No voy a hacer balance, ignoro el déficit o superávit. No voy a hablar de los propósitos cumplidos e incumplidos. No recuerdo casi ninguno, la verdad. Creo que ya los había olvidado en verano. No, en la cabeza tengo otras imágenes, momentos importantes. Qué sé yo.
Me acuerdo de una tarde con María por las calles de Granada, bajo una tenue lluvia. De una librería en la que entramos para guarecernos un poco. De un libro que le regalé. Recuerdo que luego estuvimos en un bar y en un momento dado me dijo: «qué guapo te pones cuando sonríes», y yo pensé: «menos mal que es alcohólica». Me acuerdo también de una madrugada en la que, cuando terminamos de follar, se veía ya claridad en el cielo a través de la ventana empañada y me dio por pensar la cursilada de que había estado otras veces en Granada, pero nunca me había parecido tan bonita antes de esa mañana con María. Y despertar con ella y verla medio dormida, despeinada, farfullando vete a saber qué y yo recordaba entonces el largo camino hasta su cama desde aquella presentación literaria en la que la vi por primera vez. Y me decía: esta chica podría ser importante en mi vida. Me acuerdo también de una vez que me dibujó un corazón en el lado derecho del pecho. Un corazón lógico, razonable, para que hiciera de contrapeso del otro. Quizá no funcionó porque ella, como buena zurda, lo dibujó con la mano izquierda.
Recuerdo también la noche en la que me llamó Alba para decirme que me quería. Yo ya entonces sabía que no era cierto, pero de todos modos era bonito. Y aquel beso cuando hacíamos cola frente al cajero. Un beso perfecto: como si lo hubiéramos ensayado, aunque era todo lo contrario. Un impulso perfecto. Y era como si nunca hubiera pasado nada malo entre nosotros, como si lo natural fuéramos ella y yo juntos. Y aquella tarde en Cómpeta, que era como viajar a lo que podría haber sido.
Me acuerdo también de una vez con Babeth, en la Plaza del Dos de Mayo. Vestida de negro, con su abrigo rojo. Me parecía que nunca la había visto más guapa (era mentira: siempre me parece más guapa cuando está desnuda). Y la recuerdo riéndose: «es que me miras mucho». Hubo un momento en que se quejó en broma de los hombres diciendo: «es que lo queréis todo», y yo estuve rápido de reflejos y le contesté: «claro que lo quiero todo; por eso te quiero a ti». Pero no fue la última vez que la vi, eso fue en una pizzería en la que yo desviaba la mirada al espejo que había detrás de ella para no volverme loco de tanto observarla y desearla.
Me acuerdo también de Susana y el concierto de Sonic Youth. Del cascabel que llevaba en el tobillo. De aquella noche en la playa. De lo mucho que le tomaba el pelo por la homeopatía. De la mañana en la Oficina de Objetos Perdidos (de aquel beso repentino e irónico por acordarme de sus apellidos) y el desayuno bajo aviones de maniobras.
Eso es lo que recuerdo del año. No sé, creo que eso ha sido lo importante.
viernes, 31 de diciembre de 2010
jueves, 30 de diciembre de 2010
El insomnio
La otra noche, a eso de las cinco de la mañana, estoy en la cama en una lucha a muerte. Es el insomnio o yo. Y gana el insomnio. Me siento en la cama, enciendo la luz y me digo: bueno, intentemos aprovechar el tiempo. Cojo una libreta y escribo. Sería bonito contar que descubro la cura del cáncer, pero me parece feo mentir a estas alturas. No, lo que hago es terapia. Hagamos una lista de las cosas que nos afectan, pienso (sin preguntarme por qué uso el plural mayestático). Empiezo con algo sencillo: el cambio climático. La verdad es que esto no es muy serio, porque, admitámoslo, no se puede decir que el cambio climático sea de las cosas que me quitan el sueño. Ya lo arreglarán los políticos, o me moriré antes, o qué sé yo. No es que vaya a solucionar el tema sentado en la cama, vamos. Así que paso a otra cosa: las ballenas. Pero las ballenas están pasadas de moda, me digo. ¿Cuándo estaban de moda? ¿En los ochenta? ¿De verdad soy tan viejo? No, no lo eres, volvamos a las ballenas. Y al Amazonas. ¿Y qué hay de la lluvia radiactiva? ¿No se ocupará Bob Geldof de todo esto? Y Bono, claro. Así que tachemos también estas cosas. Qué lista tan lamentable llevo. ¿Y para esto me he dejado vencer por el insomnio? Oye, no te hagas el machote, no te has dejado ganar: el insomnio te ha dado una paliza. Vale, sí, pero era una forma de hablar. Ya, ya, una forma de hablar, a mí me vas a engañar. Cállate y sugiéreme algo, que no me ayudas en nada. ¿Por qué no escribes su nombre? ¿Su nombre? No te hagas el tonto. No, si no me lo hago, ¿pero es totalmente necesario? Yo diría que sí, por eso te cuesta tanto hacerlo. No es eso, es superstición, magia negra, qué sé yo. No me seas irracional ahora, hombre. No sé, ¿y si la dibujo desnuda? Sí, eso podría servir. Bien. Pues no te quedes ahí parado y empieza de una vez. Vale, vale, espera un momento... mira, ¿qué te parece? No, ella tiene las tetas más grandes.
miércoles, 29 de diciembre de 2010
Cavalleria rusticana
Escucho el Intermezzo de Cavalleria rusticana, como si esto fuera una peli de Scorsese, que no lo es. Vendría muy bien que en determinadas situaciones sonara una música épica de fondo; sobre todo a la hora de perder, que perder con música épica haría que la derrota fuera más dulce. Porque no es lo mismo silbar, no.
martes, 28 de diciembre de 2010
Obviedades
—La verdad es que me gustabas más como novia que como ex.
—¿Sí?
—Sí. Como ex resultas algo fría y distante.
—¿Sí?
—Sí. Como ex resultas algo fría y distante.
lunes, 27 de diciembre de 2010
Los amores envenenados
Una casa de la alta burguesía. En el sofá está sentado el SEÑOR PASCUAL. Entra el señor PICAPORTE.
PICAPORTE: Buenas tardes, señor Pascual.
SEÑOR PASCUAL: Buenas tardes. ¿En qué puedo ayudarle?
PICAPORTE: Soy Picaporte Pretaporter y he venido a pedir la mano de su hija Ana.
SEÑOR PASCUAL: ¿Cuál es Ana? Tengo tres hijas y mi memoria ya no es la que era.
