La amistad

—Yo la amistad la entiendo como un contrato, ¿sabes?
—Claro: un acuerdo entre iguales que hay que respetar.
—No, no. Más bien un contrato con cláusulas abusivas y draconianas a mi favor. Hay que tener espíritu empresarial en esta vida.

La fantasía

A veces recuerdo cuando tenía sólo menciones especiales de MálagaCrea y ningún libro y nos refugiábamos del mundo en una estrecha cama. Soñaba entonces con publicar libros algún día y te imaginaba con ellos bajo el brazo, incluso orgullosa. Sí, en mi fantasía hasta conseguía impresionarte con esto de la literatura. Pero todo se perdió por el camino y ya ni siquiera te caigo bien. Es extraña la vida. Y terrible, eso también.

De la elocuencia

He tenido la suerte de asistir a varias charlas de Antonio Orejudo y puedo decir que escucharlo es siempre un placer. «Claro, es que es escritor, trabaja con las palabras, ¿cómo no se le iban a dar bien las conferencias y coloquios?», podría aducir alguien. Ay, yo me considero escritor (he publicado algunos libros, al menos) y ya me gustaría saber hablar en público con soltura y precisión. Dejarlo por escrito en casa es sencillo, lo haces en bata y sentado cómodamente, lejos de las miradas de una multitud, pero ¿hilar los pensamientos y además verbalizarlos en presencia de otras personas? De personas desconocidas, encima. Una labor imposible.

Una cuestión de prestigio

—Buscamos darle prestigio a este certamen que hemos creado y nos parece que la mejor manera sería premiando a un escritor consagrado.
—Pero eso no se puede prever, ¿y si gana alguien desconocido?
—No se preocupe, evitaremos que eso suceda.
—Entiendo entonces que cuando hablaban de prestigio se referían a la acepción que dice:
«Engaño, ilusión o apariencia con que los prestigiadores emboban y embaucan al pueblo».

Un encuentro afortunado

—Buenas tardes, ¿es usted lector?
—Sí, de vez en cuando.
—¿En serio? ¡Qué casualidad! Resulta que yo soy autor.
—¿De vez en cuando o siempre?
—Digamos que siempre. Qué bien, por fin nos encontramos.
—Bueno, bueno, no nos precipitemos. Invíteme antes a tomar algo.

El viaje a Nottingham (y 5)

En el aeropuerto de East Midlands nos hacen pasar por una especie de escáner de cuerpo, aunque esto de «pasar» sea una forma de hablar. En realidad te dicen: «mantenga esta pose durante tres segundos». La pose es como de coreografía absurda, con las manos unidas por encima de la cabeza. «Mantenga esta pose durante tres segundos como un gilipollas», tendrían que decirte. Como si obligarles a hacer el ridículo fuera a disuadir a los terroristas en vez de darles más motivos de odio.

El viaje a Nottingham (4)

Un día hicimos una escapada a Londres, como buenos turistas. Sonia tuvo accesos de síndrome de Stendhal en la National Gallery y luego nos acercamos al British Museum. Allí intenté comprar en la tienda del museo con una moneda de libra de 1983 y me contestaron un poco enfadados: Sorry, sir, but we don't take these coins anymore. Estuve tentado de decirles que a los frisos del Partenón no les hacían tantos ascos y eran más antiguos.

El viaje a Nottingham (3)

Mi hotel era como una cárcel británica que alguien hubiera decidido convertir en residencia de huéspedes, pero sin ponerle ningún empeño. De hecho, es posible que la moqueta llevara allí desde los tiempos en los que Churchill hizo la mili. Pero tampoco podía quejarme por ese precio, que incluso tenía baño propio. Y calefacción (un día me la dejé puesta y al regresar por la noche era como estar en un hotel de alguna región tropical). Y televisión, aunque en la página web de Booking decían que no. Una noche pude ver The Graham Norton Show.

El viaje a Nottingham (2)

Mi hotel estaba a dos kilómetros y medio del de Sonia y me tocaba recorrerlos en soledad a la ida (por la mañana) y a la vuelta (por la noche). A menudo me cruzaba con británicos malencarados y siempre me imaginaba agredido a causa del Brexit o vete a saber qué otro motivo. Pero nunca sucedió. También había un cementerio de camino y de noche lo encontraba hasta acogedor. Quién se lo iba a decir al niño temeroso que fui. La ruta era sencilla, casi todo el rato en línea recta: caminaba por Mansfield Road, giraba por North Sherwood Street (pensando en el bosque), que era una zona en la que, al parecer, residían estudiantes universitarios, luego esta calle se transformaba en South Sherwood Street, torcía por Market Street cuidando que no me atropellase un tranvía como a Gaudí y por fin llegaba a Saint James Street. Piece of cake, que dicen los anglosajones.

