martes, 30 de septiembre de 2008

Capítulo 1500

Me decían: «oye, ¿por qué no te autopublicas? Ahora es fácil». Y yo respondía siempre que eso de publicarse uno mismo sólo lo hacían los desgraciados y Walt Whitman, y a mí no me iba lo de escribir poemas sobre Lincoln o mozos de torsos viriles. Pero se me convence fácilmente, como cuando me dicen que quede con esa chica, que me conviene, y luego resulta ser una psicópata. Aunque no me quejo, que la vida sería mucho más aburrida sin tantas decisiones equivocadas. Además, esta vez me lo sugirió la chica más bonita del mundo y yo me rindo siempre ante la belleza. En fin, que yo me celebro y me canto...



lunes, 29 de septiembre de 2008

Beautiful losers

Soy el tipo que nunca se lleva a la chica. En la ficción siempre quedo bien, con mi aire elegante de trágico antihéroe. En la vida real es otra cosa. A lo mejor la elegancia es la misma, pero sería mejor llevarse a la chica. Las victorias estéticas no sirven para la vida. Yo tuve un profesor en la universidad que repetía como un mantra: «la ética es para la vida», lo cual era una frase bastante imbécil, pues no iba a ser para la muerte, digo yo. Bueno, pues la estética no es para la vida, es para la ficción. Claro que esto es debatible, como todo, y alguien me hablará de la belleza intrínseca de las puestas de sol y los arcoíris, por ejemplo. Even damnation is poisoned with rainbows, cantaba Leonard Cohen, que no sé si era una manera de decir que todos somos bisexuales. En realidad pienso todo esto porque me sobra tiempo que perder, porque soy el subproducto de una subcultura suburbana. Subnormal, vaya.

domingo, 28 de septiembre de 2008

Codas

—Lo que pasa es que ni tú ni yo sabemos vivir, por eso es mejor que estemos con alguien que sí sepa.
—Qué manera tan egoísta de pensar; lo justo sería hundirnos juntos en vez de sabotear a otros.

sábado, 27 de septiembre de 2008

La infancia

Tenía diez años cuando me casé con Beatriz. Los dos íbamos de blanco, pero no por la boda en sí, sino porque era verano y apretaba el calor. Yo llevaba una camiseta con publicidad de cerveza Heineken, ella no anunciaba nada. Mi hermano Abel hizo de improvisado sacerdote y terminó la ceremonia con un profético Alea iacta est, pues el latín que manejábamos era el que habíamos aprendido en los tebeos de Astérix. Bea y yo nos dimos un casto beso en los labios, después del cual le dije: «ya eres mi mujer». Entonces terminó el verano.

viernes, 26 de septiembre de 2008

Variaciones sobre el mismo tema

Camino por una cotidianidad en la que no existes. No existes, no eres, salvo para otros, pero qué me importan a mí los otros, si el mundo desaparecerá cuando cierre los ojos por última vez. El infierno son los otros, que dijera Sartre. Yo me dedico a imaginarte detrás de este velo de Maya que es mi vida. Sólo te sueño, nada más.

jueves, 25 de septiembre de 2008

Remando

Drinking rum and Coca-Cola, que cantaban las Andrew Sisters, veo la vida pasar. Y qué fea es la vida, qué mal vestida va, qué mal huele, incluso. Menos las niñas bonitas, claro, que no pagan dinero. Yo me siento barquero, pero no sé si gondolero o Caronte, que quizás también fuera gondolero, pensándolo bien. Imaginemos lo siguiente: estás en Venecia con una chica —que es preciosa, aprovechando que es una ensoñación— y decidís subir a una góndola como buenos turistas. Una vez en la góndola, descubrís que el que maneja el remo es el barquero de los muertos. Y lamentablemente no es carnaval. Surgen un par de preguntas entonces. La primera es si aceptará euros Caronte. La segunda es qué necesidad había de que la chica fuera guapa en la ensoñación, si al final se ha convertido todo en una pesadilla mitológica. A Caronte —que, por cierto, se parece a Tolstoi— no te atreves a preguntarle. Pero imaginas que te diría algo como: si hay que navegar hacia la muerte, mejor hacerlo con una chica guapa.

