jueves, 10 de febrero de 2011

Last days of pottery

París (esto se sabe porque en el decorado está dibujada la Torre Eiffel). Hay un banco en el centro del escenario; en él están sentados el POETA y el ENTERRADOR. El poeta lleva una boina francesa y fuma compulsivamente. El humo es una metáfora del desarrollo salvaje de la sociedad occidental y la consiguiente polución, aunque esto es algo que ignora el público. Sin embargo, la subvención fue concedida a la obra porque este aspecto ecologista se desarrollaba profusamente en el dossier presentado al Ministerio. Una vez dicho todo esto (que el público sigue ignorando), empieza la acción.
POETA: La vida es como un perro que me muerde los tobillos... cuando voy a pasearlo.
ENTERRADOR: Un poco flojo, ¿no?
POETA: Todavía estoy trabajando el poema. El poema es como una mujer: puede no ser la cosa más bonita del mundo, pero si se maquilla bien...
ENTERRADOR: Qué romántico.
POETA: El romanticismo está demodé, amigo. Ahora hay que deconstruir el poema. Sumo un verbo y resto seis adjetivos. Me como un verso y cuento veinte. Y un treinta por ciento más de referencias al pene del autor.
ENTERRADOR: No sé si yo, como lector, quiero saber de la polla del autor.
POETA: Ah, pero el lector sólo existe para molestar. El lector está ahí fuera y se niega a comprar los libros del autor. Hay que hipnotizarlo. Hay que conquistarlo. Hay que violarlo, si se pone farruco.
ENTERRADOR: Es usted muy violento.
POETA: No es culpa mía, el lector es el enemigo. Es una lucha entre ellos y nosotros por su dinero. Bueno, y por su atención. ¿Qué hacen viendo la tele, por ejemplo? Que me vean a mí, que estoy fumándome un cigarrillo con este aire de perdición tan interesante y, sin embargo, no me mira nadie.
ENTERRADOR: Si usted lo dice.
POETA: Efectivamente, si yo lo digo, que para algo soy poeta. ¿A qué se dedica usted? Tiene también aspecto de derrota, como si no durmiera bien por las noches.
ENTERRADOR: Me paso el día en el cementerio.
POETA: ¿Como Edgar Allan Poe?
ENTERRADOR: No, soy enterrador.
POETA: Menos mal, que le repito que el romanticismo ya no se lleva. Ahora el poema ha de ser urbano. Ha de ser un perro callejero. Un perro callejero que me muerde los tobillos... cuando voy a patearlo.
ENTERRADOR: Sigue siendo bastante flojo.
POETA: Todavía no lo he terminado. Dígame, ¿entierra usted mucho?
ENTERRADOR: Todos los días muere alguien.
POETA: Sí, es una pena. Cada muerto es un lector menos. Ah, si los muertos leyeran. Si los muertos acudieran a lecturas de poesía... serían un público muy educado, escuchando en completo silencio.
ENTERRADOR: Pero no aplaudirían.
POETA: Uno podría convencerse de que es porque la emoción les embarga.
ENTERRADOR: Como Hacienda.
POETA: ¿Seguro que no es usted poeta?
ENTERRADOR: Yo no sé nada de versos.
POETA: No hace falta, todo es pura actitud. Yo me levanté una mañana y decidí que sería poeta. Mi padre quería que fuera ingeniero, imagínese. Y qué pasa con la gloria, le dije yo. Él entonces me habló de facturas o algo así. Facturas. No las fracturas del alma, sino las facturas. El poema es una factura, contesté yo, una factura que le muerde los tobillos a la sociedad y...
ENTERRADOR: Está usted obsesionado con tobillos que son mordidos.
POETA: Es la idea central del poemario que estoy escribiendo: Last days of pottery.
ENTERRADOR: Será poetry.
POETA: Sí, eso acabo de decir. Me gusta escribir de perros. Y de tobillos. Y de perros que muerden los tobillos. Y de los tobillos de los perros, aunque algo menos. Nadie se fija en los tobillos de los perros, como si no existieran. Yo estoy en el mundo para solucionar esto.

2 comentarios:

José Antonio Fernández dijo...

Muy buen texto. Tiene de todo, ironía, humor, derrotismo.
Me ha encantado la lectura.

Microalgo dijo...

Y bueno, con la enorme falta de buenos autores dramáticos (en el sentido escénico) que hay ahora, lo mismo podría Vuesa Merced atacar al género.

Qué mal ha sonado eso último que he dicho, por Manitú.