PICAPORTE: Es la más joven y pizpireta.
SEÑOR PASCUAL: Ah, sí, buena elección. ¿A qué se dedica usted, caballero?
PICAPORTE: Soy francés.
SEÑOR PASCUAL: ¿Eso está bien pagado?
PICAPORTE: Más que ser español, pero menos que ser alemán.
SEÑOR PASCUAL: ¿Y hay posibilidades de ascenso?
PICAPORTE: No tengo parientes alemanes.
SEÑOR PASCUAL: Vaya. Entenderá usted que no puedo dejar que mi hija se case con el primer buscavidas que llama a la puerta, ¿verdad? Tengo un imperio que proteger aquí: el negocio familiar que levantó mi abuelo, que era ebanista. Mire qué muebles. Un hombre se define por los muebles que tiene, decía mi abuelo.
PICAPORTE: La verdad es que no entiendo mucho de muebles.
SEÑOR PASCUAL: Muy mal: un hombre sin muebles es un hombre sin raíces, siempre a la fuga. Hacen falta muebles para asentarse.
PICAPORTE: Me compraré un armario ropero hoy mismo.
SEÑOR PASCUAL: Los tenemos a muy buen precio. Siéntese aquí, que voy a traer el catálogo.
El SEÑOR PASCUAL sale, PICAPORTE se sienta en el sofá. Entra ANA.
ANA: ¡Picaporte!
PICAPORTE: ¡Ana!
Se miran, sin saber qué más decirse. Pasan cinco minutos. El público se impacienta.
ANA: ¿Qué haces aquí?
PICAPORTE: Voy a comprarle un armario a tu padre.
ANA: ¿De verdad has venido para eso?
PICAPORTE: Y para pedir tu mano.
ANA: Eres un machista, le das más importancia a la adquisición de un objeto que a mí.
PICAPORTE: Es tu padre, que me pone nervioso.
ANA: No le hagas caso, sólo piensa en muebles y en casarnos con potentados a las tres.
PICAPORTE: ¿A las tres de la tarde?
ANA: ¡A las tres hermanas!
PICAPORTE: Ah, ya decía yo. Le he contado que soy francés, pero creo que no le ha impresionado.
ANA: Mi padre sabe que no es una profesión seria. ¿Y si Alemania os invade de nuevo? Demasiados riesgos. ¿Por qué no le has dicho, por ejemplo, que eres suizo?
PICAPORTE: Me he dejado llevar por el patriotismo.
ANA: Un momento de patriotismo y me quedo soltera de por vida.
PICAPORTE: No dramatices, algo se podrá hacer. Seguro que puedo convencer a tu padre con mi magnetismo natural.
ANA: Mi padre no cree en el mesmerismo.
PICAPORTE: ¿Y si huimos juntos?
ANA: Sería inútil, mi padre nos perseguiría por todo el mundo como si fuéramos muebles fugados. No, la única alternativa que tenemos es asesinarlo.
PICAPORTE: ¿Seguro que es la única? Me parece algo drástico.
ANA: ¿Es que acaso no me amas?
PICAPORTE: Claro que te amo.
ANA: ¿No matarías por mí?
PICAPORTE: Supongo que sí...
ANA: Bien, está decidido. Lo haremos así: os traeré unos cafés. No te eches azúcar, que estará envenenado.
PICAPORTE: Te pones muy guapa cuando conspiras.
Sale ANA. Entra el SEÑOR PASCUAL, con el catálogo en la mano.
SEÑOR PASCUAL: Creo que tengo justo lo que necesita: un armario elegante a la par que urbano. Madera de fresno. Huele al Canadá.
PICAPORTE: ¿Urbano y canadiense?
SEÑOR PASCUAL: ¿Ve? Será como tener Montreal en casa. O mejor: cada vez que abra el armario, será como asomarse a Montreal. Seguro que le gusta. Ya sabe, allí también hablan francés.
PICAPORTE: ¿Y es muy caro?
SEÑOR PASCUAL: Seguro que podemos llegar a un acuerdo. Ya me entiende.
Entra ANA, con una bandeja. En ella lleva dos humeantes tazas de café y un azucarero. Deja la bandeja sobre la mesita y sale.
SEÑOR PASCUAL: ¿Cuántas cucharadas de azúcar?
PICAPORTE: Ninguna, gracias, me gustan las cosas amargas.
SEÑOR PASCUAL: Claro, como mayo y junio de 1940. No sea soso, ¿cuántas cucharadas quiere?
PICAPORTE: Es que soy diabético.
SEÑOR PASCUAL: Francés y diabético, ¿no? Perdone mi insolencia, ¿pero qué pensaba usted aportar al matrimonio con mi hija Ana?
PICAPORTE: Enséñeme cómo toma el café un verdadero hombre, por favor.
El SEÑOR PASCUAL se echa siete cucharadas de azúcar, para impresionar a PICAPORTE. Ambos beben con cara de asco, pero no dicen nada.
SEÑOR PASCUAL (hablando con dificultad): Yo necesito... que mi hija se case... con alguien que sepa... llevar el negocio. Un sueco... por ejemplo... que también... entienden de muebles.
El SEÑOR PASCUAL intenta levantarse del sofá, pero se desploma en la mesa, muerto. Entra ANA.
ANA: ¡La bruja ha muerto!
PICAPORTE: ¿Qué?
ANA: Perdona, siempre he querido decir eso, desde niña.
PICAPORTE: No importa. El plan ha funcionado, querida, somos libres.
ANA: Libres y con un negocio boyante de fabricación y exportación de muebles.
PICAPORTE: Yo no entiendo nada de muebles.
ANA: Ya aprenderás, mi amor, ya aprenderás.
El telón empieza a bajar, pero se queda a medio camino. Entra un GUARDIA CIVIL.
GUARDIA CIVIL: ¡Quieto todo el mundo!
PICAPORTE: ¿Qué sucede?
GUARDIA CIVIL: Quedan ustedes detenidos por asesinato.
ANA: Tiene que ser un error. ¡No hemos cometido ningún crimen!
GUARDIA CIVIL: Ahí hay un cadáver.
ANA: Sí, mi pobre padre. Estaba mal del corazón y le ha dado un ataque.
GUARDIA CIVIL: No me mienta, lo hemos escuchado todo. Tenemos micrófonos por todo el teatro. Hemos venido lo antes posible, pero hemos llegado tarde, está claro.
ANA: ¡Ha sido Picaporte, él me obligó!
PICAPORTE: ¡Ana!
ANA: ¡Y además es extranjero!
GUARDIA CIVIL: Todo eso díganselo al juez.
Entran dos guardias civiles y se llevan a ANA y PICAPORTE. El GUARDIA CIVIL habla ahora al público.
GUARDIA CIVIL: En cuanto a ustedes, lo han visto todo y no han hecho nada para evitarlo. Se han limitado a estar ahí sentados en silencio. Son cómplices de asesinato.
Entran más agentes de la Guardia Civil y detienen al público.
PICAPORTE: Buenas tardes, señor Pascual.
SEÑOR PASCUAL: Buenas tardes. ¿En qué puedo ayudarle?
PICAPORTE: Soy Picaporte Pretaporter y he venido a pedir la mano de su hija Ana.
SEÑOR PASCUAL: ¿Cuál es Ana? Tengo tres hijas y mi memoria ya no es la que era.
PICAPORTE: Es la más joven y pizpireta.
SEÑOR PASCUAL: Ah, sí, buena elección. ¿A qué se dedica usted, caballero?
PICAPORTE: Soy francés.
SEÑOR PASCUAL: ¿Eso está bien pagado?
PICAPORTE: Más que ser español, pero menos que ser alemán.
SEÑOR PASCUAL: ¿Y hay posibilidades de ascenso?
PICAPORTE: No tengo parientes alemanes.
SEÑOR PASCUAL: Vaya. Entenderá usted que no puedo dejar que mi hija se case con el primer buscavidas que llama a la puerta, ¿verdad? Tengo un imperio que proteger aquí: el negocio familiar que levantó mi abuelo, que era ebanista. Mire qué muebles. Un hombre se define por los muebles que tiene, decía mi abuelo.
PICAPORTE: La verdad es que no entiendo mucho de muebles.
SEÑOR PASCUAL: Muy mal: un hombre sin muebles es un hombre sin raíces, siempre a la fuga. Hacen falta muebles para asentarse.
PICAPORTE: Me compraré un armario ropero hoy mismo.
SEÑOR PASCUAL: Los tenemos a muy buen precio. Siéntese aquí, que voy a traer el catálogo.
El SEÑOR PASCUAL sale, PICAPORTE se sienta en el sofá. Entra ANA.
ANA: ¡Picaporte!
PICAPORTE: ¡Ana!
Se miran, sin saber qué más decirse. Pasan cinco minutos. El público se impacienta.
ANA: ¿Qué haces aquí?
PICAPORTE: Voy a comprarle un armario a tu padre.
ANA: ¿De verdad has venido para eso?
PICAPORTE: Y para pedir tu mano.
ANA: Eres un machista, le das más importancia a la adquisición de un objeto que a mí.
PICAPORTE: Es tu padre, que me pone nervioso.
ANA: No le hagas caso, sólo piensa en muebles y en casarnos con potentados a las tres.
PICAPORTE: ¿A las tres de la tarde?
ANA: ¡A las tres hermanas!
PICAPORTE: Ah, ya decía yo. Le he contado que soy francés, pero creo que no le ha impresionado.
ANA: Mi padre sabe que no es una profesión seria. ¿Y si Alemania os invade de nuevo? Demasiados riesgos. ¿Por qué no le has dicho, por ejemplo, que eres suizo?
PICAPORTE: Me he dejado llevar por el patriotismo.
ANA: Un momento de patriotismo y me quedo soltera de por vida.
PICAPORTE: No dramatices, algo se podrá hacer. Seguro que puedo convencer a tu padre con mi magnetismo natural.
ANA: Mi padre no cree en el mesmerismo.
PICAPORTE: ¿Y si huimos juntos?
ANA: Sería inútil, mi padre nos perseguiría por todo el mundo como si fuéramos muebles fugados. No, la única alternativa que tenemos es asesinarlo.
PICAPORTE: ¿Seguro que es la única? Me parece algo drástico.
ANA: ¿Es que acaso no me amas?
PICAPORTE: Claro que te amo.
ANA: ¿No matarías por mí?
PICAPORTE: Supongo que sí...
ANA: Bien, está decidido. Lo haremos así: os traeré unos cafés. No te eches azúcar, que estará envenenado.
PICAPORTE: Te pones muy guapa cuando conspiras.
Sale ANA. Entra el SEÑOR PASCUAL, con el catálogo en la mano.
SEÑOR PASCUAL: Creo que tengo justo lo que necesita: un armario elegante a la par que urbano. Madera de fresno. Huele al Canadá.
PICAPORTE: ¿Urbano y canadiense?
SEÑOR PASCUAL: ¿Ve? Será como tener Montreal en casa. O mejor: cada vez que abra el armario, será como asomarse a Montreal. Seguro que le gusta. Ya sabe, allí también hablan francés.
PICAPORTE: ¿Y es muy caro?
SEÑOR PASCUAL: Seguro que podemos llegar a un acuerdo. Ya me entiende.
Entra ANA, con una bandeja. En ella lleva dos humeantes tazas de café y un azucarero. Deja la bandeja sobre la mesita y sale.
SEÑOR PASCUAL: ¿Cuántas cucharadas de azúcar?
PICAPORTE: Ninguna, gracias, me gustan las cosas amargas.
SEÑOR PASCUAL: Claro, como mayo y junio de 1940. No sea soso, ¿cuántas cucharadas quiere?
PICAPORTE: Es que soy diabético.
SEÑOR PASCUAL: Francés y diabético, ¿no? Perdone mi insolencia, ¿pero qué pensaba usted aportar al matrimonio con mi hija Ana?
PICAPORTE: Enséñeme cómo toma el café un verdadero hombre, por favor.
El SEÑOR PASCUAL se echa siete cucharadas de azúcar, para impresionar a PICAPORTE. Ambos beben con cara de asco, pero no dicen nada.
SEÑOR PASCUAL (hablando con dificultad): Yo necesito... que mi hija se case... con alguien que sepa... llevar el negocio. Un sueco... por ejemplo... que también... entienden de muebles.
El SEÑOR PASCUAL intenta levantarse del sofá, pero se desploma en la mesa, muerto. Entra ANA.
ANA: ¡La bruja ha muerto!
PICAPORTE: ¿Qué?
ANA: Perdona, siempre he querido decir eso, desde niña.
PICAPORTE: No importa. El plan ha funcionado, querida, somos libres.
ANA: Libres y con un negocio boyante de fabricación y exportación de muebles.
PICAPORTE: Yo no entiendo nada de muebles.
ANA: Ya aprenderás, mi amor, ya aprenderás.
