viernes, 24 de agosto de 2007

Perderse

Una mañana de agosto, Carlos decidió que era de ilusos seguir esperando que en su vida pasaran cosas y que era mejor ser un hombre de acción como Clint Eastwood o, quizás, Marco Polo. Pensar en Marco Polo le hizo recordar cómo de pequeño soñaba con perderse en el Lejano Oriente y cómo la vida le había decepcionado haciendo que lo más parecido a su sueño fueran las ocasionales cenas en el restaurante chino del barrio o las visitas a las tiendas de baratijas regentadas por simpáticos orientales. Pero ya era hora de cambiar esto, musitó en la soledad desordenada de su habitación. Le dijo a su madre, que entonces freía unos salmonetes en la cocina, que se marchaba al Lejano Oriente y que ya le mandaría alguna postal. La madre, que estaba sorda y, por otra parte, acostumbrada a los arranques alucinatorios de su hijo, le dijo que comprara una barra de pan.

Esa misma tarde partió al Lejano Oriente: Murcia, que era el Lejano Oriente más cercano. Carlos se convenció de que Murcia era como Tailandia, aunque en las calles había menos prostitutas infantiles. Como es lógico, Valencia era China y las Baleares eran Japón. España era Asia entera.

Madre, el Pacífico es infinito como siempre había soñado, decía la única postal que envió a casa.

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