En 2013 actualicé el blog trescientas sesenta y cinco veces y no gané ningún concurso literario (volví a la normalidad), pero sucedieron otras cosas:
Después de cuarenta años en el desierto, alcancé la Tierra Prometida y publiqué. Y en la Tierra Prometida los ríos manaban hidromiel, los árboles daban jugosos frutos y todas las mujeres eran hermosas y gentiles. Al menos en teoría, que mis editores tendrán una visión muy diferente del asunto. Llegué a ellos y la ruina, como la vieja destentada y horrible que es, los arrastró a la cama con carcajadas tenebrosas. Algo así.
En cuanto al amor, es bonito que una mujer te quiera. Es muy bonito. E inusual, al menos en mi caso. Y más inusual todavía es que te siga queriendo casi tres años después. Es misteriosa la vida. Sinuosa. Como una mujer.
Ahora en 2014 el plan es… el plan es… lo tengo apuntado en alguna parte, pero mientras tanto entreguémonos al nuevo año con la ingenuidad del que cree no tener nada que perder.
martes, 31 de diciembre de 2013
lunes, 30 de diciembre de 2013
La sincronía
¿A qué hora te vas a levantar mañana?, le interroga ella. Él pregunta por qué quiere saberlo y ella le contesta que para levantarse a la misma hora que él y así, de esa manera, estar conectados a pesar de la distancia, empezar el día juntos aunque estén separados. Él sonríe y le dice que a las nueve. Y a las nueve suena el despertador de ella, que abre los ojos al nuevo día y se siente acompañada, aunque no sabe que en realidad él sigue durmiendo, pues en el último momento decidió que se despertará a las diez.
domingo, 29 de diciembre de 2013
Ante la ley
Ustedes quieren ahora fusilarme por mis supuestos crímenes y respeto su deseo, pero les pido que reflexionen un momento: ustedes se definen como «provida» y yo soy joven, fértil. Podría tener tantos hijos. ¿Qué pasa con esos niños futuribles? Quedan condenados a la no existencia, cuando siempre hablan ustedes de los derechos del no nacido. Si me matan, está claro que todos mis hijos jamás llegarán a existir. Podrán alegar, claro, que su ley se refiere a los concebidos, pero yo he pensado mucho en todo este asunto: son niños concebidos, en mi imaginación.
sábado, 28 de diciembre de 2013
Breve autobiografía no autorizada
Nací en 1978 en Suecia, país al que nunca he vuelto. El primer recuerdo que tengo es el de mi madre, embarazada, cayendo de una escalera al manipular una lámpara. Mi primera cita con una chica fue en un cementerio. Sé que, por lo general, mi existencia pasa desapercibida. No fui un hijo deseado, más bien fui forzado (el plan de mi padre era retener así a mi madre, lo que funcionó). En el instituto, a menudo faltaba a clase para ir a leer a las gradas del polideportivo que había al lado. Nunca he hecho un trío en la ducha (ni en ninguna otra parte). Sufro de nostalgia por un pasado que sólo he deseado. Sonia me ha dado una paz mental que creía imposible, pero temo perderla (a ella). A veces escribo, pero sé que nunca seré tan bueno como me gustaría. En una ocasión, mi padre me conminó a suicidarme. Siempre llego tarde a todo en la vida, aunque trato de compensarlo acudiendo con puntualidad británica a mis actos sociales. He amado con locura a mujeres que jamás pronuncian mi nombre. Me gusta pensar que también llegaré tarde a la muerte, aunque supongo que es mejor llegar en el momento adecuado.
viernes, 27 de diciembre de 2013
Tipos afortunados
Nunca fui uno de esos tipos afortunados que siempre saben qué decir y qué hacer. No, lo mío fue más parecido a un niño perdido en el bosque y que, por pánico, ni siquiera se atreve a buscar la salida, sino que se queda quieto, temblando, mientras se va perdiendo cada vez más (esto es, el bosque se mueve a su alrededor).
jueves, 26 de diciembre de 2013
Cuento de navidad
—¡Quieto, insensato! He venido para evitar que te suicides.
—¿Yo? Pero si no tengo ninguna intención de quitarme la vida.
—¿Ah, no? Con la crisis que hay. Ya hace mucho que estás en paro y las deudas se te acumulan.
—Ya, pero me parece un cliché suicidarse en navidad. He pensado que voy a esperar a marzo. Suicidarse en primavera es más bonito y, si lo hago justo al principio, además me ahorro la alergia.
—Pero yo no podré venir a evitarlo, que sólo actúo en navidad.
—Motivo de más.
—¿Yo? Pero si no tengo ninguna intención de quitarme la vida.
—¿Ah, no? Con la crisis que hay. Ya hace mucho que estás en paro y las deudas se te acumulan.
—Ya, pero me parece un cliché suicidarse en navidad. He pensado que voy a esperar a marzo. Suicidarse en primavera es más bonito y, si lo hago justo al principio, además me ahorro la alergia.
—Pero yo no podré venir a evitarlo, que sólo actúo en navidad.
—Motivo de más.
miércoles, 25 de diciembre de 2013
Roma, ciudad santa
Ya sé que usted no cree que mi dios nació de una virgen, ni que un rey sanguinario intentó acabar con su vida de tierno infante, ni tampoco que ascendió a los cielos como la divinidad que era. Pero esta ciudad no sería lo que es sin Rómulo.
martes, 24 de diciembre de 2013
En concursos
A veces, cuando me presento a un concurso literario, tengo que refrenar el impulso de escribir en una hoja del relato: señor del jurado, nos podemos repartir el premio usted y yo.
lunes, 23 de diciembre de 2013
Un seguidor de Adam Smith en el autobús
—¡Oiga! ¿Quién le ha dado permiso para tocarme el culo?
—No he sido yo, señorita, habrá sido la mano invisible del mercado.
—No he sido yo, señorita, habrá sido la mano invisible del mercado.
domingo, 22 de diciembre de 2013
La maleta de Budapest
Me llamaron de la compañía aérea. Habían encontrado mi maleta, dijeron, y podía pasar a recogerla cuando quisiera. Qué maleta, pregunté yo, que no recordaba haber perdido ninguna y que además hacía año y medio que no viajaba en avión. Una que extravió en su viaje a Budapest, me contestaron. Pero yo a Budapest viajé hace cinco o seis años, repuse. Sentimos las molestias, se limitó a decir la voz al otro lado del teléfono antes de colgar.
Al día siguiente, fui al aeropuerto a recoger la maleta. Era de un color verde terroso y la recordaba someramente. Sí, había viajado con ella en el pasado, me parecía. Quizá a Grecia, con Elena. Quizá no. Pero estaba registrada a mi nombre y por lo tanto me pertenecía o, al menos, la había heredado de mi yo anterior.
No la abrí nada más llegar a casa, lo que hice fue depositarla sobre la cama y mirarla durante un largo rato. La maleta permaneció en silencio, como era de esperar. Luego fui a la cocina a prepararme el almuerzo, que tomé con tranquilidad mientras en la tele hablaban de catástrofes al otro lado del mundo.
Después de dormir la siesta, abrí por fin la maleta. Me sentí como un intruso, un cotilla que fisgaba el equipaje de un extraño. Pues eso era aquello: el equipaje de alguien que ya no recordaba ser, aunque sí reconocí mi letra en un bloc de notas que encontré entre dos camisas bastante horteras. Notas de alguien que fui. O notas de un impostor que se hacía pasar por mí en el pasado.
Al día siguiente, fui al aeropuerto a recoger la maleta. Era de un color verde terroso y la recordaba someramente. Sí, había viajado con ella en el pasado, me parecía. Quizá a Grecia, con Elena. Quizá no. Pero estaba registrada a mi nombre y por lo tanto me pertenecía o, al menos, la había heredado de mi yo anterior.
No la abrí nada más llegar a casa, lo que hice fue depositarla sobre la cama y mirarla durante un largo rato. La maleta permaneció en silencio, como era de esperar. Luego fui a la cocina a prepararme el almuerzo, que tomé con tranquilidad mientras en la tele hablaban de catástrofes al otro lado del mundo.
Después de dormir la siesta, abrí por fin la maleta. Me sentí como un intruso, un cotilla que fisgaba el equipaje de un extraño. Pues eso era aquello: el equipaje de alguien que ya no recordaba ser, aunque sí reconocí mi letra en un bloc de notas que encontré entre dos camisas bastante horteras. Notas de alguien que fui. O notas de un impostor que se hacía pasar por mí en el pasado.
sábado, 21 de diciembre de 2013
Los políticos y la lógica
Volver a una ley de hace treinta años (en realidad, con más restricciones) y presentarlo como un avance.
viernes, 20 de diciembre de 2013
La risa
Mis padres pertenecían a una secta cristiana muy estricta que creía que la risa era pecado. A causa de esto, mis hermanos y yo tuvimos una infancia muy seria, vacía de juegos. A veces oíamos reír a los vecinos, preguntábamos a mi padre qué era eso y nos contestaba: «son los demonios de Babilonia, conspirando». Durante años, me han dado pánico los espectáculos cómicos.
jueves, 19 de diciembre de 2013
Pequeños actos subversivos
En sus transferencias bancarias, siempre ponía como concepto: tráfico de influencias.
miércoles, 18 de diciembre de 2013
Lecturas íntimas
En la puerta del liceo, esperando para leer, pienso durante unos segundos en la posibilidad de marcharme. ¿Sería negativo? ¿Sería bueno para la leyenda? «En su primera lectura pública, huyó como el cobarde que era», pondrían en mi biografía no autorizada. Pero luego pienso que podré decir: «una vez leí en el liceo», que siempre suena bastante mejor de lo que es. Así que entro. Y el lugar está prácticamente vacío, no hemos levantado expectación. ¿Dónde están las groupies?, pienso (en algún concierto, claro). Y a medida que vamos leyendo, las pocas personas que hay se van marchando. Todo muy triste. Yo leo el segundo, así que tengo algo de audiencia. Formamos una sociedad secreta, se me ocurre, pero no digo nada, no sea que los espante antes de tiempo.
martes, 17 de diciembre de 2013
lunes, 16 de diciembre de 2013
domingo, 15 de diciembre de 2013
Las lecturas
Preparando textos para leer en público. Aunque no sé por qué hago esto. En el instituto, los otros chavales se reían de mí porque leía demasiado rápido. Yo no sé leer para otros (está por ver si sé escribir para otros), sólo para mí. La lectura en realidad es un acto íntimo, privado, a veces clandestino. Pero hay que intentarlo, me digo, hay que participar en estas extrañas liturgias públicas y, quizá, escribir luego sobre todo ello.
sábado, 14 de diciembre de 2013
Dinero
Ahora que va terminando el año, pienso que en 2012 gané tres concursos literarios y en 2013 no he ganado ninguno (lo peor de ganar es tener que mantener la tendencia). Aunque, por otro lado, este año he publicado por partida doble: el cómic y el libro de relatos. Pero eso no da dinero, ya que no hay que convencer sólo a unos pocos miembros de un jurado, sino a un montón de desconocidos que ni siquiera sospechan que tu obra existe.
viernes, 13 de diciembre de 2013
Bailoteos sin gracia a la vera de Satanás
Tú estás destinado a mayores empresas, susurra una voz interior que bien podría ser un amigo imaginario de la infancia. Pero quién presta atención ya a las promesas del ego, cuando todas las puertas se cierran con estruendo (un tanto musical: si se fija bien, parecen los cañonazos de la Obertura 1812 de Tchaikovski).
jueves, 12 de diciembre de 2013
La muerte de los hijos
—Padre, ¿por qué Dios está obsesionado con asesinar a los hijos?
—¿Qué? ¿Pero qué dices?
—Sí: primero, encarga a Abraham que sacrifique a su hijo, aunque lo detiene en el último momento (como un gobernador que llama a la prisión para impedir la ejecución que él mismo firmó). Más tarde asesina a los primogénitos de Egipto y finalmente manda a su hijo a morir crucificado con la excusa de que así los pecados quedan expiados (aunque esto luego no es así y se sigue amenazando a la gente con el infierno).¿No hay una pauta clara? ¿Una obsesión? ¿Un fetichismo?
—Los crímenes del Señor están justificados. Eran unas circunstancias confusas, unos tiempos difíciles y además la mente del Señor es inescrutable.
—Me parece una defensa muy endeble.
—Como quieras, pero ya ha prescrito todo.
—¿Qué? ¿Pero qué dices?
—Sí: primero, encarga a Abraham que sacrifique a su hijo, aunque lo detiene en el último momento (como un gobernador que llama a la prisión para impedir la ejecución que él mismo firmó). Más tarde asesina a los primogénitos de Egipto y finalmente manda a su hijo a morir crucificado con la excusa de que así los pecados quedan expiados (aunque esto luego no es así y se sigue amenazando a la gente con el infierno).¿No hay una pauta clara? ¿Una obsesión? ¿Un fetichismo?
—Los crímenes del Señor están justificados. Eran unas circunstancias confusas, unos tiempos difíciles y además la mente del Señor es inescrutable.
—Me parece una defensa muy endeble.
—Como quieras, pero ya ha prescrito todo.
miércoles, 11 de diciembre de 2013
Sálvese con nosotros en R'lyeh 6
—¡Sálvese, caballero! ¡Sálvese con nosotros antes de que sea demasiado tarde!
—¿Es que hay fuego?
—Efectivamente: el del infierno. Y le está esperando a usted, que es un pecador. Y me está esperando a mí, que también lo soy.
—¿Pero ahora? Es que he quedado.
—El infierno no perdona a nadie, señor. Es una ley implacable la suya, ha sido decretado así por fuerzas más poderosas que nosotros.
—¡Inadmisible! Hay que solicitar un referéndum en el país para cambiar esto.
—El infierno es un poder extranjero que no se somete a dictados nacionales. Pero hay una manera de evitarlo: emigre con nosotros, caballero. Emigre a R'lyeh 6.
—¿R'lyeh 6? ¿Eso no está en el culo de la galaxia?
—Oh, blasfema usted, pero le perdono la vida porque blasfema por ignorancia. Caballero, en una cueva de R'lyeh 6, unos mineros que buscaban xargón han descubierto hace tan sólo unas semanas a una criatura que, al parecer, sin lugar a dudas, es Dios.
—¿En una cueva? ¿En un planetoide al otro lado de la galaxia? ¿No es eso poco divino?
—Para nada. Dios es humilde y por tanto es natural que fuera encontrado por unos simples mineros de xargón en un oscuro rincón del universo. ¿No lo entiende? La Buena Nueva se extiende. Dios ha vuelto a nacer en R'lyeh 6. Y hemos de ir a su encuentro: para adorarlo, para someternos a su juicio justo y divino. Ahora mismo cientos de fieles se dirigen allí para fundar una Nueva Jerusalén. Y todavía hay sitio para nosotros, sólo tenemos que reunir el dinero para viajar. Pero hay que darse prisa, es importante formar parte de los elegidos, Dios no cambia su agenda por nadie.
—¿Es que hay fuego?
—Efectivamente: el del infierno. Y le está esperando a usted, que es un pecador. Y me está esperando a mí, que también lo soy.
—¿Pero ahora? Es que he quedado.
—El infierno no perdona a nadie, señor. Es una ley implacable la suya, ha sido decretado así por fuerzas más poderosas que nosotros.
—¡Inadmisible! Hay que solicitar un referéndum en el país para cambiar esto.
—El infierno es un poder extranjero que no se somete a dictados nacionales. Pero hay una manera de evitarlo: emigre con nosotros, caballero. Emigre a R'lyeh 6.
—¿R'lyeh 6? ¿Eso no está en el culo de la galaxia?
—Oh, blasfema usted, pero le perdono la vida porque blasfema por ignorancia. Caballero, en una cueva de R'lyeh 6, unos mineros que buscaban xargón han descubierto hace tan sólo unas semanas a una criatura que, al parecer, sin lugar a dudas, es Dios.
—¿En una cueva? ¿En un planetoide al otro lado de la galaxia? ¿No es eso poco divino?
