—Me encantaría vestirme para ti.
—Me encantaría desvestirte para mí.
lunes, 31 de agosto de 2009
domingo, 30 de agosto de 2009
La ausencia
Llama a la chica y le pide que no diga nada, que sólo escuche. Silencio al otro lado de la línea telefónica. Le explica que ya está bien, que ya es demasiado tiempo sin ella, que apenas puede recordar su cuerpo desnudo y sin embargo la sigue deseando vorazmente. Esto no está bien, no está bien, le dice con severidad. Después, cuelga.
sábado, 29 de agosto de 2009
La muerte súbita
Fallecí a las cinco de la tarde, con puntualidad británica. Mi inesperada muerte me vino fatal, pues tenía un montón de planes para esa semana, planes que dejaron de importar cuando un infarto fulminante acabó con mi vida mientras veía un documental sobre antílopes.
Fue mi mujer quien encontró el cadáver. «Antonio», dijo, como si esperase que fuera a responder, como si pensara que estaba fingiendo mi muerte para gastarle una broma. Ya me habría gustado, pero no podía mover ni un músculo, aunque por el olor estaba claro que había aflojado los esfínteres al fallecer. Cómo podía oír y oler después de muerto era un misterio para mí, pero qué sabía yo de la otra vida, claro. Mi mujer se echó a llorar y entre hipidos farfulló algo de facturas sin pagar. Siempre tan práctica.
Luego llamó a mi hija. Que tu padre se ha muerto viendo un documental de animales, le dijo. Claudia se echó a llorar también y se quejó amargamente de que ya nunca podría decirme lo mal padre que había sido.
Llamaron a un médico, que certificó mi muerte, y a un sacerdote, que dijo algunas palabras en latín sobre mi cadáver. Me pregunté si el cura tendría contactos para ir al Cielo, que estar en el sofá asistiendo a todo esto no coincidía con mi idea del Paraíso. Seguramente era un cura de tercera división, ya podría haberme tocado un obispo, ya, o un cardenal, o el Papa, que tiene línea directa con el Señor y puede reservar buenos asientos para la Eternidad.
Fue mi mujer quien encontró el cadáver. «Antonio», dijo, como si esperase que fuera a responder, como si pensara que estaba fingiendo mi muerte para gastarle una broma. Ya me habría gustado, pero no podía mover ni un músculo, aunque por el olor estaba claro que había aflojado los esfínteres al fallecer. Cómo podía oír y oler después de muerto era un misterio para mí, pero qué sabía yo de la otra vida, claro. Mi mujer se echó a llorar y entre hipidos farfulló algo de facturas sin pagar. Siempre tan práctica.
Luego llamó a mi hija. Que tu padre se ha muerto viendo un documental de animales, le dijo. Claudia se echó a llorar también y se quejó amargamente de que ya nunca podría decirme lo mal padre que había sido.
Llamaron a un médico, que certificó mi muerte, y a un sacerdote, que dijo algunas palabras en latín sobre mi cadáver. Me pregunté si el cura tendría contactos para ir al Cielo, que estar en el sofá asistiendo a todo esto no coincidía con mi idea del Paraíso. Seguramente era un cura de tercera división, ya podría haberme tocado un obispo, ya, o un cardenal, o el Papa, que tiene línea directa con el Señor y puede reservar buenos asientos para la Eternidad.
viernes, 28 de agosto de 2009
Del romanticismo
No suena ningún timbre, pero, como por ensalmo, Anselmo abre la puerta y se encuentra a un señor vestido con ropajes del XIX.
—Hola, soy el amor —dice el desconocido.
—¿Y qué quiere? —pregunta Anselmo, impasible.
—Que llames a Berta y le digas que la amas.
—¿De buenas a primeras?
—Claro, con decisión.
—¿Y si me dice que ella a mí no?
—Subes la apuesta y le recitas un poema improvisado.
—¿Y si se ríe?
—Dices que vas a insistir hasta que se rinda. Que tu amor será como la campaña de bombardeos contra la Alemania nazi. Que acabarás con su industria armamentística, sus ciudades, su red de transportes. Que no vas a ser un desconocido o un amigo más, sino que sólo aceptas la rendición incondicional.
—¿Entonces la tengo que enamorar por desgaste?
—Nada mina más la voluntad que el amor, amigo mío. Claro que puede ser la suya o la tuya, a saber.
—Hola, soy el amor —dice el desconocido.
—¿Y qué quiere? —pregunta Anselmo, impasible.
—Que llames a Berta y le digas que la amas.
—¿De buenas a primeras?
—Claro, con decisión.
—¿Y si me dice que ella a mí no?
—Subes la apuesta y le recitas un poema improvisado.
—¿Y si se ríe?
