miércoles, 30 de junio de 2010

No

Esto es una metáfora de tantas cosas, digo, pero no es cierto. No es una metáfora de nada. Es una mentira, como todo lo demás.

martes, 29 de junio de 2010

La muerte

—Llaman a la puerta —dice ella.
—Seguro que es la muerte —contesta él.
—No seas tremendista. Voy a ver quién es.
—Vale.
—Era el cartero —dice al volver—. Ha traído un telegrama de tu madre.
—¿Ves? Era la muerte.
—No empieces.
—¿Qué dice el telegrama?
—«El precio del petróleo no deja de subir. Tu tía Gertrudis está fatal de la artritis. La vida va siempre a peor».
—Es terrible que la labor de las madres sea deprimir a sus hijos.
—Lo hacen para curtirnos y que la vida nos sorprenda positivamente.
—Que nos sorprenda positivamente a veces —apostilla él.
—A ratos, sí.
—Quítate la ropa —dice él de repente—, quiero que la vida sea mejor.
—No seas guarro.
—La culpa es del autor, que me hace decir cosas terribles.
—Es un autor pésimo.
—Pésimo. Un obseso.

lunes, 28 de junio de 2010

Fin del mundo

«No seas tan trágica», le digo, y ella solloza al otro lado del teléfono: «es que siento como si fuera el fin del mundo». «El fin del mundo es muchas veces», contesto yo, y durante un instante pienso en añadir algo como: «yo lo sé muy bien, que no te tengo», o «de hecho, cada día sin ti es el fin del mundo», pero mejor no, que a ver con qué autoridad moral le digo que es muy trágica si me permito estos dispendios emocionales.

domingo, 27 de junio de 2010

La complicidad

Decía yo que el amor es compartir prejuicios. Es algo más, en realidad. Es que apoyen tus decisiones irracionales, absurdas e ilógicas. Yo todavía ni he conseguido que las muy ingratas apoyen mis decisiones sensatas.

sábado, 26 de junio de 2010

Ella

Lo he dejado. He vuelto. He empezado.

viernes, 25 de junio de 2010

No es verano

Es verano, quizá. Lo anuncian las faldas que revolotean como banderas de una patria más amable. Pero uno no tiene tiempo para el verano. O el verano no tiene tiempo para uno. Hay tanto que hacer y tan poco verano.

jueves, 24 de junio de 2010

La gente

En el tren, sentado junto a una pareja. Llegados a la parada de Victoria Kent, ella le pregunta a él: «¿Victoria Kent? ¿Quién es esa?». Él podría decirle que no tiene ni idea, pero la honestidad no lleva a ninguna parte, así que inventa. O quizá inventar no sea la palabra, que me temo que intenta ser una deducción. Contesta: «pues la reina Victoria, la de Inglaterra». Luego duda como dándose cuenta de que no ha sido muy convincente, pero en realidad es porque ha recordado que la casa reinante en el Reino Unido responde al nombre de Windsor, así que remata la historia: «lo que pasa es que se cambiaron luego el apellido».
Y ella le mira con ojos arrobados.

miércoles, 23 de junio de 2010

Las causas y las intenciones

Así que el historiador ha de preguntarse por las causas y las intenciones a la hora de analizar el pasado. Esto es fácil decirlo, pero llevarlo a cabo en ciertos casos resulta algo más complicado. Por ejemplo, si a mí me diera por abordar mi vida, que es un barco que zozobra, las causas las tendría muy claras, pero las intenciones serían un misterio. Aparte de la intención de follar, claro.

martes, 22 de junio de 2010

I don't love anyone

«Pero tú no quieres a nadie, Míchel», me dice con seriedad fingida, como retándome a decirle que la quiero a ella. Yo me hago el indignado, aunque tenerla tan cerca me está volviendo loco; ya hace veinte minutos que me pregunto qué ropa interior lleva debajo del vestido y estoy valorando seriamente la posibilidad de meterle mano aquí mismo, aunque sé que no es el momento. Así que tiro de autocontrol zen y farfullo de forma muy digna algo que luego no recordaré. A una mujer que no es tuya no puedes decirle que la quieres. Aunque la tengas en tus pensamientos todo el rato y no sólo de forma depravada. No, hay que disimular. Siempre. Las mujeres son el mal, todo el mundo lo sabe, y más si tienen esos ojos. Pero no la mires a los ojos, que igual dices alguna tontería. Bien, a las tetas, así pensará que te gusta su cuerpo, pero nada más. No vayas a decirle algo de lo que te arrepientas luego. No le cuentes, qué sé yo, que la quieres. No. Si tú no quieres a nadie. Eres como un Bogart melenudo y dentro de un rato, cuando se marche, vas a emborracharte, pero dignamente, como los tipos duros, que además no bailan.