—Para nada. Dios es humilde y por tanto es natural que fuera encontrado por unos simples mineros de xargón en un oscuro rincón del universo. ¿No lo entiende? La Buena Nueva se extiende. Dios ha vuelto a nacer en R'lyeh 6. Y hemos de ir a su encuentro: para adorarlo, para someternos a su juicio justo y divino. Ahora mismo cientos de fieles se dirigen allí para fundar una Nueva Jerusalén. Y todavía hay sitio para nosotros, sólo tenemos que reunir el dinero para viajar. Pero hay que darse prisa, es importante formar parte de los elegidos, Dios no cambia su agenda por nadie.
martes, 10 de diciembre de 2013
Una nueva austeridad
—Buenos días, vengo a que me publiquen.
—Antes tendremos que leer su obra y estudiar su potencial, caballero.
—No es necesario: mi idea es que exploten mi parecido con Paul Auster.
—¿Cómo dice?
—Mire, fíjese bien en mi rostro: los mismos ojos saltones, el mismo rictus en la boca, el mismo pelo. Podría ser él, pero no lo soy. Aunque algunas veces lo he sido, ¿sabe? En hoteles, con lectoras, no sé si me entiende.
—Pero esto es fantástico; podríamos reventar el mercado. Sólo hay un problema: Paul Auster no tiene firmado un contrato con esta editorial y podría demandarnos por uso de su imagen.
—Paul Auster es dueño de su imagen, pero no de la mía, que casualmente coincide con la suya. Yo creo que ganaríamos en cualquier juicio: «escritor de éxito vanidoso y prepotente intenta que ciudadano anónimo no tenga rostro».
—Sí, podría funcionar. Pero es sólo ponerme a pensar en juicios y abogados y me entra vértigo. Un vértigo perezoso. ¿No sería más fácil eliminar al verdadero Auster y que usted se hiciera pasar por él? Y que firmara en exclusiva con nosotros. Imagínese los titulares: «Paul Auster escribirá ahora en español para una pequeña editorial de Murcia».
—No sé, no tengo madera de asesino, sólo de doble de Auster.
—Nosotros nos encargaremos de todo, hombre, usted sólo tiene que dar su aprobación. Piense que también podrá acostarse con Siri Hustvedt.
—Ah, pues sí. Está un poco mayor, pero una rubia siempre es una rubia.
—Antes tendremos que leer su obra y estudiar su potencial, caballero.
—No es necesario: mi idea es que exploten mi parecido con Paul Auster.
—¿Cómo dice?
—Mire, fíjese bien en mi rostro: los mismos ojos saltones, el mismo rictus en la boca, el mismo pelo. Podría ser él, pero no lo soy. Aunque algunas veces lo he sido, ¿sabe? En hoteles, con lectoras, no sé si me entiende.
—Pero esto es fantástico; podríamos reventar el mercado. Sólo hay un problema: Paul Auster no tiene firmado un contrato con esta editorial y podría demandarnos por uso de su imagen.
—Paul Auster es dueño de su imagen, pero no de la mía, que casualmente coincide con la suya. Yo creo que ganaríamos en cualquier juicio: «escritor de éxito vanidoso y prepotente intenta que ciudadano anónimo no tenga rostro».
—Sí, podría funcionar. Pero es sólo ponerme a pensar en juicios y abogados y me entra vértigo. Un vértigo perezoso. ¿No sería más fácil eliminar al verdadero Auster y que usted se hiciera pasar por él? Y que firmara en exclusiva con nosotros. Imagínese los titulares: «Paul Auster escribirá ahora en español para una pequeña editorial de Murcia».
—No sé, no tengo madera de asesino, sólo de doble de Auster.
—Nosotros nos encargaremos de todo, hombre, usted sólo tiene que dar su aprobación. Piense que también podrá acostarse con Siri Hustvedt.
—Ah, pues sí. Está un poco mayor, pero una rubia siempre es una rubia.
lunes, 9 de diciembre de 2013
Una corta declaración de amor
Pienso en ti y ya no consigo hacer nada a derechas. Salvo masturbarme.
domingo, 8 de diciembre de 2013
sábado, 7 de diciembre de 2013
Las palabras
Las palabras son una materia prima extraña. Yo las importo directamente de una cantera en Suiza, donde tengo gente trabajando para mí, acuñándolas. Es un proceso largo y laborioso, pero el resultado merece la pena.
viernes, 6 de diciembre de 2013
Una carrera sin fin
Porque yo amé hasta quedarme sin aliento y nunca fue suficiente, ¿sabe? Todo para agotarse sin remedio, no lo intente jamás. Luego hay que sentarse durante el resto de la vida a intentar recuperar el resuello y uno no encuentra tiempo.
jueves, 5 de diciembre de 2013
Una historia corta de desamor
—Sí, aún me estremezco cuando oigo tu nombre. Aunque sólo lo oigo cuando lo digo en sueños (y estremecerse es muy molesto para dormir).
miércoles, 4 de diciembre de 2013
Érase una vez en España
Un territorio inhóspito azotado por el viento. Al fondo se ven pisos a medio construir. Pasa un toro. Luego otro. Entra un ESPAÑOL.
ESPAÑOL: Buenas tardes (dirigiéndose al público), ¿tienen algo para comer? ¿Sí? Qué suerte. Yo sólo he encontrado estas piedras, aunque están un poco duras; he probado a molerlas con los dedos, pero no hay manera.
Entra el GOBIERNO.
GOBIERNO: ¿Está diciendo que las piedras españolas no son excelentes?
ESPAÑOL: No, no, Dios me libre. Soy yo el que es defectuoso: no estoy a la altura de las piedras españolas.
GOBIERNO: Eso es porque es usted un mal español. Seguro que no nos ha votado en las últimas elecciones.
ESPAÑOL: ¿Yo? Ya quisiera haber votado, ya, pero soy un ciudadano de segunda categoría; ¿no recuerda que nos quitaron los derechos políticos?
GOBIERNO: Algo haría, que tiene usted cara de ETA. Y de abortista, valga la redundancia.
ESPAÑOL: No tengo tiempo para nada de eso, me lo impide el hambre.
GOBIERNO: Un verdadero español no tiene hambre. El hambre es una consecuencia natural del nacionalismo periférico.
ESPAÑOL: Será, qué entiendo yo de política. No pude estudiar, al fin y al cabo.
GOBIERNO: ¿Eso es una crítica?
ESPAÑOL: No, un comentario sin más.
GOBIERNO: Sí, un comentario, pero negativo. Sabe usted que no tiene derecho a protestar, ¿verdad? La protesta está penada con años de cárcel y miles de euros de multa.
ESPAÑOL: ¿Yo? ¿Quién soy yo para protestar?
GOBIERNO: Exactamente, exactamente.
ESPAÑOL: Buenas tardes (dirigiéndose al público), ¿tienen algo para comer? ¿Sí? Qué suerte. Yo sólo he encontrado estas piedras, aunque están un poco duras; he probado a molerlas con los dedos, pero no hay manera.
Entra el GOBIERNO.
GOBIERNO: ¿Está diciendo que las piedras españolas no son excelentes?
ESPAÑOL: No, no, Dios me libre. Soy yo el que es defectuoso: no estoy a la altura de las piedras españolas.
GOBIERNO: Eso es porque es usted un mal español. Seguro que no nos ha votado en las últimas elecciones.
ESPAÑOL: ¿Yo? Ya quisiera haber votado, ya, pero soy un ciudadano de segunda categoría; ¿no recuerda que nos quitaron los derechos políticos?
GOBIERNO: Algo haría, que tiene usted cara de ETA. Y de abortista, valga la redundancia.
ESPAÑOL: No tengo tiempo para nada de eso, me lo impide el hambre.
GOBIERNO: Un verdadero español no tiene hambre. El hambre es una consecuencia natural del nacionalismo periférico.
ESPAÑOL: Será, qué entiendo yo de política. No pude estudiar, al fin y al cabo.
GOBIERNO: ¿Eso es una crítica?
ESPAÑOL: No, un comentario sin más.
GOBIERNO: Sí, un comentario, pero negativo. Sabe usted que no tiene derecho a protestar, ¿verdad? La protesta está penada con años de cárcel y miles de euros de multa.
ESPAÑOL: ¿Yo? ¿Quién soy yo para protestar?
GOBIERNO: Exactamente, exactamente.
martes, 3 de diciembre de 2013
Una historia corta de amor
Capítulo siete. Su risa sonaba como la lluvia. Lo que, francamente, daba mucho miedo.
lunes, 2 de diciembre de 2013
El escritor decepcionante
Siempre dejo la casa llena de notas que mi novia piensa al principio que son de amor, pero que en realidad son ideas para relatos.
domingo, 1 de diciembre de 2013
El bloqueo de escritor
Doctor, hace tiempo que no consigo escribir, estoy sometido a un bloqueo, un bloqueo continental. Verá, una parte de mi mente funciona como una especie de Napoleón que ha decidido acabar con mi parte creativa: para ello, ha prohibido todo comercio entre esa parte y el resto del cerebro. Esto afecta profundamente a mi economía, pues estoy llegando tarde a todas las fechas de entrega y no me va a quedar más remedio que rendirme y dedicarme a otra cosa.
sábado, 30 de noviembre de 2013
Arrancacorazones
Publicado originalmente en el segundo número de Obituario
El doctor Jacquemort llama a la puerta, que se abre enseguida.
—Buenos días —dice—, ¿necesita usted un psiquiatra?
—¿Qué manera es esa de hablarle a una dama?
—Pero si es usted un hombre.
—Sólo en este universo. Pero pase, pase y cuénteme lo que la psiquiatría puede hacer por mí.
Jacquemort entra en la habitación destartalada, retira del sofá una cucaracha muerta (lo que entorpecerá la investigación criminal) y se sienta.
—Yo es que fui envasado al vacío de pequeño, ¿sabe? Pero no todo el rato, sólo cuando mis padres salían. Eso ha afectado a mi desarrollo, aunque trato de leer a Jean-Sol Partre para formarme.
—La filosofía es malísima para la salud mental —responde Jacquemort.
—¡No me diga! Entonces es Jean-Sol Partre el culpable de mis problemas. ¿Usted cree que podría querellarme contra él?
—Iba a proponérselo ahora mismo. Si quiere, puedo testificar en el juicio.
—Es usted muy amable. ¿Cuánto me costaría?
—Cien doblezones.
—Sólo tengo tres.
—Trato hecho, pero me debe noventa y siete.
—Se los sacaremos a Jean-Sol Partre, junto con los años perdidos de la infancia. ¿Usted cree que me los devolverá?
—Ya no le sirven de nada, que es adulto.
—Pero puedo especular con ellos. Negociar con niños que no quieren crecer. Peterpanear.
—Sí, eso sí.
viernes, 29 de noviembre de 2013
Las confesiones
El problema es que conmigo no había misterio, ya que siempre dejaba escrito lo que pensaba.
jueves, 28 de noviembre de 2013
La página noventa y uno
—Su novela es muy interesante, pero al llegar a la página noventa y uno se desmorona como un castillo de naipes.
—Lo sé, pero no he podido evitarlo, es mi número de la mala suerte, desde pequeño. De hecho, el año 91 fue el peor año de mi vida, no me salió nada bien. ¿No podríamos saltarnos esa página?
—Imposible, toda novela necesita una página noventa y uno. Salvo que sea una novela corta, claro.
—¿Y si pusiéramos ahí una ilustración para no tener que escribir nada? Una ilustración que ahuyente la mala suerte. El dibujo de una pata de conejo, por ejemplo. O un trébol de cuatro hojas.
—Lo sé, pero no he podido evitarlo, es mi número de la mala suerte, desde pequeño. De hecho, el año 91 fue el peor año de mi vida, no me salió nada bien. ¿No podríamos saltarnos esa página?
—Imposible, toda novela necesita una página noventa y uno. Salvo que sea una novela corta, claro.
—¿Y si pusiéramos ahí una ilustración para no tener que escribir nada? Una ilustración que ahuyente la mala suerte. El dibujo de una pata de conejo, por ejemplo. O un trébol de cuatro hojas.
miércoles, 27 de noviembre de 2013
Un adelanto de amor
Podría darme usted un adelanto de amor, señorita. Un tráiler de cómo sería lo nuestro. Enseñarme una teta, al menos.
martes, 26 de noviembre de 2013
Corriente interrumpida
Publicado originalmente en el primer número de Obituario
Casi cien años después de la guerra de las corrientes entre Tesla y Edison, Ian Curtis comenta que la suya es una corriente que se interrumpe de súbito. Lo mío es un problema del suministro eléctrico, dice. Un desorden en neuronas sin control. Nadie quiere hacerse cargo. Nadie puede hacerse cargo. La compañía eléctrica me ha dicho repetidas veces que no se hacen responsables de instalaciones defectuosas.
lunes, 25 de noviembre de 2013
Ley de seguridad ciudadana
Hubo un tiempo en el que este país soñaba con libertad. Con democracia. Con todas esas bellas palabras y conceptos que imperaban en los países civilizados. Vale, sí, no era una democracia perfecta lo que había en esos otros países, pero era una maravilla comparada con lo que teníamos aquí. Hoy la cosa no ha cambiado demasiado: sigue siendo una maravilla en comparación con la falsa democracia española. Y a partir de ahora se prohíbe toda crítica, toda protesta. Ya no se permite ni el derecho al pataleo. Prietas las filas, impasible el ademán.
domingo, 24 de noviembre de 2013
Una generación literaria
Soy el gran olvidado de la historia, pero influí de manera decisiva en la literatura española de posguerra. Fui el chico de los cafés. El camarero del café literario Rocinante, donde se reunían los integrantes de la generación del 46 (el número de la calle donde se encontraba la cafetería). Mi buen servicio a estos insignes escritores de alguna manera se reflejó en sus obras. ¿Habría sido la prosa nerviosa de Alfredo Bernabé tal sin mis cafés bien cargados? Quizá el joven Raúl Quinteros no habría sucumbido tan pronto de diabetes —dejando una maravillosa obra poética inconclusa—, si yo no le hubiera cambiado sistemáticamente la sacarina por azúcar. ¿Y esos carajillos que empujaron a Federico Valbuena al alcoholismo y la vida bohemia que lo convirtieron en maldito y enfant terrible de nuestras letras? Nadie me reconoce el mérito, pero fui yo, fui yo quien manejó los hilos en la sombra; como Gertrude Stein, pero con propinas.
sábado, 23 de noviembre de 2013
La llamada del ego
En la cocina, mientras desayunaba, me pareció escuchar una voz que me hablaba. Ya está, pensé, tengo esquizofrenia. Pero la voz parecía proceder de fuera de mi cabeza. Concretamente, de la tostadora. Me acerqué a ella y escuché claramente que decía: tú tenías que haber sido grande. Ya, le contesté, mis padres lo intentaron todo, pero me quedé en metro setenta. No, no grande en plan André el gigante, contestó la voz de la tostadora, yo me refiero a la gloria. ¿No ves que soy tu ego? Vengo a comunicarte la buena nueva: todavía no es tarde, puedes enmendarte. No sé, repuse, ¿está destinada a la grandeza la gente que habla con los electrodomésticos? Por supuesto, contestó la voz, los locos son los mejores clientes de la grandeza: mira a Napoleón. No, no, dije yo, te equivocas: los locos se creen Napoleón, pero él estaba cuerdo. Bueno, no me vengas con tecnicismos ahora para eludir tu destino, contestó la tostadora.
viernes, 22 de noviembre de 2013
Una labor metódica
Un escritor dijo una vez que el fracaso es el pasaporte hacia el éxito, caballero, y por eso me he dedicado yo durante todos estos años a fracasar espectacularmente, con la tranquilidad que da saber que esta tendencia al final se revierte sola.
jueves, 21 de noviembre de 2013
El cinturón de Rimbaud
Je m'en allais, les poings dans mes poches crevées;
Mon paletot soudain devenait idéal;
J'allais sous le ciel, Muse, et j'étais ton féal;
Oh! là là! que d'amours splendides j'ai rêvées!