—Dices que vas a insistir hasta que se rinda. Que tu amor será como la campaña de bombardeos contra la Alemania nazi. Que acabarás con su industria armamentística, sus ciudades, su red de transportes. Que no vas a ser un desconocido o un amigo más, sino que sólo aceptas la rendición incondicional.
—¿Entonces la tengo que enamorar por desgaste?
—Nada mina más la voluntad que el amor, amigo mío. Claro que puede ser la suya o la tuya, a saber.
jueves, 27 de agosto de 2009
Follar
—No puedo seguir así.
—¿Así cómo?
—Así contigo. ¿Es que no entiendes que te quiero? Te quiero más que a mi vida.
—Eso no tiene ningún mérito, que eres un suicida.
—Qué injusta eres. No soy ningún suicida, estoy lleno de vitalidad adolescente.
—Pues nadie lo diría.
—Que sí. Soy un tío sano y deportista.
—Sanísimo, no hay más que verte. ¿Y qué deporte practicas tú, si puede saberse?
—Ninguno, pero porque tú no quieres. Podríamos practicar deportes de contacto. El magreo olímpico, por ejemplo.
—Siempre igual, todo lo acabas reduciendo al sexo.
—Si folláramos, estaría menos obsesionado.
—Eso es lo que dices ahora.
—¿Y no quieres saber lo que digo después?
—No hace falta, me lo imagino: seguro que algo referente a repetir.
—Creo que te quiero en la misma medida en que te odio.
—¿Así cómo?
—Así contigo. ¿Es que no entiendes que te quiero? Te quiero más que a mi vida.
—Eso no tiene ningún mérito, que eres un suicida.
—Qué injusta eres. No soy ningún suicida, estoy lleno de vitalidad adolescente.
—Pues nadie lo diría.
—Que sí. Soy un tío sano y deportista.
—Sanísimo, no hay más que verte. ¿Y qué deporte practicas tú, si puede saberse?
—Ninguno, pero porque tú no quieres. Podríamos practicar deportes de contacto. El magreo olímpico, por ejemplo.
—Siempre igual, todo lo acabas reduciendo al sexo.
—Si folláramos, estaría menos obsesionado.
—Eso es lo que dices ahora.
—¿Y no quieres saber lo que digo después?
—No hace falta, me lo imagino: seguro que algo referente a repetir.
—Creo que te quiero en la misma medida en que te odio.
miércoles, 26 de agosto de 2009
El humor
—Me encanta que siempre consigues tomarte con humor los reveses y sinsabores.
—Sí, imagino que los ganadores no se ríen ni la mitad que yo.
—Sí, imagino que los ganadores no se ríen ni la mitad que yo.
martes, 25 de agosto de 2009
Se ha hecho tarde
Y la vida se ha ido en escribir en silencio. Nunca será ya ese momento en el que tú y yo nos encontramos.
lunes, 24 de agosto de 2009
Moi non plus
—Greta me ha dejado.
—¿Otra vez? ¿Y ahora por qué?
—Dice que no me quiere.
—¿En serio? Ni que fuera una romántica ahora.
—Dice que hay un límite.
—De velocidad, sí. Pero esto es una relación de pareja, no conducción temeraria.
—El caso es que se ha marchado y se ha llevado con ella mi vida entera.
—¿Incluso los muebles?
—No, los muebles no. No le cabían en la maleta.
—Entonces no se lo ha llevado todo. Sólo su cuerpo perfecto y su risa de niña. Minucias.
—Gracias por recordármelo.
—Bah, te queda toda la vida para echarla de menos, dedícate ahora a no pensar en ella.
—Todo me parece tan oscuro de pronto.
—Es que se ha puesto el sol. Espera, enciendo la luz.
—Estoy solo en el mundo.
—No digas tonterías. A lo mejor tienes una novia en cada puerto y no lo sabes porque viajas poco.
—A lo mejor.
—Quizá te están esperando y lloran por las noches abrazadas a una foto tuya.
—Eso ya me parece muy exagerado. ¿Cómo van a tener una foto mía?
—Es una metáfora, pero podría ser algo literal. ¿Tú has estado en El Pireo? ¿Pues entonces cómo puedes estar seguro de que no hay chicas allí que lloran abrazadas a tus fotos?
—No sé, no me parece lógico.
—El mundo es un lugar extraño.
—¿Otra vez? ¿Y ahora por qué?
—Dice que no me quiere.
—¿En serio? Ni que fuera una romántica ahora.
—Dice que hay un límite.
—De velocidad, sí. Pero esto es una relación de pareja, no conducción temeraria.
—El caso es que se ha marchado y se ha llevado con ella mi vida entera.
—¿Incluso los muebles?
—No, los muebles no. No le cabían en la maleta.
—Entonces no se lo ha llevado todo. Sólo su cuerpo perfecto y su risa de niña. Minucias.
