martes, 29 de julio de 2008

Brescia

Recuerdo que la habitación de hotel era barata, pero acogedora. Recuerdo la seguridad con que se desnudó, plenamente consciente de su belleza. Recuerdo que tenía un coño precioso y que se adaptaba a la perfección a mi polla, un coño dúctil que parecía responder a cada uno de mis movimientos de la forma precisa. Recuerdo que se corrió con los ojos muy abiertos, casi con expresión de sorpresa. Recuerdo que los dos temblábamos. Recuerdo que luego estuvimos hablando y riéndonos de tonterías durante una breve eternidad. Recuerdo que hizo un alegato contra el piano y que dijo que su tipo de hombre era Jesucristo «por la escualidez», y me pareció que no se podía pronunciar esa palabra —escualidez— de una forma más bonita. Recuerdo que me dio sus medias y me dijo: «así tendré unas medias de más cuando vaya a verte». Recuerdo estar luego en la calle con su regalo en el bolsillo de la chaqueta y pensar: «tengo unas medias tuyas que no vendrás a reclamar». No recuerdo nada más.

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