» en morse. Eso es, se dijo, poesía en morse, que es mucho mejor que escribir en esperanto. Mensajes cifrados para enamorados. Poesía secreta escrita en puntos y rayas que puede ser taconeada en público o pestañeada a alcohólicos por una bella camarera. .--. .- .-. .- / -. .- -.. .. . / -.-- / .--. .- .-. .- / - --- -.. --- ... .-.-.-

viernes, 25 de diciembre de 2009

La cartera

Saca la cartera del bolsillo, la abre, mira el documento de identidad. Quién es este hombre, se pregunta. No soy yo, piensa. ¿O quizá sí? Si hubiera aquí un espejo en el que mirarse y comprobarlo. Pero tal vez no sea amnesia, tal vez no he olvidado ser este hombre, sino que sencillamente antes no lo era y ahora sí. Puede que me haya convertido en esta persona y tenga que acostumbrarme a esta cara y este nombre. Si hubiera aquí un espejo en el que mirarse, vuelve a pensar. Aunque la explicación podría ser mucho más sencilla, quizá soy un simple carterista y ya robo incluso con los ojos cerrados.
Luego descubre que la cartera está repleta de dinero y se olvida de todas estas cuestiones.

jueves, 24 de diciembre de 2009

Acotando

Míchel, recomiéndame un libro. Pero que el autor no sea español. Ni latinoamericano. Y que no esté vivo. Que no sea moderno. Y que el libro sea novela, no ensayo ni relatos. Y que sea cortito. Algo ligerito, nada denso. Pero que tampoco sea una tontería.
Oye, guapa, ¿por qué no te recomienda un libro tu padre?

miércoles, 23 de diciembre de 2009

Y otros souvenirs del pasado

Y podríamos volver ahora a todo lo que no puede ser recuperado, a un pasado que fue de otros, a otro comienzo, y la vida podría ser lo que quisiéramos que fuera y cambiar de opinión cada día si nos apeteciera, y podríamos llevar el viejo amor y otros souvenirs del pasado y dejar pistas para nunca perder el camino, y olvidarnos de este futuro que sólo fue una falsa alarma, una broma pesada y nada más.

martes, 22 de diciembre de 2009

Nada

Y qué si estamos vivos —dice—, hay tantas razones para morir que uno no sabe ni por dónde empezar.

lunes, 21 de diciembre de 2009

Conflictos cotidianos

—¿Entonces no crees que hay amor? —pregunta ella.
—Si lo hay, es mentira —contesta él.
—Siempre tan negativo. Incapaz de confiar.
—Antes te gustaba eso de mí.
—Y me gusta. A veces. Bueno, no sé.
—Claro, te contradices porque eres amplia y contienes multitudes.
—¿Me estás llamando gorda?
—No, joder, estaba parafraseando a Whitman, nada más.
—A mí no me cites autores muertos, que te la ganas.
—¿Y autores vivos?
—Tampoco.

domingo, 20 de diciembre de 2009

Bailes de salón

Cómo vamos a bailar un vals, si sólo tienes una pierna, le dice la bailarina al soldadito del cuento de Andersen. El soldadito clava en ella su mirada de plomo y contesta que es un soldado poeta, que es como Rimbaud (cojo) y que ha visto la verdad detrás del velo que es el mundo. Ella dice: eso no contesta a mi pregunta. Bueno, suspira el soldadito, puedo girar sobre mi única pierna, como una peonza, y tú abrazarte a mí. Como un tiovivo, dice la bailarina. Y bailan abrazados en el centro del mundo y el soldadito de plomo piensa: qué bonita sonrisa tiene dibujada en la cara (claro, es una muñeca).

sábado, 19 de diciembre de 2009

Agentes

—Ya está, te he conseguido editor; ahora tendrás que dedicarme la novela.
—No sé, eso de dedicársela a otro hombre queda un poco gay.
—Bueno, pues dame entonces el diez por ciento de lo que te paguen.
—Vale, te dedico el libro.