—Gracias por recordármelo.
—Bah, te queda toda la vida para echarla de menos, dedícate ahora a no pensar en ella.
—Todo me parece tan oscuro de pronto.
—Es que se ha puesto el sol. Espera, enciendo la luz.
—Estoy solo en el mundo.
—No digas tonterías. A lo mejor tienes una novia en cada puerto y no lo sabes porque viajas poco.
—A lo mejor.
—Quizá te están esperando y lloran por las noches abrazadas a una foto tuya.
—Eso ya me parece muy exagerado. ¿Cómo van a tener una foto mía?
—Es una metáfora, pero podría ser algo literal. ¿Tú has estado en El Pireo? ¿Pues entonces cómo puedes estar seguro de que no hay chicas allí que lloran abrazadas a tus fotos?
—No sé, no me parece lógico.
—El mundo es un lugar extraño.
domingo, 23 de agosto de 2009
1941
Stalin sonríe satisfecho al comprobar que el veneno ha surtido efecto y no queda ninguna rata en la casa. En ese momento llaman a la puerta. Será el decorador, piensa. Efectivamente. El decorador se presenta como el señor Hitler y acto seguido echa un vistazo a las habitaciones. Tiene usted aquí mucho espacio vital, señor Stalin, dice. Y eso que no ha visto usted mi patio trasero, responde el georgiano. Venga, se lo mostraré, le dice, y ambos contemplan la inmensidad siberiana. Podría aprovechar todo este terreno y construir algo, dice el alemán. Bueno, tengo varios gulags, contesta Stalin. Vuelven dentro y Stalin pregunta si tiene ya en mente la decoración para su casa. La voy a decorar con unas cuantas divisiones blindadas, piensa el señor Hitler.
sábado, 22 de agosto de 2009
Impulsos
—A mí me gusta meter las manos en sacos de lentejas, como Amélie.
Él se plantea durante un momento meterle la cabeza en uno.
Él se plantea durante un momento meterle la cabeza en uno.
viernes, 21 de agosto de 2009
El método
El señor Finisterre, famoso actor teatral, llegó a casa después de una dura jornada de ensayos, se sentó en el sofá y encendió la tele. Echaban una película de zombis: Cocoon. Después de un rato le entró miedo y apagó la tele. La muerte es algo tan horrible, dijo en la soledad de su cuarto de estar, pero no lo dijo entre dientes, sino alto y claro, proyectando la voz, pues tenía muchas tablas.
Decidió telefonear a Esther para ver si había posibilidad de follar con ella, ya que el señor Finisterre tenía una parafilia consistente en acostarse con chicas con nombre bíblico mientras les recitaba el Deuteronomio. Sin embargo, llamó antes a Strindbergman, que lo había dirigido en tantas obras.
—¿Sí? —respondió la voz del ínclito director sueco, que no era muy original al teléfono.
—Soy Finisterre. Te llamaba para consultarte una cosa.
—Es un poco tarde, iba a meterme ya en la cama.
—Precisamente de eso va. Verás, quiero meter en la cama a una chica, pero tengo problemas con mi papel.
—¿Qué?
—Entiendo que mi motivación es puramente sexual, pero no sé, estoy sin guión, sin trasfondo. ¿No podrías echarme una mano?
—Empiezo a cansarme de que me llames siempre cuando estás borracho. En fin, veamos: eres un actor que se acerca a los cuarenta y que goza de reconocimiento profesional. Sin embargo, las mujeres te asustan, y te asustan principalmente porque te aterran los contrarios. Los hombres los entiendes, te levantas todos los días siendo uno. Cuando meas, te dices: soy un hombre, tengo pene. Ser hombre es eso, básicamente. Tener polla. Las mujeres no tienen, son distintas, piensan de otra manera, no las entiendes.
—Bueno, mi intención es que Esther tenga mi polla en algún orificio suyo durante un rato.
—Sí, claro, pero es que no se tiene miedo cuando se está follando. Salvo en ciertas ocasiones.
—Vale, representaré mi miedo balbuceando un poco y sudando a mares, ¿te parece bien?
—Pero no sobreactúes.
—La duda ofende.
Decidió telefonear a Esther para ver si había posibilidad de follar con ella, ya que el señor Finisterre tenía una parafilia consistente en acostarse con chicas con nombre bíblico mientras les recitaba el Deuteronomio. Sin embargo, llamó antes a Strindbergman, que lo había dirigido en tantas obras.
—¿Sí? —respondió la voz del ínclito director sueco, que no era muy original al teléfono.
—Soy Finisterre. Te llamaba para consultarte una cosa.
—Es un poco tarde, iba a meterme ya en la cama.
—Precisamente de eso va. Verás, quiero meter en la cama a una chica, pero tengo problemas con mi papel.
