jueves, 31 de julio de 2008

El oficio de escribir

«Por mi mala cabeza / yo me puse a escribir», que dijera José Agustín Goytisolo. Lo mío fue parecido, damas y caballeros, por mala cabeza, empujado por la necesidad de epatar y seducir a bellas señoritas. Pues inopinadamente decidí que las mujeres se sentían atraídas por hombres con aires literarios: bigotes proustianos, sífilis baudelaireanas, sodomías varias. Mi conversión literaria comenzó por los complementos, sí. No había escrito todavía una sola línea, pero cualquiera que me mirase no podía hacer otra cosa que pensar que se encontraba ante un verdadero autor, pues cumplía con todos los requerimientos externos. Así, era el más bullanguero de todos y un noctívago impenitente, competía en alcoholismo con el mismo Dylan Thomas y mis gustos sexuales eran tan depravados que hubieran escandalizado a Henry Miller. Fue también entonces cuando inicié el camino que conduce a la politoxicomanía, por parecerme a Burroughs, lo que era problemático, pues todo el dinero se me iba en drogas y no me llegaba para las prostitutas o el juego dostoievskiano. Por llamar la atención, por escandalizar aún más, mojaba los croissants en los charcos y luego me los comía, en imitación de Leopoldo María Panero. Nadie me había leído (principalmente porque no había escrito nada), pero la opinión popular era que mi obra tenía que ser gloriosa, pues ningún otro autor parecía tan auténtico.

miércoles, 30 de julio de 2008

Una pensión lisboeta

La pensión de la rusa no estaba mal del todo. Nuestras habitaciones daban justo a la sala de estar, donde había un televisor, unos sofás, una mesa y revistas del corazón francesas y portuguesas. El televisor estaba las veinticuatro horas del día encendido, siempre emitiendo vídeos musicales. Por las noches veía la tele con la botella de vino cerca y leía por encima las revistas (por lo visto el 45% de las francesas consideran que el sexo anal no es agradable y Sienna Miller tiene nuevo novio). Luego me iba a la cama a leer un rato a Camus, que uno es multidisciplinar.
La rusa era simpática o al menos lo parecía, aunque nos hablaba en un extraño inglés con tintes portugueses y con frases como «the open is door». Además nos daba las gracias en italiano. Tenía un jefe al que nunca llegamos a ver, aunque habló por teléfono con él delante de nosotros y por la voz parecía un tipo siniestro. Enseguida me puse a pensar que era de la mafia rusa y que esa noche entrarían en nuestros cuartos a extirparnos los órganos para venderlos a buen precio a ancianos ricachones que morían lentamente en sus yates de gran eslora. Aguardé un rato aquella noche, pero no pasó nada y finalmente me dormí.
Frente a la pensión había un templo evangelista con las puertas siempre cerradas. De vez en cuando, un borracho se sentaba junto a la puerta como si esperase que abrieran. Quizás se sentía el vigilante.

martes, 29 de julio de 2008

Brescia

Recuerdo que la habitación de hotel era barata, pero acogedora. Recuerdo la seguridad con que se desnudó, plenamente consciente de su belleza. Recuerdo que tenía un coño precioso y que se adaptaba a la perfección a mi polla, un coño dúctil que parecía responder a cada uno de mis movimientos de la forma precisa. Recuerdo que se corrió con los ojos muy abiertos, casi con expresión de sorpresa. Recuerdo que los dos temblábamos. Recuerdo que luego estuvimos hablando y riéndonos de tonterías durante una breve eternidad. Recuerdo que hizo un alegato contra el piano y que dijo que su tipo de hombre era Jesucristo «por la escualidez», y me pareció que no se podía pronunciar esa palabra —escualidez— de una forma más bonita. Recuerdo que me dio sus medias y me dijo: «así tendré unas medias de más cuando vaya a verte». Recuerdo estar luego en la calle con su regalo en el bolsillo de la chaqueta y pensar: «tengo unas medias tuyas que no vendrás a reclamar». No recuerdo nada más.

