Desde la ventana de mi cocina se ve Nueva York, dijo Alonso en el recreo. Esto de ver América desde una ventana nos pareció muy raro, la verdad. Enrique dijo que desde su cocina se veía un pinar. Sergio admitió que su cocina daba a un patio interior, pero desde su habitación se podía ver el mar (a lo lejos, una línea azul). Todo eso era más normal, pero Alonso se mostró desdeñoso ante estas vistas tan pedestres. No vayáis a comparar esas cosas, rugió, con desayunar contemplando Manhattan. Le preguntamos entonces si nos dejaría ver Nueva York, pero dudó. Contestó que no éramos dignos, que cómo iba a dejar que unos niños de nuestra ralea se asomaran a un mundo superior y neoyorquino. Le suplicamos, pero no dio su brazo a torcer hasta que negociamos una cantidad económica que le pareció aceptable. Eso sí, sólo teníamos dinero para que uno de nosotros viera Nueva York y tuve la suerte de ser el elegido. Yo me asomaría a las calles de la Gran Manzana, que imaginábamos pavimentadas en oro, y les comunicaría mi experiencia a los demás.
El jueves por la tarde fue el día acordado, pues sus padres estarían fuera (Alonso dijo que podía meterse en problemas por compartir Nueva York con personas ajenas a la familia). Entramos sigilosamente en su casa, lo que me parecía totalmente innecesario habida cuenta de que se encontraba vacía en ese momento, pero no discutí, no quería poner pegas que me alejaran del objetivo. La cocina estaba a oscuras, las cortinas cubrían las ventanas. Olía a café y el corazón me latía a mil por hora. Es la cafeína del ambiente, pensé para tranquilizarme. Alonso alargó la mano y descorrió las cortinas. La estancia se iluminó de una luz cegadora, pero unos segundos después mis ojos se adaptaron a la claridad. Me asomé a Nueva York. Vi una calle sucia y un negro que fumaba en una esquina. No había mucho más. El negro se dio cuenta de que lo miraba, escupió en el suelo y me hizo un corte de mangas. Miré a Alonso, que se encogió de hombros y dijo que ese día la ventana estaba sintonizada con Harlem.
1 comentario:
Aparentemente, mala suerte. Pero la música seguro que sería mejor que en la Quinta Avenida.
Qué lisergia, a todo esto...
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