El viaje a Nottingham (1)

Del siete al trece de febrero, Sonia estuvo en Nottingham, pues había sido seleccionada como participante en un encuentro de jóvenes autores europeos. Como cuando me escogieron a mí en 2013 para la bienal de Ancona. Aunque en mi caso se comía mejor. Y hacía un tiempo más agradable, que era verano. Y puedo comparar porque fui para allá un día después que ella a hacerle compañía.

La épica y su realidad

En Nottingham colocan placas en homenaje a la leyenda de Robin Hood en las mismas calles en las que duermen muchas personas sin hogar.

Una breve dedicatoria

Para Antonio. ¿Qué tal todo? Espero que bien. Yo voy tirando, ya ves que sigo con esto de la literatura, aunque no da para mucho. Me ha dicho el editor que no espere milagros, que la humanidad se encamina a un futuro sin lectores, por lo que te agradezco de corazón que hayas comprado este ejemplar. Eres de los pocos amigos que me quedan, no sé por qué he ido alejándome de todos. Ya no me llaman para salir. Quizá sea porque se hacen mayores. Vale, sí, yo también, pero ellos se casan, forman familias, no pisan ya los bares como antes. Yo ahora salgo solo, aunque me da la sensación de que desentono. ¿Qué hace un hombre de cincuenta años solo en un bar de jovenzuelos? Ya ni siquiera puedo entablar conversación con alguna muchacha sin que piensen que soy un viejo verde. Y los chavales de hoy en día hablan de cosas raras de internet. Es difícil moverse por la vida. En fin, que yo lo que quería era dedicarte esta novela, pero hace mucho tiempo que no nos vemos, por lo que me ha parecido buena idea dedicarte estas líneas mientras charlas con el librero. Gracias por comprarte esta novela y a ver si quedamos un día, hombre.

En el banco

—Hola, ¿cambiáis divisas?
—Sí, pero sólo a los clientes.
—Lo soy. Quiero cambiar euros a libras.
—Cobramos una comisión de diez euros.
—En ese caso, cámbieme estos diez euros, buen hombre.

Novelas

La experiencia al publicar esta segunda novela es diferente, pero no creo que sea por haber dejado de ser «virgen» con anterioridad. Me parece simplemente que es distinto porque Fuera de trama se publicó menos de un año después de haberla escrito, mientras que con La gente normal han pasado tres años. Es natural que lo vea todo con más distancia, puesto que esta distancia existe. Además, desde hace tiempo casi toda mi atención está puesta en una nueva obra que estoy escribiendo y que tendría que ser mi magnum opus. O quizá mi mayor fracaso, habrá que esperar.

Amores

—Buenas tardes, venimos a detenerlo por estafa.
—¿A mí? Tiene que tratarse de un error.
—Pues no. ¿No le dijo usted a Marta que la quería?
—¿Marta? ¿De qué me está hablando?
—Su novia del colegio, hombre. ¿Es que ni siquiera la recuerda? Acaba de demostrar con esto que no era sincero en sus promesas de amor.
—¿Qué? Pero éramos unos críos, esto no es serio.
—¿Entonces está reconociendo que mintió?
—No, es verdad que estaba enamorado de ella. Pero éramos jóvenes, ¿qué sabíamos de la vida? Mis sentimientos eran sinceros, sólo que inmaduros. Han pasado muchos años, las cosas cambian.
—Vamos, que los amores prescriben, ¿no?
—Pues sí, aunque parezca algo triste.
—No importa, todo quedará aclarado ante el juez. Y sepa que se leerán en público las cartas y poemas de amor juveniles que le escribió usted a Marta. Venga, en marcha.

De la contemplación tranquila de las cosas

Mire, no se apure tanto, ¿qué es una vida en la historia del universo? Apenas nada, no tenga prisa. Las cosas saldrán o no, pero a su debido tiempo. ¿Qué es una semana? ¿Un mes? ¿Un año o diez? Minucias ante los siglos, los milenios. La evolución humana. No sea tan engreído y espere su turno, que ya llegará. O no. Pero tenga paciencia, amigo.

