sábado, 11 de julio de 2015

La muerte del perro

Ayer murió mi perro. Le quedaban cuatro meses para cumplir catorce años. Yo siempre decía: «entre el Presidente del Gobierno y mi perro, me quedo con mi perro» y «entre el Papa y mi perro, me quedo con mi perro». Pero ya no está, como me dijo mi madre por teléfono entre sollozos. Ya no está. Es extraña la vida. Tuvieron que asociarse humanos y lobos hace miles de años para que él y yo nos encontráramos, aunque nosotros no cazábamos mamuts, sino pelotas de goma que le arrojaba y él me traía diligentemente, en un acuerdo silencioso que la economía mundial encontraría despreciable. En Wall Street no sabían que existía mi perro. No sabían que daba grandes saltos de alegría contra mi pecho (con grave peligro para su salud y la mía) cuando le decía: «¿Vamos de paseo, Dalí?». Nadie se ha alegrado tanto de pasear conmigo. Ninguna mujer, ningún amigo. Tu perro cree que eres Dios aunque seas un tipo absurdo y lleno de defectos. Ayer murió mi perro y la vida es menos humana. Adiós, viejo amigo, ya sólo correrás en mis recuerdos, pero mientras me quede memoria me acordaré de ti.

3 comentarios:

Ficticia dijo...

Su amor es realmente incondicional, los demás no lo son del todo.
Un abrazo.

Anónimo dijo...

Lo lamento. DEP

Microalgo dijo...

Lo siento.

Mi alergia me ha impedido siempre tener perro, y me encnatan. Eso que no me llevaré yo a la tumba, porque no hay nada más genuino que un perro (y por eso son malos jugadores de póker).