Cortejé a la literatura durante muchos años, más de un cuarto de siglo, en un amor puro, ingenuo y apasionado, aunque tampoco pudo ser; invertí los mejores años de mi vida, lo cual tampoco era mucho decir, en la persecución exhaustiva de quimeras. Había una parte de mí, digamos que no pequeña, convencida de que alcanzaría mis objetivos, que eran más hermosos precisamente por disparatados. Nunca lo vi al alcance de la mano, pero la esperanza me susurraba con voz seductora cuando caía la noche y me refugiaba en las palabras que yo mismo conjuraba de la nada para sobrellevar otro día de fracasos. Hace mucho que se hizo tarde, quizá lo fue nada más empezar, pero supongo que tampoco sabría ahora abandonar la experiencia estética del desastre.
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