sábado, 5 de abril de 2014

To Boddah

—Se ha muerto ese cantante que te gusta —me dijo mi madre.
—¿Quién?
—Pues… no me acuerdo del nombre. Uno rubio, con el pelo largo.
—¿Kurt Cobain?
—Sí, creo que sí —dijo.
Puse el teletexto (no había internet entonces). Era cierto: Kurt Cobain, el cantante de mi grupo favorito, se había suicidado. Recuerdo que fui a mi cuarto a escuchar In Utero. Ya no habría más canciones. Ya nunca podría ir a un concierto de Nirvana. Pensé en su hija de corta edad. En la bruja de Courtney Love (todos odiábamos a Courtney Love).
El lunes, en el instituto, las chicas cantaban cosas de Nirvana (del Unplugged, claro, que ese fin de semana lo habían emitido varias veces), cuando antes no habían mostrado ningún interés. Era un grupo para chicos, decían. La muerte le hacía respetable a uno, pensé. Quizá, me dije, si yo muriera, existiría para las chicas. Pero no compensaba demasiado. Morir a los quince para gustar a las compañeras de clase. No, no era una gran idea.
Era abril de 1994. Quedaba todavía lo peor de los noventa.

Publicado en el número 13 de Obituario

1 comentario:

Pommette dijo...

La frase final es genial.