domingo, 12 de octubre de 2008

Un macrocosmos en la ciudad

Nuestro protagonista se llamaba Belvedere y salió de su casa la mañana de autos lleno de esperanza y desayuno. Era un hombre de una extensa cultura que se pasaba el día citando, citando a mujeres que nunca se presentaban a la cita o lo hacían a horas que no eran las acordadas, pues nunca se producían los tan deseados encuentros. Pero esta vez iba a ser diferente, se dijo, y se puso a esperar en el parque, en una esquina que había dibujado con tiza. Poco después una chica le preguntó si tenía hora, a lo que Belvedere contestó que no la llevaba encima, pero la tenía en casa, por si le apetecía subir. Ella se lo pensó brevemente y contestó que sí. Se dijo a sí misma que esto era una especie de intercambio de parejas a medias, ya que se había citado en el parque con un hombre que se retrasaba. Se marcharon justo a tiempo, que un vecino que paseaba al perro había denunciado a Belvedere a la policía al tomarlo por una prostituta (por lo de esperar en una esquina, aunque fuera dibujada). De haber esperado más, habrían llegado los antidisturbios y los habrían disuelto como el azúcar en el café de la mañana.
Subieron las escaleras sin decirse nada. Ella le cogió de la mano, él notó que su corazón se desbocaba como un yonqui con síndrome de abstinencia, lo cual era romántico e hípico. Ya en el piso, se sentaron en el sofá y se miraron fijamente a los ojos, como si intentaran hipnotizarse. Ella le preguntó a qué se dedicaba. Belvedere respondió que era anticuario. Yo soy sagitario, menos mal, contestó ella, que había entendido que Belvedere era antiacuario. A él le pareció que era una chica original e impredecible. No queda claro quién empezó a desnudar a quién, pero en un abrir y cerrar de cremalleras y broches estaban revolcándose en la alfombra, que era persa. Gemían como Jesucristo en la cruz, pero se lo pasaban mejor, lo que es un comentario gratuitamente blasfemo por parte del autor. Ella ya no estaba interesada en la hora, aunque esperaba que Belvedere no se corriera demasiado pronto. Por suerte, él había estudiado tantrismo por correspondencia y sabía retrasar la eyaculación durante meses, lo que era muy práctico.
En la ciudad, mientras tanto, había empezado la primavera.

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