Cuando vinieron a recoger el cuerpo de mi padre, me llevé a mi madre a la cocina para evitarle esa última visión. Mis hermanos se quedaron lidiando con el asunto y, de esa forma, para nosotros dos fue un proceso aséptico y discreto. El cuerpo de mi padre estaba en el sofá y después ya no estaba. No vimos cómo lo metían en una bolsa ni cómo lo introducían en la parte trasera de un coche fúnebre. Como si nada de aquello hubiera sido real.
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