Iba ayer tranquilamente en el tren hacia Málaga con la sana intención de ver "Match Point" en el cine Alameda y pensando en cómo derribar al gobierno cuando, de pronto, vi que un antiguo compañero del instituto estaba sentado frente a mí. Para mi desgracia, él también me había visto y, no contento con ello, se levantó de su asiento y se sentó conmigo. Lo primero que le dije es que siempre me deprimía verles a todos ellos, puesto que conseguían que pensara que mi vida era un absoluto fracaso al comparar nuestras situaciones vitales, pero él se lo tomó como un comentario humorístico y se echó a reír amistosamente, para, acto seguido, empezar a contar que se ha comprado un piso, que tiene novia, que su trabajo es una mierda (esto ya me reconfortó un poco) y que iba a buscar uno de "segurata". Menos mal que la conversación derivó al tema estrella en toda reunión social en la que hay hombres involucrados: las mujeres. Pero cuando parecía que todo iba a ir bien y que nos íbamos a limitar a intercambiar un par de tópicos, empezó a hablar de las jovencitas de hoy en día, todas ellas lolitas militantes de las que carecíamos en nuestra época y bla, bla, bla. Elevé una plegaria mental a los dioses en la que solicitaba la inmediata defunción de mi viejo compañero de instituto, pero no sucedió nada. Al despedirnos, me comentó que Diana y Alicia, gemelas que codiciábamos en nuestra ya lejana adolescencia, habían perdido gran parte de su atractivo con los años, comentario que consideré muy deprimente, pues hay que preservar los bellos recuerdos.
Por la calle luego sólo veía mujeres y parejas que demostraban públicamente su amor, y volví a sentirme muy solo. Me acordé entonces de Alain Delon, que a sus 70 años dice que, si no encuentra una mujer, se suicidará, y pensé: "Lo que es bueno para Alain Delon, es bueno para mí".
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