ARTHUR RIMBAUD
Perseguimos el mito como perseguimos la juventud. Perseguimos al primer Rimbaud, el de los excesos poéticos y libidinosos. Rimbaud, insultantemente joven y bello, príncipe de los poetas, querubín del infierno que arrastra a la perdición a Verlaine. Amamos al Rimbaud que vive como una estrella de rock, que no tiene límites porque sabe que el mundo le pertenece.
Es el modelo. Es la luz y el camino. Es el faro y el guía.
Pero decidimos ignorar que ese mismo Rimbaud traiciona todo eso por una vida más comercial. Una vida en la que obsesionarse con el dinero, que nunca es suficiente, y que siempre lleva en el cinturón. Es difícil entender el tráfico de armas en África como un gesto poético.
Rimbaud admite que la poesía es mentira y que sólo cabe venderse. Abraza el cinismo con fervor. Rimbaud es como un joven del mayo del 68 que acaba votando a Le Pen.
Y sin embargo, hacemos como si nada hubiera pasado. Es como si ese segundo Rimbaud no existiera, como si hubiera muerto en el preciso instante en que dejó de escribir. Como si otro hubiera suplantado su identidad y, por lo tanto, ya no nos importara, pues sabemos que es un impostor: qué más nos da lo que haga ese tipo que se hace llamar Rimbaud, cuando todos sabemos que no es el de verdad. El de verdad escribía versos deslumbrantes y menearía la cabeza al contemplar los actos del que le ha robado el nombre.
Pero tampoco podemos ser tan duros con él. Igual que un suicida afirma la vida, un ex escritor afirma la literatura. Simplemente, no puede con ella. La ama, pero es incompatible con la tranquilidad de espíritu. Nos alejamos de tantos amores que nos hacen daño. La poesía no difiere mucho de esto. Es una condena. No puede salvar a nadie. Según Dostoievski, si Dios no existe, entonces todo está permitido. Es como si Rimbaud lo parafraseara de esta manera: si la poesía no es verdad, entonces todo vale. Ser mercenario. El tráfico de armas. El dinero. El dinero es verdad.
Además, no a todo el mundo le dispara otro poeta simbolista francés. Seguro que es una experiencia que te cambia la vida.
miércoles, 20 de noviembre de 2013
El bloqueo
Escúchame bien: lo mejor será que no nos veamos más. A partir de ahora, yo seré Napoleón y tú serás Inglaterra, por lo que te voy a someter a un bloqueo continental. Quizá en el futuro podamos encontrar otra solución, pero tengo que hacer esto por el bien de mi grandeur.
martes, 19 de noviembre de 2013
El diluvio
—Noé, escúchame atentamente: soy Dios y voy a aniquilar a la humanidad.
—Señor, ¿no es una solución un tanto radical?
—No me discutas, que sé lo que hago. Verás, podría acabar sólo con la especie humana, que para algo soy Dios, ¿pero para qué discriminar? He decidido mandar un diluvio universal que acabe con toda la vida del planeta.
—¿Con toda?
—Sí, pero para empezar de nuevo. Voy a reiniciar el sistema.
—¿Qué?
—Nada, no lo entenderías, que no eres Dios. Mira, esto es lo que necesito que hagas: tienes que fabricar un gran barco en medio del desierto.
—¿En el desierto? ¿Y de dónde saco la madera?
—Dios proveerá. El barco ha de tener las siguientes medidas: trescientos codos de longitud, quince de alto y cincuenta de ancho. Luego has de meter en él una pareja de cada especie animal, para que sobrevivan al diluvio y así volver a poblar el mundo.
—Esto... Señor, es un barco enorme, sin duda, pero es imposible que quepan en él todas las especies animales.
—No entiendes nada: gracias a mi poder divino, cabrán todas en él; yo haré que haya espacio suficiente.
—¿Y no podría construir una maqueta y usar luego tu poder divino para que quepan las especies animales en ella? Facilitaría mucho la tarea.
—¿Osas discutir a Dios? ¿Quieres que le proponga esto a otra familia?
—No, no, por Dios.
—Señor, ¿no es una solución un tanto radical?
—No me discutas, que sé lo que hago. Verás, podría acabar sólo con la especie humana, que para algo soy Dios, ¿pero para qué discriminar? He decidido mandar un diluvio universal que acabe con toda la vida del planeta.
—¿Con toda?
—Sí, pero para empezar de nuevo. Voy a reiniciar el sistema.
—¿Qué?
—Nada, no lo entenderías, que no eres Dios. Mira, esto es lo que necesito que hagas: tienes que fabricar un gran barco en medio del desierto.
—¿En el desierto? ¿Y de dónde saco la madera?
—Dios proveerá. El barco ha de tener las siguientes medidas: trescientos codos de longitud, quince de alto y cincuenta de ancho. Luego has de meter en él una pareja de cada especie animal, para que sobrevivan al diluvio y así volver a poblar el mundo.
—Esto... Señor, es un barco enorme, sin duda, pero es imposible que quepan en él todas las especies animales.
—No entiendes nada: gracias a mi poder divino, cabrán todas en él; yo haré que haya espacio suficiente.
—¿Y no podría construir una maqueta y usar luego tu poder divino para que quepan las especies animales en ella? Facilitaría mucho la tarea.
—¿Osas discutir a Dios? ¿Quieres que le proponga esto a otra familia?
—No, no, por Dios.
lunes, 18 de noviembre de 2013
Los amores primerizos
Porque tú sabes más de estas cosas y te aprovechas de mí, que soy una ingenua sin experiencia, dice ella, aunque yo niego con la cabeza, pues no entiende que en el amor soy siempre un amateur.
domingo, 17 de noviembre de 2013
Nacido un siglo antes
Es decir, nací en 1878, el año del Congreso de Berlín. Con veinte años, sucedió el desastre de Cuba y Filipinas. En 1903 se acabó mi relación con Alba mientras en Kitty Hawk, Carolina del Norte, los hermanos Wright volaban por primera vez en el Flyer. En 1913 publiqué mi primer libro, pero nadie lo recordará en el futuro, ya que Proust me eclipsará con su En busca del tiempo perdido.
sábado, 16 de noviembre de 2013
Una oportunidad
Usted no me conoce, pero yo podría ser alguien importante. La persona que cambie su vida. Si se fija bien, con la luz adecuada, parezco banquero.
viernes, 15 de noviembre de 2013
El fin de la crisis (3)
—Señor banquero, si se ha acabado ya la crisis, ¿por qué no fluye el crédito?
—¿Usted para qué periódico trabaja?
—Tal.
El banquero telefoneó al director del periódico y el periodista fue despedido en el acto.
—¿Usted para qué periódico trabaja?
—Tal.
El banquero telefoneó al director del periódico y el periodista fue despedido en el acto.
jueves, 14 de noviembre de 2013
El fin de la crisis (2)
Felipe Martínez, natural de Teruel, acude a su banco para suplicar que no se le desahucie, pero el director general se muestra inflexible: tiene que abandonar su casa y vivir en la calle. Martínez explica que le pone al borde del suicidio, pero el banquero se encoge de hombros. Muy bien, usted lo ha querido así, responde Martínez, que saca un revólver del bolsillo de la chaqueta y le descerraja seis tiros. Luego se sienta pacientemente a esperar a la policía, que procede a detenerlo. Queda encarcelado en espera de juicio, pero está tranquilo: ahora tiene casa y comida gratis y, no menos importante, ha muerto un culpable en vez de un inocente.
miércoles, 13 de noviembre de 2013
El fin de la crisis
La crisis ha terminado, vuelve a reír la primavera, anuncian a bombo y platillo. Salgan a la calle a celebrarlo, escuchen el canto de los pájaros y el sonido de las monedas en los bolsillos rebosantes. No hagan caso a los agoreros que exigen que miremos a la realidad a la cara, la realidad hace tiempo que nos dio la espalda y lo mejor que podemos hacer todos es ignorarla con el despecho que se ha ganado a pulso.
martes, 12 de noviembre de 2013
La noche más extraña de mi vida
Estaba en la postbienal de jóvenes creadores de Europa y del Mediterráneo, en Salamanca. Era viernes por la noche y, en un ambiente de camaradería admirable, nos embriagábamos de bar en bar. Yo no tenía la sensación de haber bebido demasiado, pero de pronto hay lagunas en el continuo espaciotemporal. Primero estoy en un bar rodeado de artistas y acto seguido estoy caminando por las calles mojadas de Salamanca (había llovido unas horas antes). Me he despedido a la francesa (creo) y ando decidido por una ciudad que no conozco. Pero todo esto lo veo como en un sueño y llego a la conclusión de que estoy en el albergue dormido y paseando únicamente de forma onírica. Un sueño en el que no soy piloto, sino un simple espectador. Un sueño angustioso, pues tengo ganas de llegar en él al albergue y dormir al cuadrado.
Caminando de esta extraña manera (seguramente con cara de lelo), se termina de pronto la tierra, pues estoy mirando el suelo desde una altura considerable. Pero hay césped abajo, pienso. Y esto es un sueño, así que no puede pasarme nada. Salto. Y tiene que ser un sueño, ya que caigo a cámara lenta. De pie, pero trastabillo y acabo dándome un costalazo, aunque no siento ningún dolor (cómo iba a sentirlo, si estoy soñando). Me doy cuenta de que me he manchado los pantalones a la altura de las rodillas. Maldito césped húmedo.
Me dirijo a un edificio cercano. He llegado al albergue, pienso, y busco una puerta que me lleve al interior. Aquí hay otro salto espaciotemporal: de pronto estoy dentro, aunque no sé cómo he entrado. Busco mi habitación, pero me muevo por salas oscuras de lo que parece un sótano. Pruebo con todas las puertas que voy encontrando, pero algunas se abren y otras no. Llego a la primera planta, en la que amplios ventanales dejan pasar la luz de las farolas. Me encuentro de golpe con un guardia de seguridad, que, alarmado ante mi presencia, empieza a gritarme. Que qué hago aquí, me pregunta. Que cómo he entrado. Es un tipo grande, calvo, corpulento. Pero no me intimida, que yo sólo voy a mi habitación y así se lo digo. Me mira como si pensara que soy un loco peligroso, pero con tranquilidad le digo que estoy en la habitación cinco e intento abrir una puerta. Me detiene. Me dice que aquí no hay ninguna habitación, que cómo he entrado. Le digo que no lo sé, pero que estoy en la habitación cinco, ¿acaso no estamos en el albergue Lazarillo de Tormes? Esto no es el albergue, tío, me responde con enfado, ¿cómo has entrado? No lo sé, digo, e intento abrir otra puerta. No me vaciles, tío, no me vaciles, contesta él. Yo pienso: este sueño es muy raro, seguro que puedo despertar si abro esta puerta (es la salida a la realidad). Pero no se abre y el guardia de seguridad está cada vez más atónito.
El guardia me dice que espere ahí, que va a llamar a la policía. Yo asiento, pero cuando se marcha me encamino con naturalidad en dirección contraria a él. Al fondo hay unas puertas de cristal que llevan al exterior. Empiezo a correr, creo que feliz. De pronto, el vozarrón ronco del vigilante, que aúlla: ¿pero qué haces, tío? Llego a las puertas y empujo con la fuerza que da una pesadilla, pero no es suficiente: apenas logro separarlas lo suficiente para sacar un brazo. Como un loco, le grito al guardia de seguridad: hijo de puta, hijo de puta, hijo de puta, hijo de puta. Como si fuera una plegaria o algo así. Enseguida está encima de mí y me asesta unos manotazos al hombro y la espalda. Me tiendo bocarriba en el suelo, levanto la mano en señal de rendición y le digo: habitación cinco. Que aquí no hay habitaciones, que te has equivocado, que el albergue está al otro lado de la ciudad, dice. Yo sigo tendido, disfrutando cómodamente de la horizontalidad.
Otro salto en la narración. El vigilante y yo estamos en el exterior, junto a la puerta, y llegan dos coches de policía. El guardia de seguridad abre la verja y me lleva junto a los policías. Son cuatro, pero uno de ellos pasa dentro del recinto con el vigilante. Qué sueño más raro, pienso. Y coñazo, yo quiero soñar otra cosa. Pero no hay manera, por más que lo intente. Uno de los policías me pregunta con muy malas maneras cómo he entrado. Respondo con total sinceridad que no lo sé. Otro policía interviene también con brusquedad y me espeta que no les vacile. Qué fue de lo del poli malo y el poli bueno, me pregunto, pero contesto simplemente que no les vacilo, que no lo recuerdo, ¿es que no ven que he bebido? El tercer policía exige que me deje de historias. Me acerco un poco más en señal de paz para explicarles que no soy ningún maleante, pero el primer policía me coge del brazo y me empuja al suelo, gritándome que me siente. En el programa ese de la tele no son tan agresivos, pienso durante un segundo, pero levanto las manos y le repito: muy bien, estoy sentado, estoy sentado, aunque el tipo sigue empujándome, como si pretendiera que me sentara de una forma determinada que no consigo adivinar. Luego me pide (reclama, más bien) el DNI. Se lo doy. Procede a interrogarme brevemente. Que qué hago en Salamanca. Le cuento lo de la postbienal. Que por qué he entrado ahí. Le digo lo del albergue. El segundo policía dice que eso está muy lejos, en la otra parte de la ciudad. Yo pregunto en qué dirección. Con desgana, señala con el dedo. A mí se me pasa por la cabeza que me acercarán, como en las películas, pero no, en su lugar estamos en silencio durante un rato porque me mandan callar, un rato en el que no dejo de pensar que es uno de los peores sueños que he tenido en mi vida. Finalmente me dejan ir. Les vuelvo a preguntar la dirección del albergue, me la dan, pero sin ningún gesto que indique que van a apiadarse de un ciudadano en problemas. Empiezo a andar hacia allí y durante un par de minutos me siguen lentamente, pero se cansan y aceleran. Estoy de nuevo solo.
Calles que se parecen todas. Calles interminables. Calles oscuras y solitarias (¿no es viernes, no sale nadie, qué hora es?). Creo que cruzo el río Tormes por un puente, pero no estoy seguro. Voy diciéndome: ya está bien, Míchel, despiértate ya, tengo ganas de descansar. Me abofeteo. Luego, me abofeteo de nuevo. Me miro la pernera derecha, manchada de verde en la rodilla. Me digo: controla el sueño, es tu imaginación, al fin y al cabo; venga, al doblar esta esquina, estarás en la calle del albergue. Porque llegar al albergue es despertar. Pero doblo la esquina y es una calle que no me suena de nada. Una calle silenciosa, en la que es imposible que viva alguien. Y así varias veces. De pronto veo un taxi y decido pararlo. Y decido pararlo poniéndome en mitad de la carretera, con las manos en alto. A pesar de esto, se detiene.
Lo siguiente es que el taxi para frente a la puerta del albergue. El taxista sonríe y me comenta algo que no entiendo bien, pero se parece a: para eso estamos, hombre. Creo que pago, entro en el albergue, la recepción está a oscuras, pero hay un tipo con gafas atendiendo. Arrastrando las palabras, digo (¿cuántas veces ya esta noche?): habitación cinco. Asiente, busca la llave y me dice: ya hay alguien dentro. Durante un instante pienso que claro, que estoy yo allí soñando todo esto, pero se refiere a uno de mis compañeros de habitación. Voy para allí, entro, me descalzo junto a la cama y subo a mi litera.
A la mañana siguiente, desperté vestido en la cama (con las gafas puestas). Aparté el edredón y, efectivamente, tenía una mancha verde de césped en la rodilla derecha.
Caminando de esta extraña manera (seguramente con cara de lelo), se termina de pronto la tierra, pues estoy mirando el suelo desde una altura considerable. Pero hay césped abajo, pienso. Y esto es un sueño, así que no puede pasarme nada. Salto. Y tiene que ser un sueño, ya que caigo a cámara lenta. De pie, pero trastabillo y acabo dándome un costalazo, aunque no siento ningún dolor (cómo iba a sentirlo, si estoy soñando). Me doy cuenta de que me he manchado los pantalones a la altura de las rodillas. Maldito césped húmedo.
