viernes, 1 de noviembre de 2013
Criaturas de la noche
La noche envuelve la ciudad con su manto de oscuridad y Johan Nesburg se despierta hambriento en su ataúd. Ha dormido mal, un clavo le ha estado molestando todo el día en la rabadilla. Tendrá que llevar el ataúd al ebanista, lo que para un vampiro es algo difícil, ya que los vivos no suelen tener abiertos sus establecimientos de carpintería por la noche. Y lo peor es que Igor, su fiel lacayo, tiene el fin de semana libre. Tendrá que esperar hasta el martes. Así que Johan Nesburg se despierta con un humor de perros. Y con hambre. Quizá por eso tarda en darse cuenta de que está sonando el timbre. ¿Pero quién llama a la puerta de un vampiro? Espera que no sea de nuevo otro imitador de Van Helsing, sería lo que le falta a la noche para estropearse del todo. Alargando colmillos y brazos, se acerca a la puerta y la abre de golpe. Un niño, sin inmutarse, le enseña un saco y le dice: «truco o trato». Nesburg tarda en reaccionar. Recuerda tu entrenamiento, piensa, pero esto es una idiotez, que no le entrenaron de ninguna manera, ser vampiro surge por instinto en cuanto empiezas tu no-vida. «No tengo caramelos en casa, pequeño niño», responde por fin, «¿no ves que soy un vampiro?». Y se enfunda en su capa de forma amenazadora. «Yo también», responde el niño con una sonrisa, y Nesburg se da cuenta de que, efectivamente, el chico va disfrazado de criatura de la noche. Hay como un pequeño latido en el corazón muerto del vampiro. Ah, las nuevas generaciones, piensa. Y sonríe, lo que es una visión horrible para cualquier mortal. «Ven, pequeño, pasa a mi morada, quizá Igor tenga caramelos en la cocina». La vanidad ha convertido al vampiro en un ser amable, el niño está de suerte. Pero el pobre lo estropea todo y firma su sentencia de muerte al añadir: «y brillo cuando me da el sol».
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
3 comentarios:
Michel, te leo hace mucho y no sé si te lo han dicho antes, me das esperanza.
Es la primera vez que me dicen eso, sí.
Coñe. Pues no se lo tome a broma. Para mí, leer las columnas que escribía Félix J. Palma los lunes en el diario de Cádiz eran la mayor alegría de esos días tan feísimos. Y leerlo a Usted también me ha alegrado días muy, muy feos.
Hale. ¿A que no se esperaba esa pedazo de responsabilidad sobre los hombros, so hippy?
Publicar un comentario