Paul Aner meaba cerveza desde que rescató a un duende de una trampa para conejos, pero era una habilidad a la que no podía darle mucho uso, pues en las soirées todo el mundo abandonaba la mesa en cuanto sacaba el pene para rellenar las jarras. De qué servía disponer de una vejiga que producía una premium lager de baja fermentación si nadie podía ser testigo de tal proeza. Creyó encontrar la respuesta al buscarse una novia aficionada a la lluvia dorada, pero esta lo abandonó al comprobar que no era cálida orina lo que caía sobre su rostro expectante, sino fresca cerveza. Qué clase de monstruo eres, le espetó dando un portazo.
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