domingo, 24 de noviembre de 2013
Una generación literaria
Soy el gran olvidado de la historia, pero influí de manera decisiva en la literatura española de posguerra. Fui el chico de los cafés. El camarero del café literario Rocinante, donde se reunían los integrantes de la generación del 46 (el número de la calle donde se encontraba la cafetería). Mi buen servicio a estos insignes escritores de alguna manera se reflejó en sus obras. ¿Habría sido la prosa nerviosa de Alfredo Bernabé tal sin mis cafés bien cargados? Quizá el joven Raúl Quinteros no habría sucumbido tan pronto de diabetes —dejando una maravillosa obra poética inconclusa—, si yo no le hubiera cambiado sistemáticamente la sacarina por azúcar. ¿Y esos carajillos que empujaron a Federico Valbuena al alcoholismo y la vida bohemia que lo convirtieron en maldito y enfant terrible de nuestras letras? Nadie me reconoce el mérito, pero fui yo, fui yo quien manejó los hilos en la sombra; como Gertrude Stein, pero con propinas.
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1 comentario:
Lo de mezclar tripis con las ensaimadas también fue un hallazgo, hay que reconocérselo.
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