martes, 3 de junio de 2008

Canciones

No sentí dolor alguno cuando la volví a ver y me pregunté si la aceptación no sería eso, o quizás no aceptación sino madurez, quizás la madurez es que ya no te afecte la vida, me dije, e imaginé hordas de muertos recorriendo las calles de la ciudad. De todos modos, siempre había algo que nos separaba: otros amores (siempre de ella), hijos (siempre de ella), desencuentros (siempre provocados por ella). Pensándolo bien, lo que siempre nos separaba era ella: la bella, la traidora, que cantaba Javier Krahe versionando a Brassens, pero ella no se llamaba Marieta, sino Marina, aunque yo la llamaba Oceánica por sus delirios de grandeza. Tú también contienes multitudes como Whitman, ¿no?, le decía yo cuando discutíamos y entonces liberaba todo su odio -pues no sólo contenía multitudes- sobre mí, como un maremoto. Yo, claro está, me debatía como un náufrago entre las olas. Sin embargo, ahora parece que ambos hemos olvidado todas esas disputas y que Serrat tenía razón cuando cantaba aquello de "tus recuerdos son cada día más dulces, el olvido sólo se llevó la mitad".

No hay comentarios: