Días tristes, días de soledad, días llenos de recuerdos que arden por las paredes. Días de odio, noches de insomnio. Nuestro héroe, plus mort que vif, buscaba durante horas con suma atención los reveladores secretos que a buen seguro guardaba el techo de la habitación. Paredes blancas como la nieve, como la nada. Como los dientes de la muerte, que sonríe, hambrienta.
¡No más natillas, mamá!, gritaban los fantasmas de las navidades pasadas. O quizá cantaban. Comprobó que lo que más tardaba en arder eran los poemas. Tú ardes como buena poesía, habría dicho ella, desnuda (siempre la recordaba desnuda, era más agradable). Echó al fuego un par de recuerdos recientes, para avivarlo. No daba calor y alumbraba más bien poco.
Cuando por fin se durmió aún brillaban algunos rescoldos.
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