lunes, 28 de julio de 2008

Tribulaciones

Pienso en L'homme qui aimait les femmes, de Truffaut, que aquí se llamó El amante del amor. En una escena de la película el protagonista se encierra en el cuarto de baño para aislarse por completo del mundo y poder escribir sus experiencias con las mujeres. Eso tendría que hacer yo: encerrarme en el cuarto de baño, con las cucarachas. Pero no escribiría de mis experiencias con las mujeres, no, yo aprovecharía para escribir esa novela que pienso cada sábado por la noche, cuando vuelvo a casa, bastante borracho, en el último autobús. Si no lo hago es porque escribir es un poco como casarse, que se carga el amor. La idea del amor. Claro que eso no lo sabe el lector, que no imagina cuál era la idea original del autor, pero cómo puede escapar este último de los libros que le observan desde las estanterías como hijos contrahechos, experimentos fallidos de científico loco, la isla del doctor Moreau.

domingo, 27 de julio de 2008

Time warp (2)

-Hola, abuelo.
-Perdona, ¿qué me has llamado?
-Abuelo. Soy Pablo, tu nieto.
-Oye, chaval, que tengo treinta años, ¿cómo vas a ser mi nieto?
-Es muy sencillo, vengo del futuro. He viajado cincuenta años atrás en el tiempo para verte.
-Eso parece harto improbable.
-Te estoy diciendo la verdad, lo puedo demostrar fácilmente. Mira, te traigo un periódico del futuro.
-Esto no prueba nada, podría ser una falsificación.
-A ver: naciste en Zamora y de pequeño te rompiste una pierna jugando al fútbol. Te casaste con Carmen, mi abuela, cuando terminaste la mili. Por cierto, que cuando murió nos confesaste que le fuiste infiel muchas veces, pero siempre con profesionales.
-¿Cómo sabes todo eso?
-Porque soy tu nieto, ya te lo he dicho.
-Mira, ahora Carmen no está, ha salido a hacer la compra, pero no le digas nada de lo de las putas, ¿vale?
-No te preocupes, sólo vengo para ver cómo estás. Me han mandado mis padres. Tu hijo y su mujer, vaya.
-Venga, siéntate y cuéntamelo todo.

Más tarde, en la calle:
-Hombre, Pablo, ¿de dónde vienes?
-De la residencia de ancianos, de ver a mi abuelo. El pobre ya no reconoce a nadie y cree que vive en la década de los cincuenta; si supieras las tonterías que tengo que decirle para que no me tome por un extraño.

sábado, 26 de julio de 2008

Time warp

-Hola, Pablo.
-¿Nos conocemos?
-¿No me reconoces? ¿No te parecen familiares mis facciones?
-La verdad es que no.
-Soy tu abuelo.
-Perdone, pero mi abuelo es un señor de ochenta años y usted a lo sumo tiene treinta.
-No lo has entendido; soy tu abuelo, pero del pasado. He viajado cincuenta años en el tiempo para verte.
-Eso suena bastante improbable. Mi abuelo nunca nos ha hablado de esa vez que viajó al futuro...
-Es lo que os pasa siempre a los jóvenes: que no escucháis. ¿Y cuándo te vas a cortar el pelo? Así pareces una chica. Y búscate un trabajo ya, vago, más que vago.
-Vaya, ahora sí se parece a mi abuelo.