Me dirijo a un edificio cercano. He llegado al albergue, pienso, y busco una puerta que me lleve al interior. Aquí hay otro salto espaciotemporal: de pronto estoy dentro, aunque no sé cómo he entrado. Busco mi habitación, pero me muevo por salas oscuras de lo que parece un sótano. Pruebo con todas las puertas que voy encontrando, pero algunas se abren y otras no. Llego a la primera planta, en la que amplios ventanales dejan pasar la luz de las farolas. Me encuentro de golpe con un guardia de seguridad, que, alarmado ante mi presencia, empieza a gritarme. Que qué hago aquí, me pregunta. Que cómo he entrado. Es un tipo grande, calvo, corpulento. Pero no me intimida, que yo sólo voy a mi habitación y así se lo digo. Me mira como si pensara que soy un loco peligroso, pero con tranquilidad le digo que estoy en la habitación cinco e intento abrir una puerta. Me detiene. Me dice que aquí no hay ninguna habitación, que cómo he entrado. Le digo que no lo sé, pero que estoy en la habitación cinco, ¿acaso no estamos en el albergue Lazarillo de Tormes? Esto no es el albergue, tío, me responde con enfado, ¿cómo has entrado? No lo sé, digo, e intento abrir otra puerta. No me vaciles, tío, no me vaciles, contesta él. Yo pienso: este sueño es muy raro, seguro que puedo despertar si abro esta puerta (es la salida a la realidad). Pero no se abre y el guardia de seguridad está cada vez más atónito.
El guardia me dice que espere ahí, que va a llamar a la policía. Yo asiento, pero cuando se marcha me encamino con naturalidad en dirección contraria a él. Al fondo hay unas puertas de cristal que llevan al exterior. Empiezo a correr, creo que feliz. De pronto, el vozarrón ronco del vigilante, que aúlla: ¿pero qué haces, tío? Llego a las puertas y empujo con la fuerza que da una pesadilla, pero no es suficiente: apenas logro separarlas lo suficiente para sacar un brazo. Como un loco, le grito al guardia de seguridad: hijo de puta, hijo de puta, hijo de puta, hijo de puta. Como si fuera una plegaria o algo así. Enseguida está encima de mí y me asesta unos manotazos al hombro y la espalda. Me tiendo bocarriba en el suelo, levanto la mano en señal de rendición y le digo: habitación cinco. Que aquí no hay habitaciones, que te has equivocado, que el albergue está al otro lado de la ciudad, dice. Yo sigo tendido, disfrutando cómodamente de la horizontalidad.
Otro salto en la narración. El vigilante y yo estamos en el exterior, junto a la puerta, y llegan dos coches de policía. El guardia de seguridad abre la verja y me lleva junto a los policías. Son cuatro, pero uno de ellos pasa dentro del recinto con el vigilante. Qué sueño más raro, pienso. Y coñazo, yo quiero soñar otra cosa. Pero no hay manera, por más que lo intente. Uno de los policías me pregunta con muy malas maneras cómo he entrado. Respondo con total sinceridad que no lo sé. Otro policía interviene también con brusquedad y me espeta que no les vacile. Qué fue de lo del poli malo y el poli bueno, me pregunto, pero contesto simplemente que no les vacilo, que no lo recuerdo, ¿es que no ven que he bebido? El tercer policía exige que me deje de historias. Me acerco un poco más en señal de paz para explicarles que no soy ningún maleante, pero el primer policía me coge del brazo y me empuja al suelo, gritándome que me siente. En el programa ese de la tele no son tan agresivos, pienso durante un segundo, pero levanto las manos y le repito: muy bien, estoy sentado, estoy sentado, aunque el tipo sigue empujándome, como si pretendiera que me sentara de una forma determinada que no consigo adivinar. Luego me pide (reclama, más bien) el DNI. Se lo doy. Procede a interrogarme brevemente. Que qué hago en Salamanca. Le cuento lo de la postbienal. Que por qué he entrado ahí. Le digo lo del albergue. El segundo policía dice que eso está muy lejos, en la otra parte de la ciudad. Yo pregunto en qué dirección. Con desgana, señala con el dedo. A mí se me pasa por la cabeza que me acercarán, como en las películas, pero no, en su lugar estamos en silencio durante un rato porque me mandan callar, un rato en el que no dejo de pensar que es uno de los peores sueños que he tenido en mi vida. Finalmente me dejan ir. Les vuelvo a preguntar la dirección del albergue, me la dan, pero sin ningún gesto que indique que van a apiadarse de un ciudadano en problemas. Empiezo a andar hacia allí y durante un par de minutos me siguen lentamente, pero se cansan y aceleran. Estoy de nuevo solo.
Calles que se parecen todas. Calles interminables. Calles oscuras y solitarias (¿no es viernes, no sale nadie, qué hora es?). Creo que cruzo el río Tormes por un puente, pero no estoy seguro. Voy diciéndome: ya está bien, Míchel, despiértate ya, tengo ganas de descansar. Me abofeteo. Luego, me abofeteo de nuevo. Me miro la pernera derecha, manchada de verde en la rodilla. Me digo: controla el sueño, es tu imaginación, al fin y al cabo; venga, al doblar esta esquina, estarás en la calle del albergue. Porque llegar al albergue es despertar. Pero doblo la esquina y es una calle que no me suena de nada. Una calle silenciosa, en la que es imposible que viva alguien. Y así varias veces. De pronto veo un taxi y decido pararlo. Y decido pararlo poniéndome en mitad de la carretera, con las manos en alto. A pesar de esto, se detiene.
Lo siguiente es que el taxi para frente a la puerta del albergue. El taxista sonríe y me comenta algo que no entiendo bien, pero se parece a: para eso estamos, hombre. Creo que pago, entro en el albergue, la recepción está a oscuras, pero hay un tipo con gafas atendiendo. Arrastrando las palabras, digo (¿cuántas veces ya esta noche?): habitación cinco. Asiente, busca la llave y me dice: ya hay alguien dentro. Durante un instante pienso que claro, que estoy yo allí soñando todo esto, pero se refiere a uno de mis compañeros de habitación. Voy para allí, entro, me descalzo junto a la cama y subo a mi litera.
A la mañana siguiente, desperté vestido en la cama (con las gafas puestas). Aparté el edredón y, efectivamente, tenía una mancha verde de césped en la rodilla derecha.
lunes, 11 de noviembre de 2013
La soledad del escritor de fondo
Yo, que conquistaré los arenales del tiempo. Algo así. Hablemos de la soledad del escritor de fondo, del dulce tormento de escribir una historia que, quizá, podría estar bien contada. La soledad del escritor del fondo, en la parte oscura del local, trasegando una bebida alcohólica tras otra, con la mirada perdida mientras piensa en vete a saber qué. La soledad del escritor sin fondos, que también, para qué vamos a negarlo.
domingo, 10 de noviembre de 2013
El hombre que creía ser Tolkien (2)
Llegó la Quinta Edad del Sol y surgieron problemas en la Tierra Media. Los orcos, cansados de vivir en reservas y guetos, reclamaron que se reconocieran sus derechos civiles, pues se los usaba como mano de obra barata (ahora que no había elfos ni enanos) y no les permitían entrar en los mismos locales que los humanos. Exigieron también participar en política, ya que las elecciones a senescal se acercaban y querían presentar a su propio candidato: Lutz Snaga, del que se decía que era semiorco y podía acercar por fin a los dos pueblos, enfrentados durante milenios.
sábado, 9 de noviembre de 2013
El hombre que creía ser Tolkien
Damas y caballeros, les he reunido hoy aquí para hablarles de la herencia de su difunto familiar. Ha decidido repartir entre ustedes las tierras del famoso mundo que creó: para el hijo mayor, Gondor, Rohan y Eriador; para su hija, los bosques de los elfos y las Montañas Nubladas; para su viuda, Mordor y las tierras áridas de Harad.
viernes, 8 de noviembre de 2013
Nosotros, los humanos
Defendemos la importancia de los errores en nuestra vida. Cometer errores es una excelente manera de aprender (algunas veces, la única manera). Sin embargo, gobiernos de toda Europa nos dicen que tenemos que ser perfectos en todo momento: el error no es una opción, nos dicen. Pero no somos máquinas, sino personas. Las personas cometemos errores constantemente. Aprendemos por ensayo y error. La vida no es ciencia, pero en la ciencia permitimos el método de ensayo y error, así que, ¿por qué no en la vida? No podemos ser perfectos ya desde el principio, no podemos ser perfectos si no aprendemos de nuestros errores. La vida no es perfecta, tampoco nosotros. Buscamos respuestas todo el rato y, a veces, fallamos. Es perfectamente normal. Es la vida.
jueves, 7 de noviembre de 2013
Técnicas fallidas de hipnosis
Pasaba todos los días frente a la redacción del periódico y susurraba: contratadme, contratadme.
miércoles, 6 de noviembre de 2013
El novelista en el tejado
La policía ya ha sido avisada: hay un novelista en el tejado que no deja dormir a los vecinos con el constante teclear de su máquina de escribir (dice que no puede pasarse a un moderno ordenador porque ahí arriba no tiene dónde enchufarlo). Se ha intentado razonar con él, pero en vano: aduce que si no baja es porque no puede encontrar en otro lugar esas vistas tan inspiradoras. Así que ahí sigue, recostado en una chimenea, inmune a nuestros requerimientos, escobazos de señoras que se encaraman a escaleras, lanzamientos de pelotas de tenis y demás métodos de disuasión improvisados.
martes, 5 de noviembre de 2013
Un triunfo de la voluntad
Quería aprender alemán, pero era un tipo muy ocupado y no tenía tiempo para estudiar, por lo que decidió probar con grabaciones de ese idioma para escuchar mientras dormía, pero eran un poco caras y él siempre había sido un tipo muy ahorrador. Por suerte, descubrió que había discursos enteros de Hitler en varias páginas neonazis y se podían descargar sin pagar nada. Así, consiguió tener un alemán de acento austriaco de lo más aceptable, aunque con un deje antisemita bastante pronunciado.
lunes, 4 de noviembre de 2013
Collages
Hagamos un monstruo de Frankenstein con tus ex amantes, le dice ella. ¿Con qué ojos te quedas? ¿Con qué boca? ¿Con qué nariz? ¿El pelo de qué chica? ¿Quién tenía las mejores tetas? ¿Y el mejor culo? ¿Cuál era tu coño favorito? ¿Una tenía los mejores muslos y otra los tobillos más bonitos? ¿Y los pies? Ah, las manos, las manos también son importantes, seguro que alguna tenía unas manos preciosas, de dedos finos y elegantes.
domingo, 3 de noviembre de 2013
Te amo como un idiota
—Te invito a cenar. Conozco un restaurante en el que todos los empleados están rapados; es imposible encontrar un pelo en la sopa.
—No te conozco lo suficiente y, si me dejara invitar por ti, quizá me vería luego obligada a follar contigo por remordimientos.
—A mí no me parece mal.
—A mí sí, que luego tendría otro tipo de remordimientos.
—Pero tú y yo, nena. Tú y yo podríamos ser tantas cosas. Todo lo que tú quisieras.
—Ya somos lo que yo quiero: nada, simples conocidos.
—Pero yo te amo como un idiota, ¿no lo entiendes? No puede haber un amor más puro, más sincero, más incondicional.
—Precisamente: ya tengo todo lo que puedes darme.
—No te conozco lo suficiente y, si me dejara invitar por ti, quizá me vería luego obligada a follar contigo por remordimientos.
—A mí no me parece mal.
—A mí sí, que luego tendría otro tipo de remordimientos.
—Pero tú y yo, nena. Tú y yo podríamos ser tantas cosas. Todo lo que tú quisieras.
—Ya somos lo que yo quiero: nada, simples conocidos.
—Pero yo te amo como un idiota, ¿no lo entiendes? No puede haber un amor más puro, más sincero, más incondicional.
—Precisamente: ya tengo todo lo que puedes darme.
sábado, 2 de noviembre de 2013
El vórtice
Un vórtice espacio-temporal se abre de pronto en la habitación de un estudiante universitario de físicas. Qué extraño fenómeno, piensa mientras estudia el vórtice. Es un portal pequeño, como un agujero por el que espiar otros universos, y brilla con irisados colores, invitador. El estudiante mira a un lado y otro de la habitación (aunque sabe que está solo), se abre la bragueta y mete el pene en él.
viernes, 1 de noviembre de 2013
Criaturas de la noche
La noche envuelve la ciudad con su manto de oscuridad y Johan Nesburg se despierta hambriento en su ataúd. Ha dormido mal, un clavo le ha estado molestando todo el día en la rabadilla. Tendrá que llevar el ataúd al ebanista, lo que para un vampiro es algo difícil, ya que los vivos no suelen tener abiertos sus establecimientos de carpintería por la noche. Y lo peor es que Igor, su fiel lacayo, tiene el fin de semana libre. Tendrá que esperar hasta el martes. Así que Johan Nesburg se despierta con un humor de perros. Y con hambre. Quizá por eso tarda en darse cuenta de que está sonando el timbre. ¿Pero quién llama a la puerta de un vampiro? Espera que no sea de nuevo otro imitador de Van Helsing, sería lo que le falta a la noche para estropearse del todo. Alargando colmillos y brazos, se acerca a la puerta y la abre de golpe. Un niño, sin inmutarse, le enseña un saco y le dice: «truco o trato». Nesburg tarda en reaccionar. Recuerda tu entrenamiento, piensa, pero esto es una idiotez, que no le entrenaron de ninguna manera, ser vampiro surge por instinto en cuanto empiezas tu no-vida. «No tengo caramelos en casa, pequeño niño», responde por fin, «¿no ves que soy un vampiro?». Y se enfunda en su capa de forma amenazadora. «Yo también», responde el niño con una sonrisa, y Nesburg se da cuenta de que, efectivamente, el chico va disfrazado de criatura de la noche. Hay como un pequeño latido en el corazón muerto del vampiro. Ah, las nuevas generaciones, piensa. Y sonríe, lo que es una visión horrible para cualquier mortal. «Ven, pequeño, pasa a mi morada, quizá Igor tenga caramelos en la cocina». La vanidad ha convertido al vampiro en un ser amable, el niño está de suerte. Pero el pobre lo estropea todo y firma su sentencia de muerte al añadir: «y brillo cuando me da el sol».
jueves, 31 de octubre de 2013
La espera
Última llamada para su vuelo, pero él sigue sin dirigirse a la puerta de embarque. Dónde estará ella, se pregunta. Como si de verdad hubiera creído que iba a venir a despedirse de él. Las despedidas, reflexiona, son para gente que te importa. No te despides de gente que no existe en tu horizonte mental. No hay ninguna maldad en ello, es algo natural. Él, sin embargo, duda y apura el poco tiempo que le queda. Cuánta gente a la que no conozco yo tampoco, piensa. Y qué gran número de melenas rubias ve ahora que esperaba una concreta.
miércoles, 30 de octubre de 2013
Gente corriente
No haga ejercicio sin supervisión, me dijo el doctor. Lo que me condenaba al sedentarismo, pues soy miope.
martes, 29 de octubre de 2013
Asamblea nocturna de gatos
Las seis de la mañana, todavía no ha salido el sol. Las calles están vacías, excepto por unos gatos que parecen reunidos al final del camino. Asamblea nocturna de gatos. Son la última línea de defensa, pienso. Vigilan mientras dormimos. Por ese motivo se reúnen y comentan los acontecimientos de la noche. Hacen balance antes de irse a dormir. O quizá no. Quizá forman parte de una red criminal. Quizá tramaban algo y por eso se dispersan al verme.
lunes, 28 de octubre de 2013
El calor
Una madre va con su hijo en el tren. El niño tendrá dos o tres años y lo acuna amorosamente, lo abraza, lo besa. Él podría estar pensando: el mundo es un lugar cálido, no hay nada que temer. Y se me ocurre que es ese cariño, esa seguridad la que nos jode la vida. Porque luego buscamos eso constantemente, sin posibilidad de éxito. ¿Dónde está ese consuelo al que nos acostumbraron de pequeños? Esa ternura. Ese calor.
domingo, 27 de octubre de 2013
Medicina alternativa
Entre otras conclusiones, el congreso literario de Pinares de Entretiempo recomendaba mojar magdalenas en el té como remedio contra el alzheimer.
sábado, 26 de octubre de 2013
La sociedad de infieles
—Buenas, quiero ser infiel.