lunes, 21 de junio de 2010

Queja

Sólo me olvido de odiar cuando te quito la ropa.
Odio demasiado.

domingo, 20 de junio de 2010

Las relaciones

O salen bien a la primera o no salen bien nunca. Lo mismo se puede decir de la vida, con la que uno, al fin y al cabo, tiene otra relación.

sábado, 19 de junio de 2010

Canto del macho cabrío

Si pudieras verme ahora, te enamorarías de mí. Vivo en la libertad que da saber que nada es verdad. Creo en el cuerpo y sólo a veces. Vivo en el resquicio que hay entre la memoria y el sueño, preguntándome si escribía para costearme la adicción a ti o si te perseguía para costearme la adicción a escribir. Pero ya no persigo el mito, ya no me dejo la vida, ya no me pregunto si era esto. Sólo a ratos, pero nunca es premeditado.

viernes, 18 de junio de 2010

El tiempo

Y me escribe la continuación de un mensaje de hace año y medio, como si sólo hubiera pasado un día o dos. Porque decíamos ayer que la vida no es tan larga, que los meses nos duran horas y que hay que enlazar un momento con otro para acabar con esta discontinuidad que nos atenaza. En Madrid sigue haciendo frío.

jueves, 17 de junio de 2010

Y la revolución sentimental

Dejo anotado que no volveré a amar. Lo leo. No volveré a amar. No es un plan muy elaborado. Es un lema. Un lema populista. Un «yes we can» de andar por casa.

miércoles, 16 de junio de 2010

Candle

Sólo cuando llegamos a la habitación me di cuenta de que ella llevaba un cascabel en el tobillo.
Claro, en el concierto era imposible oírlo, con Sonic Youth a todo volumen.
Tampoco lo advertí en el pub irlandés aquel, estaba demasiado concentrado en tomarle el pelo a cuento de la homeopatía.
Tampoco reparé en ello en el bar donde nos tomamos la última.
Ni cuando atravesábamos la noche sin rumbo fijo y nos cruzábamos con travestis.
Ni cuando nos besábamos con ansia en medio de la calle y los del servicio de limpieza nos pedían que nos apartáramos para que pudieran hacer su trabajo.
Ni cuando la desnudaba en algún portal o la apretaba contra mí junto a aquella comisaría.
No, lo descubrí luego, en la habitación, cuando nos buscábamos a oscuras en silencio para no despertar a todo el hostal y el cascabel no dejaba de sonar y sonar y sonar.
Supongo que también se oían nuestras risas ahogadas.

martes, 15 de junio de 2010

El futuro que espera

Dicen que sólo hay que fijarse en la madre de tu novia para saber cómo será esta última de mayor. Si esto es cierto, podría ser un problema en el futuro, pues yo nunca he encontrado atractivas a mis suegras. Claro que, por otra parte, tampoco me duran tanto las novias.

lunes, 14 de junio de 2010

El pasado que vuelve

(Esto lo escribí para Pezespada)

Sonó el teléfono y cuando lo cogí era una voz extraña la que me habló desde el otro lado de la línea. Una mujer joven y alterada (como todas las mujeres jóvenes, podría decir).
—Hola. Sé que no esperabas que te llamara, no ahora, después de tanto tiempo. Pero es que hace mucho que no. Que no soy feliz, que no tengo ganas de sonreír por tonterías, que no tengo ganas de dejar pasar simplemente la tarde porque la noche será única. La verdad es que nada de esto tiene tanta gracia sin ti, pero no lo sabía entonces. No, no digas nada, por favor. Ya lo sé. Lo sé todo, yo soy la primera en reprochármelo. Pero quiero verte. Bueno, es más que eso. Quiero que me folles. Ahora. Quiero que me empotres en la estantería y me la claves muy adentro. Quiero que me folles mientras llueven sobre nosotros libros de autores muertos. Quiero que la vida sea otra. Mejor. Contigo.
Yo sólo atiné a musitar «sí». Me dejé llevar por un momento de locura. Sencillamente, quería ser el destinatario de esa llamada. Quería escuchar esa voz toda la vida. Quizá fuera un momento de cordura.
—¿Sí? ¿De verdad? Genial. Tengo tantas ganas de verte, tantas cosas que contarte. Dicen que estoy más rubia, pero ya lo verás. Ven. Ven a quitarme la ropa, te necesito ahora. Ven a casa. Ya no vivo junto al parque, ¿sabes? Espera, apunta mi dirección.
Media hora después, llamaba a su puerta. No sabía qué decirle cuando abriera, cómo explicarle qué hacía ahí, por qué no le había dicho por teléfono que se había equivocado de número. No había excusas para mi comportamiento. No había manera siquiera de inventar unas.
Abrió la puerta la chica más bonita del mundo. Llevaba un vestido azul. Me observó con una gran sonrisa.
—Cuánto has cambiado —dijo—, pareces otro.
Yo empecé a desabrocharle el vestido.

