Diecinueve años. Seis mil novecientos cuarenta días. ¿Cómo es posible que una persona de diecinueve años sea muy joven y, en cambio, un blog de esa misma edad nos parezca algo decrépito? Quizá los blogs son como los perros: leales, envejecen más rápido que los humanos y se persiguen la cola a menudo. Casi dos décadas en este lugar y el mismo número de lectores que cuando comencé. Aunque los hubo; pasaron por aquí brevemente y buscaron luego pastos más verdes. La vida es corta, hay muchas mejores cosas que leer un blog. Sobre todo si no apreciamos un progreso real. Era un chaval iluso cuando abrí esto (Sonia tenía dieciséis años y ninguno de los dos conocía la existencia del otro), un melenudo al que le había dejado la novia y que soñaba con ser un escritor de los buenos, de los que admiraba. Ahora soy un hombre de mediana edad casado y con el pelo corto, un profe de secundaria que sueña con ser un escritor de los buenos, de los que admira. Hay cosas que nunca cambian, salvo por el deterioro natural del paso del tiempo.
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