—¿Tiene experiencia?
—No, pero estoy lleno de entusiasmo. Estoy deseando aprender el oficio.
—La infidelidad no es para cualquiera, caballero. Hacen falta redaños. Arrestos (y no policiales). Es muy complicado llevar una doble vida, no puede cualquiera; la mayor parte de la gente ya tiene problemas con llevar sólo una.
—Dispongo de mucho tiempo libre y creo que sabré organizarme bien.
—De acuerdo, pero necesitamos saber más. ¿Quiere a su mujer?
—¿Yo? No estoy casado.
—¿Entonces? ¿Cómo pretende formar parte de nuestro club de infieles?
—Pensaba que la mujer me la proporcionarían ustedes, así como la amante.
—¿Es que acaso nos ha tomado por una agencia matrimonial? Nosotros lo único que hacemos es poner en contacto a los miembros del club, pero no proporcionamos matrimonios. ¿Es que quiere que hagamos nosotros todo el trabajo?
—¡Facilitaría tanto las cosas! Tengo una gran vocación de infiel, pero me faltan las oportunidades. ¿No podrían ustedes darme una? Confíen en mí, no se arrepentirán.
—Apreciamos su interés en engañarnos, pues va perfectamente con la filosofía de nuestra sociedad, pero me temo que no podemos aceptar.
—¿No podrían tenerme una temporada a prueba? Sin cobrar.
—No, lo siento, no funcionamos así.
—¡Si sólo me dieran una oportunidad! —suspira el hombre—. Yo podría ser un gran infiel, pero las circunstancias lo impiden.
—¿Tiene experiencia?
—No, pero estoy lleno de entusiasmo. Estoy deseando aprender el oficio.
—La infidelidad no es para cualquiera, caballero. Hacen falta redaños. Arrestos (y no policiales). Es muy complicado llevar una doble vida, no puede cualquiera; la mayor parte de la gente ya tiene problemas con llevar sólo una.
—Dispongo de mucho tiempo libre y creo que sabré organizarme bien.
—De acuerdo, pero necesitamos saber más. ¿Quiere a su mujer?
—¿Yo? No estoy casado.
—¿Entonces? ¿Cómo pretende formar parte de nuestro club de infieles?
—Pensaba que la mujer me la proporcionarían ustedes, así como la amante.
—¿Es que acaso nos ha tomado por una agencia matrimonial? Nosotros lo único que hacemos es poner en contacto a los miembros del club, pero no proporcionamos matrimonios. ¿Es que quiere que hagamos nosotros todo el trabajo?
—¡Facilitaría tanto las cosas! Tengo una gran vocación de infiel, pero me faltan las oportunidades. ¿No podrían ustedes darme una? Confíen en mí, no se arrepentirán.
—Apreciamos su interés en engañarnos, pues va perfectamente con la filosofía de nuestra sociedad, pero me temo que no podemos aceptar.
—¿No podrían tenerme una temporada a prueba? Sin cobrar.
—No, lo siento, no funcionamos así.
—¡Si sólo me dieran una oportunidad! —suspira el hombre—. Yo podría ser un gran infiel, pero las circunstancias lo impiden.
viernes, 25 de octubre de 2013
El hombre que era una isla
A usted lo que le pasa es que es un náufrago sentimental, caballero. Todas sus relaciones zozobran y acaba siempre en una isla desierta: usted. Incomunicado, atento a la posibilidad de una vela en el horizonte, una salvación que nunca llega pronto. Y sólo para volver a repetir el proceso, pues no deja de navegar aunque está bastante claro que se le da fatal.
jueves, 24 de octubre de 2013
La semilla
Estoy embarazada, ¿sabe? Embarazada de usted. Ya, se lleva las manos a la cabeza, no comprende nada: ¿cómo voy a estar embarazada de usted si nunca hemos hecho el amor? En realidad no estoy embarazada de usted, sino de una historia suya. Un relato corto que escribió hace años. Lo leí en una antología y, en fin, me sentí mareada, me entraron náuseas. Comprendí entonces que estaba embarazada, la semilla de su relato había germinado en mí. Ahora voy a parir una novela entera y tiene que hacerse cargo de ella. Es su responsabilidad.
miércoles, 23 de octubre de 2013
Contracorriente
Ella le dijo que era imposible, que nunca podría pisar esa ciudad por la que él caminaba, pues era un lugar muy lejano, casi tanto como el pasado, y el horizonte estaba justo en la otra dirección.
martes, 22 de octubre de 2013
La vida eterna
Finalmente el parlamento aprobó la existencia de la vida después de la muerte. Cedían de esta manera al empeño de los empresarios del país en seguir retrasando la edad de jubilación. Con la nueva ley se obligaba al ciudadano a seguir trabajando después de muerto. La jubilación llegaría el día del juicio final, que nadie sabía si existiría realmente o no. O en la reencarnación, alegaron algunos, pero se consideró que el reencarnado no tenía derecho a cobrar la pensión de su anterior vida, puesto que ahora poseía una identidad distinta y tenía que empezar de nuevo.
lunes, 21 de octubre de 2013
La falta repentina de odio
De la falta de odio, que no es lo mismo que sentir amor por la humanidad. No, es un «no me importa de pronto», un «está bien, no me molesta vuestra existencia; ni siquiera pienso mucho en ello». Es un estado zen o algo así, todo de lo más raro. Yo, que estaba siempre lleno de odio, ahora voy más tranquilo por la vida, me da todo un poco igual, como si me estuviera medicando o quizá sea la madurez (que no creo).
domingo, 20 de octubre de 2013
Las pequeñas cosas
Le sigo la pista a mi libro gracias a las herramientas que internet pone a mi disposición. Está en tres librerías (aunque me cuentan que está también en una cuarta, en Sevilla). Es todo tan extraño. Es una aventura modesta, como siempre imaginé. Con páginas de librerías en las que no aparece el nombre del autor. Con equivocaciones constantes con el título (a menudo ponen Historia secreta de la literatura en vez de Historia de la literatura secreta). Es divertido, es bonito. Todo muy secreto, tercermundista y sentimental.
sábado, 19 de octubre de 2013
La verdad elástica
Pero no lo entiendes —dijo él—, todo lo que he inventado es cierto. Es más cierto que la realidad, que depende de la subjetividad de cada uno. Mis mentiras, por el contrario, sólo dependen de mí, pues soy su único autor. Y yo digo que son verdad.
viernes, 18 de octubre de 2013
Cucarachas y perros
Después de arduas investigaciones, los científicos de una universidad estadounidense desarrollaron un producto que mataba a las cucarachas sin afectar a ningún otro ser. De inmediato, la ONU aprobó una resolución para que se eliminara de una vez por todas a ese vil insecto que durante generaciones había sorprendido —y provocado sumo asco— a incautos humanos al encender la luz de la cocina o el cuarto de baño. Bombarderos B-52 surcaron los cielos del planeta y rociaron con bombas insecticidas cada metro cuadrado del mundo. Empezó una nueva edad de oro para el ser humano, que podía ponerse las pantuflas sin tener que mirar dentro antes. Sin embargo, cinco años después se descubrió que el insecticida provocaba cáncer entre los humanos. Se habían precipitado al usarlo, no se habían investigado los efectos a largo plazo. En menos de dos años, la humanidad se extinguió por completo también. Al menos, podría pensarse (de existir todavía alguien), se había conseguido evitar la profecía de que el mundo lo heredarían las cucarachas. No, en vez de eso, el hombre se lo legó a su mejor amigo: el perro. Aunque los perros invirtieron esta herencia en olisquearse el culo unos a otros todo el rato.
jueves, 17 de octubre de 2013
Dear Johnny Cash
Todos tenemos nuestra prisión particular. Bien puede ser un instinto autodestructivo, el anhelo de una mujer o las drogas. También puede ser una institución penitenciaria de gruesos y altos muros en la que te obligan a vivir con la compañía de unos extraños a los que la sociedad ha decidido reunir en un largo confinamiento por el bien de todos. El club social de los ladrones, asesinos y violadores. Aunque dentro sólo están los que fueron lo bastante tontos para dejarse atrapar. Tú quisiste cantarles a ellos, ser el trovador de sus miserias, redimirlos. «Estamos presos, pero tenemos a Johnny Cash», podrían haber dicho; «su voz profunda en la larga noche, como un zumbido de estática» (sobre todo cuando cantabas I walk the line). «Somos los olvidados, pero Johnny se acuerda de nosotros. Él sabe lo que es estar perdido».
miércoles, 16 de octubre de 2013
Frías y palaciegas
Exijo mi derecho a enamorarme, clama Dupont dando un fuerte puñetazo en la mesa (para perjuicio de nudillos y termitas, que tiemblan en sus túneles). El camarero se acerca temeroso y explica que en su local no facilitan esos servicios, pero que una buena bebida podría inducirle amor por alguna parroquiana. No, no, yo tengo unos requisitos y ninguno de ellos es estar borracho, responde Dupont, aunque es verdad que el alcohol ayuda a que la lengua hable de amor. Yo lo que quiero es que sean frías y palaciegas, que me miren con desdén, como a alguien inferior. Porque entonces la conquista es una empresa aún más interesante, ¿sabe? Ser el sucio paje que alcanza su lecho y las mancilla, ahí está la aventura. Pero es tan complicado en estos días de amabilidad y camaradería encontrar la mujer altiva que uno necesita.
martes, 15 de octubre de 2013
Encontrarse
Encontrar un relato escrito a los dieciséis años. Un relato lleno de errores fundamentales y de ingenuidad adolescente. Más o menos como ahora, vaya.
lunes, 14 de octubre de 2013
Histeria de la literatura secreta
Cuarenta y siete millones de habitantes y una tirada de cien ejemplares. Uno pensaría que la cosa está fácil. De hecho, hasta soñaba con agotar la edición en una semana y las siguientes en menos de un mes y que lo mío fuera como lo de los Beatles. Histeria de la literatura secreta, decía yo en mi sueño. Pero luego el sueño se iba volviendo más surrealista (si cabe) y acababa viviendo en una comuna hippie con gurúes que me sisaban sin que me enterara de nada por culpa de las drogas y demás. Así que al despertar no me pareció tan mal no vender nada. No importa, me dije, será también otro secreto, un secreto entre los pocos lectores y yo, como una infidelidad o, quizá, como una sociedad misteriosa de gente que se reúne al anochecer para celebrar encuentros filosóficos y bacanales.
domingo, 13 de octubre de 2013
Breve historia de nosotros
—Verás, he escrito un libro sobre nosotros, sobre la vida que podríamos tener. Es una historia de amor apasionado, un relato pormenorizado de la relación que podríamos tener. Me gustaría que lo leyeras y me dijeras si hay alguna oportunidad de que esta ficción pueda convertirse en una realidad.
—Imposible. Yo soy muy espontánea, no trabajo nada bien con un guión.
—Imposible. Yo soy muy espontánea, no trabajo nada bien con un guión.
sábado, 12 de octubre de 2013
El tiempo robado
Olvidando lo que pudo ser, lo que pudimos haber inventado, todo para lo que no queda tiempo (nunca lo hubo, pero algunas veces conseguimos robar un poco de la vida de otros).
viernes, 11 de octubre de 2013
Tierras extrañas
Viaje con nosotros sin moverse de casa, decía el anuncio que Gregorio Melendo leyó una mañana en el periódico. Decidió que sería una buena idea cambiar de aires: su trabajo le deshumanizaba a marchas forzadas (ya hasta se había vistos rasgos animalescos en el espejo). Además, lo de no tener que moverse de casa le resultaba muy atractivo, pues sufría un poco de agorafobia, sobre todo los jueves. Llamó al número de teléfono que aparecía en el anuncio y enseguida le atendió una grabación, pero no una cualquiera, sino una muy amable, grabada con voz cálida y amistosa que de inmediato le transportó a un momento mejor, un momento claro del pasado, cuando era niño y su madre le llamaba para merendar algo caliente mientras fuera, en la fría ciudad, llovía a raudales.
jueves, 10 de octubre de 2013
La juventud: formas de acceso
Veintiséis años ya, dice ella. Me estoy haciendo vieja a pasos agigantados, hay que ponerle freno a esto. ¿Y si me compras un billete a Nueva York? Allí sería más joven, que viven en otra franja horaria.
miércoles, 9 de octubre de 2013
El héroe
Una pequeña araña por la espalda de Sonia. Intento no alarmarla y, disimulando como mejor puedo, me acerco a mi novia y aplasto al arácnido con un dedo, diciéndole: tenías una araña, pero la he matado. Ella sólo se queda con la parte de tener una araña encima y responde con chillidos que podrían romper cristales. Abrazada a mí. Con la boca pegada a mi oído.
martes, 8 de octubre de 2013
Ruido
Ruido es lo que yo quise hacer en tu vida, pero no supe cómo. A duras penas logré ser un zumbido sólo molesto para los perros, que ladraban a causa de esto en la noche y no te dejaban dormir. Algo es algo.
lunes, 7 de octubre de 2013
El yeti
La primera vez que vi al yeti fue en el ascensor. Se hacía llamar Eulalio Ramírez, tenía setenta años y era profesor emérito en la universidad, pero a mí no consiguió engañarme con su disfraz de vecino: lo reconocí al instante, pues soy un apasionado de la criptozoología desde hace años. Como pude, disimulé mi sorpresa al ver entrar a esa criatura legendaria que me saludó con una inclinación de la cabeza y pulsó el botón del noveno piso. Yo pulsé el tercero, pero despacio, con calma, que nunca se sabe cómo van a reaccionar los animales salvajes, y menos aquellos cuya existencia no reconoce la comunidad científica.
El ascensor era viejo y subía muy despacio, pero esto me venía fenomenal. Me daba más tiempo para estudiar con disimulo al abominable hombre de las nieves. Iba vestido de forma vulgar, como si no quisiera llamar la atención, con una gabardina gris. Llevaba gafas, pero no era suficiente para ocultar su identidad. Me pareció bastante feo, aunque no sé mucho de belleza masculina. Tenía una abundante cabellera cana y una barba agreste del mismo color. En las descripciones que había leído de él parecía más fuerte, pero se le notaba en forma; todo lo en forma que puede estar alguien que pretende hacerse pasar por un anciano. Llevaba unas bolsas de la compra, lo que explicaba que cogiera el ascensor en vez de subir las escaleras, pues todo el mundo sabe que el yeti es un experto escalador, sí, pero es complicado trepar cuando se tienen las manos ocupadas. Estaba claro que había bajado al valle a por víveres y ahora volvía a su guarida en la cumbre.
Yo, la verdad sea dicha, en ese momento tenía algunas dudas. Principalmente, me preguntaba por qué el yeti había abandonado el Himalaya. Quizá por el cambio climático, me dije. O por la colonización china del Tíbet: el exceso de población había provocado seguramente la desaparición de su hábitat natural y no había tenido más remedio que emigrar. De esto no hablarían jamás los medios, claro; el Dalái Lama era el único exiliado que interesaba.
Por muy lento que fuera el ascensor, íbamos a llegar ya a mi piso y allí seguía yo sin mover un músculo, apretado en tan estrecho espacio junto al abominable hombre de las nieves. Era imperdonable desperdiciar así una oportunidad como aquella. Me armé de valor y le dije:
—Está empezando a hacer frío, ¿verdad?
Él me miró brevemente, con poco interés, pero respondió con suma cortesía:
—Sí, hay que abrigarse ya.
