En muchas novelas, después de un acontecimiento traumático (una muerte, una ruptura), el protagonista viaja a alguna ciudad como París, Londres, Roma o Nueva York y la experiencia le sirve de catarsis, crece como persona y blablablá. Tras la muerte de mi padre, a mí me enviaron unos días a San Juan del Puerto, que no era una localidad del Caribe, sino un pequeño pueblo de Huelva, una semana a Sevilla, que podría haber servido como escenario novelesco, y finalmente a Salobreña, donde me dediqué a cazar cucarachas en el cuarto de baño y ver series en el ordenador cuando no intentaba impartir clases a adolescentes desdeñosos. Ninguna beca de creación en una romántica capital, ninguna aventura de formación, ningún protagonismo heroico en la vana historia de mi vida.
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