viernes, 25 de julio de 2008

Disturbios

Ella me avisó de lo que pasaría, es la verdad. No estés conmigo, me dijo, que hago daño, eso es lo que hago. Pero yo era joven y necesitaba el amor. No me importa, contesté, las profecías están para incumplirlas. Luego pasó un año, o dos, o tres, no estoy seguro, administramos fatal el tiempo cuando somos felices, y empecé a notarla distante, distinta. ¿Qué te pasa, amor? Nada, es el trabajo, estoy un poco agobiada. ¿Qué tienes, nena? Nada, mi madre, que he discutido con ella. No, venga, dime la verdad. Vale, pasa algo. ¿El qué? Que ya no estoy enamorada de ti. ¿Y cómo ha sido eso? No sé, la rutina. Vaya un motivo, guapa. Bueno, es que he conocido a alguien. Pero qué es eso de conocer a alguien mientras estoy distraído, te parecerá bonito. Ni bonito ni feo, es lo que ha pasado. ¿Y quién es él? ¿Importa acaso? Claro que sí, tendré que odiar a alguien, digo yo. Pues ódiame a mí, que soy la que te deja. Ya, pero es que eres muy bonita, es difícil odiarte. ¿Ves?, eres algo demasiado seguro para mí, se ha perdido la incertidumbre. Pues para mí está comenzando ahora mismo. Lo siento, yo nunca quise hacerte daño, pero te avisé. Sí, eso es verdad, pero pensé que te hacías la interesante. Te arriesgaste y has perdido, a veces pasa. No sé, a mí me pasa casi todo el rato.

jueves, 24 de julio de 2008

Un plagiario se declara a su amada

-Lo que siento por ti es lo que otro tipo ha escrito sobre otra chica.

miércoles, 23 de julio de 2008

Lisboa

Paseando ebrio por las calles de Lisboa, las mismas que recorría Pessoa. "Pessoando" por las calles de Lisboa. De la Praça do Comércio subimos hasta Chiado. Pasamos por A Brasileira, en Rua Garrett, el café que solía frecuentar Pessoa. Yo me acerco a su estatua, pues tienen una estatua suya frente al local, y le digo: "¿Tú entiendes algo? Porque yo no". Miramos los precios, que están imposibles estos días, y seguimos hasta la Praça de Luís de Camões, que también era escritor, donde nos sentamos. En medio de la plaza, en el suelo, que poco nos importa lo que piensen de nosotros. Yo me pregunto si sería conveniente pedir limosna, que no nos vendría nada mal. Y pronto se hace de noche, la gente nos mira, pasan tranvías de vez en cuando, habrá que ir pensando en volver a la pensión de la rusa.

martes, 22 de julio de 2008

Volver

Con la frente marchita, como dice el tango. Volver, ¿para qué? Valdría más vagar siempre, como el Judío Errante, sin detenerse nunca, que tampoco se detiene el tiempo. Valdría más no quitarse nunca las botas viejas y gastadas y caminar hasta perderse.

miércoles, 9 de julio de 2008

La chica levemente pelirroja

¿Cómo era aquello que escribiste de ti?, le pregunto. ¿Que eras levemente pelirroja y casi te podías tocar el alma con la punta de los pies? Sí, algo así, no me lo recuerdes, contesta ella haciéndose la avergonzada. Es enero, estoy en la cama con una chica de diecinueve años. Yo tengo diez más, pero se me olvida siempre cuando hablo con ella. Lo recuerdo cuando follamos, eso sí, lo que quizás suena bastante mal, pero es la verdad.

*

Hace frío en la habitación y procuramos salir lo menos posible de la cama. Me gusta tenerla cerca, acariciar su cuerpo perfecto, besarla cuando se deja. Me encantan sus cejas (sí, de nuevo los detalles originales) y ese gesto irónico que hace con la boca. Me gusta cuando se busca defectos que no tiene. Creo que no se puede ser más bonita. Me parece que se lo digo.

*

Te has acostado conmigo porque te faltaba el perdedor en tu colección, ¿verdad?, le pregunto. No, me he acostado contigo porque me faltaba el escritor de culto, contesta ella. Yo me pregunto si sería precipitado pedirle matrimonio. Si algún día publico un libro te lo voy a dedicar a ti, digo de una forma muy ingenua pero sincera. Ella sonríe.