El yeti tenía acento de Murcia. Concretamente, me recordaba a Paco Rabal. Esto me sorprendió tanto que ya no supe qué decirle y, antes de darme cuenta, estaba de vuelta en mi piso, preguntándome si quizá el yeti había aprendido castellano viendo películas de Paco Rabal que algún accidentado alpinista español había dejado en las montañas. ¿Pero por qué un alpinista iba a llevar películas en la mochila? ¿Y en qué formato? ¿Tenía el yeti reproductor de DVD? Era todo un gran misterio.
Fue la casera quien me dijo qué nombre utilizaba el yeti, así como su edad y ocupación. Me contó también que se había mudado hacía poco tiempo; al parecer, había regresado a España tras estar trabajando unos años en Lhasa por un acuerdo entre universidades. El yeti había pensado en todo con esa estupenda coartada, me dije. En todo menos en mí, que me dediqué desde entonces a espiar sus movimientos, sus costumbres de animal oculto para la zoología convencional, sus entradas y salidas del edificio. Fue bastante aburrido, francamente. No salía mucho. Se suponía que era profesor emérito en la universidad, pero nunca se acercó a ella. Sólo bajaba a veces a hacer la compra en el supermercado de la esquina. Yo me fijaba en lo que compraba y lo anotaba en un cuaderno. La dieta del yeti. Curiosamente, era vegetariano, cuando uno esperaría que un primate de su tamaño se alimentara con algo más contundente, sobre todo cuando te conocen como «abominable». Igual era por disimular, pensé. ¿Quién me decía a mí que no se escapaba de vez en cuando y atacaba al ganado del vecindario? Ganado que, como mucho, consistía en perros y gatos, claro.
También me fijé en la prensa que compraba. Prensa de derechas. El yeti es conservador, anoté en el cuaderno.
Siempre tomaba el ascensor. Era como si nunca bajara la guardia, como si sospechara que lo estaban espiando. Era un animal astuto y huidizo, sin duda; eso explicaba que aún no hubiera sido descubierto por el mundo y se le siguiera considerando sólo una leyenda. Yo lo observaba con atención en un intento de apreciar una lucha interna entre su instinto y la cautela, pero disimulaba de forma admirable: nunca dudaba, no le dedicaba ni una mirada a las escaleras, se dirigía sin vacilar al ascensor, pulsaba el botón del noveno piso y desaparecía de mi vista. Para permanecer oculto, para sobrevivir en este nuevo entorno hostil, iba contra su naturaleza y se negaba a escalar, era evidente.
Todo esto se prolongó por espacio de un mes y lo cierto es que me estaba cansando. No podía esperar eternamente a que el yeti cometiera un error que me permitiera llamar a la prensa para comunicar mi descubrimiento al mundo, así que decidí provocarle. Siempre es arriesgado provocar a un animal salvaje, es cierto, pero correría ese riesgo por el bien de la ciencia. Lo abordé en el ascensor, para que no pudiera escapar. Él en ese momento estaba echándole un vistazo al periódico, lo que era perfecto: estaba distraído, podía sorprenderlo con la guardia baja. Pulsé el botón del tercer piso y el ascensor se puso en marcha. Le escuché refunfuñar algo de política y entonces ataqué.
—Me pregunto si está buena la carne de yak —dije, sin más, como si fuera la cosa más normal del mundo.
—No está mal, un poco dura —murmuró él.
—¿Pero no es usted vegetariano?
Levantó la vista del periódico y me miró con suspicacia.
—¿Y usted cómo sabe eso? —me preguntó.
—Sé muchas cosas de usted —contesté con una sonrisa que pretendía ser de superioridad.
—¿Es que acaso me está espiando?
—¿Es que tiene algo que ocultar?
Me miró con furia y empecé a asustarme. Asesinado por el yeti por temerario, pensé. Decidí jugármela.
—Sé quién es usted.
—¿Ah, sí? —dijo él con enfado—. Eso es muy apropiado, puesto que yo también sé quién es usted: un majadero.
—Oiga, sin faltar, que yo no le he llamado nada —repuse.
En ese instante llegamos al tercer piso y las puertas del ascensor se abrieron. Abandonar en ese momento era claramente un fracaso, pero el yeti colaboró dándome un empujón y conminándome a que lo dejara tranquilo. No quise tentar más a la suerte ese día y decidí que ya habría otra oportunidad para intentar que confesara. Pero no la hubo. El yeti, de súbito, dejó de salir a la calle. Le he puesto en alerta, pensé. O eso o se preparaba para hibernar, que se aproximaba el invierno. Quizá por eso ya no necesitaba comprar alimentos. En cualquier caso, me venía fatal. ¿Esperar hasta la primavera? Podían pasar muchas cosas en todo ese tiempo. No, sólo había una solución, por imprudente que fuera: ascender a la cima. Adentrarme en la guarida del yeti.
Una ascensión así, por supuesto, es algo que hay que planear cuidadosamente. Lo primero fue dirigirme a una tienda de artículos deportivos donde adquirí unas botellas de oxígeno, ya que era muy posible que el aire del noveno piso estuviera enrarecido a causa de la altitud. También compré una mochila amplia y cómoda para llevar las provisiones. Y un piolet, lo que hizo que el dependiente me recordara jocosamente que Trotski llevaba muchos años muerto.
Cuando tuve todo preparado para la aventura, llamé a un restaurante chino y encargué un rollito de primavera, arroz tres delicias y pollo agridulce para Eulalio Ramírez, noveno piso, puerta C. Necesitaba un sherpa y decidí que era lo más parecido que podía encontrar.
El chino llegó a los quince minutos. Yo estaba esperando en el portal del edificio y le di la mano con la camaradería de los que van a afrontar un peligro mortal. Él me miró con cara de no entender nada y preguntó por qué llevaba un piolet, si es que no sabía yo que Trotski estaba muerto. Hice ademán de tomar las escaleras, pero el chino se dirigió sin vacilar al ascensor. Le dije que estaba averiado, pero demostró ser un escéptico de primera y apretó el botón de llamada. Yo suspiré y me encogí de hombros antes de entrar en el ascensor con él. Durante el trayecto no nos dijimos gran cosa, tan sólo rechazó la botella de oxígeno que le ofrecí.
En el noveno piso, las paredes refulgían de blanco, como nieve al sol. Me tapé los ojos con una mano, pero el chino hizo como si todo fuera normal y se dirigió a la puerta del yeti. Lo alcancé cuando ya había llamado y enseguida se abrió la puerta.
—Yo no he pedido comida china —dijo el yeti—. ¿Y qué hace usted ahí con un piolet? ¿Es que me ha tomado por Trotski?
El chino protestó. Él tenía un pedido de un Eulalio Ramírez y no pensaba marcharse sin cobrar. El yeti alegó que él no había pedido nada, que se trataba todo de un error. Como esta discusión no servía para mis propósitos, intervine confesando que había sido yo el causante de aquel enredo. Me miraron con severidad, de pronto aliados.
—¿Por qué no sale de mi vida? —se quejó el yeti—. ¿Es que le he hecho algo?
—Sólo quiero hablar con usted —contesté yo en tono conciliador.
—Está bien —suspiró—; pase un momento.
Pagué al chino, susurrándole: «espérame aquí». Me miró como si me hubiera vuelto loco.
Por fin, la guarida del yeti. Donde ningún otro ser humano había estado antes. La verdad es que, bien mirado, era un lugar decepcionante. Parecía el piso de un profesor. De un profesor aburrido, además.
—Bueno, ¿qué quiere de mí? —me preguntó el yeti.
—Sé quién es usted.
—Ya estamos otra vez con lo mismo. ¿Y quién se supone que soy?
—El yeti, claro.
—Pero eso es imposible.
—No lo es, tengo un cuaderno que lo demuestra —le aseguré.
—No, lo digo porque el yeti es usted.
Todo mi mundo se tambaleó ante esta respuesta inesperada. ¿Era yo el yeti? ¿Tenía problemas para aceptarme y le endosaba mi personalidad a otro? De pronto, parecían encajar las piezas.
—¿De verdad soy el yeti? —pregunté con la emoción del que ha encontrado un sentido a su existencia.
—Claro que no, era una metáfora.
—Ah.
—El yeti no existe. Se lo digo yo, que he vivido en Lhasa. Así que se podría decir en todo caso que el yeti vive en nuestros corazones. Yeti somos todos.
—Que no, que es usted el yeti —dije con un hilo de voz.
—No, no lo entiende usted —contestó él, meneando la cabeza—. Yo no soy el yeti, por una razón muy sencilla: soy Trotski.
—¿Cómo dice?
—Ramón Mercader asesinó a un doble. Era la solución más sencilla para que Stalin dejara de perseguirme, puesto que no había lugar seguro para mí en el mundo.
—Pero eso no puede ser. Trotski estaría muerto de todos modos: han pasado muchos años. Además, ni siquiera tiene usted acento ruso.
—Qué poco sabe usted de la vida. ¡Usted, que cree en la existencia del yeti! Si sigo vivo después de tantos años y gozando de buena salud es porque he estado viviendo en la legendaria Shangri-La, donde uno es inmortal. En cuanto a mi acento, tiene también explicación: conocí a Paco Rabal en México, cuando fue a rodar con Buñuel, y se me pegó su forma de hablar castellano. Soy Trotski, ya le digo.
—Es fabuloso —dije con admiración.
—Efectivamente, es fabuloso: porque es todo mentira. Ahora váyase de mi casa y no vuelva.
—¿Entonces no es usted Trotski?
—Claro que no. Pero ha sido una buena historia, ¿verdad?
—Pero…
—Tampoco soy el yeti. Ni el verdadero Panchen Lama. Me llamo Eulalio Ramírez y soy profesor jubilado. No he tenido hijos y me gusta el aeromodelismo. Es así de gris la vida, acéptelo de una vez.
—Pero en el ascensor…
—Ya —me interrumpió—, en el ascensor me di cuenta de que estaba usted mal de la cabeza. Tiene esa mirada propia del enfermo mental. Aunque ahora no sé si está loco o es simplemente infantil, porque es usted sumamente crédulo: está dispuesto a aceptar cualquier historia fantástica con tal de no quedarse con la realidad. A ver si es que va a ser usted Peter Pan.
Y prorrumpió en carcajadas. Carcajadas monstruosas, casi como si quisiera desmentir que no era el yeti. Humillado, salí de allí sin decir nada más.
El falso sherpa se había marchado y además se había llevado la comida. Otra decepción más. Por un segundo pensé en bajar por las escaleras, pero de pronto me sentía muy cansado. Tomé el ascensor.
domingo, 6 de octubre de 2013
sábado, 5 de octubre de 2013
Presentaciones secretas (2)
Como si lo hubieran preparado, tu primera novia se sentó en la última fila y tu novia actual se sentó en la primera.
viernes, 4 de octubre de 2013
Presentaciones secretas
Vinieron, quizá, doce personas a la presentación de tu libro. Pero está bien, pensaste, en el primer concierto de muchos grupos legendarios hubo cuatro gatos. Cómo iba a haber expectación si no te conoce nadie. ¿Es que pensabas que iba a haber colas kilométricas? ¿Que el público se pondría en pie al verte y aplaudiría a rabiar? ¿Que hermosas doncellas vestidas de blanco arrojarían pétalos de rosa a tu paso? Vendiste cuatro ejemplares, que eran cuatro ejemplares más de los que pensabas que venderías, y ya está bien. Fue un éxito modesto, pero enorme en su modestia.
jueves, 3 de octubre de 2013
La agencia de calificación sentimental
Buenas, somos de la agencia de calificación sentimental. Venimos a decirle que su amor acaba de perder la nota máxima. ¿Por qué? Porque ya no hay magia en lo suyo, hombre. ¿Cuándo fue la última vez que se dijeron un «te quiero» sincero? ¿Cuánto hace que no tienen sexo salvaje e íntimo? Ya no se dicen tantas cosas como antes, su mujer y usted son como dos compañeros de piso. Nosotros perdemos entonces la confianza en su relación y consideramos que es mejor invertir en otra parte. Invertir la atención de los vecinos, claro, que son unos cotillas muy ocupados.
miércoles, 2 de octubre de 2013
Historia de la literatura secreta
Hoy presento mi libro. Es una sensación muy extraña. Pienso que, en fin, es algo que quedará, aunque sólo sea por los ejemplares que yo conserve. Podré enseñar el libro a mis hijos (si los tengo) y decirles: «papá fue escritor. Durante una breve temporada, al menos. Luego la vida aplastó sus sueños de juventud. Es por eso que papi bebe tanto y algunas noches llora».
martes, 1 de octubre de 2013
Nueva York
Desde la ventana de mi cocina se ve Nueva York, dijo Alonso en el recreo. Esto de ver América desde una ventana nos pareció muy raro, la verdad. Enrique dijo que desde su cocina se veía un pinar. Sergio admitió que su cocina daba a un patio interior, pero desde su habitación se podía ver el mar (a lo lejos, una línea azul). Todo eso era más normal, pero Alonso se mostró desdeñoso ante estas vistas tan pedestres. No vayáis a comparar esas cosas, rugió, con desayunar contemplando Manhattan. Le preguntamos entonces si nos dejaría ver Nueva York, pero dudó. Contestó que no éramos dignos, que cómo iba a dejar que unos niños de nuestra ralea se asomaran a un mundo superior y neoyorquino. Le suplicamos, pero no dio su brazo a torcer hasta que negociamos una cantidad económica que le pareció aceptable. Eso sí, sólo teníamos dinero para que uno de nosotros viera Nueva York y tuve la suerte de ser el elegido. Yo me asomaría a las calles de la Gran Manzana, que imaginábamos pavimentadas en oro, y les comunicaría mi experiencia a los demás.
El jueves por la tarde fue el día acordado, pues sus padres estarían fuera (Alonso dijo que podía meterse en problemas por compartir Nueva York con personas ajenas a la familia). Entramos sigilosamente en su casa, lo que me parecía totalmente innecesario habida cuenta de que se encontraba vacía en ese momento, pero no discutí, no quería poner pegas que me alejaran del objetivo. La cocina estaba a oscuras, las cortinas cubrían las ventanas. Olía a café y el corazón me latía a mil por hora. Es la cafeína del ambiente, pensé para tranquilizarme. Alonso alargó la mano y descorrió las cortinas. La estancia se iluminó de una luz cegadora, pero unos segundos después mis ojos se adaptaron a la claridad. Me asomé a Nueva York. Vi una calle sucia y un negro que fumaba en una esquina. No había mucho más. El negro se dio cuenta de que lo miraba, escupió en el suelo y me hizo un corte de mangas. Miré a Alonso, que se encogió de hombros y dijo que ese día la ventana estaba sintonizada con Harlem.