domingo, 13 de junio de 2010

Declaración de amor

El único sistema de valores que quiero atacar es el tuyo. Ninguno más.

sábado, 12 de junio de 2010

Corregirse

Madurar es traicionar el pasado. Enmendarse la plana. Practicar un revisionismo vital.
Pero el problema es estar en el mundo. Obligarse a estar en el mundo. Saber estar en el mundo.

viernes, 11 de junio de 2010

Arenga

Y la patria nunca te abandona. Siempre está a tu lado, salta a la comba contigo, nunca te hace la zancadilla ni te escoge el último para el equipo de baloncesto. La patria siempre baila contigo. A la patria nunca le duele la cabeza. La patria te arropa por las noches y, amorosa, te susurra cuentos para que puedas dormir.

jueves, 10 de junio de 2010

Nada más

Yo antes creía en muchas cosas, pero ya no me acuerdo. Serían tonterías, supongo. O quizá no. En cualquier caso, ya no importa.
Ahora sólo creo en la línea de tus caderas, en la rotundidad de tus pechos, en la firmeza de tus nalgas. En tus manos, que dibujan misteriosas figuras en el aire cuando hablas. En los mensajes en morse de tus pasos.
Todo lo demás es mentira.

miércoles, 9 de junio de 2010

Madurar

Madurar es aprender a limitar tus expectativas: ya no te decepcionas, puesto que no esperabas nada. Ésta seguramente parezca una visión bastante negativa de la vida, pero no lo es. Es una visión madura.

martes, 8 de junio de 2010

2084

Tanta tristeza,
pero sólo hay paciencia
para este haiku.

lunes, 7 de junio de 2010

El equilibrio

Nunca hay que decirle «te quiero» a una mujer. Amar, como escribir, es un ejercicio de funambulismo. Algunas veces, de sonambulismo.

domingo, 6 de junio de 2010

Anoche

Hace un calor considerable, que dice Roger Wolfe al comienzo de un poema. Hace un calor atroz, diría yo, y es imposible dormir. El calor no ayuda, pero es imposible dormir por otras cuestiones. Esa idea absurda de que uno merece ser feliz, por ejemplo.