*

Es ciertamente imposible tenerla desnuda al lado y no follársela. Una noche la despiertan mis manos ávidas sobre su cuerpo. Después de follar me dice: gracias por despertarme.

*

Yo te trataría con dulzura siempre. Menos en la cama, tengo que admitir que ahí no me sale. Lo que quiero entonces es poseerte como si llevara deseándote toda la vida, lo que quizá sea cierto de alguna manera. Escucharte gritar de placer tiene un efecto reparador en mí. Me olvido de todo cuando dejas que libere mis demonios, que son más de lo que me gustaría reconocer.

*

Me gusta porque lo ha leído todo y escribe como nadie. Me gusta su sentido del humor de chica guapa. Esa forma deliciosa que tiene de burlarse de todo. Esa forma de moverse en la vida. Como si supiera algo que los demás desconocemos. Como si no supiera lo peligrosa que es. O quizás precisamente como si lo supiera. Como si supiera que causa hecatombes suavemente.

*

Por la calle, de repente, me coge la mano. Yo parpadeo tres o cuatro veces (no las cuento), asombrado. Qué bonito, pienso, que soy un romántico de la vieja escuela. Vamos de la mano por la ciudad, como dos enamorados. Luego pienso que sodomizarla la noche anterior también era muy bonito, aunque las pelis de Hollywood no lo aprueben. Seguramente nunca pueda escribir de ello, a la gente no le parecería bien.

*

Si yo no me quiero ir. Si yo quiero pasar frío con ella en el salón y verla comer naranjas. Si yo quiero recitarle poemas y que me cante Le tourbillon de la vie. Si yo quiero que me hable en ruso mientras me mira a los ojos. Si yo quiero verla todas las mañanas. Y pese a todo subo al tren y me marcho.

martes, 8 de julio de 2008

La chica rubia (2)

Estoy en el Balneario con una chica rubia. Hace calor, el sol pega fuerte, ella se resguarda como puede porque tiene la piel delicada, el sol me da en los ojos, lagrimeo, ella sonríe, creo, me parece verlo a través de la ceguera que me estoy provocando con todo esto. Me doy cuenta de que tiene unos pies muy bonitos, pero no le digo nada, que me saldría con aquello de la golfería y lo de los detalles en los que otros hombres no reparan. Al fin y al cabo, ya me ha estado analizando un buen rato: que si se nota que a ti te gustan las chicas con el pelo largo; que si te gusta que no se maquillen; que si estás en contra de la mentira; que si te gustan todas (puede que sea verdad, pero el amor lo reservo para unas pocas). Que si eres un obseso sexual (bueno, eso me lo dirá unos días después). En un momento dado me pilla mirándole las tetas y admito que llevo toda la tarde mirándoselas. Ella ríe. Me gusta su risa, pero tampoco se lo digo. La observo atentamente cuando se levanta a comprar un helado. Me pregunto en qué categoría de boxeo pelearía, que yo siempre calculo los pesos de la gente así. ¿Peso mosca, tal vez? Vuelve con el helado. Es verano de 2008, se hace lentamente de noche, estoy sentado en un bar con una chica guapa e interesante. Nada puede salir mal.

lunes, 7 de julio de 2008

La chica rubia

Quedo con una chica rubia, lo que parece escrito por Ray Loriga, y eso que a mí no me pega nada ser escritor moderno, que lo mío es lo decimonónico. Quedo, como digo, con una chica rubia junto al mar, lo que es una agradable novedad. Trasiego cerveza mientras admiro su belleza trigueña y fantaseo con la posibilidad de que ella esté extasiada ante mi encanto afgano, aunque probablemente no ha bebido lo suficiente. Tienes cara de buena persona, me dice, y en ese momento sé que no se acostará conmigo. Yo que había ensayado las expresiones más canallas antes de salir de casa, yo que me paso toda la tarde con el ceño fruncido como si fuera el difunto Fernando Fernán Gómez, pero nada, me traiciona que la cara sea el espejo del alma. Oye, que puedo ser muy hijo de puta, estoy tentado de decirle, pero sé que no sonaría creíble. Y no me parece elegante contar que una chica me dijo una vez: "me encanta que, siendo tan bueno, puedas llegar a ser tan malo". Henry Miller se lo montaba bastante mejor que yo, pienso. Miro al mar. Todo sale mal. Nuevamente.

domingo, 6 de julio de 2008

Fútbol (3)

La realidad es opinable, la decidimos nosotros. Me suelen preguntar si fue gol o no aquella célebre parada mía en la final del 68. Yo contesto que por supuesto que no fue gol, que fue una parada de portero excepcional, lo que siempre provoca aplausos del público. Pero el caso es que fue gol. Entró, pero me apresuré a sacarla. Nadie se dio cuenta, aunque el equipo rival protestó, pero es que hay que protestar siempre, es algo que nos enseñan de juveniles. El partido lo ganamos nosotros y a la mañana siguiente se hablaba de mi parada, pues existían dudas sobre si la pelota había entrado finalmente o no, pero no había ninguna imagen concluyente. Como es lógico, los aficionados rivales decidieron que fue gol y que el árbitro les había robado el partido. Mi afición lo vio justo al revés y me encumbró como el héroe de la final. Elegimos la realidad. Incluso yo, que todos estos años he estado convencido de que soy el único que conoce la verdad. Porque quizás no fue gol, quizás el miedo me engañó y me hizo ver que había entrado. Todo pasó muy deprisa. Tal vez sí fue una parada de mérito, después de todo. Pero cómo saber la verdad.

sábado, 5 de julio de 2008

Noches

Hablar de las noches solitarias es una decisión estética, pues la soledad está presente a cualquier hora del día, pero así se puede hablar de las luces de neón, de las farolas inquietas (como si las farolas se inquietaran), de la ciudad que duerme. De tonterías, en definitiva.

viernes, 4 de julio de 2008

Conceptos, procedimientos, actitudes

El tribunal me mira, yo no miro al tribunal. Me dan ganas de dar pasos de baile, de defender la programación didáctica cantando como si esto fuera un musical. Pero no lo hago. El tribunal me mira, yo miro el techo. Suspiro. Realmente, no tengo nada que decir, pienso. Otra metáfora de mi vida.