viernes, 18 de diciembre de 2009

Episodios nocturnos

Por la noche, ebrio en alguna calle. Me llega un mensaje al móvil: «he conocido a la chica de tus sueños». Qué estará maquinando ahora esta tía, me pregunto yo. De mujeres oníricas ya he tenido bastante, donde esté lo tangible... Aunque podría ser peor, claro, podría haber conocido a la chica de mis pesadillas o a la de mis desvelos e intentar presentármela. Como si a mí no se me diera lo bastante bien tirar la vida por la borda. Es tan sencilla la autodestrucción, es algo innato. Quizá por eso le pregunto cómo se llama la susodicha mientras observo mi reflejo en el escaparate de una tienda de vestidos de novia, lo que es un detalle tan ridículo que parece sacado de una peli mala de Hollywood.

jueves, 17 de diciembre de 2009

Objetos perdidos

Pensando en la pérdida. Son las siete de la tarde, una hora menos en Canarias. Mi mujer está en el otro cuarto, al teléfono, contándole mentiras a su madre. Mi marido es un enfermo, imagino que le dice. No es verdad, su marido sólo es diferente. Sucede que a veces pierdo el contacto con la realidad, pero no es tan grave. No es tan grave perder la vida como quien pierde la maleta en un aeropuerto. Porque siempre la vuelvo a encontrar luego, aunque sea en Singapur. Siempre recupero la vida, aunque de vez en cuando me la deje olvidada en la barra de un bar.

miércoles, 16 de diciembre de 2009

Cuentos para niños

Va Caperucita Roja por el bosque con la sana intención de llevar a su abuela diversas viandas y medicamentos, cuando se encuentra con el Lobo.
—Caperucita, ¿dónde vas? —pregunta éste.
—Pues le llevo comida a mi abuela, que está impedida.
—¿Y a pesar de eso vive en medio del bosque?
—Es que tiene una cabaña de renta antigua.
—Entiendo. Oye, tira por este otro camino, que es más seguro y además ahorrarás tiempo.
—No sé si fiarme de un lobo.
—Piensa que estoy emparentado con el perro, el mejor amigo del hombre.
—Es verdad, tienes razón —responde la pizpireta Caperucita antes de desaparecer por el camino que lleva fuera del cuento.
El Lobo corre por el otro camino y llega a la cabaña en un periquete. Llama a la puerta y al momento se escucha la voz de una anciana diciendo: «adelante». El Lobo entra y descubre a la abuela cocinando a Hansel y Gretel. Perdone, creo que me he equivocado de cuento, balbucea el Lobo. Pero ya es tarde, la bruja no tiene intención de dejarle escapar y con un hábil sortilegio lo desuella. Ya era hora de tener una nueva alfombra, dice.

martes, 15 de diciembre de 2009

Los símbolos

En los campeonatos de póquer de los Panteras Negras, tener un trío de reyes podía considerarse alta traición.

lunes, 14 de diciembre de 2009

El pesar de los días

Uno se levanta cada mañana para luchar contra el mundo, esperando encontrarlo por fin con la guardia baja. Pero el mundo está siempre preparado, nunca deja de aguardar tus movimientos.
Quizá mañana, quizá mañana sea diferente, piensas cada noche cuando te metes en la cama.

domingo, 13 de diciembre de 2009

Triángulos imperfectos

Menudo dilema —piensa el joven enamorado—; no sé elegir entre dos mujeres que no me quieren.

sábado, 12 de diciembre de 2009

Poetas anónimos

—Hola, me llamo Juan y soy poeta.
—Hola, Juan —dicen todos.
—Hace tres meses que no hago poesía —los asistentes aplauden—. Pero me cuesta. Siempre está la tentación de la palabra. Me levanto cada mañana temiendo que se me ocurra un verso. No le digo nada a mi mujer, claro, no quiero que se preocupe. Simulo ser fuerte. Es un esfuerzo diario, una lucha que no cesa. Pero es necesario: hay que ser prosaico, me digo. Centrarse en las cosas sencillas y cotidianas de la vida. El ladrido incesante de un perro en la noche, por ejemplo. La luna, que vela todos los sueños que ya no puedo tener. El llanto inconsolable de la mujer que te quiere. El dolor, el dolor, el dolor.
La sala se sume en el silencio. Todos miran a Juan con pena.
—Vale —dice éste—, acabo de recaer, ¿verdad?

