Je m'en allais, les poings dans mes poches crevées;
Mon paletot soudain devenait idéal;
J'allais sous le ciel, Muse, et j'étais ton féal;
Oh! là là! que d'amours splendides j'ai rêvées!
ARTHUR RIMBAUD
Perseguimos el mito como perseguimos la juventud. Perseguimos al primer Rimbaud, el de los excesos poéticos y libidinosos. Rimbaud, insultantemente joven y bello, príncipe de los poetas, querubín del infierno que arrastra a la perdición a Verlaine. Amamos al Rimbaud que vive como una estrella de rock, que no tiene límites porque sabe que el mundo le pertenece.
Es el modelo. Es la luz y el camino. Es el faro y el guía.
Pero decidimos ignorar que ese mismo Rimbaud traiciona todo eso por una vida más comercial. Una vida en la que obsesionarse con el dinero, que nunca es suficiente, y que siempre lleva en el cinturón. Es difícil entender el tráfico de armas en África como un gesto poético.
Rimbaud admite que la poesía es mentira y que sólo cabe venderse. Abraza el cinismo con fervor. Rimbaud es como un joven del mayo del 68 que acaba votando a Le Pen.
Y sin embargo, hacemos como si nada hubiera pasado. Es como si ese segundo Rimbaud no existiera, como si hubiera muerto en el preciso instante en que dejó de escribir. Como si otro hubiera suplantado su identidad y, por lo tanto, ya no nos importara, pues sabemos que es un impostor: qué más nos da lo que haga ese tipo que se hace llamar Rimbaud, cuando todos sabemos que no es el de verdad. El de verdad escribía versos deslumbrantes y menearía la cabeza al contemplar los actos del que le ha robado el nombre.
Pero tampoco podemos ser tan duros con él. Igual que un suicida afirma la vida, un ex escritor afirma la literatura. Simplemente, no puede con ella. La ama, pero es incompatible con la tranquilidad de espíritu. Nos alejamos de tantos amores que nos hacen daño. La poesía no difiere mucho de esto. Es una condena. No puede salvar a nadie. Según Dostoievski, si Dios no existe, entonces todo está permitido. Es como si Rimbaud lo parafraseara de esta manera: si la poesía no es verdad, entonces todo vale. Ser mercenario. El tráfico de armas. El dinero. El dinero es verdad.
Además, no a todo el mundo le dispara otro poeta simbolista francés. Seguro que es una experiencia que te cambia la vida.
2 comentarios:
El postulado de Dostoievski es lo que falla. Es al contrario. Si hay Dios es cuando todo está permitido, porque no somos responsables de nuestros actos. Si a Dios no le gusta, que me detenga, Él que puede (de este pensamiento se deduce que tanto Dios es un sindiós).
Si no hay Dios, estamos solos, hay que crecer, no podemos atracarnos de caramelos solo porque nos apetezca. Si no hay Dios hay que comer verduras de vez en cuando aunque no nos lo mande papi.
Si no hay Dios hay que dictar leyes justas (nuestras leyes), separar poderes y atenernos a las consecuencias de nuestros actos.
Y no vale lloriquear. Prohibido. O se llora abiertamente, como lloran los humanos que tienen razones para llorar, o se aprieta el culete.
"Rimbaud admite que la poesía es mentira y que sólo cabe venderse" ¿No crees que en realidad todo es postureo, y que en realidad todos nos prostituimos, unos con poesía y otros con política? Besos!
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