jueves, 3 de julio de 2008

J'ai perdu ma plume dans le jardin de ma tante

Yo siempre quise ser poeta francés. Y maldito, además. Pero el destino tenía otros planes para mí y nací en un pequeño pueblo de Murcia, Pinares de Entretiempo, lo que tiene considerablemente menos glamour y dificultaba la consecución de mi objetivo. No obstante, lejos de desanimarme por esto, me esforcé con mayor ahínco aún en cumplir mi sueño. Ya en la escuela destaqué por mi perfecta dicción gala y, aunque nadie entendía lo que decía, yo me movía por la infancia con la satisfacción de quien tiene valores republicanos.
Cuando entré en la edad adulta comencé a frecuentar la tasca del pueblo, puesto que consideraba que un poeta francés maldito que se precie ha de estar al menos la mitad del día ebrio. Pedía siempre absenta, lo que provocaba que los mozos se rieran de mí y me preguntaran qué “ausencia” era ésa de la que hablaba, si es que alguien me había roto el corazón. Otras veces me servían una copa vacía diciéndome que ahí tenía la “ausencia de bebida”. Yo no me dejaba amilanar por esto y apuraba mi copa vacía con la elegancia del que se sabe más elevado que el resto de los mortales.
Un día decidí enamorarme de una chica del pueblo que, desgraciadamente, compartía con mis vecinos el defecto de no ser francesa. Se llamaba Paqui, pero yo prefería llamarla Sophie, lo que causaba que siempre estuviéramos discutiendo, pues le parecía mal que me refiriera a ella por el nombre de otra, “y además extranjera”. Lo encontraba especialmente molesto cuando estábamos en la cama en plena actividad sexual. Debido a este conflicto de nomenclaturas, rompíamos a menudo, cosa que me venía muy bien, pues siempre he pensado que la melancolía es algo muy francés. Aprovechaba esos momentos de tristeza y soledad para encerrarme en mi buhardilla de aires parisinos y escribir versos brillantes sobre las prostitutas mulatas con las que me acostaba (afortunadamente, el pueblo no tenía nada que envidiar a París en este aspecto).
En lo laboral no me iba todo lo bien que se podría desear. Intenté ganarme la vida con la poesía, pero el director del periódico local era un francófobo que se negaba a publicar una sola línea en la lengua de Molière aduciendo que nadie en el pueblo hablaba francés y que yo no era nada más que un majadero. Este aparente fracaso en realidad era favorable a mis intereses, pues todo el mundo sabe que para ser maldito no basta con acostarse con prostitutas sifilíticas, sino que es preciso también morirse de hambre. No obstante, fallecer antes de tener una obra lírica que legar a la posteridad era claramente un error, así que me obligué a subsistir en trabajos temporales, aunque siempre encontraba dificultades para que me contrataran, pues en las entrevistas de trabajo solían mirarme con suspicacia cuando llegaban a la parte de mi currículum en la que decía “poeta francés durante los últimos siete años”. Tampoco ayudaba precisamente que respondiera “en Abisinia traficando con armas” cuando me preguntaban dónde me veía en diez años.
Los años fueron pasando, mis padres fallecieron y heredé el dinero suficiente para no tener que volver a trabajar. Paqui, la Sophie de mi corazón, finalmente se casó con otro, concretamente con un primo mío, lo que me hizo muy feliz porque me permitió escribir muchos poemas de desamor. Hay quien dice que lo de ser poeta francés era una empresa descabellada desde el principio y que no estoy ahora más cerca de serlo que cuando empecé, pero yo contesto siempre que al menos es indudable que soy el más francés de los murcianos.

3 comentarios:

Unknown dijo...

D. Gabriel es usted un perfecto poeta Murciano Frances.
Felicidades.

Juan Carlos dijo...

Avez-vous trouvé votre plume, mon choux?

Louis dijo...

Me he reído de lo lindo, Monsieur Noguera (Pallaresa o Ribagorzana).