jueves, 15 de julio de 2010

Castigo y crimen

Taburete pasea por Doquier, su pueblo natal. Es taxidermista, sobre todo por las tardes, pues es de natural perezoso y siempre se le acumula el trabajo. Su distraído paseo se ve de pronto interrumpido por la aparición de Escarlatina, su casera, que surge de detrás de una esquina afilada. La casera está furiosa y le exige el pago del alquiler. Él alega desconocimiento del idioma, pero Escarlatina sabe que Taburete no es extranjero, puesto que lo había visto por el pueblo cuando era niño.
—Comprenda mi situación, señora Escarlatina —aduce finalmente Taburete—; la taxidermia está demodé. Nadie quiere disecar a sus animales. Y prefieren enterrar a sus familiares. O incinerarlos. Ya no hay romanticismo.
—Señorita —se limita a decir Escarlatina con sonrisa que pretende ser coqueta.
Taburete traga saliva. ¿Vale la pena seducir a la vieja bruja para no pagar el alquiler? ¿No es un precio demasiado elevado? Al fin y al cabo, no vive en un palacio.
—Las hortensias, por otra parte, están preciosas en esta época del año —dice para cambiar de tema.
—¿Cómo sabías que mi segundo nombre es Hortensia? Estás hecho un truhán, Taburete —contesta la casera rompiendo a reír. Y su risa es como los lamentos de gatos agonizantes.
Taburete empieza a sudar de forma copiosa y sonríe como el que sonríe ante un pelotón de fusilamiento. Al menos la vieja ya no piensa en el alquiler, se dice para consolarse (la taxidermia le ha enseñado a ver la vida con optimismo).
—Oye, qué mala cara, ¿tienes fiebre? —dice Escarlatina alargando la mano para tocarle la frente, pero Taburete se aparta con rapidez, como si temiera que la vieja le contagie la muerte.
—No, no, estoy bien, me habrá sentado mal algo que he comido.
—Tú lo que necesitas es una buena mujer que te cuide.
—Me gusta la soledad.
—Una mujer que tenga un buen capital y así tengas sólo que preocuparte de tu arte. Porque la taxidermia es una forma de escultura, ¿no?
—Yo me considero un simple artesano.
—Tonterías. Un sobrino mío tiene una mofeta que le disecaste y es una figura muy estética.
—No sé qué decirle, Escarlatina. A lo sumo, la taxidermia sería un arte de lo estático, más que de lo estético.
—Que no, tú eres un artista, hazme caso. Por eso no me pagas el alquiler. Los artistas sois así. Menos mal que estoy aquí para ocuparme de poner algo de orden en tu vida disoluta. Vamos, ven conmigo, te voy a preparar un caldo.
—Tengo cosas que hacer —murmura Taburete.
—Nada bueno, seguro: estar en bares hasta altas horas de la noche; reunirte con tus amigos taxidermistas; relacionarte con mujerzuelas; llevar una mala vida, en definitiva. Y tú necesitas descansar, que parece que te vayas a desmayar.
—Pero yo...
—Pero nada. Yo tengo mucho que ofrecerte, ¿sabes?
—Sí, tiene una piel muy disecable —murmura él, pero ella no le oye.

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