—¿Qué?
—Entiendo que mi motivación es puramente sexual, pero no sé, estoy sin guión, sin trasfondo. ¿No podrías echarme una mano?
—Empiezo a cansarme de que me llames siempre cuando estás borracho. En fin, veamos: eres un actor que se acerca a los cuarenta y que goza de reconocimiento profesional. Sin embargo, las mujeres te asustan, y te asustan principalmente porque te aterran los contrarios. Los hombres los entiendes, te levantas todos los días siendo uno. Cuando meas, te dices: soy un hombre, tengo pene. Ser hombre es eso, básicamente. Tener polla. Las mujeres no tienen, son distintas, piensan de otra manera, no las entiendes.
—Bueno, mi intención es que Esther tenga mi polla en algún orificio suyo durante un rato.
—Sí, claro, pero es que no se tiene miedo cuando se está follando. Salvo en ciertas ocasiones.
—Vale, representaré mi miedo balbuceando un poco y sudando a mares, ¿te parece bien?
—Pero no sobreactúes.
—La duda ofende.
jueves, 20 de agosto de 2009
El plan
—He estado pensando en escaparme unos días a Málaga a visitarte. ¿Qué te parece?
Nena, los dos sabemos que esto terminará como las otras veces. Yo ahora me pasaré unos días ilusionado con la idea de verte, recordando tu voz, recordando tu cuerpo, pero al final me dirás que no puede ser, que te gustaría pero no puedes, y yo entonces quedaré con algún amigo para olvidarme de toda esta rabia desoladora emborrachándome y citando a poetas misóginos.
—Claro, vente.
Nena, los dos sabemos que esto terminará como las otras veces. Yo ahora me pasaré unos días ilusionado con la idea de verte, recordando tu voz, recordando tu cuerpo, pero al final me dirás que no puede ser, que te gustaría pero no puedes, y yo entonces quedaré con algún amigo para olvidarme de toda esta rabia desoladora emborrachándome y citando a poetas misóginos.
—Claro, vente.
miércoles, 19 de agosto de 2009
Fiesta
Aquel verano, una asociación de suicidas antitaurinos puso en marcha su plan para acabar con los encierros que tradicionalmente se celebraban en ciudades y pueblos. Los miembros de la asociación se hacían pasar por simples corredores, pero se dejaban pillar por el toro a las primeras de cambio, lo que sin duda deslucía la fiesta. Tanta muerte escandalizó a la opinión pública, que exigió la prohibición de tan bárbara costumbre, pues no se podía permitir que nuestras calles se convirtieran en ríos de sangre, hay que pensar en el turismo, blablablá. Los ayuntamientos acabaron cediendo al clamor popular, al fin y al cabo les quedaba el lanzamiento de cabras desde el campanario.
Habiendo cumplido su objetivo, los miembros de la asociación de suicidas antitaurinos decidieron ser más ambiciosos e ingresaron en una academia de toreo.
Habiendo cumplido su objetivo, los miembros de la asociación de suicidas antitaurinos decidieron ser más ambiciosos e ingresaron en una academia de toreo.
martes, 18 de agosto de 2009
Cinéma vérité
Por la mañana, Honorato García va al buzón y encuentra el guión de su vida. Lo abre por la primera página y lee: «Por la mañana, Honorato García va al buzón y encuentra el guión de su vida. Lo abre por la primera página y lee».
—Supongo que esto es metacine —dice.
Que es la frase escrita en el guión.
—Supongo que esto es metacine —dice.
Que es la frase escrita en el guión.
lunes, 17 de agosto de 2009
Más egolatría
—Estoy preocupada porque me estoy poniendo gorda de estudiar. Bueno, no gorda, pero mis muslitos ya no son lo que eran.
—Sal a correr. O anda quince kilómetros como yo.
—Qué habilidad para la autorreferencia tienes. Si fuera un deporte, no te ganaba nadie.
—Sal a correr. O anda quince kilómetros como yo.
—Qué habilidad para la autorreferencia tienes. Si fuera un deporte, no te ganaba nadie.
domingo, 16 de agosto de 2009
La larga marcha
Casi las dos de la mañana cuando llego a la estación de autobuses y descubro que el último de la noche salió hace más de una hora. El servicio no se reanuda hasta las seis; ¿qué hacer?, que decía Lenin. No tengo dinero para un taxi, no tengo una amante a la que llamar para pasar la noche, me he peleado hace un rato con mis amigos. Sin dinero, sin amor, sin amigos, vaya panorama, macho. ¿Qué distancia habrá desde aquí a mi casa?, me pregunto. Quince, dieciséis kilómetros. Digamos que quince. No es ni media maratón, pienso cuando echo a andar.
