Soñé con un desierto de arena blanca, pero no era arena, sino polvo, el polvo en el que se habían convertido miles de huesos humanos. Soñé que no había nadie más, pero me pareció raro ser el único superviviente. Yo, que tan pocos méritos hice. Pero lo cierto es que no era ningún regalo esta existencia solitaria; quizá había muerto también yo y así eran los distintos infiernos personales: un continuo vagar sobre los otros muertos, pulverizados.
2 comentarios:
me gusta.
Y la Historia dándote por saco, por toda la eternidad.
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