viernes, 17 de diciembre de 2010

La máquina del tiempo

—Así que quiere usted viajar en el tiempo.
—Qué comienzo tan abrupto.
—Es para ir directamente al meollo del asunto, a la acción.
—Pero es descortés. Podríamos presentarnos antes, al menos.
—No es importante para el relato.
—Es importante para la sociedad. La educación, las buenas maneras. Se están perdiendo los valores, ya lo decía el padre Edelmiro. Era el cura de mi pueblo, ¿sabe? Un pueblo pequeño, de los que también están desapareciendo. Éramos cien habitantes, si la memoria no me engaña.
—Está usted dando información irrelevante para los lectores. Así no avanza el relato.
—Que le den al relato. ¿Tan importante es? ¿Acaso tenemos que deshumanizarnos por el bien del relato? Yo quiero presentarme y hablar de mi pueblo si me apetece.
—Vale, vale. Me llamo Tobías y me dedico al negocio de los viajes en el tiempo.
—Tobías es nombre de perro.
—Interesante y amable observación. ¿No será Toby?
—Una vecina mía tenía un perro llamado Tobías. Era un perro moteado, de mirada triste. Se parecía a usted.
—Le aseguro que no soy el perro de su vecina.
—Bien, porque no me gusta hablar con perros. Yo me llamo Antonio.
—Encantado. Ahora que ya nos hemos presentado: está usted interesado en viajar en el tiempo, ¿no es así?
—En efecto. Soy una persona llena de inquietudes y esta mañana, al mirarme en el espejo, me he dicho: de hoy no pasa, tienes que viajar al pasado.
—Muy loable. ¿Y a qué época le gustaría viajar?
—Al vigésimo cumpleaños de mi prima Margarita.
—¿En serio? ¿No preferiría, qué sé yo, viajar a la Roma de Julio César?
—No. Quiero viajar al vigésimo cumpleaños de mi prima Margarita.
—¿Puedo preguntarle por qué?
—Porque quiero acostarme con ella. Aquella tarde, en la fiesta de cumpleaños, todos bebimos mucho, ¿sabe? Y ella acabó en la cama con el tío Alberto. Siempre he lamentado no haber intentado nada aquel día.
—Así que quiere ir atrás en el tiempo para follarse a su prima.
—Eso es.
—Bien. Aquí tiene una magdalena.
—No, gracias, no tengo hambre.
—Le estoy dando la máquina del tiempo, hombre.
—¿Una magdalena proustiana? Qué típico.
—No empiece de nuevo a quejarse del relato. Será una magdalena proustiana, pero funciona. Sólo tiene que mojarla en el café y se verá transportado al pasado.
—¿No era en el té?
—No, era café.
—¿Seguro?
—Bueno, el líquido es lo de menos. Como si quiere mojarla en leche.
—¿Puede ser de soja?
—Qué asco.
—Oiga, que es muy sana.
—Podría remojarla en brandy, que además ayudaría a meterle en situación, pero usted verá.
—¿Me la tomo en ayunas o durante las comidas?
—Cuando usted quiera. Lo esencial es mojar.
—Desde luego, ésa es la idea.
—Vaya final atroz. Y pensar que era usted quien se quejaba del relato.

4 comentarios:

Teseo dijo...

¿QUE SERA?

Anónimo dijo...

—Una vecina mía tenía un perro llamado Tobías. Era un perro moteado, de mirada triste. Se parecía a usted.
—Le aseguro que no soy el perro de su vecina.
—Bien, porque no me gusta hablar con perros. Yo me llamo Antonio.

jajajajajaajja

Niha dijo...

Estaba pensando en eso de no andar toqueteando nada cuando viajas al pasado. No lo digo por el caballero que quería toquetear a su prima, sino por el sentido de la prohibición. Sí, las cosas pueden cambiar, pero ¿dónde está el problema con eso? ¿Quién va a saber que las cosas han cambiado?
¿Y dónde venden esas magdalenas?

Microalgo dijo...

Juaaa, jua, juaa!!

Reitero mi sugerencia acerca de que escriba Usted algo de teatro. No sabe (o sí, yo qué sé) los truños que se representan hoy día.

Ay, si Jardiel Poncela levantara la cabeza. Seguro que le daba a Usted un abrazo. Dando un saltito, porque no era muy alto...