El telón empieza a bajar, pero se queda a medio camino. Entra un GUARDIA CIVIL.
GUARDIA CIVIL: ¡Quieto todo el mundo!
PICAPORTE: ¿Qué sucede?
GUARDIA CIVIL: Quedan ustedes detenidos por asesinato.
ANA: Tiene que ser un error. ¡No hemos cometido ningún crimen!
GUARDIA CIVIL: Ahí hay un cadáver.
ANA: Sí, mi pobre padre. Estaba mal del corazón y le ha dado un ataque.
GUARDIA CIVIL: No me mienta, lo hemos escuchado todo. Tenemos micrófonos por todo el teatro. Hemos venido lo antes posible, pero hemos llegado tarde, está claro.
ANA: ¡Ha sido Picaporte, él me obligó!
PICAPORTE: ¡Ana!
ANA: ¡Y además es extranjero!
GUARDIA CIVIL: Todo eso díganselo al juez.
Entran dos guardias civiles y se llevan a ANA y PICAPORTE. El GUARDIA CIVIL habla ahora al público.
GUARDIA CIVIL: En cuanto a ustedes, lo han visto todo y no han hecho nada para evitarlo. Se han limitado a estar ahí sentados en silencio. Son cómplices de asesinato.
Entran más agentes de la Guardia Civil y detienen al público.
domingo, 26 de diciembre de 2010
Je ne sais pas
Y me voy inventando los motivos. Improviso. Lo mismo con las instrucciones para entenderme. Instrucciones para ser Míchel Noguera. Insomnio. Sarcasmo. Desesperación. Este descreimiento general. Yo qué sé. Por qué vendrán a preguntarme cosas a mí. Si yo quería ser atracador de bancos y no autor secreto. Seguro que se vive mejor.
sábado, 25 de diciembre de 2010
Cuento de navidad
Llevo ya un rato esperando para entrar en el servicio de este bar. Me pregunto si se habrá muerto el que ha entrado. O si se estará metiendo coca. O si tendrá problemas de próstata, que esto no es normal. Una pareja espera a mi lado y la chica entra en el de mujeres aprovechando que lo dejan libre. El chico me da conversación; me parece que es homosexual, así que la chica será una amiga. Luego sale ella y entra en el de mujeres él. Ahora es la chica la que me da conversación. Es muy guapa. Sería bonito que fuera el espíritu de las navidades futuras, pienso.
viernes, 24 de diciembre de 2010
Pop
Y sigo persiguiendo la sombra de una ausencia. Persiguiéndote. Cuando nunca estás. Cuando nunca estás aquí.
jueves, 23 de diciembre de 2010
Estas líneas
Digamos que fuera está el mundo, con todos sus problemas. Fuera de estas líneas, están la navidad y las calles decoradas con luces (la otra noche seguí las luces, pero no me llevaron a ninguna parte). Está también Assange. La lotería. Los controladores aéreos. El fútbol. La televisión. Obama. No hay sitio en estas líneas para nada de eso. Sólo para ti. Y no te estoy llamando gorda.
miércoles, 22 de diciembre de 2010
La literatura sentimental
Me escribe una editorial para decirme que mi obra es muy interesante, pero no. Y, de pronto, la literatura me recuerda bastante a alguna mujer.
martes, 21 de diciembre de 2010
Las voces
—Doctor, a veces oigo voces.
—¿No será la radio?
—No me toma usted en serio.
—Perdone, no he podido evitarlo. Me ha parecido una réplica tan ingeniosa...
—No sé yo si en el Juramento Hipocrático entran las réplicas ingeniosas, pero en fin. Como le decía, a veces oigo voces.
—¿Cómo son?
—Suele ser una voz masculina.
—¿Bajo, barítono o tenor?
—Pues no lo sé, no entiendo de esas cosas. Además, no me canta nada.
—Si no le canta, creo que podemos descartar definitivamente la radio.
—¿No la habíamos descartado ya?
—Nunca se sabe. Veamos: dice que suele ser una voz masculina, ¿no? Eso significa que, en ocasiones, escucha una voz femenina.
—En efecto.
—¿No serán los vecinos?
—¡Doctor, escucho las voces en mi cabeza!
—Vale, vale, era sólo para estar seguro. ¿Qué le dicen las voces?
—Cosas como que llevo la bragueta abierta. O los cordones desatados. O la corbata mal anudada.
—¿Y es verdad o no?
—A veces es verdad. Otras, no. Es como si lo hicieran para reírse de mí.
—¿Por qué? Si le avisan, es que tienen buena intención. Y cuando no es cierto lo que dicen, ¿se le ha ocurrido pensar que quizá simplemente se hayan equivocado? En un exceso de celo, ya sabe.
—No se me ha ocurrido verlo así, no.
—Por lo que a mí respecta, no tiene un problema psiquiátrico. Es más, tiene asesores de imagen invisibles que se preocupan por usted. Ah, qué no daría yo por una voz que se preocupara por si voy bien peinado, me señalara una mancha en la camisa o me avisara cuando no me pongo calcetines del mismo color. Uno va tan distraído...
—¿No será la radio?
—No me toma usted en serio.
—Perdone, no he podido evitarlo. Me ha parecido una réplica tan ingeniosa...
—No sé yo si en el Juramento Hipocrático entran las réplicas ingeniosas, pero en fin. Como le decía, a veces oigo voces.
—¿Cómo son?
—Suele ser una voz masculina.
—¿Bajo, barítono o tenor?
—Pues no lo sé, no entiendo de esas cosas. Además, no me canta nada.
—Si no le canta, creo que podemos descartar definitivamente la radio.
—¿No la habíamos descartado ya?
—Nunca se sabe. Veamos: dice que suele ser una voz masculina, ¿no? Eso significa que, en ocasiones, escucha una voz femenina.
—En efecto.
—¿No serán los vecinos?
—¡Doctor, escucho las voces en mi cabeza!
—Vale, vale, era sólo para estar seguro. ¿Qué le dicen las voces?
—Cosas como que llevo la bragueta abierta. O los cordones desatados. O la corbata mal anudada.
—¿Y es verdad o no?
—A veces es verdad. Otras, no. Es como si lo hicieran para reírse de mí.
—¿Por qué? Si le avisan, es que tienen buena intención. Y cuando no es cierto lo que dicen, ¿se le ha ocurrido pensar que quizá simplemente se hayan equivocado? En un exceso de celo, ya sabe.
—No se me ha ocurrido verlo así, no.