jueves, 3 de julio de 2008

J'ai perdu ma plume dans le jardin de ma tante

Yo siempre quise ser poeta francés. Y maldito, además. Pero el destino tenía otros planes para mí y nací en un pequeño pueblo de Murcia, Pinares de Entretiempo, lo que tiene considerablemente menos glamour y dificultaba la consecución de mi objetivo. No obstante, lejos de desanimarme por esto, me esforcé con mayor ahínco aún en cumplir mi sueño. Ya en la escuela destaqué por mi perfecta dicción gala y, aunque nadie entendía lo que decía, yo me movía por la infancia con la satisfacción de quien tiene valores republicanos.
Cuando entré en la edad adulta comencé a frecuentar la tasca del pueblo, puesto que consideraba que un poeta francés maldito que se precie ha de estar al menos la mitad del día ebrio. Pedía siempre absenta, lo que provocaba que los mozos se rieran de mí y me preguntaran qué “ausencia” era ésa de la que hablaba, si es que alguien me había roto el corazón. Otras veces me servían una copa vacía diciéndome que ahí tenía la “ausencia de bebida”. Yo no me dejaba amilanar por esto y apuraba mi copa vacía con la elegancia del que se sabe más elevado que el resto de los mortales.
Un día decidí enamorarme de una chica del pueblo que, desgraciadamente, compartía con mis vecinos el defecto de no ser francesa. Se llamaba Paqui, pero yo prefería llamarla Sophie, lo que causaba que siempre estuviéramos discutiendo, pues le parecía mal que me refiriera a ella por el nombre de otra, “y además extranjera”. Lo encontraba especialmente molesto cuando estábamos en la cama en plena actividad sexual. Debido a este conflicto de nomenclaturas, rompíamos a menudo, cosa que me venía muy bien, pues siempre he pensado que la melancolía es algo muy francés. Aprovechaba esos momentos de tristeza y soledad para encerrarme en mi buhardilla de aires parisinos y escribir versos brillantes sobre las prostitutas mulatas con las que me acostaba (afortunadamente, el pueblo no tenía nada que envidiar a París en este aspecto).
En lo laboral no me iba todo lo bien que se podría desear. Intenté ganarme la vida con la poesía, pero el director del periódico local era un francófobo que se negaba a publicar una sola línea en la lengua de Molière aduciendo que nadie en el pueblo hablaba francés y que yo no era nada más que un majadero. Este aparente fracaso en realidad era favorable a mis intereses, pues todo el mundo sabe que para ser maldito no basta con acostarse con prostitutas sifilíticas, sino que es preciso también morirse de hambre. No obstante, fallecer antes de tener una obra lírica que legar a la posteridad era claramente un error, así que me obligué a subsistir en trabajos temporales, aunque siempre encontraba dificultades para que me contrataran, pues en las entrevistas de trabajo solían mirarme con suspicacia cuando llegaban a la parte de mi currículum en la que decía “poeta francés durante los últimos siete años”. Tampoco ayudaba precisamente que respondiera “en Abisinia traficando con armas” cuando me preguntaban dónde me veía en diez años.
Los años fueron pasando, mis padres fallecieron y heredé el dinero suficiente para no tener que volver a trabajar. Paqui, la Sophie de mi corazón, finalmente se casó con otro, concretamente con un primo mío, lo que me hizo muy feliz porque me permitió escribir muchos poemas de desamor. Hay quien dice que lo de ser poeta francés era una empresa descabellada desde el principio y que no estoy ahora más cerca de serlo que cuando empecé, pero yo contesto siempre que al menos es indudable que soy el más francés de los murcianos.

miércoles, 2 de julio de 2008

Apariciones

Estaba yo, como cada noche, intentando dormir y no consiguiéndolo cuando de pronto reparé en la presencia de un extraño en la habitación. Bueno, no era exactamente un extraño, había algo familiar en él. Y algo translúcido y etéreo también, pues muy corpóreo no parecía. Un fantasma, estaba claro, pues era demasiado masculino para tratarse de una aparición mariana.
-¿Quién es usted? –inquirí reuniendo el poco valor que se tiene a oscuras.
-Soy el Espíritu Nacional.
- ¿Y se puede saber qué hace en mi habitación? Yo no le he invitado, no es usted mi tipo.
-Perdone, es que España ha ganado la Eurocopa y me ha parecido un buen momento para manifestarme.
-Pues manifiéstese en la calle, como las personas de bien.
-Ya lo hago. ¿No ha visto las banderas, el colorido? Soy yo, que inflamo los corazones. Pero no es suficiente, tengo que manifestarme también en la intimidad de cada hogar.
-¿Y tiene que ser a estas horas?
-Es que le veía sufrir con el insomnio y me he dicho: si no puede dormir, que al menos tenga Espíritu Nacional. Que sus noches en vela tengan algún sentido patriótico.
-Qué tontería, ¿no?
-No sea tan duro conmigo, usted no sabe lo triste que es manifestarse sólo de tanto en tanto, cuando algún nostálgico del régimen anterior te invoca. Es muy molesto que te invoquen cuando estás ocupado haciendo otra cosa, y encima para aparecer en el hogar de unos fanáticos. Yo me entiendo de una forma más lúdica. ¿No ha visto a los borrachos con las banderas? Así es como me veo yo. Un griterío absurdo, relajación de las costumbres, litros de alcohol corren por mis venas, mujer.
-¿Eso último no lo cantaba Ramoncín?
-Sí, es intertextualidad. Intertextualidad Nacional.
-Ya. ¿Y por qué no se va de una vez a la mierda? Mierda Nacional, claro.
-Es usted un grosero, ¿lo sabe? Ya querrá usted que venga cuando se sienta solo, ya. Pero no vendré, apátrida, que es usted un apátrida. Languidecerá en el ostracismo más absoluto y ni siquiera le servirá la idea de Nación en sus noches solitarias. Me buscará entonces y no me encontrará.
-Bueno, hay otras patrias.
-Pero peores, créame, sé de lo que hablo. Míreme a mí, soy todo alegría de vivir, sol y playa. Paella y toros. Flamenco y siesta. Si hay otra vida, yo ciertamente no quiero conocerla. Soy el Espíritu Nacional, sin mí nada merece la pena. Fíjese en usted, por ejemplo, con ese insomnio suyo que ni es Nacional ni es nada. Un insomnio particular que no se puede compartir salvo para molestar a quien duerma a su lado. Tendría que darle vergüenza.
Y desapareció.

