miércoles, 20 de mayo de 2009

Recuerdos de egotismo

—He leído que en Birmania un chute de heroína cuesta cincuenta céntimos. Si fuera un yonqui, me iría allí con mis ahorros a morir a lo grande. Como Leaving Las Vegas, pero mejor. De hecho, allí tampoco me iban a faltar putas, aunque seguro que no tan guapas como Elisabeth Shue.
—Ahí tienes un relato. Escríbelo pensando en el lector hipotético.
—El lector hipotético y la literatura hipotecada. No sé, seguro que la idea tiene fallos. Por ejemplo, se supone que con la heroína desaparece el deseo sexual, así que lo de las putas es una tontería. Aunque podría colar, que es ficción. Pero qué sé yo de heroína.
—O del plural.
—Sí, del plural sé todavía menos, aunque se me acaba de ocurrir que «eres la heroína de mi corazón» podría ser el estribillo del verano. Qué pena que no pueda mandárselo a Antonio Vega.
—Qué cabrón eres.
—Bah, lo normal.
—Escribe entonces de lo que sabes. Cosas en plan: «Míchel aquella mañana se levantó con cara de aquelarre».
—No me pega levantarme con esa cara. A los aquelarres iban brujas a follarse a Satanás, que, por cierto, tenía dos pollas, lo que es muy práctico. Quién fuera el diablo.
—¿Satanás tiene dos penes?
—Lo he leído en alguna parte. O quizá me lo he inventado, eso también es propio de mí.
—Un poco.
—Bueno, pues eso. «La chica se levantó con cara de aquelarre», en todo caso. O de Karra Elejalde.
—Pero a ti no te va escribir de chicas con cara de aquelarre. Te pierden las guapas.
—Sí. Vaya, eso va a ser mi heroína, al final todo está relacionado. Pero no creas, sé que debería buscarme una metadona que me mantuviera alejado de la tentación. Una droga suave para soportar la indignidad de esta vida y blablablá.
—No sé si te veo. Te aburrirías pronto. Eres más de perder la cabeza y los papeles por una que te parezca «Isis, la madre del mundo», que dirías tú.
—Ya. Eso me recuerda que una vez le dije a ella que yo siempre estoy buscando piropos originales. «Tú eres de los golfos», me contestó, «de los que ven tobillos de princesa y tal, como dice Marina». Respondí: «Es curioso que digas eso, que me gustan mucho tus tobillos. Y tus cejas». «A mí tus dedos y tu boca», dijo ella. Oye, ¿y qué pasa con mi polla?, pensé yo, pero no, Míchel, no, no puedes estar siempre diciendo lo primero que se te pasa por la cabeza, la vida no es una comedia aunque tú creas que sí, tómate las cosas en serio. Además, las chicas en realidad no quieren reír, prefieren llorar; es cuando se sienten vivas.

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