miércoles, 24 de septiembre de 2008

Carreras nocturnas

En mi calle trabajan las prostitutas más feas del mundo. Las veo cuando salgo a correr por la noche, que me lo ha recetado el médico. «Salga a correr y vea prostitutas». Bueno, lo último no lo dijo, sólo lo primero. Todas las noches recorro el barrio como una exhalación, como un atleta insomne. Al principio, los yonquis, las putas, sus clientes, todos me miraban mal. Quizás pensaban que era un policía o, ya puestos, un superhéroe, una mezcla de Batman y Flash, pues el caso es que se escondían cuando me veían venir. Ya no, ya se han acostumbrado a mi presencia. Soy un elemento más de la vida nocturna de esta parte de la ciudad. Los yonquis me aplauden, las prostitutas me jalean.

martes, 23 de septiembre de 2008

Vitalismo

Así que la vida era esto, dice ella. Pues no es gran cosa. Las vistas son lamentables, pero podemos poner unas cortinas.

lunes, 22 de septiembre de 2008

El eterno romántico

Perdona, no he podido dejar de mirarte en toda la noche. Verás, yo soy un artista, un tipo sensible de verdad, y quizás esto es lo que se conoce como síndrome de Stendhal, porque tengo palpitaciones como las señoras mayores. Es a causa de tu belleza, por supuesto. También es ella la que me hace decir tonterías, que en realidad soy un tipo bastante inteligente y muy leído. De hecho, podría hablarte de cosas que te aburrirían hasta el infinito, pero la idea era divertirte para que acabaras conmigo en la cama. Ya sé que es una mala jugada mostrar las cartas antes de tiempo, pero me enseñaron que la sinceridad era una virtud. Lo sé, me engañaron. Pero a una chica tan bonita como tú no habría que ligársela con engaños, ardides y falsas promesas de políticos populistas, sino con actos de revolucionaria honestidad, resistencia pacífica, idealismo a ultranza, hasta la derrota siempre.

domingo, 21 de septiembre de 2008

Resumen

Decidió ser escritor cuando se dio cuenta de que era un paranoico que estaba todo el rato imaginando cosas.

sábado, 20 de septiembre de 2008

In beauty's disguise

Se ve obligado a disimular delante de la chica a la que quiere. Disimular lo mucho que la quiere. Ocultar que lo que siente por ella no lo había sentido nunca antes por nadie. Callarse que le gustaría tener hijos con ella, cuando antes él quería ser atracador de bancos. A veces le entran ganas de pedirle: «avísame cuando esto se termine sin remedio, que tengo mucho que decirte».

viernes, 19 de septiembre de 2008

La vida como espectáculo

El sufrimiento como arte. El autor es el toro. La vida es el torero. El público son los demás. Que prohíban la Fiesta, grita el autor, que no es Hemingway, aunque también es un hombre barbado. El público aplaude, pues una ejecución no es tan divertida si no hay lucha por parte del condenado. El torero es la vida, pero la vida es también la muerte. En realidad, se dice el autor, la vida está fuera de la plaza, en alguna parte, pero habría que salir de ella para buscarla. Aunque el público no espera eso de él, sino una bonita agonía. Una hermosa y poética muerte. Al autor, sin embargo, le cuesta encontrar la belleza del asunto.

jueves, 18 de septiembre de 2008

La vida gris (4)

Me compro un traje gris como la vida. Gris marengo. Napoleón tenía un caballo que se llamaba Marengo, por la batalla que ganó en 1800 contra los austriacos. Habría que ser como Napoleón, como defendía Raskolnikov en Crimen y castigo. Napoleón a pequeña escala. El primer paso sería asesinar a una vieja usurera, pero no conozco ninguna. Podría ir preguntando por las residencias de la tercera edad. Hola, quiero ser como Napoleón Bonaparte, ¿tienen alguna ancianita adinerada? Tal vez no sea buena idea del todo. En cualquier caso, ya me parezco algo a Napoleón, pues soy bajito y regordete como él. Quizás el gris marengo no sea tan elegante como la púrpura imperial, pero por algo se empieza.

miércoles, 17 de septiembre de 2008

La vida gris (3)

Cariño, me dice mi mujer, no te olvides de comprar mi crema para las hemorroides. Y salgo a la calle pensando que yo me imaginaba otra vida, no ésta, una en la que me acostaría con mujeres hermosas que no me pedirían cremas para las hemorroides, sino, en todo caso, algo más de lubricante o bien una buena descarga de semen. Todo se estropea, pienso. También yo, que ya no soy el mismo, que estoy medio calvo y fondón. Juventud, divino tesoro, que decía Rubén Darío. Ahora soy un barrigón de ojos tristes que mira pasar a las muchachas en flor. Adónde irán, me pregunto, y enseguida me contesto: a otras vidas, a otras vidas.

martes, 16 de septiembre de 2008

La vida gris (2)

Mi mujer y yo no tenemos hijos, los dos somos estériles. A veces no puedo evitar pensar que eyacular dentro de ella es como llenar de cadáveres una fosa común. Nunca le digo nada de esto, claro, aunque tal vez ella piense cosas parecidas. Quizás tendríamos que haber adoptado. Pienso que una niña china habría alegrado nuestras vidas. Una pequeña maoísta de sonrisa revolucionaria. Mi Pequeña Timonel, la habría llamado yo, y juntos nos habríamos sentado en la cama como si fuera una nave que tuviéramos que guiar entre las olas. Mi mujer habría sido un peligroso tiburón que acecha bajo la superficie, pero nosotros siempre navegaríamos como avezados marinos hasta atracar en buen puerto. Mi niña china. Me pregunto qué vida habrá tenido. Supongo que habrá crecido en la República Popular China sin sospechar que pudo haber tenido unos padres españoles. Quizás ahora trabaja en un prostíbulo de Shanghái y se acuesta por una miseria con sucios marineros. Al final todo está relacionado.

lunes, 15 de septiembre de 2008

La vida gris

Martínez, me dice el jefe, este informe está mal. Yo asiento con docilidad, lo que es fácil después de veinte años de matrimonio, que es como decir veinte años de manicomio. Han derrotado mi espíritu, que de todos modos tampoco fue nunca demasiado luchador. No se preocupe, jefe, enseguida lo corrijo, contesto sabiéndome patéticamente servil, como un ayuda de cámara colonial. Tendría que liderar una revuelta oficinista, me digo, acabar con este colonialismo del espíritu, todos los hombres son hermanos. Tecleo en el ordenador, corrijo los errores del informe. Manifiesto Oficinista, pienso, eso tendría que estar redactando yo ahora. Guerra de guerrillas. Aguar los cafés. Sabotear las impresoras. Robar las remesas de bolígrafos y papel. Hasta la victoria siempre.

domingo, 14 de septiembre de 2008

Cumpleaños

—Hola, te llamaba para decirte «feliz cumpleaños» y todo eso.
—Gracias.
—Veintisiete años ya. Qué vieja eres, ¿no te da vergüenza?
—Oye, al menos yo no cumplo treinta la semana que viene.
—Ya, pero hoy estamos hablando de ti.
—Pues igual te ríes, pero cada vez llevo peor lo de cumplir años.
—No me sorprende nada, si cuando te conocí ya estabas preocupada por arrugas y cosas así. Con dieciséis años, ya te vale. Seguro que cuando tengas cuarenta serás cómo una vieja gloria de Hollywood y no saldrás a la calle, no tendrás espejos en casa y dirás a quien esté cerca: «¡Yo era muy grande!».
—Me estás deprimiendo.
—De eso se trata, ¿qué gracia tendría cumplir años si no fuera así?
—Bueno, de todos modos gracias por felicitarme, siempre eres el primero en hacerlo.
—Lo sé, soy el que más mola. En fin, te llamo dentro de un año. Cuídate.

sábado, 13 de septiembre de 2008

Taconeando

—¿Tú qué tal andas con tacones?
—Muy bien.
—¿Sí?
—Sí. ¿Quieres verme?
—Sí.
—Pero mejor desnuda, ¿no?
Se quita el vestido y el sujetador y se deja puestos el tanga, las medias y, evidentemente, los zapatos de tacón. Camina por la habitación, sale al pasillo, yo la miro atentamente. Estoy admirando el mejor culo del mundo, me digo. Luego se da la vuelta y viene hacia mí y estoy admirando las mejores tetas del mundo. Pienso durante un momento en el mito de Pigmalión, en la estatua de perfecta belleza que se convierte en mujer de carne y hueso. Entonces se detiene frente a mí y, recostada contra la pared, me dice: «ven».

viernes, 12 de septiembre de 2008

Oquedades

Cuánto me gustan las mujeres y qué poco soy capaz de amarlas. Los tipos como yo necesitamos varios corazones: uno grande para el odio, otro para las tristezas y uno pequeño para amar de vez en cuando.

jueves, 11 de septiembre de 2008

Otredades

—Quizá si hubiéramos sido otros no habríamos disfrutado tanto la victoria como, siendo nosotros, hemos disfrutado la derrota. Bah, no me hagáis caso, es el vino.

miércoles, 10 de septiembre de 2008

Reclamaciones

—Buenos días. Venía a presentar una queja: esta crema para las estrías no me ha hecho ningún efecto.
—Nuestra publicidad no miente: la crema es efectiva en nueve de cada diez mujeres. Ha tenido usted mala suerte.
—Pues mi vecina también la ha probado y con el mismo resultado que yo. Es decir, ninguno.
—Eso es que su vecina es la que falla de otra decena.

martes, 9 de septiembre de 2008

Fiestas de cumpleaños

Septiembre llega como si nada, que cantaba Diego Vasallo. Estoy en casa de L celebrando el cumpleaños de D. Trato de mantenerme a flote en la piscina, lo que no es tan fácil cuando estás borracho y sostienes una copa en una mano. Qué estúpido sería morir ahogado en la piscina, si no soy Brian Jones. «Poeta local muere en fiesta de cumpleaños». «Le habían dado dos menciones especiales». Habría que tener siempre preparada una nota de suicidio, por si acaso. Para quedar bien.

lunes, 8 de septiembre de 2008

El kiosquero

Mi kiosco es una isla en un mar de soledad. Yo soy como Polifemo, pienso, y ella sólo viene para robarme mis ovejas, que son mis sueños, lo que es muy apropiado, pues para dormir (y, por tanto, soñar) recomiendan contar ovejas. Y me quedo mirándola con mi único ojo cuando se aleja como un esquife de frágil belleza, como Ulises en busca de una Ítaca que no soy yo.

domingo, 7 de septiembre de 2008

Ana

Me tiene harta el tuerto del kiosco con tanto mirarme. Todas las mañanas es la misma historia. Yo sólo quiero comprar el periódico, nada más, pero noto que me come con los ojos. Bueno, con el ojo. Además me olisquea, lo hace ruidosamente, como un perro. Me da mucho asco. Y me dice «hola, Ana», como si fuéramos amigos o algo parecido.

sábado, 6 de septiembre de 2008

La sueca

Una vez me lo hice con un tuerto. Un tuerto español. Yo estaba tomando el sol en la playa, en Torremolinos, y lo vi de pie sobre la arena, oteando el horizonte con su único ojo, como si fuera un faro y tuviera que guiar a los barcos a buen puerto, como una historia de búlgaros tuertos que guiaban a búlgaros ciegos que me contaría más tarde. El caso es que me acerqué a él y le pregunté si era un pirata que buscaba en el horizonte su barco. No soy muy imaginativa, pero sí rubia y guapa, lo que suele funcionar casi siempre, las suecas tenemos mucho éxito en España. Temí que me contestara alguna gilipollez como «no soy pirata, pero tengo una pata de palo» mientras se tocaba la entrepierna, pero era un temor injustificado, pues me contestó muy educadamente que no, que sólo estaba pensando mientras miraba el mar, que le relajaba mucho. Eso sí, su buena educación no le supuso ningún obstáculo para darme un buen repaso visual a las tetas. Yo me pregunté por qué no llevaría un ojo de cristal en vez de ese antiestético parche. O bien una perla, por seguir con las historias de piratas. Pero no le dije nada, claro, todavía no teníamos tanta confianza, aunque mi intención ya era follármelo para poder contar luego que me lo había hecho con un tuerto. No era muy guapo que digamos, pero su exotismo era innegable.

viernes, 5 de septiembre de 2008

Una mirada singular

Ana huele a pachulí, lo cual es mentira, porque vete tú a saber cómo huele el pachulí, pero queda bien. Yo la miro con mi ojo bueno, el otro lo guardo bajo un parche, lo que también es mentira, en realidad mi otro ojo está perdido en algún lugar del mundo. Bueno, en un sitio concreto del mundo, lo perdí en un bar irlandés, en una partida de dardos. No es que lo hubiera apostado, más bien fue cosa de mala puntería. En fin, yo, como decía, miro a Ana con mi ojo bueno, el otro es un horror que se parece al del viejo de El corazón delator, pues aparte de tuerto soy un tipo muy leído, aunque la verdad es que cuesta leer con un solo ojo, ya no leo tanto como antes. Yo miro a Ana, que me voy por las ramas, que huele a pachulí o no, y me pregunto si le traerá mala suerte que la mire un tuerto. ¿Y si el tuerto fuera jorobado y mientras te mira le tocas la chepa? ¿Se anulan mutuamente la mala y la buena suerte? ¿La paradoja destruye el universo? ¿Sabrá Ana a qué huele el pachulí? También Odín era tuerto, pero yo de nórdico tengo más bien poco, aunque una vez estuve con una sueca, algo es algo. En el país de los ciegos el tuerto es el rey, dicen. Claro que nunca ha habido un país de ciegos, excepto Bulgaria a principios del siglo XI, cuando fue derrotada por Bizancio, cuyo emperador no tuvo mejor idea que mandar cegar a los soldados búlgaros capturados, pero, eso sí, respetándole un ojo a un soldado de cada cien para que pudieran guiar al resto. Como reinado no es gran cosa, la verdad. Aunque vuelvo a irme por las ramas. Me gusta Ana, se puede resumir así, me gusta mirarla con el ojo que me queda, y huele muy bien, aunque no sé a qué.