martes, 1 de julio de 2008

Tout le monde

El mayordomo, que es Jean-Luc Godard, abre la puerta. Entra Carla Bruni. Parece alterada. Le tiembla la mano que lleva al cigarrillo que sostiene entre los labios y se toca el pelo continuamente. Se sienta en el sofá, pero enseguida vuelve a levantarse. El mayordomo la mira con cierta aprensión y sale de la habitación. Al rato vuelve acompañado de Marcel Marceau, que parece ignorar que está muerto. Godard se marcha, Marceau toma asiento y con gestos le indica a Carla Bruni que se siente junto a él. Ella le hace caso, pero comienza a sollozar quedamente, con el rostro oculto entre las manos. Todo ha salido mal, repite. Marcel Marceau le ofrece un pañuelo, ella se tranquiliza un poco, abre el bolso y saca a Sarkozy de él. L'État, c'est moi, dice Sarkozy. Marcel Marceau se encoge de hombros para hacer ver que no entiende qué sucede. La Revolución, contesta Bruni, la gente ha tomado las calles de París, el Elíseo está en manos de la turba, se acabó Francia. Marceau, como mimo genial, adopta expresión de suma tristeza, seguida por una de reflexión y, después, de firme determinación. Su mirada parece decir: Venceremos, pese a todo. Entonces vuelve a entrar Godard, con té y pastas que sirve diligentemente antes de tomar la palabra: Amigos, camaradas, Francia es una idea que no puede ser pervertida por el populacho adocenado por películas burguesas, Francia es la verdad veinticuatro veces por segundo. Rojo, musita Sarkozy, pero necesita toda la ayuda que pueda conseguir, así que aplaude el discurso de Godard. Marcel Marceau, entretanto, hace como que está encerrado en una caja, lo que provoca las risas de Carla Bruni. Una vez relajado el ambiente, es más fácil trazar un plan de acción. Hay que recuperar el control del país, dice Sarkozy, al que Carla Bruni acuna amorosamente. La contrarrevolución la dirigirá Godard, añade, y la protagonizará Marcel Marceau, será una contrarrevolución silenciosa. Silenciosa y televisiva, pues quien controla la televisión controla el país. Yo podría ponerle banda sonora a la contrarrevolución, dice Bruni. Entonces no sería silenciosa, contesta Godard. Carla Bruni hace un mohín de disgusto y mira a Sarkozy, que no tiene más remedio que ceder y para contentar a todos afirma: La contrarrevolución será silenciosa, televisiva y con banda sonora; que no nos importen nuestras contradicciones, pues creemos en ellas más que el enemigo en su coherencia. Sigues siendo el hombre del que me enamoré, suspira Carla Bruni con lágrimas en los ojos. Se besan. Godard empieza a rodarlo todo mentalmente. Marcel Marceau anda hacia la puerta como si se enfrentara a un viento furioso.