martes, 19 de mayo de 2009

Epifanías y mayéuticas

Llaman a la puerta y los golpes suenan como la tierra que el sepulturero deja caer sobre un ataúd. O no, vaya, que eso parece un pensamiento de Poe. Abro. Una chica me mira con una breve sonrisa (a mí siempre me parecen breves).
—Hola, ¿conoce usted la Biblia? —me dice.
—No tengo el gusto. ¿Eres tú?
—No, es un libro —responde, un tanto confusa—. La palabra de Dios.
—A cualquier cosa le llaman libro hoy en día. Si sólo es una palabra...
—No, no, son varias. Muchas. Todas importantes y bellas.
—¿Y ese Dios ha escrito algo más?
—¿Qué?
—Que si es su primer libro o tiene otros.
—Pues.. Es la Verdad revelada. Definitiva.
—En esta vida no hay nada definitivo, guapa. Mira la constitución de Estados Unidos, que está llena de enmiendas.
—La Biblia no tiene enmiendas, sólo dogmas.
—No sé si me convence eso.
—Es el libro más vendido del mundo.
—Me temo que yo soy más de minorías. «Este libro pertenece a los menos», que dice Nietzsche en el prólogo de El Anticristo.
—¿Es usted satánico? —pregunta retrocediendo un par de pasos.
—No, nihilista.
—Eso es peor.
—¿Cómo va a ser peor?
—Es que el satánico al menos cree en algo.
—Vale, visto así...
—Creo que será mejor que me vaya.
—Pero si acabamos de conocernos. Oye, tú estás en contra del aborto, ¿verdad?
—Sí, es un crimen horrendo.
—Se acaba con un ser en potencia.
—Sí.
—Hay que defender las potencialidades. Para que sean acto.
—Desde luego.
—Entra, que quiero hablarte de sexo en potencia.

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