La noche, las estrellas en el cielo, la brisa fresca en la cara. Un conejo que brinca en la maleza. Los cristales rotos que evito pisar en la oscuridad que impera al lado de la carretera. El coche que se detiene a mi altura y acto seguido acelera súbitamente. Quién me iba a decir a mí que de espaldas parezco una puta.
La noche, las estrellas en el cielo, la brisa fresca en la cara. Un conejo que brinca en la maleza. Los cristales rotos que evito pisar en la oscuridad que impera al lado de la carretera. El coche que se detiene a mi altura y acto seguido acelera súbitamente. Quién me iba a decir a mí que de espaldas parezco una puta.
sábado, 15 de agosto de 2009
Cine, cine, cine
En el cine de verano, viendo Una mujer bajo la influencia, de Cassavetes. Ante la locura de la protagonista, Adriana me dice:
—Me da miedo acabar así. ¿Tú me cuidarías?
—Imposible, no tengo paciencia suficiente. Eso lo puede hacer Peter Falk, que es un ángel —contesto, haciendo referencia a El cielo sobre Berlín, que yo soy así, ya lo sabemos.
Más adelante, le comento:
—Qué feo eso de esperar en casa a que se la manden del psiquiátrico después de medio año sin verla. Yo iría a buscarte.
—¿Entonces sí me cuidarías?
—No, pero después de seis meses sin follar contigo estaría llamando al psiquiátrico para que te soltaran ya.
—Me da miedo acabar así. ¿Tú me cuidarías?
—Imposible, no tengo paciencia suficiente. Eso lo puede hacer Peter Falk, que es un ángel —contesto, haciendo referencia a El cielo sobre Berlín, que yo soy así, ya lo sabemos.
Más adelante, le comento:
—Qué feo eso de esperar en casa a que se la manden del psiquiátrico después de medio año sin verla. Yo iría a buscarte.
—¿Entonces sí me cuidarías?
—No, pero después de seis meses sin follar contigo estaría llamando al psiquiátrico para que te soltaran ya.
viernes, 14 de agosto de 2009
jueves, 13 de agosto de 2009
Escritos fonográficos
El señor Rutherford, irlandés por correspondencia, da una conferencia en la residencia de la tercera edad Atardeceres.
—Sabrán ustedes, amigos, que la vida es un desandar constante. Se vuelve siempre al punto de partida. Se busca el futuro, pero se encuentra un pasado que no fue tal. Esto puede parecer confuso, sobre todo para los que están dormidos en la última fila, pero no lo es. Yo mismo me he pasado la vida desandando en círculos concéntricos. Hay que empezar de nuevo siempre. Como si importara, como si uno creyera en ello. Es la única manera de sobrevivir.
—Perdone, caballero, pero no me estoy enterando de nada —interrumpe un anciano.
—No se preocupe, enterarse de algo es irrelevante. Así es la vida, un constante malentendido. Yo, sin ir más lejos (que no están ustedes para andar mucho), soy un escritor secreto. He pasado años y años redactando mis Escritos fonográficos, que versan de la vida en toda su extensión (que en algunos casos no es mucha, hay quien muere joven). Y para qué, dirán ustedes y a mí no se me ocurrirá ninguna respuesta convincente. Para nada, para nadie, porque sí; éstas son las respuestas que han de escribirse con letras de oro en toda vida.
—Yo pensaba que íbamos a asistir a misa —dice una señora—. ¿Nos va a confesar después?
—Sólo si se portan bien y dejan de interrumpir. Como iba diciendo, se vive porque algo habrá que hacer. Está el suicidio, claro, dirían ustedes si estuvieran atendiendo. Pero el suicidio es algo tan trágico. Y es un engorro casi siempre. Hay quien se quita la vida en una habitación de hotel, ¿pero no es eso una desconsideración hacia la limpiadora que, incauta, entra a hacer su trabajo y se encuentra de pronto con un cadáver? Hay que pensar en los demás. Se podría aducir a esto que la vida también es una incomodidad permanente y no hay motivo para que la muerte sea diferente. Es un buen argumento, y es bueno porque lo he escrito yo.
—Oiga, no es por estropearle su conferencia —dice un viejo—, pero a nuestra edad el suicidio ya no nos interesa. La muerte nos puede llegar en cualquier momento.
—Lo sé, pero son ustedes el único público que he podido conseguir del Ayuntamiento, ya les he dicho que soy un escritor secreto y el tercermundismo literario es así. Sin embargo, puedo leerles unos poemas si lo prefieren. Pertenecen a mi primer poemario: Las flores del mar. Tuvo mucho éxito entre mis amigos.
