martes, 10 de marzo de 2009

La retrocausalidad

Sonó el teléfono. La voz de un desconocido:
—Perdone que le moleste. Bueno, sé que es difícil de creer, pero le llamo desde el futuro; soy un viajero del tiempo y me he dejado las llaves de casa en su piso.
—¿Cómo dice?
—Podría volver al pasado a por ellas, sí, pero las normas son claras: sólo un viaje temporal al mes. Supongo que entiende la dimensión del problema, no voy a esperar un mes para entrar en mi casa. Y cambiar la cerradura tampoco es precisamente barato.
—¿Pero de qué me está hablando? ¿Cómo van a estar sus llaves aquí?
—Sí, verá, su piso está situado en lo que ahora son nuestras oficinas, por eso he aparecido en él esta mañana. Puede que se haya dado cuenta de que hay menos leche en la nevera, es que he ido al trabajo sin desayunar y tenía hambre. También tiene menos cereales. El caso es que creo que me he dejado las llaves en su cocina, pero no estoy seguro. ¿Podría hacerme el favor de echar un vistazo?
—¡Esto es un atropello! —le grité—. Está bien, voy a buscarlas, pero no le prometo nada.
Dejé el auricular en el sofá y, efectivamente, bajo la mesa de la cocina encontré unas llaves que no eran mías. «Si es una broma, se han esforzado bastante», pensé mientras volvía al salón.
—He encontrado sus llaves —le dije al hombre del teléfono—. ¿Ahora qué?
—Bien, usted tiene un estúpido cuadro en casa. El del payaso. Nosotros también lo tenemos. Quiero que pegue las llaves a la parte posterior del cuadro. Con un poco de suerte, seguirán ahí en mi época.
—Está bien.
Dejé una vez más el auricular en el sofá y fui en busca de pegamento. Cuando me disponía a hacer lo que me había pedido, decidí pegar un cromo de Zubizarreta en vez de las llaves. Volví al teléfono.
—Ya está hecho.
—Muchas gracias, voy a ver si están. Oiga —dijo después de un breve momento de silencio—, aquí sólo hay una foto de un portero de fútbol.
—Sí, perdone, era sólo un experimento. Ahora mismo pongo sus llaves detrás del cuadro.
Iba a hacerlo, de verdad, pero en el último momento se me ocurrió que podía sacar partido de la situación.
—Si quiere recibir sus llaves tendrá que darme información a cambio —dije.
—¿Cómo? ¿A qué se refiere?
—Es muy sencillo. Quiero que me diga los números de lotería que van a salir premiados este año. Y quiero también que me dé resultados deportivos, para que pueda apostar a caballo ganador.
—Pero eso no puede ser, afectaría al futuro. A mi presente.
—No es mi problema, haber tenido más cuidado con las llaves, amigo. ¿Tenemos trato o no? Yo ahora dejaré las llaves en el cuadro para que pueda volver a casa, pero piense que si no cumple su parte puedo quitarlas en cualquier momento y, por lo tanto, no estarán en el futuro para que usted pueda recogerlas por primera vez. No soy un experto, pero quizás se produzca una paradoja temporal y se vaya a la mierda el universo por una tontería.
Entonces apareció frente a mí un tipo apuntándome con una pistola. Me gritó:
—¡Maldito cabrón, me ha estado extorsionando durante un mes entero! ¡Y por venir aquí para matarle me ha hecho perder el viaje temporal de este mes!
Este giro de los acontecimientos no me lo esperaba, me había pasado de listo. Levanté las manos y empecé a suplicar por mi vida.
—Entiéndalo, con mi sueldo apenas puedo llegar a fin de mes. ¿No habría intentado usted algo parecido de encontrarse en mi situación? No quería causarle molestias. Tome sus llaves, lléveselas.
—Ya es tarde, rece lo que sepa.
Me veía ya fulminado cuando apareció más gente en el salón de mi casa. Unos tipos uniformados y armados.
—¡Alto! —dijeron—. Suelte el arma, Quark, esto es un crimen temporal.
—No, es un crimen definitivo —respondió el tal Quark—. Dejen que acabe con la vida de este miserable.
—Conoce las normas: no se puede alterar el pasado. Y el asesinato es una alteración grave.
—Nadie tiene porqué saberlo, pueden hacer la vista gorda —repuso él.
—No podemos aunque quisiéramos. Nadie sabe las consecuencias que podría tener este acto. Por favor, suelte el arma.
—Está bien —dijo Quark bajando la pistola—. Esta vez ha tenido suerte, amigo. Espero que haya aprendido la lección.
Acto seguido desaparecieron como si nunca hubieran estado aquí. Me quedé sentado unos instantes, un tanto aturdido, intentando asimilar todo lo que había pasado. Después me levanté del sofá, cogí un bolígrafo, descolgué el cuadro, escribí «Quark es idiota» en la parte posterior y lo volví a colocar en su sitio.

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