viernes, 8 de agosto de 2014

La llamada de la fe

Yo, señores, escuché la llamada de Dios, que me impelía a viajar a África para ayudar a los más desfavorecidos. Allí, cuidando enfermos, me contagié de la misma afección mortal que había llevado a tantos a la tumba. Es la voluntad de Dios, dirían algunos. Y la muerte no es el final, añadirían otros. Irás al Cielo, gloria a Dios en las alturas, rematarían todos. Sin embargo, preferí que me repatriaran a Europa para recibir los mejores cuidados y que intentaran salvarme la vida. Porque la voluntad del Señor está muy bien, pero hasta cierto punto.