jueves, 4 de septiembre de 2008

Del humor en la clandestinidad

Siempre he estado solo en esto, ni siquiera mi familia entendió mi decisión. Recuerdo la bronca que me echó mi padre cuando me pilló maquillándome frente al espejo. «¿Qué coño estás haciendo?», me gritó. «Papá, quiero ser payaso», contesté yo con la cara pintada de blanco y carmín en los labios. «¿Payaso? Qué vergüenza, habría preferido que me hubieras dicho que eres marica», fue su respuesta. Y me dio una bofetada diciendo que ningún hijo suyo iba a ser el hazmerreír de los demás. A partir de entonces tuve que ocultar mis payasadas, aunque siempre llevaba en el bolsillo una nariz de payaso que me ponía cuando estaba seguro de que no me veía nadie. «Damas y caballeros, el payaso Mandolini», me decía a mí mismo, y el público imaginario aplaudía lleno de entusiasmo.
Un día estaba con mi novia en la cama, charlando después de hacer el amor, y le confesé el sueño de mi vida. Ella al principio pensó que estaba bromeando, pero al darse cuenta de que no era así se horrorizó. «Yo no pienso ser la novia de un payaso», me dijo, «¿qué va a pensar la gente de mí». «Que estás con un artista de verdad», contesté yo. Pero no sirvió de nada, fue llorando a explicarles a sus padres que su novio era un monstruo. Aquel día se acabó lo nuestro y entendí lo del payaso triste. Hice entonces lo único que se me ocurrió para levantarme el ánimo. Me puse la nariz frente al espejo y ensayé diversas muecas.

miércoles, 3 de septiembre de 2008

Ripios

Dicen que he muerto y quizás sea cierto. De mí sólo queda una colección de recuerdos que en primera instancia ni siquiera eran míos. Recuerdos robados, que no inventados, pues nada más propio que lo imaginado. Recuerdo los días del Liceo Italiano. Petrarca, Dante, Pavese. La primera novia, que se llamaba Violeta. Que me decía: «todos los poemas que me escribes hablan de ti, no sé qué pensar». Para compensar le escribí un breve poemario (apenas veinte poemas) titulado: Violentando a Violeta. Una chiquillada. He leído demasiado, Violeta. Estoy loco. Y no hay manera de apagar esta sed, no sé si de cordura o si de más locura. Pienso en la danza de los espíritus, en Toro Sentado asesinado como lo fue antes Caballo Loco. El deseo de ser piel roja. El mito de ser piel roja. Esta década de los noventa tan extraña. El grunge y la generación X. El año 2000, que no significa nada. Las tardes pasadas leyendo los poemas de heroína de Eduardo Haro. Goytisolo salta por la ventana un día de marzo de 1999. Palabras para Julia, pero no para él. A veces gran amor, pero no las suficientes. Pero uno ha de vivir para negarse, también se negó Rimbaud. La poesía es una alquimia que nunca encuentra la piedra filosofal. Y me digo que esto es poesía como me digo que esto es amor, aunque el amor sea cosa de otros. Pienso en el príncipe Myshkin relatando la angustia del condenado a muerte. Pienso en Nietzsche abrazando al caballo del sueño de Raskolnikov. Pienso en Arturo Belano, que desaparece en África como Rimbaud, porque el que vuelve a Europa a morir no es Rimbaud, es un impostor, alguien que ha usurpado su identidad, otro caso Martin Guerre. El martirio del héroe, que no puede decepcionar al público, ha de morir puro, no vivir corrupto como los demás. Rigaut muere cómodamente. Pavese llama a una chica, la invita a cenar, ella rechaza la invitación, luego llama a otras dos con el mismo resultado, después se suicida. El fracaso está siempre lleno de gestos irónicos. «Es como una sinfonía la música del acabamiento», dice Leopoldo María Panero en un poema. Escribir es ser un adolescente toda la vida. Noches perdidas, eso es la literatura, le dije a una chica que prefería pasar sus noches con otro. Esta nada interminable que lo es todo. Esta repetición constante de viejos pensamientos. Pero ya no más literatura.