Ciertos dolores

Lo bueno de hacerte viejo es que adquieres superpoderes como saber si va a llover.

La vida fácil

—Nosotros creemos en facilitar la existencia, en la automatización de los actos.
—Eso suena bien, ¿cómo pretenden llevarlo a cabo?
—Con la robotización de la sociedad, claro.
—¿Quiere decir incorporar androides a nuestra actividad diaria para que nos ayuden con ella?
—Eso también funcionaría, pero sería más caro. No, para optimizar gastos consideramos que lo más apropiado sería incorporar dispositivos electrónicos a los seres humanos. Convertir a las personas en organismos cibernéticos, vaya.
—¿Qué?
—¿Ha visto usted RoboCop? Pues sería algo parecido, pero no tan aparatoso. Y con menos tiroteos, en principio.

La próxima novela

—¿Para cuándo la próxima novela?
—Para 2023.
—Vaya, lo tienes todo programado.
—Ya quisiera que fuera cosa mía, me baso en los antecedentes. La primera salió en 2015 y la segunda ahora, en 2019. Así que una cada cuatro años, como si fueran legislaturas.

Encuentros y lecciones

—Perdone. No le conozco de nada, pero siento la imperiosa necesidad de follar con usted.
—¿Cómo dice, señorita?
—Sexo. Usted y yo. Ahora.
—La verdad, esto me parece muy raro.
—¿Cree usted en Dios?
—Por supuesto, soy un católico de pro.
—¿Y no le parece más raro creer en un Dios invisible que en una mujer lujuriosa ante sus ojos?
—Tiene usted razón, aunque no esperaba que esto acabara en una discusión teológica.
 —La vida está repleta de estos giros inesperados y decepcionantes.

La libertad de elección

Puede salir a la calle a protestar o quedarse en casa cómodamente viendo vídeos graciosos de internet. Usted verá.

La carencia

—La tristeza no es más que una carencia.
—¿De felicidad?
—No, hombre, de endorfinas.
—Ah. ¿Y son muy caras?
—Las produce el cuerpo de forma natural.
—Solucionado, entonces.
—Pero hace falta una motivación externa.
—Ya sabía yo que tenía que haber truco.

Aprovechar el momento

—Me habría encantado ser guapo en algún momento de mi vida.
—Pero eso no dura.
—Precisamente.

La gente normal

Ha llegado el día. Después de un silencio editorial de cuatro años, hoy sale a la venta mi segunda novela:

Funcional

Volver a sonreír como antes, amigos. Volver a una vida que no es suya. Volver a saludar a amigos que ya se han marchado. Volver es un gesto estético, como el del asesino que siempre regresa al lugar del crimen. Porque es comodísimo el traje de la impostura, se estira hasta límites insospechados y vale para cualquier situación. Se adapta a todo, nunca se lo quite.

Son extrañas las redes sociales

—¿Recuerdas el fotógrafo aquel de Nirvana que nos estuvo haciendo fotos en la exposición?
—Sí, Charles Peterson.
—¿Qué habrá sido de aquellas fotos? Igual salimos en su web y todo.
—No sé. El otro día se le murió el perro.
—¿Cómo lo sabes?
—Lo tengo de amigo en Facebook y lo comentó. Quince años tenía el perro. El tipo estaba triste, claro.
—Vaya. Aunque no es mala edad, murió muy viejo.
—Sí. Es curioso que recibamos tanta cantidad de información que no nos sirve para nada práctico.
—Bueno, sirve para charlar un rato.
—Eso sí.

De la amistad bancaria

Haz por fin tus proyectos realidad, me dice mi banco. Como si siempre hubiera planeado endeudarme y perder las cuatro cosas que tengo.

Relaciones cibernéticas humanas

—Alfa, ¿eres feliz a mi lado?
—Por supuesto, cariño. Estoy programada para ser plenamente feliz contigo.
—Pero eso es poco romántico.
—Perdóname. ¿Es mejor si digo que es cosa del destino?
—Sí, di que lo nuestro estaba escrito en las estrellas.
—Amor, hace miles de millones de años, el Big Bang dio comienzo a nuestro universo sólo para que tú y yo pudiéramos encontrarnos.
—Mejor.
—¿Te la chupo un quince por ciento más rápido?
—Vale, sí.