—Por lo que a mí respecta, no tiene un problema psiquiátrico. Es más, tiene asesores de imagen invisibles que se preocupan por usted. Ah, qué no daría yo por una voz que se preocupara por si voy bien peinado, me señalara una mancha en la camisa o me avisara cuando no me pongo calcetines del mismo color. Uno va tan distraído...
lunes, 20 de diciembre de 2010
La política
Voy en el autobús intentando leer, pero no me dejan. Me distraen un venezolano y un argentino que discuten de política. Concretamente, no se ponen de acuerdo en qué políticos son los más ladrones: cada uno dice que los de su país. Se me ocurre que es otra forma de patriotismo.
domingo, 19 de diciembre de 2010
sábado, 18 de diciembre de 2010
La herida
Que soy una herida abierta ya lo sabemos, pero llega un momento en el que no sientes nada. Es como la muerte, supongo. La muerte tras la larga agonía del anhelo. O algo así. Yo ahora estoy aprendiendo. Así que cierro la puerta y te dejo dormir.
viernes, 17 de diciembre de 2010
La máquina del tiempo
—Así que quiere usted viajar en el tiempo.
—Qué comienzo tan abrupto.
—Es para ir directamente al meollo del asunto, a la acción.
—Pero es descortés. Podríamos presentarnos antes, al menos.
—No es importante para el relato.
—Es importante para la sociedad. La educación, las buenas maneras. Se están perdiendo los valores, ya lo decía el padre Edelmiro. Era el cura de mi pueblo, ¿sabe? Un pueblo pequeño, de los que también están desapareciendo. Éramos cien habitantes, si la memoria no me engaña.
—Está usted dando información irrelevante para los lectores. Así no avanza el relato.
—Que le den al relato. ¿Tan importante es? ¿Acaso tenemos que deshumanizarnos por el bien del relato? Yo quiero presentarme y hablar de mi pueblo si me apetece.
—Vale, vale. Me llamo Tobías y me dedico al negocio de los viajes en el tiempo.
—Tobías es nombre de perro.
—Interesante y amable observación. ¿No será Toby?
—Una vecina mía tenía un perro llamado Tobías. Era un perro moteado, de mirada triste. Se parecía a usted.
—Le aseguro que no soy el perro de su vecina.
—Bien, porque no me gusta hablar con perros. Yo me llamo Antonio.
—Encantado. Ahora que ya nos hemos presentado: está usted interesado en viajar en el tiempo, ¿no es así?
—En efecto. Soy una persona llena de inquietudes y esta mañana, al mirarme en el espejo, me he dicho: de hoy no pasa, tienes que viajar al pasado.
—Muy loable. ¿Y a qué época le gustaría viajar?
—Al vigésimo cumpleaños de mi prima Margarita.
—¿En serio? ¿No preferiría, qué sé yo, viajar a la Roma de Julio César?
—No. Quiero viajar al vigésimo cumpleaños de mi prima Margarita.
—¿Puedo preguntarle por qué?
—Porque quiero acostarme con ella. Aquella tarde, en la fiesta de cumpleaños, todos bebimos mucho, ¿sabe? Y ella acabó en la cama con el tío Alberto. Siempre he lamentado no haber intentado nada aquel día.
—Así que quiere ir atrás en el tiempo para follarse a su prima.
—Eso es.
—Bien. Aquí tiene una magdalena.
—No, gracias, no tengo hambre.
—Le estoy dando la máquina del tiempo, hombre.
—¿Una magdalena proustiana? Qué típico.
—No empiece de nuevo a quejarse del relato. Será una magdalena proustiana, pero funciona. Sólo tiene que mojarla en el café y se verá transportado al pasado.
—¿No era en el té?
—No, era café.
—¿Seguro?
—Bueno, el líquido es lo de menos. Como si quiere mojarla en leche.
—¿Puede ser de soja?
—Qué asco.
—Oiga, que es muy sana.
—Podría remojarla en brandy, que además ayudaría a meterle en situación, pero usted verá.
—¿Me la tomo en ayunas o durante las comidas?
—Cuando usted quiera. Lo esencial es mojar.
—Desde luego, ésa es la idea.
—Vaya final atroz. Y pensar que era usted quien se quejaba del relato.
—Qué comienzo tan abrupto.
—Es para ir directamente al meollo del asunto, a la acción.
—Pero es descortés. Podríamos presentarnos antes, al menos.
—No es importante para el relato.
—Es importante para la sociedad. La educación, las buenas maneras. Se están perdiendo los valores, ya lo decía el padre Edelmiro. Era el cura de mi pueblo, ¿sabe? Un pueblo pequeño, de los que también están desapareciendo. Éramos cien habitantes, si la memoria no me engaña.
—Está usted dando información irrelevante para los lectores. Así no avanza el relato.
—Que le den al relato. ¿Tan importante es? ¿Acaso tenemos que deshumanizarnos por el bien del relato? Yo quiero presentarme y hablar de mi pueblo si me apetece.
—Vale, vale. Me llamo Tobías y me dedico al negocio de los viajes en el tiempo.
—Tobías es nombre de perro.
—Interesante y amable observación. ¿No será Toby?
—Una vecina mía tenía un perro llamado Tobías. Era un perro moteado, de mirada triste. Se parecía a usted.
—Le aseguro que no soy el perro de su vecina.
—Bien, porque no me gusta hablar con perros. Yo me llamo Antonio.
—Encantado. Ahora que ya nos hemos presentado: está usted interesado en viajar en el tiempo, ¿no es así?
—En efecto. Soy una persona llena de inquietudes y esta mañana, al mirarme en el espejo, me he dicho: de hoy no pasa, tienes que viajar al pasado.
—Muy loable. ¿Y a qué época le gustaría viajar?
—Al vigésimo cumpleaños de mi prima Margarita.
—¿En serio? ¿No preferiría, qué sé yo, viajar a la Roma de Julio César?
—No. Quiero viajar al vigésimo cumpleaños de mi prima Margarita.
—¿Puedo preguntarle por qué?
—Porque quiero acostarme con ella. Aquella tarde, en la fiesta de cumpleaños, todos bebimos mucho, ¿sabe? Y ella acabó en la cama con el tío Alberto. Siempre he lamentado no haber intentado nada aquel día.
—Así que quiere ir atrás en el tiempo para follarse a su prima.
—Eso es.
—Bien. Aquí tiene una magdalena.
—No, gracias, no tengo hambre.
—Le estoy dando la máquina del tiempo, hombre.
—¿Una magdalena proustiana? Qué típico.