martes, 2 de septiembre de 2008

Calor

Los pulmones se llenan de aire caliente. Aire sofocante, aunque suene contradictorio. Respirar para creer que se está vivo. Inspirar, espirar. Expirar en otro momento, todavía no. Las ventanas abiertas y el ventilador en marcha. Dormir desnudo, pero solo.

lunes, 1 de septiembre de 2008

Whisky y cigarrillos

Conducía por carreteras secundarias, para evitar a la policía. No porque fuera un criminal buscado, que no lo era, sino para sentirse como uno. Le gustaba pensar que llevaba otra vida, una vida de whisky y mujerzuelas, de cigarrillos y mujerzuelas, de atracos a bancos y mujerzuelas cómplices. Conducía entre ensoñaciones criminales cuando el motor empezó a toser. Vaya calamidad, pensó, menos mal que no me persigue la policía. Pensaba ya que se iba a quedar tirado en la carretera, en una carretera secundaria por la que apenas pasaban vehículos, pero quiso el autor que a menos de dos kilómetros hubiera un pueblo, cosa que le indicó al protagonista una señal junto al camino. Su automóvil jadeaba renqueante, como si se fuera a detener en cualquier momento, pero él comenzó a jalearlo, a darle ánimos, a tocar con la bocina el himno alemán, pues se trataba de un Volkswagen. Y surtió efecto, pues pudo llegar al pueblo y preguntarle a una señora que vestía de riguroso negro si había algún taller de reparaciones cerca. Así es, contestó la anciana, que presumía de una perfecta dicción a pesar de tener la boca desprovista de dientes, el del Pajalarga, siga todo recto, no tiene pérdida. Un último esfuerzo, cariño, le dijo el protagonista del relato al coche, no a la vieja, que quedaba atrás, en el pasado. El taller parecía una funeraria para coches, se dijo cuando llegó a él. Salió a atenderle un joven con el pelo grasiento que limpiaba sus gruesas gafas con un mandil también grasiento. De haber sido una peli de Berlanga habría ido en pelotas, pero el que fuera vestido le indicó que seguía en la realidad o en una ficción distinta.
—Buenas tardes, el motor de mi coche hace ruidos —le dijo al joven.
—No se preocupe, voy a echarle un vistazo.
Mientras el joven hacía su trabajo, él se dedicó a mirar los calendarios de mujeres desnudas que cubrían las paredes del taller. Se imaginó estando con ellas, llevando una vida llena de peligros, whisky y cigarrillos. Sí, nena, tú sabes lo que me gusta, musitó y se dio cuenta de que el joven estaba a su lado, mirándole.
—Su coche tiene tuberculosis —anunció el mecánico.
—¿Tiene arreglo?
—Sí. Una pastilla de quinina en el radiador y listo.
—¿La quinina no es para la malaria?
—Es que también tiene malaria. ¿No se ha dado cuenta de que la pintura de la carrocería está amarillenta?
—Oiga, amigo, es el color de moda: rojo maoísta.
—No, hágame caso, es malaria.
—Me parece que me está timando usted.
—En cualquier taller le dirán lo mismo. Su coche está muy enfermo, pero tiene usted suerte, pues soy doctor en mecánica. Pero si se niega a que reciba tratamiento tengo aquí unos formularios que la ley le obliga a rellenar.
—No, está bien, soy alérgico a la burocracia. Salve a mi coche, es el único que tengo.
El mecánico le dijo que el trabajo le llevaría una hora, que había que ver cómo respondía el vehículo al tratamiento, así que el protagonista de la historia salió a dar una vuelta. Como había sido gimnasta en su juventud dio no una, sino varias vueltas de campana. Se aburrió pronto de esto y siguió caminando sin ostentaciones atléticas hasta que llegó a un riachuelo donde se bañaban unas chicas. Las chicas le saludaron con la mano y esta desacostumbrada simpatía le llenó de pasmo y fantasías pornográficas. Con una gran sonrisa les preguntó si les gustaba el whisky.