sábado, 8 de diciembre de 2012

El doctor de arte

—Buenos días, doctor. Vengo a que diagnostique mi obra, pues creo que padece alguna dolencia.
—Cuénteme.
—Las miro y veo que fallan, que tienen achaques. No sé si es que son pequeñoburguesas o qué. Se tratan de unas fotos en caucásico y afroamericano.
—«Blanco y negro», será.
—Es que no quiero ser racista.
—No diga tonterías, un artista no teme llamar a las cosas por su nombre.
—Pero yo quiero ser un artista de éxito y nadar entre dos aguas y todo eso.
—Acabáramos. ¿Tiene usted algo de talento?
—Esperaba que me lo recetara usted.
—Bueno, es secundario. Usted está falto sobre todo de amistades y contactos.
—También podría recetarme esas cosas.
—Es un tratamiento caro, no lo cubre la seguridad social.
—Tengo un pequeño capital ahorrado. Soy especulador, pero quiero reinventarme. Soy mi obra más importante, podría decirse.
—Haber empezado por ahí, hombre, que el dinero viene muy bien para todas estas cuestiones.

1 comentario:

Microalgo dijo...

Son diez mil. Y la cama.