—Sabrán ustedes, amigos, que la vida es un desandar constante. Se vuelve siempre al punto de partida. Se busca el futuro, pero se encuentra un pasado que no fue tal. Esto puede parecer confuso, sobre todo para los que están dormidos en la última fila, pero no lo es. Yo mismo me he pasado la vida desandando en círculos concéntricos. Hay que empezar de nuevo siempre. Como si importara, como si uno creyera en ello. Es la única manera de sobrevivir.
—Perdone, caballero, pero no me estoy enterando de nada —interrumpe un anciano.
—No se preocupe, enterarse de algo es irrelevante. Así es la vida, un constante malentendido. Yo, sin ir más lejos (que no están ustedes para andar mucho), soy un escritor secreto. He pasado años y años redactando mis Escritos fonográficos, que versan de la vida en toda su extensión (que en algunos casos no es mucha, hay quien muere joven). Y para qué, dirán ustedes y a mí no se me ocurrirá ninguna respuesta convincente. Para nada, para nadie, porque sí; éstas son las respuestas que han de escribirse con letras de oro en toda vida.
—Yo pensaba que íbamos a asistir a misa —dice una señora—. ¿Nos va a confesar después?
—Sólo si se portan bien y dejan de interrumpir. Como iba diciendo, se vive porque algo habrá que hacer. Está el suicidio, claro, dirían ustedes si estuvieran atendiendo. Pero el suicidio es algo tan trágico. Y es un engorro casi siempre. Hay quien se quita la vida en una habitación de hotel, ¿pero no es eso una desconsideración hacia la limpiadora que, incauta, entra a hacer su trabajo y se encuentra de pronto con un cadáver? Hay que pensar en los demás. Se podría aducir a esto que la vida también es una incomodidad permanente y no hay motivo para que la muerte sea diferente. Es un buen argumento, y es bueno porque lo he escrito yo.
—Oiga, no es por estropearle su conferencia —dice un viejo—, pero a nuestra edad el suicidio ya no nos interesa. La muerte nos puede llegar en cualquier momento.
—Lo sé, pero son ustedes el único público que he podido conseguir del Ayuntamiento, ya les he dicho que soy un escritor secreto y el tercermundismo literario es así. Sin embargo, puedo leerles unos poemas si lo prefieren. Pertenecen a mi primer poemario: Las flores del mar. Tuvo mucho éxito entre mis amigos.
miércoles, 12 de agosto de 2009
Despedidas nocturnas
Nos despedimos en una calle solitaria y echamos a andar en direcciones distintas. «Míchel», oigo que me llama de pronto. Me giro y la veo levantarse el vestido, enseñándome unas nalgas apenas cubiertas por la ropa interior. Por fin alguien me dice adiós como es debido, pienso.
martes, 11 de agosto de 2009
Paseo nocturno
He vuelto a contar el paso de los años; he vuelto a dibujar mis pasos en círculos; he vuelto a vestirme de tristeza; he vuelto a musitar tu nombre hace un rato, cuando cruzaba la calle.
lunes, 10 de agosto de 2009
La mente sucia
Con las chicas skaters. Guapísimas. Rubias. Diecisiete y dieciocho años. Después de que hablaran de los vídeos que se graba la gente patinando y que luego sube a Youtube, digo:
—Yo ahora os iba a preguntar si hay vídeos vuestros en internet, pero me ha sonado tan mal...
—Yo ahora os iba a preguntar si hay vídeos vuestros en internet, pero me ha sonado tan mal...
domingo, 9 de agosto de 2009
Dimes y diretes
—Qué vocecilla de dormido tenías, qué mono.
—Ya, es que no me sale la voz de machote cuando estoy medio grogui.
—No te sale nunca, amor.
—Ya, es que no me sale la voz de machote cuando estoy medio grogui.
—No te sale nunca, amor.
sábado, 8 de agosto de 2009
Los amantes aparentes
Esperando el ascensor, me dice que no puede vivir con este estrés, que qué pasa si alguien nos ve, que cómo justifica el quedar conmigo y ocultarlo.
—Mira —le digo yo—, si quieres sentirte culpable, yo estoy más que dispuesto, pero no tiene sentido que lo pases mal cuando no hacemos nada.
Ella me mira muy seria y contesta:
—Yo también estoy dispuesta, pero no tengo un sitio donde vernos o un horario razonable.
Yo trago saliva y opto por bromear un poco.
—Es que esto nuestro es como ser amantes, pero sin lo bueno, que es follar.
Ella me manda callar con un gesto perentorio, como si temiera que algunas de las personas que también esperan el ascensor fueran espías a sueldo de su pareja.
—Es mejor que te vayas, no me esperes —me dice con aire triste cuando se abre la puerta del ascensor y entra en él con el carrito del niño.