El jueves por la tarde fue el día acordado, pues sus padres estarían fuera (Alonso dijo que podía meterse en problemas por compartir Nueva York con personas ajenas a la familia). Entramos sigilosamente en su casa, lo que me parecía totalmente innecesario habida cuenta de que se encontraba vacía en ese momento, pero no discutí, no quería poner pegas que me alejaran del objetivo. La cocina estaba a oscuras, las cortinas cubrían las ventanas. Olía a café y el corazón me latía a mil por hora. Es la cafeína del ambiente, pensé para tranquilizarme. Alonso alargó la mano y descorrió las cortinas. La estancia se iluminó de una luz cegadora, pero unos segundos después mis ojos se adaptaron a la claridad. Me asomé a Nueva York. Vi una calle sucia y un negro que fumaba en una esquina. No había mucho más. El negro se dio cuenta de que lo miraba, escupió en el suelo y me hizo un corte de mangas. Miré a Alonso, que se encogió de hombros y dijo que ese día la ventana estaba sintonizada con Harlem.
lunes, 30 de septiembre de 2013
El viajero
Con siete años, les comuniqué a mis familiares mi decisión irrevocable de ser astronauta y viajar por el espacio infinito. Concretamente, les informé de mi partida con quince días de antelación, para que pudieran hacerse a la idea y comenzar las gestiones de hacerse con otro niño. Mis padres reaccionaron con hilaridad, lo que me pareció sumamente molesto, y mi hermano mayor me atizó un coscorrón con las siguientes palabras: otra vez llamando la atención. Sin embargo, nada de esto me hizo desistir. Me marché un martes. Recuerdo que se veía una luna llena enorme desde lo alto de la colina en la que durante largos minutos esperé a mi nave de tránsito. Procedía de Nebulón 7 y me había sido muy difícil contactar con ellos, así como reunir el dinero suficiente para pagar el pasaje. Por suerte, los nebulonanos aceptan el azúcar como moneda de curso legal y no fue tan complicado escamotear pequeñas cantidades en los desayunos y meriendas.
domingo, 29 de septiembre de 2013
De la vida de los muertos
Mucho se ha hablado en las últimas semanas de la casa encantada del pueblo y de la tendencia de los muertos a atormentar a los vivos. Esto es una generalización de lo más injusta, pues continuamente muere gente y sin embargo sólo conocemos algunos casos de fantasmas que se dediquen a asustar a las personas. Es muy poco lo que sabemos del mundo fantasmal, amigos. Tenemos que ser cautos en nuestras impresiones. Un profesor de la universidad opina que los responsables del terrorismo fantasmal son un grupúsculo de espíritus violentos que obligan a los otros muertos a actuar así contra los vivos. Un caso clásico de bullying o de iniciación en una fraternidad.
sábado, 28 de septiembre de 2013
Soluciones literarias
—Buenos días, soy escritor y vengo a ofrecerme para trabajar en su empresa.
—¡Seguridad!
—Espere, escúcheme al menos. ¿Qué tiene que perder?
—Tiempo. Y mi tiempo es oro, caballero.
—Ya, pero imagine esto: surge de pronto un...
—Imaginar no es productivo. En nuestra empresa tratamos de imaginar lo menos posible. De hecho, despedimos al empleado que pillemos imaginando. A imaginar, a casa.
—Entiendo, pero no me refiero a eso. Lo que intento decirle es que yo ofrezco soluciones imaginativas.
—Queremos soluciones reales, no imaginarias.
—Pero no son imaginarias, sino imaginativas. A mí se me pueden ocurrir soluciones que otros no tendrían. Soluciones a conflictos inesperados. Yo puedo pensar en varios hilos argumentales y desarrollarlos.
—No queremos varios hilos argumentales, sólo uno: la total dominación del mundo.
—Ya. Claro. Pero es más interesante si hay tensión, si el héroe se aleja de su objetivo y, cuando ya parecía imposible, logra alzarse con la victoria. Usted podría ser un héroe. Le estoy imaginando ya en varias situaciones épicas.
—¿Ser un héroe aumentaría mi margen de beneficios?
—Sin duda.
—Hum. Vale, puede empezar mañana.
—¡Seguridad!
—Espere, escúcheme al menos. ¿Qué tiene que perder?
—Tiempo. Y mi tiempo es oro, caballero.
—Ya, pero imagine esto: surge de pronto un...
—Imaginar no es productivo. En nuestra empresa tratamos de imaginar lo menos posible. De hecho, despedimos al empleado que pillemos imaginando. A imaginar, a casa.
—Entiendo, pero no me refiero a eso. Lo que intento decirle es que yo ofrezco soluciones imaginativas.
—Queremos soluciones reales, no imaginarias.
—Pero no son imaginarias, sino imaginativas. A mí se me pueden ocurrir soluciones que otros no tendrían. Soluciones a conflictos inesperados. Yo puedo pensar en varios hilos argumentales y desarrollarlos.
—No queremos varios hilos argumentales, sólo uno: la total dominación del mundo.
—Ya. Claro. Pero es más interesante si hay tensión, si el héroe se aleja de su objetivo y, cuando ya parecía imposible, logra alzarse con la victoria. Usted podría ser un héroe. Le estoy imaginando ya en varias situaciones épicas.
—¿Ser un héroe aumentaría mi margen de beneficios?
—Sin duda.
—Hum. Vale, puede empezar mañana.
viernes, 27 de septiembre de 2013
Una tranquila mañana en un pueblo de Galicia
Treinta y cinco años. Una tranquila mañana en un pueblo de Galicia. Llueve. Ya no soy un chico, soy un hombre. Aunque yo sigo sintiéndome perdido. Ser un hombre es un asco.
jueves, 26 de septiembre de 2013
Vengo a decirte que me marcho
—Lo nuestro ya no funciona. Te dejo.
—No puedes dejarme así. Necesito que me avises con quince días de antelación.
—¿Cómo?
—Para que pueda buscar una sustituta, claro. Es lo justo.
—¿Y durante quince días tengo que seguir siendo tu novia? ¿Actuar como si te siguiera queriendo y no pasara nada? ¿A ti te parece normal?
—También necesito que me devuelvas la fianza.
—No puedes dejarme así. Necesito que me avises con quince días de antelación.
—¿Cómo?
—Para que pueda buscar una sustituta, claro. Es lo justo.
—¿Y durante quince días tengo que seguir siendo tu novia? ¿Actuar como si te siguiera queriendo y no pasara nada? ¿A ti te parece normal?
—También necesito que me devuelvas la fianza.
miércoles, 25 de septiembre de 2013
El peine del ciego
En mi barrio había un ciego. Esto de por sí no parece muy interesante, pero despertaba mi curiosidad infantil por un motivo principal: el peine que siempre llevaba en el bolsillo de la camisa. ¿Por qué se peinaría un ciego?, me preguntaba yo entonces. Y el caso es que él siempre iba excelentemente bien peinado. Estaba claro que le habían enseñado a hacerlo así y él lo repetía sin planteárselo demasiado. Se peinaba para los videntes, era un gesto de cortesía o, a mí me lo parecía, de sumisión. Yo, si fuera ciego, no perdería el tiempo en peinarme, pensaba. Que se jodan, no estoy para hacer concesiones a los que tienen la suerte de ver, era mi queja imaginaria. Pero también me fijé en que siempre iba conjuntado, lo que me planteaba dudas acerca del modus operandi de los invidentes cuando van a comprar ropa.
martes, 24 de septiembre de 2013
lunes, 23 de septiembre de 2013
Una historia de terror
Se conocieron en un bar y enseguida surgió el amor. Acabaron en la cama y follaron con una pasión ardiente que bien podía haber provocado un incendio en la casa. Al terminar, él le dijo: Dios, te dejaría la polla dentro de la boca toda la noche. Ella, con voz susurrante, le contestó: hazlo. Se durmieron de esa manera, felices de haberse encontrado. Lo que ninguno de los dos sabía es que ella tenía bruxismo.
domingo, 22 de septiembre de 2013
Cazar mamuts
Ayer, Sonia estuvo toda la mañana ayudando a sus abuelos a matar pollos. Yo me quedé en la habitación escribiendo, lo que era una manera de esconderme y evitar posibles desmayos que revelaran que soy una nenaza de ciudad.
sábado, 21 de septiembre de 2013
El reto
Deja siempre la puerta de su piso abierta, por si algún vecino es lo bastante audaz. Pero espera en vano, desnuda sobre las sábanas. Duerme toda la noche sin que alguien se atreva a penetrar en la guarida de la ninfa. Ni siquiera un mirón que se masturbe desde el umbral del dormitorio. Nadie. Vive rodeada de cobardes, suspira cada mañana.
viernes, 20 de septiembre de 2013
La victoria
Podrán quitarnos todo menos la narrativa, musitó mientras preparaba otra interpretación de los hechos.
jueves, 19 de septiembre de 2013
Por el culo te la hinco
Treinta y cinco tiene muy mala rima y encima se acerca peligrosamente a los cuarenta. Yo no sirvo para crecer, que soy un inmaduro. Que lo haga gente más preparada y que me dejen a mí en una juventud indeterminada hasta que esté listo para la vida adulta, que puede ser dentro de muchos años. Ya avisaré yo cuando sea el momento, hombre, no nos precipitemos.
miércoles, 18 de septiembre de 2013
De la licantropía común
La amistad es un concepto extraño. ¿Qué es un amigo? Un tipo con el que te lo pasas bien. Un camarada. Un tío de puta madre, vaya. Como animales que somos, conformamos nuestra manada. Pero luego resulta que un amigo no está sólo para pasarlo bien, también está para animarte en los peores momentos. ¿Dónde estaba mi mejor amigo cuando me dejó mi primera novia? Pues conmigo, escuchando mis diatribas. ¿Dónde estaba yo cuando a él le dejó su novia? Pues con él, emborrachándonos convenientemente mientras ella se daba una juerga en Nueva York. Así que un amigo también es alguien con quien emborracharse y despotricar de las mujeres, que no nos hacen caso y eso que somos unos tipos geniales y blablablá.
Uno siempre intenta que las novias se integren en el grupo de amigos, pero es complicado, ya que ellas tienen sus propias manadas. Y luego pasas a formar otra con ella y ves menos a los viejos compañeros de correrías. Tienes que preocuparte de tus cachorros y esas cosas. No, no puedo quedarme más, dices, tengo que volver a casa, que tengo al pequeño con algo de fiebre. Y entonces tu amigo te responde algo como: nadie se muere de un poco de fiebre, tómate una cerveza más y vamos a aullarle un rato a la luna.
Uno siempre intenta que las novias se integren en el grupo de amigos, pero es complicado, ya que ellas tienen sus propias manadas. Y luego pasas a formar otra con ella y ves menos a los viejos compañeros de correrías. Tienes que preocuparte de tus cachorros y esas cosas. No, no puedo quedarme más, dices, tengo que volver a casa, que tengo al pequeño con algo de fiebre. Y entonces tu amigo te responde algo como: nadie se muere de un poco de fiebre, tómate una cerveza más y vamos a aullarle un rato a la luna.
martes, 17 de septiembre de 2013
Una voz fallida
Yo también quise ser artista (era joven, no necesitaba dinero). Yo también perseguí la quimera durante años. Yo también pensé que el ego no mentía y que el mundo me esperaba a mí.
lunes, 16 de septiembre de 2013
Una segunda oportunidad
Cuando mi mujer falleció, viajé a la India en su busca, pues era en ese país milenario y misterioso donde había alguna posibilidad de que se hubiera reencarnado. Durante años, recorrí el país de un lado a otro atento a la menor señal de Matilde, mi fallecida esposa. Pero nada, todavía no la encontraba. Pensé en varias posibilidades: podía encontrármela de niña y tener que esperar a que creciera para pedir su mano (mis progresos en hindi eran notables) o encontrármela dentro de unos años reencarnada en un muchacho y tener que cambiar de orientación sexual. Pero finalmente la encontré a las afueras de una pequeña aldea, entre unas rocas. Al principio pensé que se disponía a atacarme, pero se quedó quieta, mirándome fijamente, como si pretendiera hipnotizarme. Esa mirada, esa mirada era la de mi Matilde. Con suma dificultad logré atraparla, aunque intentó morderme varias veces (siempre ha tenido mucho carácter). En la aduana me pusieron trabas para sacarla del país, algo sobre una legislación para impedir la exportación de especies peligrosas, pero todo se solucionó con el soborno adecuado. Ahora hemos vuelto a nuestra vieja casa, aunque yo sigo durmiendo solo en nuestra cama de matrimonio mientras ella descansa en su terrario. Todavía no hemos vuelto a hacer el amor, pero tengo paciencia: ambos necesitamos tiempo.
domingo, 15 de septiembre de 2013
La inspiración controlada
La inspiración está en la higiene o en la calle. Quizá por eso, cuando no se me ocurre nada de lo que escribir, me meto en la ducha, a ver si se me refrescan las ideas, o salgo a dar una vuelta con la esperanza de encontrarme alguna idea olvidada en la acera, como si fuera una cartera perdida.
sábado, 14 de septiembre de 2013
Más tribulaciones del escritor tercermundista
Me preguntan de la editorial si he pensado en algún escritor para la presentación del libro. Alguien que conozca mi obra. O alguien a quien le caiga bien mi persona. Y sé que esto no tendría que ser tan difícil, que sólo es cuestión de hacer contactos, que así se lo montan tantísimas personas, pero yo no sé. A mí esto de la normalidad siempre me ha costado muchísimo, no sé cómo se llega a la gente. Así que sonrío, murmuro un rápido «esto...» e intento cambiar de tema.
viernes, 13 de septiembre de 2013
Y otros momentos fundacionales
La editorial me mandó las tripas del libro para que comprobara que todo está bien. Es tan raro todo. Nunca pensé que alguien se encargaría de maquetar un libro mío. Y sin embargo, sólo tengo pensamientos gilipollas al respecto, como: «está bien que ellos pongan las tripas, que yo puse el corazón». En fin.
jueves, 12 de septiembre de 2013
Johnny Cash
Era 2003, yo tenía veinticuatro años (pero cumplía el cuarto de siglo en poco tiempo). Mi novia me había dejado en marzo para irse con un profesor suyo, un señor muy bajito que fumaba como un carretero (yo siempre estaba tentado de acercarme y decirle: ¿no eres demasiado pequeño para fumar; lo saben tus padres?). El 12 de septiembre era el cumpleaños de mi ex y se me hacía muy doloroso todo. Recuerdo pasarme ese día en la cama, mirando el techo, donde la imaginación iba proyectando un pasado que, por definición, no podía volver. Ese mismo día murió Johnny Cash. Todo se desmorona, pensé yo entonces, aunque por suerte me quedaban todavía muchos años de derrumbe personal.
miércoles, 11 de septiembre de 2013
martes, 10 de septiembre de 2013
El velo
—Tú eres la cortina que tapa todo lo desagradable de mi vida. Tú evitas que tenga que ver todo eso que no podría soportar.
lunes, 9 de septiembre de 2013
Variaciones de Paula
1) Me enamoré de Paula poco a poco. Es decir, me enamoré paulatinamente.
2) Me enamoré de Paula paulatinamente. Esto es, de forma redundante.
3) Morí paulatinamente. Es decir, me asesinó Paula.
2) Me enamoré de Paula paulatinamente. Esto es, de forma redundante.
3) Morí paulatinamente. Es decir, me asesinó Paula.
domingo, 8 de septiembre de 2013
Némesis
Uno necesita enemigos para motivarse y medrar. Yo, caballero, he decidido que la humanidad entera está contra mí. Así, todo lo que consigo, por muy pequeña que sea la victoria, me parece un gran triunfo que restregar por la cara de todo el mundo. Sé bien que me odian todos, incluso los que no me conocen ni saben que existo, pues este ninguneo es deliberado, a mí no me engañan.
sábado, 7 de septiembre de 2013
Breve historia de Willy
Escrito en el lejano julio del año 2000.
William Kensington III ha pasado a la historia como creador de innumerables juegos que, por unas razones o por otras, no consiguieron arraigar en la complicada sociedad victoriana. La vida de este ser humano ejemplar nos trae a la memoria las atribuladas existencias de grandes hombres como Josef Zimmerman, el violinista ciego y sordo de Cracovia que durante cuarenta y cinco años tocó un violín sin cuerdas sin que nadie le advirtiera de ello; o como Teodoro Watling, que dedicó la totalidad de su vida a demostrar que el pollo es el animal más inteligente. Todas estas vidas tiradas a la basura están recogidas en el libro, de próxima publicación, Grandes genios —o no— de la Historia.