—No empiece de nuevo a quejarse del relato. Será una magdalena proustiana, pero funciona. Sólo tiene que mojarla en el café y se verá transportado al pasado.
—¿No era en el té?
—No, era café.
—¿Seguro?
—Bueno, el líquido es lo de menos. Como si quiere mojarla en leche.
—¿Puede ser de soja?
—Qué asco.
—Oiga, que es muy sana.
—Podría remojarla en brandy, que además ayudaría a meterle en situación, pero usted verá.
—¿Me la tomo en ayunas o durante las comidas?
—Cuando usted quiera. Lo esencial es mojar.
—Desde luego, ésa es la idea.
—Vaya final atroz. Y pensar que era usted quien se quejaba del relato.
jueves, 16 de diciembre de 2010
miércoles, 15 de diciembre de 2010
La foto
El otro día recorté de una revista la foto de una mujer desnuda, que es algo que no hacía desde la adolescencia. Ni siquiera lo hice con la idea de masturbarme después. Era un reportaje en el que diversos fotógrafos hablaban de sus cámaras preferidas. Y allí estaba ella: la chica, sentada en la cama, mirando a la cámara con ojos retadores (y pechos también retadores), bajando con una mano el ínfimo tanga que cubría su pubis. Por alguna extraña razón, debajo de la foto había un texto del fotógrafo explayándose en las virtudes técnicas de la cámara, pero ni una palabra de la modelo. El mundo no tiene sentido, pensé. Y la chica de la foto me miraba. Y yo la miraba a ella. Creo que su cuerpo me recordó a una antigua amante. Ahora la foto está en la mesa de noche y la miro siempre antes de acostarme. Es como si nos dijéramos algo, aunque no se me ocurre qué.
martes, 14 de diciembre de 2010
Gente feliz
Estoy viendo un videoclip de gente feliz. Los videoclips de gente feliz parecen anuncios de algo, como si quisieran venderte pantalones o coches o bebidas. El caso es que la canción es pegadiza. Así es como se meten en tu cerebro, claro. Casi dan ganas de adoptar la sonrisa impostada y bailar espasmódicamente sin motivo aparente. Uno llega a la conclusión de que si los nazis no ganaron la guerra fue por falta de videoclips de gente feliz.
lunes, 13 de diciembre de 2010
El futuro es sólo una promesa
Estaba yo el otro día en casa de unos amigos emborrachándome convenientemente cuando llegó una pareja amiga del anfitrión. Él tenía aspecto de vendedor de seguros o de biblias, ella parecía una chica intelectual razonablemente estable. Quizá era por las neuronas que iba perdiendo mientras trasegaba la cerveza, pero me dije: esto es lo que te vendría bien a ti, Míchel; una buena chica. ¿Cuánto hace que no estás con una buena chica? Es más, ¿alguna vez ha sucedido eso? Sí, las locas que te recitan poesía francesa están muy bien, sobre todo cuando tienen tetas grandes y firmes y un culo que resiste impactos directos de misiles nucleares, pero tienes que empezar a pensar ya como un economista. La economía sentimental, hombre. Una chica como la que está sentada en el sofá es un valor seguro. No te rompería el corazón y luego alegaría condición de musa. No. Seguro que incluso censura actitudes así. Por qué no, al fin y al cabo estoy inventándome todo esto mientras bebo. Aunque quizá el sexo con ella sería algo soso, porque hay que reconocer que las locas follan mejor que nadie y... no, hombre, no empieces de nuevo. Siempre igual.
domingo, 12 de diciembre de 2010
El vagón de metro
Frente a la estación de tren, viendo desde lejos el vagón de metro que han puesto de exposición para que la gente se haga una idea de lo que tendrá cuando finalmente llegue el metro a la ciudad. Y la gente entra en ese vagón que no va a ninguna parte y yo pienso que es una metáfora perfecta.
sábado, 11 de diciembre de 2010
Alba
Hoy Alba y yo haríamos diez años. Esto de las efemérides es un poco idiota, que nos quedamos con ciertas cifras por significativas cuando en realidad es un convencionalismo. ¿Por qué es más importante diez años que nueve? O que once. Cifras redondas para aceptar el paso del tiempo. Para llevarte la mano a la frente de forma efectista y decir: es increíble. Efemérides como memento mori.
Pero es cierto que es muchísimo tiempo. Es como si hubiera pasado en la vida de otro. O como si fuera una novela que leí hace mucho y que no recuerdo bien. No consigo recordar quién era yo entonces, cómo era la vida con menos cinismo. No recuerdo quién era yo, pero sí me acuerdo de muchas cosas con ella. Esa sensación tonta de felicidad sólo de verla, por ejemplo. Esas conversaciones delirantes en el tren. Esas tardes en la playa. Escribir para ella. Cuando íbamos al laboratorio de su facultad a revelar fotos y yo sólo quería meterle mano. Que empezara a leer En busca del tiempo perdido porque escribí un relato en el que una chica leía a Proust en el desayuno. Aquello de «yo ladro». Cuando le decía que me enseñara las bragas. Cuando cumplió veinte años, que se quejaba en broma de que los atentados del 11 de septiembre le habían robado protagonismo. Aquellas veces que follamos sin que se quitara el sujetador porque le había dejado los pezones irritados y no se fiaba de mí.
A veces también me acuerdo de cuando me porté mal con ella. De veces que hice que llorara por tonterías. Como una vez, al principio, cuando ella acababa de cortar con su anterior novio (para estar conmigo) y lo nuestro lo manteníamos en secreto. Recuerdo que estábamos hablando por teléfono y me dijo que al día siguiente iría con su madre a no sé dónde, a lo que le propuse vernos justo después para ir juntos a la universidad. Ella me dijo que no por temor a ser descubierta por su madre y yo me enfadé por orgullo idiota y me mostré muy frío el resto de la conversación. Luego me arrepentí, la llamé de nuevo y estaba llorando (aunque al final quedamos al día siguiente a la hora que yo quería, así que la moraleja es que hay que tratar mal a las mujeres). Discusiones idiotas que uno ahora no entiende.
En realidad, la presencia de Alba en mi vida es menos importante que su ausencia. Al fin y al cabo, sólo estuvimos juntos dos años y pico. Luego decidió irse siete años con otro y tener un hijo con él. Yo con ella sólo tuve esos dos años y la mitología que construí en soledad. Mitología de la que forman parte cosas como la primera vez que la vi: llevaba una falda ajustada con la que se veía obligada a subir los peldaños a saltitos (creo que ella tenía quince años). O las conversaciones de película de Woody Allen después de la ruptura, como aquella vez que íbamos por la calle y me dijo: «aunque ahora esté con otro, tengo muy claro que voy a acabar contigo». Y yo le contesté: «no, si yo también tengo claro que vas a acabar conmigo, guapa».
Qué sé yo. Madurar es aprender. Aprender que el pasado es una historia que ya no te sirve para nada.
Pero es cierto que es muchísimo tiempo. Es como si hubiera pasado en la vida de otro. O como si fuera una novela que leí hace mucho y que no recuerdo bien. No consigo recordar quién era yo entonces, cómo era la vida con menos cinismo. No recuerdo quién era yo, pero sí me acuerdo de muchas cosas con ella. Esa sensación tonta de felicidad sólo de verla, por ejemplo. Esas conversaciones delirantes en el tren. Esas tardes en la playa. Escribir para ella. Cuando íbamos al laboratorio de su facultad a revelar fotos y yo sólo quería meterle mano. Que empezara a leer En busca del tiempo perdido porque escribí un relato en el que una chica leía a Proust en el desayuno. Aquello de «yo ladro». Cuando le decía que me enseñara las bragas. Cuando cumplió veinte años, que se quejaba en broma de que los atentados del 11 de septiembre le habían robado protagonismo. Aquellas veces que follamos sin que se quitara el sujetador porque le había dejado los pezones irritados y no se fiaba de mí.
A veces también me acuerdo de cuando me porté mal con ella. De veces que hice que llorara por tonterías. Como una vez, al principio, cuando ella acababa de cortar con su anterior novio (para estar conmigo) y lo nuestro lo manteníamos en secreto. Recuerdo que estábamos hablando por teléfono y me dijo que al día siguiente iría con su madre a no sé dónde, a lo que le propuse vernos justo después para ir juntos a la universidad. Ella me dijo que no por temor a ser descubierta por su madre y yo me enfadé por orgullo idiota y me mostré muy frío el resto de la conversación. Luego me arrepentí, la llamé de nuevo y estaba llorando (aunque al final quedamos al día siguiente a la hora que yo quería, así que la moraleja es que hay que tratar mal a las mujeres). Discusiones idiotas que uno ahora no entiende.
En realidad, la presencia de Alba en mi vida es menos importante que su ausencia. Al fin y al cabo, sólo estuvimos juntos dos años y pico. Luego decidió irse siete años con otro y tener un hijo con él. Yo con ella sólo tuve esos dos años y la mitología que construí en soledad. Mitología de la que forman parte cosas como la primera vez que la vi: llevaba una falda ajustada con la que se veía obligada a subir los peldaños a saltitos (creo que ella tenía quince años). O las conversaciones de película de Woody Allen después de la ruptura, como aquella vez que íbamos por la calle y me dijo: «aunque ahora esté con otro, tengo muy claro que voy a acabar contigo». Y yo le contesté: «no, si yo también tengo claro que vas a acabar conmigo, guapa».
Qué sé yo. Madurar es aprender. Aprender que el pasado es una historia que ya no te sirve para nada.
viernes, 10 de diciembre de 2010
La voz
La voz, que bien podría ser Dios o Satanás, le ordena al hombre que se levante de la cama y se enfrente a la vida, que le está esperando. Esto no es justo, piensa el hombre, que la vida está armada y es peligrosa y él sólo es oficinista. La voz lee los pensamientos del hombre y le acusa de cobardía y desacato. Él se pregunta si no podría haberle tocado una voz más simpática, aunque le ordenara asesinar a sus familiares o algo por el estilo.
jueves, 9 de diciembre de 2010
miércoles, 8 de diciembre de 2010
Las alucinaciones auditivas
Voy caminando por la calle y me detengo de vez en cuando, pues tengo la impresión de que alguien me llama. Y no cualquiera, sino una mujer bonita, como tiene que ser. Escucho claramente que pronuncia mi nombre con el deseo propio de estos casos (de las alucinaciones auditivas, se entiende). Así que me detengo, como digo, y miro en derredor, pero no hay nadie, lo he soñado; o quizá no era a mí, sino a cualquier otro que andaba por la misma calle.
martes, 7 de diciembre de 2010
Inventarse el amor está demodé
Ya no tengo edad para estar enamorado así. No es serio. Ya está bien de inventarse el amor a partir de retazos. Ya sé que ninguna chica me gusta más que tú, pero uno no puede mantenerse con sarcasmo, aunque sea divertido decirte que me obligas a ir de cama en cama y preguntarte cuándo vas a hacer de mí un hombre decente. Y es cierto que las otras sólo son metadona —con algo tendré que combatir el síndrome de desamor—, por eso no consigo olvidar que no puedo volver a las noches pasadas contigo. Pero ya está bien de todo esto, que no voy a llegar a viejo si sigo de esta manera, con este día a día de fabulaciones para sobrellevar el vacío, cuando yo lo que quería era sentarme al final del camino y declararme feliz por haber vivido tanto junto a ti.
lunes, 6 de diciembre de 2010
domingo, 5 de diciembre de 2010
El yeti
Un relato que he escrito para el número de diciembre de la revista Pezespada:
http://www.revistapezespada.com/2010/12/el-yeti-por-m-noguera.html
http://www.revistapezespada.com/2010/12/el-yeti-por-m-noguera.html
sábado, 4 de diciembre de 2010
Como un amor adolescente
Estoy mirando ahora una foto de una época en la que yo aún no sabía que ella existía. Y no sé qué siento, pero es muy extraña la vida.
viernes, 3 de diciembre de 2010
Ministerio de Literatura
Ministerio de Literatura. Un escritorio y una SECRETARIA sentada ante el ordenador. Entra un ESCRITOR.
ESCRITOR: Buenos días.
SECRETARIA: Buenos días. ¿Tiene usted cita?
ESCRITOR: Hace meses que no, pero si usted quiere... Vayamos a tomar algo.
SECRETARIA: Lo que quiero decir es si tiene usted cita para ser recibido hoy.
ESCRITOR: Ah, ya me parecía raro. Pues tampoco. ¿Es necesario tenerla?
SECRETARIA: No, pero desgrava. No importa, hoy es un día muy tranquilo y el ministro puede recibirle. Pase.
El ESCRITOR pasa al despacho del MINISTRO, en la otra mitad del escenario.
MINISTRO: Buenas tardes, ¿en qué puedo ayudarle?
ESCRITOR: ¿Buenas tardes? Hace un momento era «buenos días».