Yo salgo del edificio, pero me quedo en la entrada, cavilando. Qué haría un ganador, me pregunto, pero enseguida me respondo que cualquier cosa. Es el cantante, no la canción, que decía Mick Jagger. Así que me quedo porque la verdad es que la veo muy poco y tengo que aprovechar las oportunidades que se me brindan.
Me siento junto a una rampa de acceso para minusválidos y saco un libro para hacer más amena la espera. Un rato después, aparece ella y se encuentra con una imagen muy familiar, yo creo que me recuerda siempre con un libro en la mano («ya podría recordarme desnudo y entre sus piernas», pienso durante un segundo).
—Estaba convencida de que te habías marchado —dice.
—Iba a hacerlo, pero es que te veo muy poco. Además, no tengo nada que hacer esta mañana.
Ella sonríe. Le propongo que demos un rodeo para que no nos vea ningún conocido suyo. Asiente y nos vamos.
—Mira —le digo yo—, si quieres sentirte culpable, yo estoy más que dispuesto, pero no tiene sentido que lo pases mal cuando no hacemos nada.
Ella me mira muy seria y contesta:
—Yo también estoy dispuesta, pero no tengo un sitio donde vernos o un horario razonable.
Yo trago saliva y opto por bromear un poco.
—Es que esto nuestro es como ser amantes, pero sin lo bueno, que es follar.
Ella me manda callar con un gesto perentorio, como si temiera que algunas de las personas que también esperan el ascensor fueran espías a sueldo de su pareja.
—Es mejor que te vayas, no me esperes —me dice con aire triste cuando se abre la puerta del ascensor y entra en él con el carrito del niño.
Yo salgo del edificio, pero me quedo en la entrada, cavilando. Qué haría un ganador, me pregunto, pero enseguida me respondo que cualquier cosa. Es el cantante, no la canción, que decía Mick Jagger. Así que me quedo porque la verdad es que la veo muy poco y tengo que aprovechar las oportunidades que se me brindan.
Me siento junto a una rampa de acceso para minusválidos y saco un libro para hacer más amena la espera. Un rato después, aparece ella y se encuentra con una imagen muy familiar, yo creo que me recuerda siempre con un libro en la mano («ya podría recordarme desnudo y entre sus piernas», pienso durante un segundo).
—Estaba convencida de que te habías marchado —dice.
—Iba a hacerlo, pero es que te veo muy poco. Además, no tengo nada que hacer esta mañana.
Ella sonríe. Le propongo que demos un rodeo para que no nos vea ningún conocido suyo. Asiente y nos vamos.
viernes, 7 de agosto de 2009
De la posteridad
—Seguro que les mandas a otras los mismos mensajes que me envías a mí.
—No, yo nunca hago eso, no me parece elegante. Además, qué dirían mis biógrafos si descubrieran algo así.
—No, yo nunca hago eso, no me parece elegante. Además, qué dirían mis biógrafos si descubrieran algo así.
jueves, 6 de agosto de 2009
Retales
Ella sonríe y yo tiemblo. El amor es debilidad. También es follar en felicidad, que decía yo con mi sarcasmo habitual. Tantos temas que me invento al mirarla. Podría vivir siempre así. Pero no dura, enseguida se van a la vida de otro. Así que callo, no le digo lo que pienso y sigo inventándome la vida como se inventa uno el amor.
miércoles, 5 de agosto de 2009
Cuento corto
Fue un momento importante en la historia de los osos de peluche cuando por fin se rebelaron contra sus opresores infantiles. «Ningún oso de peluche es un esclavo», dijo el osito Teddy, que encabezaba la sublevación. Los niños, sin embargo, veían el asunto de otra manera y declararon que dispararían contra cualquier osito insurgente. Los ositos de peluches, lejos de amilanarse ante tales amenazas, se dieron a la fuga y tomaron posiciones en las montañas, cosa que no desanimó a los niños, ya que habían pertenecido a organizaciones juveniles parafascistas y tenían conocimientos de montañismo. Salieron tras ellos confiando en una victoria segura, lo que fue su perdición, pues en las montañas fueron devorados por osos reales que habían firmado una alianza militar con sus parientes de juguete.
martes, 4 de agosto de 2009
Capítulo 1795
—Escribes para siempre —dice ella.
—Sí —contesto yo—. Oye, ¿y por qué no follamos para siempre?
—Porque soy una mujer casada y fiel —responde entre risas.
—Siempre igual. Pensaba que eras especial; cualquier pelandusca en un bar puede rechazarme, ¿sabes?
Ella se ríe. Hacer reír a las mujeres no se me ha dado mal del todo. Recuerdo que en el instituto me dijo una vez un amigo: «eres muy divertido, tío, seguro que ligas un montón». La ingenuidad de la adolescencia. En realidad hay que hacer que sufran; una mujer infeliz es una mujer satisfecha. Claro que esto siempre lo niegan ellas. Disonancia cognitiva.
—Yo no te rechazo —contesta—. Sólo te dejo para más tarde.
—Eso suena peor. «Te tengo en el banquillo por si se me lesiona el titular». Creo que voy a fichar por otro equipo.
Vuelve a reír y responde:
—Oye, no es eso. Es que estoy triste y no sé lo que digo. Sólo trato de darle sentido a mi tristeza.
—Dale sentido conmigo.
—¿Cómo? ¿Qué hago? ¿Lo dejo todo por ti? Soy demasiado cobarde.
—La cobardía es una excusa barata. No vas a morir. A lo sumo, te follaré un poco.
De nuevo, risas. Quizá por esto siempre se acuerdan de mí cuando están tristes.
—Sí —contesto yo—. Oye, ¿y por qué no follamos para siempre?
—Porque soy una mujer casada y fiel —responde entre risas.
—Siempre igual. Pensaba que eras especial; cualquier pelandusca en un bar puede rechazarme, ¿sabes?
Ella se ríe. Hacer reír a las mujeres no se me ha dado mal del todo. Recuerdo que en el instituto me dijo una vez un amigo: «eres muy divertido, tío, seguro que ligas un montón». La ingenuidad de la adolescencia. En realidad hay que hacer que sufran; una mujer infeliz es una mujer satisfecha. Claro que esto siempre lo niegan ellas. Disonancia cognitiva.
—Yo no te rechazo —contesta—. Sólo te dejo para más tarde.
—Eso suena peor. «Te tengo en el banquillo por si se me lesiona el titular». Creo que voy a fichar por otro equipo.
Vuelve a reír y responde:
—Oye, no es eso. Es que estoy triste y no sé lo que digo. Sólo trato de darle sentido a mi tristeza.
—Dale sentido conmigo.
—¿Cómo? ¿Qué hago? ¿Lo dejo todo por ti? Soy demasiado cobarde.
—La cobardía es una excusa barata. No vas a morir. A lo sumo, te follaré un poco.
De nuevo, risas. Quizá por esto siempre se acuerdan de mí cuando están tristes.
lunes, 3 de agosto de 2009
Un cambio de vida
Sería una mañana como cualquier otra si no fuera porque despierta al lado de una mujer preciosa que parece haber llegado a su cama por arte de magia.
—Hola, cariño —dice ella—. ¿Qué tal has dormido?
—Perdona, ¿pero quién eres?
—¿Cómo que quién soy? ¡Soy el amor de tu vida!
—Eh... ¿y hace mucho que nos conocemos?
—Qué tonto te pones por las mañanas. Bueno, ¿qué te apetece hacer hoy?
—Podríamos follar —dice él, admirando el atractivo cuerpo de su imprevista acompañante.
—Me duele todo de pasarnos la noche follando, amor. Más tarde, ¿vale?
—Pues entonces no sé qué hacer. Yo normalmente dedico la mañana a quejarme de mi vida, pero supongo que ahora está de más.
—¿Quieres que te traiga el desayuno a la cama?
—Ah, vale, sí.
Ella se levanta desnuda y va a la cocina. Él se pregunta si habrá algún manual que explique qué hacer en caso de felicidad.
—Hola, cariño —dice ella—. ¿Qué tal has dormido?
—Perdona, ¿pero quién eres?
—¿Cómo que quién soy? ¡Soy el amor de tu vida!
—Eh... ¿y hace mucho que nos conocemos?
—Qué tonto te pones por las mañanas. Bueno, ¿qué te apetece hacer hoy?
—Podríamos follar —dice él, admirando el atractivo cuerpo de su imprevista acompañante.
—Me duele todo de pasarnos la noche follando, amor. Más tarde, ¿vale?
—Pues entonces no sé qué hacer. Yo normalmente dedico la mañana a quejarme de mi vida, pero supongo que ahora está de más.
—¿Quieres que te traiga el desayuno a la cama?
—Ah, vale, sí.
Ella se levanta desnuda y va a la cocina. Él se pregunta si habrá algún manual que explique qué hacer en caso de felicidad.
domingo, 2 de agosto de 2009
Notas románticas
«Nada tiene sentido, salvo tú en mi vida», le escribe a la chica. Luego se lo piensa mejor, tacha «vida» y lo sustituye por «cama».
sábado, 1 de agosto de 2009
La guerra entre la ficción y la realidad
—Anoche soñé contigo. Yo estaba en un bar sentado con dos amigos tuyos. Hablábamos de ti. Luego aparecías tú con unas amigas. Llevabas un vestido gris. Decías: «este es mi asiento», y te sentabas en mi regazo.
—Me encanto en tus sueños, ¿sabes?
«A mí también», piensa él.
—Me encanto en tus sueños, ¿sabes?
«A mí también», piensa él.
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