sábado, 5 de junio de 2010

El acorazado del emperador

Su Alteza Serenísima, el príncipe Helmut IV, creía estar destinado a grandes empresas, no en vano era pariente de la recientemente fallecida Reina Victoria, la que fuera monarca de la potencia más grande de la Tierra. Claro que, para desgracia del príncipe Helmut, él no gobernaba ninguna potencia, sino un pequeño país centroeuropeo enclavado entre las montañas: Silvonia. Por otra parte, su parentesco con la Reina Victoria era bastante lejano, pues era sobrino de una prima segunda (o tercera, no estaba claro) de aquella. Nada de esto desanimaba al joven príncipe, que era un firme voluntarista y que al subir al trono se había prometido a sí mismo que cambiaría el estado de las cosas durante su reinado.
Lo primero que hizo fue convocar a palacio al viejo canciller, Telhefunken, para comunicarle que el principado se convertía en imperio de forma inmediata. Telhefunken se alarmó al escuchar esto y arguyó que difícilmente podía ser Silvonia un imperio cuando su extensión era tan reducida. Helmut contraatacó afirmando que la grandeza de una nación no se mide por su extensión territorial, sino por el carácter de sus gentes y, sobre todo, el de sus gobernantes. Silvonia debía ser un imperio o bien no ser en absoluto, concluyó el príncipe, y el viejo Telhefunken tuvo que claudicar y disponerlo todo de manera que, al cabo de una semana, se proclamó el nuevo Imperio de Silvonia.
El pueblo aceptó de buen grado el nuevo estatus de la nación cuando se confirmó que pasar a ser un imperio no acarreaba una subida de impuestos. Las potencias europeas no reaccionaron con hostilidad como temía Telhefunken, sino más bien con indisimulada chufla. «Si Silvonia quiere ser un imperio, que lo sea; ahora pasemos a asuntos serios», parecía ser la actitud general. Un importante periódico de Londres afirmó que Silvonia era, junto a Liliput y el país de Oz, una de las mayores amenazas para la estabilidad mundial.
Nada de esto pasó desapercibido para Su Alteza Serenísima, el emperador Helmut, que hervía de rabia e indignación. Cómo hacer que le tomaran en serio, se preguntaba. Cómo hacer que Silvonia y su emperador ocuparan el lugar que merecían en el mundo.
La respuesta se la dio la Conferencia Naval que se celebró en Londres en 1908. El carácter de una nación no se puede pesar en una balanza ni medir con un metro, entendió; se necesita algo mensurable: una marina de guerra poderosa. El peso de una nación se mide concretamente con los acorazados, explicó al atribulado Telhefunken antes de enviarlo a Londres con la tarea de notificar al mundo que Silvonia se disponía a construir su primer acorazado. Esta idea fue acogida con gran jolgorio en la Conferencia Naval, pues no deja de ser bastante hilarante que una nación sin acceso al mar se dedique a tener una marina de guerra. Por tanto, nadie se opuso a la estrafalaria intención del emperador de Silvonia, a la que se le concedió permiso para construir un acorazado de cuantas toneladas quisiera.
La nación se puso enseguida manos a la obra, aunque no sin algunas protestas, pues la construcción del acorazado sí acarreaba una subida de impuestos considerable para poder costearlo. Pero de inmediato se presentó la cuestión que tan divertida había parecido en Londres: dónde ubicar el acorazado. Silvonia no tenía costa y parecía ridículo que el buque quedara fondeado en las aguas territoriales de algún país vecino. El emperador no se amilanó ante esto y declaró que la solución era muy sencilla: el río. «Pero el río no tiene caudal suficiente», adujeron los ingenieros navales contratados para la empresa. «Pues lo ampliaremos», contestó sencillamente Helmut. La voluntad del emperador se impuso de nuevo y las excavadoras no tardaron en comenzar a trabajar en el cauce del río, importándose también del extranjero, de forma continuada, cantidades ingentes de agua para llenarlo como era debido, convirtiéndose así el río prácticamente en un canal artificial.
Finalmente, después de tres años de arduos trabajos, se concluyeron el entrenamiento de la marinería, el acondicionamiento del río y la construcción del acorazado. Para su botadura solemne, fueron invitados periodistas y estadistas de toda Europa, que llegaron a Silvonia atónitos y expectantes a partes iguales. Helmut presidía la ceremonia ataviado con su uniforme de Gran Almirante, el primero de la historia gloriosa de Silvonia. Anunció al mundo que éste era sólo el primer paso hacia un nuevo orden europeo y mundial y que por fin Silvonia estaba en situación de reclamar el puesto que por derecho merecía entre las potencias. Tronaron entonces los poderosos cañones del monstruo metálico en una salva que aplaudió el pueblo de Silvonia, al que el emperador se dirigió directamente para terminar su discurso: «Aquí, delante de esta maravilla de la ingeniería y con el mundo entero de testigo, os prometo, súbditos míos, que jamás un ejército enemigo podrá desembarcar en nuestro país».

viernes, 4 de junio de 2010

4:47

Lo peor del insomnio son las noches.

jueves, 3 de junio de 2010

La aurora

He estado viendo amanecer por la tele. En la tele se hacía de día, pero aquí seguía siendo de noche. Me he preguntado de pronto si será romántico ver amanecer por la tele. Seguramente no. O quizá sí. Quizá vale más un amanecer en alta definición que uno en el horizonte. Al fin y al cabo, la polución estropea lo bonito de la realidad.

miércoles, 2 de junio de 2010

Todos esos treintañeros que quieren follarse a la hija de Kurt Cobain

Frances Bean Cobain va a cumplir dieciocho años en agosto. Esto lo sé porque lo pone en el periódico. Viene una foto suya y la encuentro extrañamente atractiva. Una persona normal quizá se pondría a pensar en cosas como que Kurt Cobain murió con veintisiete años y que para su hija su padre siempre será un tipo joven. Una persona normal pensaría cosas así. Yo en cambio me la estoy imaginando desnuda. Y no sé por qué, pues en esta foto no sale muy favorecida. Qué diría Freud de todo esto, me pregunto. Quizá que se trata de una atracción homosexual y necrófila hacia el ídolo muerto. Estar con la hija para sentirse cerca del padre. Alguna cosa así, supongo. Pero el caso es que nunca me ha gustado Courtney Love. A lo mejor es todo mucho más sencillo y sólo me gusta la hija porque tiene diecisiete años.

martes, 1 de junio de 2010

La lucha por la vida

Fui al cuarto de baño. Me puse a mear y de pronto una cucaracha empezó a escalar por la bañera. Miré a la cucaracha. La cucaracha me miró a mí (creo). Miré luego el dorado y continuado chorro. Qué indefenso está un hombre cuando mea. Qué inútil es. No puede ni matar a una cucaracha. Mientras yo filosofaba de esta manera, la cucaracha seguía su lento ascenso por el exterior de la bañera. Sopesé durante unos segundos la idea de mearla, pero aunque fuera un bicho asqueroso, quizá no se merecía tal humillación.