domingo, 24 de febrero de 2008

Bandeja de entrada

"Querido:

Vente a vivir conmigo. Subsistiremos de lo que nos dé la tierra, de la caridad de los extraños o bien a base de vino, poesía o virtud, a nuestro antojo, como baudelaireanos. Nuestro amor será una bofetada para todos esos cínicos que ya no creen en nada. Yo soy joven, bella y alocada, grata y eterna; tú tienes la calma madurez producto de tantos años de fracasos y ese atractivo raro de jefe de clan afgano. Nos compensaremos, nos compenetraremos. Escribiremos en secreto historias sólo para nosotros, será nuestra pequeña conspiración privada. Follaremos en mitad de la noche con el ansia que nos debemos. Nos haremos promesas que cumpliremos con facilidad, porque sé que tú siempre te encargarás de hacerme sonreír. En resumen, y volviendo al principio, vente a vivir conmigo".

Era la mañana de un sábado y yo iba fantaseando todo eso, bastante ebrio, cuando regresaba a casa en tren. Al final, de alguna manera, me convencí de que realmente me habían escrito ese correo electrónico y sólo tenía que entrar en mi cuenta para leerlo. Pero no, la bandeja de entrada estaba vacía, como siempre. Ni siquiera me ofrecían alargamientos de pene como a todo el mundo.

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