lunes, 23 de mayo de 2011

La asamblea

El problema es que aquí cada uno hace la guerra por su cuenta. «Yo quiero hablar en contra del consumo de carne», dice uno. «Hay que acabar con los ejércitos», comenta otro y luego añade que sabe que ésta es una guerra muy larga, lo que me hace decir a mí: «ah, pues si es una guerra, entonces necesitaremos los ejércitos». Una chica dice que el problema es el patriarcado y no se refiere al de Constantinopla. Una mujer se queja agriamente del maltrato animal. «Yo lo que quiero es una república», afirma un hombre. Uno de los cabecillas pregunta si estamos de acuerdo con el cambio de nombre que ha propuesto para la plaza: la plaza de la Constitución se llamará ahora la plaza de la libertad. No estamos de acuerdo. No lo estamos porque es un nombre cursi, ñoño, estúpido, de una película de Hollywood con mensaje simplón. Pero el cabecilla se lo toma mal. Vuelve a preguntar, pero no nos convence. Nada de plaza libertad, decimos. Y se retira, enfurruñado. Un rato después, tras hablar un par de personas, vuelve a tomar la palabra para abordar un tema de cierto comité, pero finaliza su exposición retomando la cuestión del nombre de la plaza, como si quisiera emular a Catón y terminar los discursos con su reivindicación particular. Y así, con estas cuestiones secundarias, el movimiento se difumina en lugar de difundirse.

6 comentarios:

Microalgo dijo...

Delenda est la plaza!

José Antonio Fernández dijo...

Igual que en el Congreso, más o menos.

Gabriel Noguera dijo...

Que es lo peor que se puede decir.

Golfo dijo...

Eso es lo que muchos nos tememos.
Antes de cumplir un mínimo de 3 objetivos... ya se están generando 300 más. Quien mucho abarca poro aprieta... en fin, esas cosas de la sabiduría popular, aunque suene irónico decirlo, del confucianismo, aunque quede chachi decirlo...

Lunática (R.) dijo...

¡Oye! Sí ese tío puede cambiar el nombre de la plaza, yo exijo que me den mi poni.

Javier dijo...

¿Y nadie se puso a bailar para adorar a algún tipo de vegetal?