domingo, 19 de julio de 2009

Matices

Alfredo bebe ron frente al televisor. Pronto se irá a la cama. Entonces entra un tipo por la puerta. ¿Quién eres?, pregunta Alfredo. Soy tu conciencia, dice el hombre. Alfredo desconfía. Es cierto que esa cara le resulta familiar, pero le parece que es todo un truco para robar; un truco bastante cutre, además. Sonríe siguiéndole el juego mientras intenta recordar dónde ha dejado la pistola. Si no bebieras tanto, le dice el hombre como si le leyera la mente. No, no me mires así, añade, ya te he dicho que soy tu conciencia. ¿Y para qué has venido?, pregunta Alfredo. Para hacerte reflexionar, responde la conciencia. Alfredo sonríe porque recuerda que ha dejado la pistola bajo un cojín del sofá. La coge y dispara cuatro veces contra su conciencia, que muere sobre la alfombra persa. Enrolla la alfombra con el cadáver dentro como si se tratara de Cleopatra y la deposita en el maletero del coche. Conduce hasta el bosque. Allí cava una fosa y deja el cadáver en su interior. Entonces aparece otro hombre. Alfredo le encañona, el tipo levanta las manos y dice: no dispares, soy tu remordimiento. Pensaba que eso formaba parte de la conciencia, dice Alfredo. La vida está llena de matices, responde el remordimiento. Alfredo, que no tiene ganas de discutir, dispara contra él y lo mata. Tira el cuerpo a la fosa y empieza a taparla. Entonces aparece un tercer hombre, que grita: Detente, insensato, soy el sentimiento de culpa judeocristiano. Alfredo dispara también contra él y otro muerto al agujero. Al poco se presenta un cuarto personaje, que dice ser el propósito de enmienda, y Alfredo tiene que repetir el procedimiento de matarlo y meterlo en la fosa, que empieza a quedársele pequeña. Cava un poco más para hacer sitio. De la nada surge un quinto hombre, éste afirmando ser ese residuo de ingenuidad infantil que todos tenemos. Más disparos. A los quince cadáveres, aparece la Guardia Civil.

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