viernes, 11 de diciembre de 2009

La calle

Me encontraba en la capital del país, donde había firmado un acuerdo millonario para nuestra empresa. Las negociaciones habían marchado bien y el acuerdo se había firmado enseguida, lo que me dejaba unos días para hacer turismo antes de volver a la rutina de mi ciudad. Empecé a pasear sin rumbo fijo, deteniéndome tan sólo a admirar los diversos monumentos que me encontraba. En mi deambular, llegué a una calle residencial que me resultó extrañamente familiar. Era idéntica a la calle donde vivo, hasta el extremo de llamarse igual. Se me ocurrió entonces la absurda idea de que en cada ciudad estaba mi calle. Busqué como una broma mi portal y hallé sin dificultad una réplica exacta del mío. Llamé a mi número. Me contestó mi voz: «¿quién es?». «Soy yo», respondí. La puerta se abrió y subí las escaleras.

jueves, 10 de diciembre de 2009

Un nuevo romanticismo

Ella descubre su enésima infidelidad: otra rubia de ojos claros, larga melena y rasgos delicados. Como ella. Como si estuviera obsesionado con acostarse con falsas gemelas suyas. «¿Por qué tienes que engañarme con clones míos?», le pregunta, exasperada. «Cariño, ¿es que no lo entiendes?», contesta él. «Es porque nunca tengo bastante de ti».

miércoles, 9 de diciembre de 2009

Belano

—Bolaño está vivo y vende libros junto al Retiro. Lo vi ayer.
—¿Seguro?
—Sí. De hecho, le escuché hablar con un cliente y tenía acento chileno. O argentino, vale, que no sé diferenciarlos.
—Eso quiero verlo. ¿Por qué no me llevas?
—Vale.

Más tarde:
—Ahí lo tienes.
—¿Ese? Pero si no se parece en nada a Bolaño.
—Ayer se parecía más.

martes, 8 de diciembre de 2009

Notas de psiquiatría

El paciente cree ser Napoleón, lo que quizá no sea muy original por su parte. No obstante, como si no estuviera contento con esto, cree que la realidad también es «bonapartiana». Así, está convencido de que una de las enfermeras es Josefina, lo que le provoca grandes ataques de celos cada vez que la ve atender a algún otro paciente. A mí me llama Alejandro, pues piensa que soy el zar de Rusia; me echa en cara constantemente que comercie con los ingleses y que no respete lo firmado. Hace un par de días le escuché decir a otro paciente que planea invadir el psiquiátrico. Yo ya he dado instrucciones para que se lleve a cabo una política de tierra quemada.

lunes, 7 de diciembre de 2009

Es todo tan idiota

Y está borracho una noche más en el bar de siempre, donde el Papa —o un señor que se parece al Papa— toca al piano una canción de corazones rotos de tanto desuso. Es todo tan idiota, musita el hombre acodado en la barra mientras comprueba que tiene los bolsillos vacíos y garabatea mentalmente epitafios sentimentales para la chica que no encontrará esta noche: de todas las mujeres que he perdido, tú eres mi favorita; de todas las mujeres que no me han amado, tú eres mi favorita; de todas las mujeres a las que garabatear mentalmente, tú eres mi favorita.
Y eso es todo; se inventa las cosas para que funcionen, para que sean de otra manera. Queda tanto de noche, murmura, y hay que acallar todo este ruido de pensamientos.

domingo, 6 de diciembre de 2009

La tienda

Está usted contemplando el santo taburete de Antioquía. Parece un taburete corriente, pero lo hizo Jesucristo con sus propias manos cuando estaba aprendiendo el oficio de su padre. De su padre adoptivo, se entiende. Por eso ha durado casi dos mil años y ha llegado a nuestros días en excelente estado. Mírelo bien, ¿no es evidente que se trata de un trabajo divino? Compruebe la perfección de sus formas, su diseño elegante a la par que robusto. Cuenta la historia que fue un encargo de un adinerado comerciante romano que residía en Antioquía. El encargo fue para José, claro, que era el carpintero, pero éste decidió que era buena ocasión para que su hijo demostrara lo aprendido. Años después, el Apóstol Pablo fue a Antioquía expresamente a buscar el taburete. Sentado en él, recibió la inspiración divina para escribir las Epístolas. Este taburete ha sido testigo mudo de grandes hechos, caballero. Y ahora podría ser suyo por tan poco dinero.

sábado, 5 de diciembre de 2009

La muerte pública

La radio acaba de anunciar que el nuevo gobierno revolucionario va a nacionalizar los fallecimientos para que la muerte deje de ser una cuestión privada. A partir de ahora será de todos, para todos, a cualquier hora, en cualquier lugar. «Patria y muerte» es el lema de la campaña. Se piensa agilizar los trámites para que la muerte esté al alcance de todos; pronto, los funcionarios de la muerte nos esperarán con sus formularios listos y sólo tendremos que rellenarlos. Luego esperaremos nuestro momento, que será de todos: una bonita defunción pública. Hay quien afirma que los suicidios deberían seguir siendo privados, pero son una minoría sin importancia.

viernes, 4 de diciembre de 2009

Homeomerías

Verónica dice que me quiere. Yo a ti también, le respondo, pero desde muy lejos. La quiero, pero no dejo de pensar en el penalti en contra que nos pitaron el domingo. Soy el peor novio del mundo, pienso, pero enseguida me justifico: es que nos robaron el partido, es que el delantero rival se tiró de forma descarada. Y ella me habla de proyectos en común, del amor que nos une, y yo asiento a todo lo que me dice, pero pensando todo el rato en el árbitro que se inventó ese penalti injusto que nos ha arruinado la temporada. Cómo voy a ser feliz contigo si nos han robado la liga, pienso, pero me callo porque no suena nada romántico.

jueves, 3 de diciembre de 2009

Las señales

El señor Jitler fumiga sus rosas con ácido prúsico cuando de pronto ve una esvástica en el cielo y estas palabras: in hoc signo vinces. Durante un breve momento piensa en llamar a su psiquiatra, pero seguro que le diría que está loco, así que lo descarta. En vez de eso, decide consultar a su vecino Estalin, que a esas horas corta el césped.
—Oye, Estalin, ¿has visto eso en el cielo?
—¿El qué? ¿Un ovni? —pregunta Estalin apagando la cortadora de césped y alzando la mirada.
—No, era una cruz gamada.
—Bah, ya podría ser una hoz que me segara mágicamente el césped. O un martillo, que tengo que montar una estantería.
—Yo creo que era una señal para mí.
—¿Quién te has creído que eres? ¿Batman?
—Digo yo que si no la ha visto nadie más es que era una señal para mí. Mi lógica es impecable.
—¿Quién te asegura a ti que no era para más gente? Una señal en el cielo tiene bastante difusión, no te creas tan importante. Otra cosa sería que la señal te hubiera llegado por correo, sería una forma más personal de comunicarse contigo.
—Pues tienes razón, voy a ver si tengo algo en el buzón.
El señor Jitler vuelve a casa pensando que el bigote de Estalin es sospechoso. Se pregunta qué ocultará bajo él. Quizá los misterios del universo están debajo de la nariz de su vecino, escondidos en un frondoso mostacho. Se palpa su propio bigote, que es un bigote contenido. ¿Y si me lo extendiera por toda la cara?, se pregunta. Un bigote necesita espacio vital para existir. Que llegue por lo menos hasta su frontera natural: las orejas.
En el buzón tiene dos postales. Una dice: «sigo atando cabos» y la firma Franko Franko Franko. La otra es de su amigo Benito, que le habla de la belleza de las mujeres etíopes. El señor Jitler decide que es la última vez que escucha a Estalin.

miércoles, 2 de diciembre de 2009

Las musas

Eva Brown, la musa de inestable belleza (está más guapa por las tardes), se sienta todos los días a la misma hora en un banco del parque para inspirar a artistas y pervertidos, valga la redundancia. Éstos se le acercan, pero pocos se atreven a hablarle, no sea que muerda, que con las musas nunca se sabe. Hay uno que le dice que escuchar su risa es como hacer el amor con ella; ella entonces estalla en carcajadas y él tiene que disimular un orgasmo.
Últimamente, el señor Jitler, que ha salido hace poco del psiquiátrico, le canta baladas improvisadas vestido de Elvis. «Y pienso en todos los cigarrillos que no he apagado en tu piel», recita con voz de atribulado sadomasoquista mientras menea las caderas a ritmo de rock and roll.

martes, 1 de diciembre de 2009

Hoy las aceras están descalzas

Esto es un ejercicio de juventud. Lo escribí hace una década y fue publicado en julio de 2001 en el número 4 de Pequod, que se editaba en Madrid. Le di algo de difusión por internet en un foro o dos, que todavía no tenía una página propia. Después me lo he encontrado plagiado un par de veces por los mediocres de turno. Es un texto que no me gusta nada, pero, con sus muchos defectos y escasas virtudes, es mío, qué le vamos a hacer. Se incluye aquí por motivos historiográficos.

Me despierto con una canción en los tobillos y mal aliento. Mi reflejo en el espejo del cuarto de baño tiene la sonrisa despeinada y los ojos parecen querer escapar de la cara. Vuelvo a la cama y pienso en el poeta tan grande que soy. Luego me asomo a la ventana y oigo morir a las flores. Mi alma está cubierta de pústulas sangrantes (son lo que yo llamo poemas).
Desayuno un par de tostadas mohosas. Imagino que las unto con algo. Imagino que me resultan deliciosas.
En los rincones hay cucarachas como camiones. En los rincones hay camiones como cucarachas.
Salgo a la calle vestido con mi única chaqueta y mis únicos pantalones. Están tan sucios que ya no recuerdo su color original. La gente me mira, pero yo no les veo. Cada mirada esconde un nido de ametralladoras.
Llego a la oficina y saludo con una amplia sonrisa. Nadie responde a mi saludo. Todos siguen pendientes de su trabajo. Me siento insignificante, lo cual es una agradable novedad.
Aposento el culo tras mi escritorio. Ante mí se amontonan papeles escritos en una jerga incomprensible. Intento echarles un vistazo, pero me duele la cabeza como si un enano estuviera dentro dando patadas.
Escribo un par de poemas sobre la devastación mundial a manos de las hordas fanáticas que no llevan flequillo. Poemas que tampoco se publicarán, pero que quizás dentro de tres siglos sean objeto de estudio.
La hija del jefe pasa al lado de mi mesa en dirección al despacho de su padre. Se me cae la baba sobre un informe. Es tan hermosa que creo estar loco. Se mueve a cámara lenta. Observo detenidamente su precioso pelo. Sus inmensos ojos verdes bastarían para iluminar una noche oscura y con niebla. Las paredes de este horrible edificio deberían gritar por no estar a la altura de su belleza. Yo mismo tengo ganas de gritar con todas mis fuerzas. Por raro que parezca, me contengo. Se aleja de mí habiéndome convertido en un ferviente creyente.
Mi corazón es una supernova.
Durante dos horas hago como que trabajo, pero en realidad estoy planeando pequeños actos terroristas contra los acólitos del jefe, esa secta asquerosa que va bien vestida, bien alimentada y que encima huele bien. Tomo café tras café. Me entran ganas de mear, me levanto y voy al servicio.
Servicio. Una hilera de urinarios. El pináculo de la civilización: un montón de tíos meando y actuando como si no lo hicieran. Como si no tuvieras un tío al lado con la polla en la mano. ¿Qué tal la familia? ¿Quedamos el sábado para jugar un partido? Todo natural y civilizado. Por suerte, en este momento está vacío.
De pronto, un retrete se ilumina como mil soles. Como la zarza ardiente. Como luces de neón. Y empieza a hablar. Empieza a hablarme a mí. Dice con voz profunda (algo lógico, dadas las circunstancias): yo soy el único Dios. Me arrodillo y comienzo a llorar. Señor, ¿dónde estabas cuando la lluvia era mi único techo y mis hermanos me buscaban para escupirme? Pero Él me interrumpe y me habla de la Salvación. Pues los hombres viven en el pecado y es justo que el Ángel Exterminador caiga sobre ellos con furia divina. He comprendido. Me santiguo y tiro de la cadena.
Todos siguen actuando ignorantes del milagro que se ha producido a pocos metros de ellos. Infieles. Nadie se percata de mi cara de felicidad, nadie advierte el cambio que se ha producido en mí. Pues he sido elegido entre todos los oficinistas para ser el Heraldo del Señor.
Vuelvo a mi escritorio. Sudo. Me río sin motivo aparente. Caras que se giran y me miran recelosas. ¿Sospechan la verdad? Espero durante una hora la señal divina. Mientras tanto confecciono una lista de las personas que han de morir: el jefe, por supuesto, por ser el cabecilla de esta organización de herejes; Fernández, por el pecado de ser totalmente gilipollas; Martín, por pelota; Susana, por acostarse con todos menos conmigo; etc. Sólo es digna de salvarse la hija del jefe, dado que es un ser puro y angelical. Se sentará a mi derecha en el Nuevo Orden. Yo escribiré poemas para su gloria inmortal y ella me gratificará sexualmente. Y todos felices como idiotas.
La señal llega. Un ángel fulgurante y rojo como la sangre entra por la puerta y con su atronadora voz anuncia:
—¿Alguien ha pedido una pizza?
Me levanto como impulsado por un resorte, saco el fusil de asalto que escondía desde hace meses debajo de mi mesa y lanzo ráfagas de muerte por doquier. Con cada bala les llega el perdón. Lloro de emoción. Gritan. Corren. ¡Pero esto es raro! Juraría que le vuelo la tapa de los sesos al ángel. ¿Una Prueba? Aparto ese pensamiento de mi mente y prosigo con mi tarea pacificadora.
Entro en el despacho del jefe y me lo encuentro al teléfono. Me mira aterrado, intenta hablar pero el pánico se lo impide. De repente se levanta y corre hacia los grandes ventanales. Como el suicidio es pecado, le acribillo. Creo ver una sonrisa.
Pronto no queda nadie en pie salvo yo. Me arrodillo y rezo.
Estoy empapado en sangre. Hay sangre allí donde mire. Sangre. Sangre. Me tambaleo a causa de los mareos que se apoderan de mí. Vuelvo al despacho del jefe y me siento en su confortable sillón de ejecutivo bastardo. Silbo una alegre melodía infantil mientras espero órdenes de Dios.
Al rato oigo voces, pero fuera de mi cabeza, así que me levanto y salgo del despacho de mi difunto jefe. Del ascensor salen hombres con fusiles y pistolas a los que reconozco como el brazo armado de Satanás: la policía. Parecen nerviosos y gritan las órdenes como si estuvieran sordos. Uno de ellos me ve y da la alarma. Sé que no es muy heroico, pero huyo de vuelta al despacho. Cierro la puerta y uso la mesa como barricada. Voy escribiendo todo esto en mi cabeza. Poemas que se entrecruzan. Aquí estoy yo, luchando por mi vida y preocupándome por la métrica.
Fuera se desata el infierno. Disparan con todo, seguro que hasta lanzan papeleras contra la puerta. Yo me aferro a mi fusil y elevo una corta plegaria. Señor, saca a tu fiel servidor de esta ordalía de destrucción y llévale a las playas de Brasil. Pero nada ocurre, parece que los milagros terminaron por hoy. Entonces una ráfaga afortunada me hiere de muerte. Siento que me hundo en la oscuridad.
Hoy las aceras están descalzas. El arroz cerebral que cultivé trágicamente. Seguir siempre el camino de baldosas amarillas. Siento que se me escapa la vida de entre los dedos como fina arena y mis ojos giran sin control. El cielo es la sangre que se derrama de mis heridas y... se confunden mis pensamientos... también se me escapan... creo que la ventana es perfecta y se recorta nítida en el cielo me encantaría salir por la ventana volando e irme lejos de aquí y me hundo me hundo miro por la ventana antes de cerrar los ojos para siempre y pienso que el sol es un gran huevo frito que todos quisieran comer pero dónde está el pan que podamos mojar en esa yema tal vez nuestra cabeza tal vez nuestra cabeza