jueves, 13 de mayo de 2010

La boina

—Perdone, señorita, pero tiene que quitarse eso que lleva en la cabeza.
—¿Las mechas?
—No, ese gorro.
—Ah, mi boina sideral.
—Lo que sea.
—No puedo quitármelo, es un símbolo de sumisión a mi dios.
—Como si es un símbolo de exaltación del dolor de juanetes: las normas son para todos.
—Imposible, necesito la boina para protegerme de los rayos X que tienen los hombres en los ojos.
—¿Cómo dice?
—Gracias a ella, no pueden verme desnuda. Ni violarme, que sería la reacción lógica y razonable.
—Lo que usted diga, pero aquí se tiene que quitar la boina. Y más siendo un símbolo religioso.
—Pero eso sería ofender a mi dios.
—Pues que su dios presente una queja en la ventanilla A-7.
—Dios no actúa así. Me castigaría a mí después de muerta. ¿Es que no entiende que ahora mismo me está vigilando? Está aquí, pendiente de mi fe.
—¿Aquí? ¿Dónde?
—Dios está en todas partes. Está por toda la habitación.
—¿En pedacitos? ¿Oculto en los rincones? ¿Se esconde en las grietas como las cucarachas?
—No sea blasfemo. Dios está, pero no se le ve. Ni se le oye. Ni se le huele. Pero está.
—Ya veo. ¿Y qué utilidad práctica tiene ese dios?
—Ninguna, Dios es algo trascendente. Oculto. Y tengo que servirle y ser una mujer obediente. Lo dice un libro que tengo en casa.
—Y llevar una boina para que no la violen, ¿no?
—Exactamente.
—Espere, tengo que consultar con mi supervisor si la enfermedad mental exime del cumplimiento de las normas.

No hay comentarios: