El repartidor viene con la comida del supermercado y practicamos un extraño baile. Cierre usted la puerta, me dice desde el ascensor, y yo le dejaré allí la comida. Para que no haya riesgo de infección, supongo. Hago como me dice y le veo trastear por la mirilla entre las cajas que lleva. Cuando termina de depositar la comida que encargué hace una semana, timbra y vuelve al ascensor. Gracias, le digo yo mientras recojo las cosas, pero él no dice nada.
1 comentario:
Todo se ha vuelto tan extraño y ajeno...
Publicar un comentario