Escrito en el lejano julio del año 2000.
William Kensington III ha pasado a la historia como creador de innumerables juegos que, por unas razones o por otras, no consiguieron arraigar en la complicada sociedad victoriana. La vida de este ser humano ejemplar nos trae a la memoria las atribuladas existencias de grandes hombres como Josef Zimmerman, el violinista ciego y sordo de Cracovia que durante cuarenta y cinco años tocó un violín sin cuerdas sin que nadie le advirtiera de ello; o como Teodoro Watling, que dedicó la totalidad de su vida a demostrar que el pollo es el animal más inteligente. Todas estas vidas tiradas a la basura están recogidas en el libro, de próxima publicación, Grandes genios —o no— de la Historia.
William Kensington III siempre vivió acomplejado por su aspecto físico. Según se aprecia en las pocas fotos en las que aparece, medía un metro y medio y pesaba más de cien kilos. Esto explicaría que le apodasen «Tonel Willy» en la universidad de Oxford. Es de suponer que fue su pésimo físico el que le llevó a practicar todo tipo de deportes con la esperanza inconfesable de demostrar al mundo que dentro de un orondo noble inglés puede haber un atleta (o varios). Durante las largas estancias en la enfermería de Oxford, tuvo una especie de epifanía que le metió en la cabeza la idea de, puesto que era una nulidad en la práctica de todo ejercicio físico, usar su intelecto superior (Kensington, como toda la élite británica, era bastante pedante) en la creación de algún nuevo tipo de deporte o juego de mesa que uniera a la Humanidad en una renacida Edad de Oro. Se sabe que durante su etapa universitaria intentó unificar el rugby y la esgrima, pero, por algún motivo, abandonó la idea tras un par de accidentes mortales. No obstante, siguió buscando el modo de «crear el juego definitivo», como anotaría él mismo en treinta y siete cuadernos (en cada una de las páginas de los treinta y siete cuadernos aparece escrito en grandes caracteres «crear el juego definitivo», seguido de un ranking de mujeres atractivas de la época).
En la primavera de 1885 William Kensington III fue expulsado de la universidad. Las causas de su expulsión las encontramos en dos revolucionarios ensayos escritos por Kensington. El primero, para la clase de Filosofía Germana, titulado El fútbol y Kant, trataba de demostrar cómo el fútbol está en franco desacuerdo con la ética kantiana y se enmarca, por así decirlo, en la corriente más afín a Schopenhauer. El profesor, el ilustre Sir John Blow, lejos de aplaudir el entusiasmo y frescura de las ideas de Kensington, le llamó al orden y le dedicó un largo discurso explicándole al joven iconoclasta que era el cricket, y no otro, el deporte que chocaba de frente con Kant. Sin embargo, fue el segundo ensayo, para la clase de Mitología Occidental, titulado Por qué creo que la masturbación femenina no es un mito, lo que precipitó su salida de la conservadora institución de Oxford.
En 1886 fallece el padre de nuestro héroe, pasando entonces él a administrar la fabulosa fortuna de los Kensington. Este dinero le permitiría afrontar mayores retos que antes no podía siquiera soñar. En la primavera de 1888 convocó a la prensa para presentar un nuevo deporte que haría las delicias de los aristócratas ociosos que no sabían en qué utilizar su tiempo libre. Lo llamó onehundredagainstonehundred. Kensington no se desanimó cuando los periodistas se echaron a reír ante su atónita y regordeta cara, pero sí lo hizo cuando comprobó que absolutamente nadie se interesaba por el nuevo deporte. Un viejo amigo de la universidad le indicó que tal vez el fracaso se debía a que las reglas del juego exigían doscientos participantes y que las mismas reglas se extendían durante tres mil quinientas páginas. William Kensington III, hombre de carácter, le asestó un puñetazo en el estómago a su amigo (que dejó de serlo) y se negó en redondo a cambiar una sola palabra de las reglas. Tres meses después, redujo el número de participantes a cincuenta por equipo y las reglas pasaron a ocupar mil setecientas páginas. Lamentablemente sólo podemos hacer conjeturas sobre la naturaleza de este deporte, ya que los volúmenes que recogían las reglas ardieron en el gran incendio de 1908 que arrasó la mansión de los Kensington. Sin embargo, una foto sacada durante un ensayo del fiftyagainstfifty, como se llamaría finalmente y que también fracasaría de forma miserable, muestra que el deporte estaba relacionado con vestir a una vaca con calcetines blancos y pamela negra.