William Kensington III siempre vivió acomplejado por su aspecto físico. Según se aprecia en las pocas fotos en las que aparece, medía un metro y medio y pesaba más de cien kilos. Esto explicaría que le apodasen «Tonel Willy» en la universidad de Oxford. Es de suponer que fue su pésimo físico el que le llevó a practicar todo tipo de deportes con la esperanza inconfesable de demostrar al mundo que dentro de un orondo noble inglés puede haber un atleta (o varios). Durante las largas estancias en la enfermería de Oxford, tuvo una especie de epifanía que le metió en la cabeza la idea de, puesto que era una nulidad en la práctica de todo ejercicio físico, usar su intelecto superior (Kensington, como toda la élite británica, era bastante pedante) en la creación de algún nuevo tipo de deporte o juego de mesa que uniera a la Humanidad en una renacida Edad de Oro. Se sabe que durante su etapa universitaria intentó unificar el rugby y la esgrima, pero, por algún motivo, abandonó la idea tras un par de accidentes mortales. No obstante, siguió buscando el modo de «crear el juego definitivo», como anotaría él mismo en treinta y siete cuadernos (en cada una de las páginas de los treinta y siete cuadernos aparece escrito en grandes caracteres «crear el juego definitivo», seguido de un ranking de mujeres atractivas de la época).
En la primavera de 1885 William Kensington III fue expulsado de la universidad. Las causas de su expulsión las encontramos en dos revolucionarios ensayos escritos por Kensington. El primero, para la clase de Filosofía Germana, titulado El fútbol y Kant, trataba de demostrar cómo el fútbol está en franco desacuerdo con la ética kantiana y se enmarca, por así decirlo, en la corriente más afín a Schopenhauer. El profesor, el ilustre Sir John Blow, lejos de aplaudir el entusiasmo y frescura de las ideas de Kensington, le llamó al orden y le dedicó un largo discurso explicándole al joven iconoclasta que era el cricket, y no otro, el deporte que chocaba de frente con Kant. Sin embargo, fue el segundo ensayo, para la clase de Mitología Occidental, titulado Por qué creo que la masturbación femenina no es un mito, lo que precipitó su salida de la conservadora institución de Oxford.
En 1886 fallece el padre de nuestro héroe, pasando entonces él a administrar la fabulosa fortuna de los Kensington. Este dinero le permitiría afrontar mayores retos que antes no podía siquiera soñar. En la primavera de 1888 convocó a la prensa para presentar un nuevo deporte que haría las delicias de los aristócratas ociosos que no sabían en qué utilizar su tiempo libre. Lo llamó onehundredagainstonehundred. Kensington no se desanimó cuando los periodistas se echaron a reír ante su atónita y regordeta cara, pero sí lo hizo cuando comprobó que absolutamente nadie se interesaba por el nuevo deporte. Un viejo amigo de la universidad le indicó que tal vez el fracaso se debía a que las reglas del juego exigían doscientos participantes y que las mismas reglas se extendían durante tres mil quinientas páginas. William Kensington III, hombre de carácter, le asestó un puñetazo en el estómago a su amigo (que dejó de serlo) y se negó en redondo a cambiar una sola palabra de las reglas. Tres meses después, redujo el número de participantes a cincuenta por equipo y las reglas pasaron a ocupar mil setecientas páginas. Lamentablemente sólo podemos hacer conjeturas sobre la naturaleza de este deporte, ya que los volúmenes que recogían las reglas ardieron en el gran incendio de 1908 que arrasó la mansión de los Kensington. Sin embargo, una foto sacada durante un ensayo del fiftyagainstfifty, como se llamaría finalmente y que también fracasaría de forma miserable, muestra que el deporte estaba relacionado con vestir a una vaca con calcetines blancos y pamela negra.
En 1891 empezó a escribirse con el escritor noruego Knut Hamsun. La correspondencia consistía, por parte de Kensington, en hojas y hojas llenas de elaborados insultos, mientras que las cartas de Hamsun solían ser más escuetas y se limitaban a decir cosas como «por favor, ¿quién es usted y qué quiere?» o «¿quién le ha dado mi dirección?» e, incluso, «se lo ruego, deje de escribirme, mi mujer está asustada».
1893 fue un año importante para Kensington. Fundó la Sociedad de Británicos Amantes del Deporte, en cuyos estatutos se prohibía el ingreso de escoceses, irlandeses y galeses, que se convirtió muy pronto en lugar de encuentro de borrachos de todo Londres. Envalentonado por el éxito, mandó un carnet de socio de honor a la Reina Victoria y otro al Káiser de Alemania. Al poco, recibió una nota de agradecimiento de la Casa Real, lo que le llenó de una alegría indescriptible que lo mantuvo en vela durante tres noches. Es importante reseñar que Kensington fue incapaz de leer la nota debido a que la grafía no era muy clara. Recientes investigaciones confirman que el mensaje de la nota es «a Su Majestad no le interesa lo que sea que vende, no la moleste más». El Káiser, por el contrario, enmarcó el carnet y lo colgó en su dormitorio. Ese mismo año Kensington creó ciento setenta y dos juegos, la mayoría de los cuales eran variaciones estúpidas de juegos ya conocidos. El fracaso de todos ellos, lejos de hundirle, no hizo más que reforzar su convicción de que pronto, muy pronto, tendría en sus manos el deporte que revolucionaría el mundo y sería practicado durante siglos. Pero sus intentos de comprar la patente del fútbol por quince chelines fueron infructuosos.
En 1894 Kensington probó las mieles del amor, cansado como estaba de los burdeles de París. Conoció a Margaret Westminter, hija de Lord Alfred Westminter, famoso general, a la que cortejó y pidió en matrimonio. La boda fue cancelada un mes antes de la fecha acordada para su celebración al descubrir Lord Westminter a su virginal hija en la cama con Kensington. Esto se entiende si tenemos en cuenta que Kensington estaba en la cama con Alice, la hija menor de Westminter, y no con Margaret, que, al fin y al cabo, era su prometida. Kensington, desolado, abandonó la casa de Westminter esquivando los disparos que efectuaba éste desde el balcón. Habiendo perdido al amor de su vida (o, al menos, un sucedáneo muy interesante), publicó un extenso poema (otra de las facetas de este gran hombre) en todos los periódicos de Londres con el título de «A dos hermanas». Fue condenado a pasar catorce meses en la cárcel por publicar pornografía.
El periodo pasado entre rejas le sirvió de retiro espiritual y fue entonces cuando consiguió su único éxito. Durante su estancia en prisión unificó las reglas del ajedrez y el boxeo, juego al que llamó «ajedrez total». Evidentemente, el deporte tuvo una gran acogida entre los presos, llegando a extenderse por varias prisiones del país. Cuando Kensington redactaba los estatutos para la creación de la Liga Nacional de Ajedrez Total, un edicto del Gobierno prohibió la práctica del deporte por considerarlo «excesivamente violento incluso para Inglaterra».
Esto acabó con Kensington. Desde entonces inventó cerca de trescientos juegos de mesa y cuarenta y cinco deportes —que pasaron desapercibidos—, pero sin la pasión de antaño. Murió en 1911, recluido en un manicomio, jurando a quien quisiera escucharle que fue él quien inventó la salsa tártara y los zuecos.
viernes, 6 de septiembre de 2013
jueves, 5 de septiembre de 2013
Voliciones
Pasa una pareja mientras leo sentado en el banco. Se despiden, la chica le sonríe durante un corto instante y pienso que, en fin, que vivimos para esos momentos de pura magia. La magia de una chica bonita sonriéndote. Provocarle un orgasmo es mejor, ya, pero hacer que sonría también es muy bonito. Ese momento íntimo, de auténtica complicidad. Te sonríe a ti y a nadie más, tú eres la causa y el destino de su sonrisa, el alfa y el omega.
miércoles, 4 de septiembre de 2013
El largo encono
En Pinares de Entretiempo, dos jubilados, el señor Matías y el señor Ramiro, llevan ya diez años enfrentados. Nadie conoce el motivo de su enemistad, aunque hay varias teorías: una partida de mus que salió mal, una disputa por una anciana del asilo, un simple malentendido producto de la dentadura postiza, etcétera. El caso es que ya es una década sin hablarse, aunque siguen comunicándose de forma indirecta a través del periódico local: siempre mandan cartas al director para rebatir la opinión que el otro ha dado el día anterior.
martes, 3 de septiembre de 2013
El trabajo de campo
—¿Qué haces ahí tumbado?
—Me documento para mi próximo relato.
—¿Durmiendo?
—Oye, los sueños son una mina.
—Me documento para mi próximo relato.
—¿Durmiendo?
—Oye, los sueños son una mina.
lunes, 2 de septiembre de 2013
De espaldas
Seducirle siempre fue tarea fácil. Al ser hombre de culos, las chicas podían mandarle fotos que no eran suyas.
domingo, 1 de septiembre de 2013
El final del verano
Y otros temas recurrentes. ¿Cuántos veranos han terminado? Demasiados,
que esa es la paradoja del paso de los años: uno hubiera querido vivir
menos veranos y, al mismo tiempo, piensa que no ha vivido lo bastante en todos esos veranos que ya no volverán.
sábado, 31 de agosto de 2013
La diosa portátil
El chico lleva siempre una fotografía de una mujer desnuda. Bien escondida, es sólo suya. La guarda a menudo entre las páginas de un libro de texto. A veces se queda absorto mirándola en clase y el profesor piensa que es un chaval muy aplicado. No sabría qué hacer sin la foto. Se siente seguro con ella en el bolsillo. Es un amuleto. Es una estampa de la divinidad. Pero no se trata de ninguna adoración casta, ya que se masturba con ella a diario. Es su forma de orarle, de comulgar con la divinidad. Le dedica todo su deseo. Sus plegarias silenciosas e inconfesables. Todas las noches, antes de dormir, la mira y la acaricia con ternura.
viernes, 30 de agosto de 2013
La vida en cuatro tardes
Se me fue la vida en cuatro tardes, pero en cuatro tardes de domingo, que nunca pasó nada.
jueves, 29 de agosto de 2013
Urgencias
—¿Cómo se encuentra hoy el paciente?
—Doctor, lleva tres meses muerto.
—Hum, entonces quizá tengamos que abandonar el tratamiento.
—Doctor, lleva tres meses muerto.
—Hum, entonces quizá tengamos que abandonar el tratamiento.
miércoles, 28 de agosto de 2013
La exposición permanente
—Tu cuerpo tendría que estar en un museo.
—¿Tan bonito es?
—No, si lo digo por lo viejo que es.
—¿Tan bonito es?
—No, si lo digo por lo viejo que es.
martes, 27 de agosto de 2013
Extraños orgullos
El que plagia y siente suyas las alabanzas que recibe es como la actriz que, habiendo usado una doble de cuerpo, se enorgullece cuando alguien aplaude su supuesto desnudo.
lunes, 26 de agosto de 2013
Marcos, Mateo, Lucas y Juan
En la década de los ochenta, Marcos Fernández, Mateo García, Lucas Martín y Juan Rodríguez formaron la banda criminal conocida como «los cuatro evangelistas». Durante tres años, atracaron bancos y negocios a lo largo y ancho del país. Cuando robaban en un establecimiento, popularmente se decía que lo habían «evangelizado». Estos cuatro delincuentes, encontrándolo muy divertido, contribuyeron de forma activa a esto memorizando pasajes bíblicos y recitándolos en cada una de sus fechorías. Finalmente fueron detenidos, pero recibieron penas muy leves: menos de cinco años de cárcel. Esto fue así gracias a que en el juicio fueron defendidos por los abogados más prestigiosos, cuyos honorarios fueron sufragados por los obispos, que declararon que ciertamente los acusados eran unos criminales, pero también había que valorar que estaban predicando el Evangelio.
domingo, 25 de agosto de 2013
El periodista freelance
Nadie lo adivinaría a simple vista —dice el señor jubilado—, pero soy periodista. Diariamente redacto una carta al director sobre un asunto de actualidad y la envío a algún periódico. Soy ya un colaborador habitual de dos diarios conservadores, me publican con frecuencia. Tengo una carpeta llena de recortes de mis artículos. Mi hija me dice que estoy haciendo el ridículo y que me busque otra afición, pero yo creo que tiene celos de mi éxito. Ya verá cuando me den el Pulitzer y obvie su nombre en mi discurso, ya.
sábado, 24 de agosto de 2013
Manufacturando monstruos
El autor se sentó ante el ordenador con determinación. Por fin iba a escribir la novela, por fin iba a dar el gran paso. Esa noche no durmió, dedicó todas las horas nocturnas a redactar a velocidad de vértigo. Todo encajaba, iba tomando forma la historia que lo llevaría al Olimpo literario. Pero cuando llegó el amanecer estaba muy cansado. Se había terminado el impulso. Ni siquiera tenía fuerzas para releer lo escrito. Había fracasado, ¿dónde encontraría energía ahora? Se metió en la cama preguntándose si más tarde podría transformar lo escrito en un relato o dos.
viernes, 23 de agosto de 2013
La máquina fotográfica del tiempo
En nuestros laboratorios seguimos trabajando en una máquina para viajar en el tiempo, pero todavía no hemos logrado nada fiable. Por ahora, hemos logrado hacer viajes en el tiempo fotográficos. Le explico: con nuestra cámara digital usted podrá fotografiar el futuro o el pasado. El procedimiento es muy sencillo, basta con enfocar un lugar o una persona y seleccionar la fecha que uno quiere ver. La cámara clarividente, la llamamos, aunque otros dicen que es el culmen del voyeurismo y nos tildan de paparazzi del espacio-tiempo.
jueves, 22 de agosto de 2013
El extraño caso de Órbita 76
El 16 de agosto, el diario El Mundo publicó un «artículo» calificando Órbita 76 de «cómic que se mofa de los funcionarios». Yo, la verdad, me reí mucho ante algo tan delirante. Luego comprobé que mucha gente se hacía eco de la «noticia» y montaba en cólera; algunas personas tienen la extraña necesidad de ofenderse sin motivo. Porque no han leído el cómic y dan por buena una información que viene a decir que la Junta de Andalucía ha publicado un cómic expresamente para insultar a los funcionarios. Esto no resiste el menor análisis serio. Para empezar, el protagonista, el héroe de la historia (con el permiso del abuelo, claro) es un funcionario. En seis viñetas de un cómic de cuarenta y ocho páginas sale el padre del protagonista: su papel es el de padre castrador, padre que nunca valora los éxitos del hijo y está todo el rato buscándole las cosquillas. Me inspiré para esto en unos cuantos padres: el de Kafka, el de algún amigo, el mío... Bien. La misión de tal personaje en el cómic es la de servir de contraste al abuelo del protagonista, que le ofrece luego una aventura, soñar, etc. Así entendemos que el protagonista está encorsetado en un mundo adulto en el que no importa lo que haga, pues nunca le será reconocido su esfuerzo, mientras que su abuelo, esté loco o no, confía en él y blablablá. Cualquier persona que lea el cómic entenderá que el personaje del padre es un energúmeno, un gilipollas integral. Está hecho para caer mal. Entender, por lo tanto, que sus palabras tienen algún valor es no entender nada. Imaginemos por ejemplo que el cómic hubiera tratado sobre un chaval judío durante el nazismo. Imaginemos que fue adoptado, pero su padre adoptivo no sabe nada de su judaísmo (la madre sí). Imaginemos que el padre es partidario de Hitler y durante la cena vierte comentarios injuriosos contra los judíos. Imaginemos que el chaval defiende a los judíos y la madre se pone también de su parte. A mí lo que me costaría imaginar de todo esto es que alguien dijera algo como «la Junta edita un cómic que se mofa de los judíos».
Lo más curioso del tema es que ya han publicado dos artículos que faltan a la verdad y nadie se ha puesto en contacto conmigo, que para algo he escrito la historia. ¿Dónde ha quedado la ética periodística? ¿Se la han dejado en el otro pantalón? Está claro que no interesa la verdad, sino manipular a la opinión pública ensuciando de paso el trabajo y el honor de dos creadores que tuvieron la suerte de que su esfuerzo fuera premiado en un certamen de cómic.
Lo más curioso del tema es que ya han publicado dos artículos que faltan a la verdad y nadie se ha puesto en contacto conmigo, que para algo he escrito la historia. ¿Dónde ha quedado la ética periodística? ¿Se la han dejado en el otro pantalón? Está claro que no interesa la verdad, sino manipular a la opinión pública ensuciando de paso el trabajo y el honor de dos creadores que tuvieron la suerte de que su esfuerzo fuera premiado en un certamen de cómic.
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