miércoles, 9 de septiembre de 2009

Los ciclistas

El padre Olegario ve pasar a los ciclistas por la calle principal del pueblo. Adónde irán, se pregunta. ¿Será la Vuelta a España? Aquí España parece infinita, incluso vista desde lo alto del campanario de la iglesia. Se imagina a un pecador pedaleando hasta el fin de los tiempos, un Sísifo ciclista, y decide incorporarlo para el sermón de mañana.
—Buenos días, padre —le dice de pronto una voz.
No es Dios, es el panadero, que está sentado en la acera. Borracho, como de costumbre.
—Ay, Alfonso. ¿No tendrías que estar horneando pan?
—Tengo una crisis de fe.
—Vente a la iglesia y me cuentas lo que te aflige.
—No soy digno de entrar, padre.
—¿Por qué no? ¿Qué has hecho?
—He estado pensando que me parezco al diablo.
—¿Pero físicamente, hijo mío?
—No, padre, en el trabajo. Piénselo. Satanás hornea almas en el infierno. Me pregunto a qué precio las vende luego.
—Desbarras.
—Bueno, dos barras de pan o una, eso no importa. Lo que me preocupa es que mi oficio es satánico y estoy condenado por emular al diablo. Cuánto pan habré horneado en mi vida. Más harina que arena en el desierto, padre. Anoche soñé que el pan se retorcía y gritaba dentro del horno.
—Es sólo pan, Alfonso.
—¿Y el simbolismo? Usted debería entenderlo mejor que nadie. Oh, no, no lo había pensado.
—¿El qué?
—Horneo el cuerpo de Cristo y luego lo vendo.
El padre Olegario se lleva la mano a la frente y menea la cabeza. Pasan unos ciclistas.

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