En 1891 empezó a escribirse con el escritor noruego Knut Hamsun. La correspondencia consistía, por parte de Kensington, en hojas y hojas llenas de elaborados insultos, mientras que las cartas de Hamsun solían ser más escuetas y se limitaban a decir cosas como «por favor, ¿quién es usted y qué quiere?» o «¿quién le ha dado mi dirección?» e, incluso, «se lo ruego, deje de escribirme, mi mujer está asustada».
1893 fue un año importante para Kensington. Fundó la Sociedad de Británicos Amantes del Deporte, en cuyos estatutos se prohibía el ingreso de escoceses, irlandeses y galeses, que se convirtió muy pronto en lugar de encuentro de borrachos de todo Londres. Envalentonado por el éxito, mandó un carnet de socio de honor a la Reina Victoria y otro al Káiser de Alemania. Al poco, recibió una nota de agradecimiento de la Casa Real, lo que le llenó de una alegría indescriptible que lo mantuvo en vela durante tres noches. Es importante reseñar que Kensington fue incapaz de leer la nota debido a que la grafía no era muy clara. Recientes investigaciones confirman que el mensaje de la nota es «a Su Majestad no le interesa lo que sea que vende, no la moleste más». El Káiser, por el contrario, enmarcó el carnet y lo colgó en su dormitorio. Ese mismo año Kensington creó ciento setenta y dos juegos, la mayoría de los cuales eran variaciones estúpidas de juegos ya conocidos. El fracaso de todos ellos, lejos de hundirle, no hizo más que reforzar su convicción de que pronto, muy pronto, tendría en sus manos el deporte que revolucionaría el mundo y sería practicado durante siglos. Pero sus intentos de comprar la patente del fútbol por quince chelines fueron infructuosos.
En 1894 Kensington probó las mieles del amor, cansado como estaba de los burdeles de París. Conoció a Margaret Westminter, hija de Lord Alfred Westminter, famoso general, a la que cortejó y pidió en matrimonio. La boda fue cancelada un mes antes de la fecha acordada para su celebración al descubrir Lord Westminter a su virginal hija en la cama con Kensington. Esto se entiende si tenemos en cuenta que Kensington estaba en la cama con Alice, la hija menor de Westminter, y no con Margaret, que, al fin y al cabo, era su prometida. Kensington, desolado, abandonó la casa de Westminter esquivando los disparos que efectuaba éste desde el balcón. Habiendo perdido al amor de su vida (o, al menos, un sucedáneo muy interesante), publicó un extenso poema (otra de las facetas de este gran hombre) en todos los periódicos de Londres con el título de «A dos hermanas». Fue condenado a pasar catorce meses en la cárcel por publicar pornografía.
El periodo pasado entre rejas le sirvió de retiro espiritual y fue entonces cuando consiguió su único éxito. Durante su estancia en prisión unificó las reglas del ajedrez y el boxeo, juego al que llamó «ajedrez total». Evidentemente, el deporte tuvo una gran acogida entre los presos, llegando a extenderse por varias prisiones del país. Cuando Kensington redactaba los estatutos para la creación de la Liga Nacional de Ajedrez Total, un edicto del Gobierno prohibió la práctica del deporte por considerarlo «excesivamente violento incluso para Inglaterra».
Esto acabó con Kensington. Desde entonces inventó cerca de trescientos juegos de mesa y cuarenta y cinco deportes —que pasaron desapercibidos—, pero sin la pasión de antaño. Murió en 1911, recluido en un manicomio, jurando a quien quisiera escucharle que fue él quien inventó la salsa tártara y los zuecos.
1 comentario:
Fantástico.
¿Ha leído algo de Llanillo?
"Baltasar fue el tercero de los dos hijos de Isabel Ribamontán y Bartolomé Sans-Délai, agregado cultural de Francia en provincias. Vino al mundo en el momento en que los padres cruzaban la frontera francesa a pie por lo que no ha quedado clara su nacionalidad. Ambos países se disputan la razón. Mientras que para los españoles, Baltasar es francés, para los franceses, Baltasar es portugués. La familia Sans-Délai se estableció en Toledo, en las afueras, cerca del mar Cantábrico, donde Bartolomé ejerció diversos oficios para complementar las ínfimas remuneraciones que obtenía como agregado cultural. Baltasar acudió a la escuela con regularidad: sólo iba los viernes" (Francisco F. Llanillo Gutiérrez: Monsieur Sans-Délai).
Le encantaría.
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