—Mire, llame a la policía para que aclaremos esto de una vez.
—¡Llámela usted!
—¿Yo? Usted es la funcionaria aquí y es su obligación servir a los ciudadanos.
—¡Voy a llamar a seguridad!
—A seguridad no, llame a la policía.
La extraña mujer se retira a un cuarto y telefonea. No sé qué estará diciendo. Al rato vuelve y me dice que la policía está de camino. Me siento a esperar, pero al rato lo que aparece es una pareja de policías locales, como si la empleada de Correos quisiera que me multaran por hacer botellón o algo por el estilo, cuando yo quería que viniera la policía nacional para acreditar mi identidad. No sé qué pensar: o bien la señora es una ignorante e incompetente, o bien es todavía más miserable y mezquina de lo que ya me parecía y sólo pretende ganar tiempo. Inicio otra conversación de besugos con los locales, que no pueden ayudarme con este problema, como es natural. Yo me siento como un personaje de Kafka, aunque al menos consigo que uno de los policías locales admita que es evidente que soy quien digo ser, aunque la empleada de Correos sigue creyendo sus extrañas fantasías y no me entrega la carta. Finalmente concede que lo consultará al día siguiente con su jefa y me llamarán para comunicarme el resultado. Yo me voy a casa sin muchas esperanzas.
2 comentarios:
Por lo menos alguna persona tiene claro que no eres quien dices ser. Esa obstinación en querer identificarte oculta animadversión.
Cuánta complicación, madre mía xD
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