Teníamos quince años y Lorena se sentía ofendida por mi interés romántico hacia ella. Esto era porque, en el microcosmos de la adolescencia de los años noventa, el valor social de una persona se veía determinado en parte por el tipo de admiradores que tenía. Que un chico friki y de nulo atractivo fijo se fijara en ti te devaluaba, te convertía en objeto de burla de tus amigas, que te hacían ver que de pronto estabas al mismo nivel que el feo ese que te miraba con ojos soñadores. Algo habrías hecho mal para que un chaval así se hubiera enamorado de ti, sin duda.
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