Hay mucho de soberbia en la pretensión literaria. Nadie te ha invitado, lo has decidido tú en la soledad de tu cuarto mientras tecleabas alguna historia más o menos acertada (lo normal es que sea fallida, pero el ego te lo impide ver). Luego, claro, hay que llevar esta íntima aspiración a la práctica proclamándola a los cuatro vientos (no se va a enterar mucha gente) y estrellándote una y otra vez contra los rechazos editoriales y del público, lo que siempre sirve para convencerte de que eres un genio incomprendido.
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