MINISTRO: Me temo que no puedo ayudarle en eso: vaya al Ministerio del Tiempo. Pero no del tiempo meteorológico, sino del otro. Cierre la puerta al salir.
ESCRITOR: ¿Qué? No, no, mi problema es otro.
MINISTRO: Vaya, normalmente el ardid de las buenas tardes funciona. En fin, ¿qué quiere entonces?
ESCRITOR: Venía a pedir una subvención.
MINISTRO: Acabáramos. Nunca entran sobornadores por esta puerta, siempre escritores en busca de subvención.
ESCRITOR: Creo que podría desarrollar mi obra si se me apoyara desde las instituciones.
MINISTRO: Ya, claro. ¿Y qué hace usted? ¿Es poeta maldito?
ESCRITOR: El que más.
MINISTRO: ¿Sí? ¿Cuántas veces se emborracha a la semana?
ESCRITOR: Hum. Siempre. Ahora mismo estoy ebrio.
MINISTRO: No vaya de farol conmigo.
ESCRITOR: Está bien, estoy sobrio, pero es por falta de apoyo. Si el estado me respaldara, yo podría pasarme el día bebiendo y montando grescas. En estos momentos me veo obligado a llevar un malditismo a tiempo parcial.
MINISTRO: Ya tenemos muchos malditos, creo que no hay presupuesto para más.
ESCRITOR: Vaya. ¿Entonces no puede ayudarme de ninguna manera?
MINISTRO: ¿Qué le parecería ser escritor secreto? Es una subvención menor, pero también tendrá menos gastos que como maldito.
ESCRITOR: Pero es que yo quiero llamar la atención.
MINISTRO: Y la llamará. Después de muerto, claro.
ESCRITOR: No es lo mismo.
MINISTRO: ¿Y usted qué sabe? ¿Acaso ha estado muerto antes?
ESCRITOR: No. Pero es que esperar...
MINISTRO: Amigo, son tiempos difíciles. Para todos. Yo le recomiendo que acepte la oferta. Quién sabe, quizá el año que viene algún maldito se haya muerto; piense que no tienen una larga esperanza de vida. Sea secreto un año. O dos.
ESCRITOR: Vale, creo que le haré caso.
MINISTRO: Así me gusta. Hable con mi secretaria, que le dará unos formularios.
El ESCRITOR sale. El MINISTRO coge un palo y unas pelotas de golf, las deposita en el suelo y amenaza al público con golpearlas en su dirección, consiguiendo desalojar la sala en cuestión de segundos.
ESCRITOR: Buenos días.
SECRETARIA: Buenos días. ¿Tiene usted cita?
ESCRITOR: Hace meses que no, pero si usted quiere... Vayamos a tomar algo.
SECRETARIA: Lo que quiero decir es si tiene usted cita para ser recibido hoy.
ESCRITOR: Ah, ya me parecía raro. Pues tampoco. ¿Es necesario tenerla?
SECRETARIA: No, pero desgrava. No importa, hoy es un día muy tranquilo y el ministro puede recibirle. Pase.
El ESCRITOR pasa al despacho del MINISTRO, en la otra mitad del escenario.
MINISTRO: Buenas tardes, ¿en qué puedo ayudarle?
ESCRITOR: ¿Buenas tardes? Hace un momento era «buenos días».
MINISTRO: Me temo que no puedo ayudarle en eso: vaya al Ministerio del Tiempo. Pero no del tiempo meteorológico, sino del otro. Cierre la puerta al salir.
ESCRITOR: ¿Qué? No, no, mi problema es otro.
MINISTRO: Vaya, normalmente el ardid de las buenas tardes funciona. En fin, ¿qué quiere entonces?
ESCRITOR: Venía a pedir una subvención.
MINISTRO: Acabáramos. Nunca entran sobornadores por esta puerta, siempre escritores en busca de subvención.
ESCRITOR: Creo que podría desarrollar mi obra si se me apoyara desde las instituciones.
MINISTRO: Ya, claro. ¿Y qué hace usted? ¿Es poeta maldito?
ESCRITOR: El que más.
MINISTRO: ¿Sí? ¿Cuántas veces se emborracha a la semana?
ESCRITOR: Hum. Siempre. Ahora mismo estoy ebrio.
MINISTRO: No vaya de farol conmigo.
ESCRITOR: Está bien, estoy sobrio, pero es por falta de apoyo. Si el estado me respaldara, yo podría pasarme el día bebiendo y montando grescas. En estos momentos me veo obligado a llevar un malditismo a tiempo parcial.
MINISTRO: Ya tenemos muchos malditos, creo que no hay presupuesto para más.
ESCRITOR: Vaya. ¿Entonces no puede ayudarme de ninguna manera?
MINISTRO: ¿Qué le parecería ser escritor secreto? Es una subvención menor, pero también tendrá menos gastos que como maldito.
ESCRITOR: Pero es que yo quiero llamar la atención.
MINISTRO: Y la llamará. Después de muerto, claro.
ESCRITOR: No es lo mismo.
MINISTRO: ¿Y usted qué sabe? ¿Acaso ha estado muerto antes?
ESCRITOR: No. Pero es que esperar...
MINISTRO: Amigo, son tiempos difíciles. Para todos. Yo le recomiendo que acepte la oferta. Quién sabe, quizá el año que viene algún maldito se haya muerto; piense que no tienen una larga esperanza de vida. Sea secreto un año. O dos.
ESCRITOR: Vale, creo que le haré caso.
MINISTRO: Así me gusta. Hable con mi secretaria, que le dará unos formularios.
El ESCRITOR sale. El MINISTRO coge un palo y unas pelotas de golf, las deposita en el suelo y amenaza al público con golpearlas en su dirección, consiguiendo desalojar la sala en cuestión de segundos.
jueves, 2 de diciembre de 2010
Al margen
No se puede vivir al margen del mundo. Yo lo intento, pero siempre acaban embarcándome en alguna situación que habría sido mejor evitar. No importa: es material, pienso. Material para qué. Material del que no escribir, quizá. Recuerdo ahora a los hombres hechos y derechos que he visto arrastrarse por ti. Y yo esperando mi turno, cuando me consideraba mejor que todos ellos. Pero conozco la norma: sentir siempre el amor como una pena, nunca como una alegría.
miércoles, 1 de diciembre de 2010
Hay cosas que no me apetecen nada
Hay cosas que no me apetecen nada. Como este silencio. Como estas leyes Jim Crow contra mí. Como este exilio. Pero... Pero algo, que ahora no se me ocurre nada. Quizá mañana.
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